Reflexionar,
cuando es factible, acerca de la calidad de la muerte, es necesario. La
reflexión es posible cuando se es sano y cuando las circunstancias de la
vida lo permiten. Los muy pobres, los que están endeudados desde antes
de nacer, no pueden darse el lujo de pensar acerca de la calidad de la
muerte o de la eutanasia. La difícil supervivencia cotidiana impide
meditar en una buena muerte. A los muy enfermos, o los muy viejos que no
cavilaron a tiempo acerca de los límites de la vida, tampoco les
resulta fácil confrontar las posibilidades de una
buena muerte.
La semana pasada aventuré algunas ideas acerca del tema. Auspiciada por la Fundación Lien, afincada en Singapur, la revista The Economist publicó este año “The Quality of Death: Ranking end-of-life care across the world” (
La calidad de la muerte. Clasificación de los cuidados hacia el final de la vida de un lado del mundo a otro). En el documento, una de las personas entrevistadas habla de desintoxicar la muerte. Modificar la actitud de la medicina contemporánea y de la sociedad es obligatorio, no para
limpiar la muerte de muerte, sino para dotar a quienes confrontan el final y a sus familiares con las armas suficientes para de-sintoxicarse de las tropelías de la medicina dominada por la arrogancia de la tecnología.
El objetivo del estudio La calidad de la muerte… fue
estudiar el proceso de morir en 40 naciones, la mayoría europeas. Una de
las finalidades de la Fundación Lien (Lead, Innovative, Empower,
Network; Conducir, Innovar, Empoderar, Red) es proveer cuidados
paliativos para las personas que lo requieran. Los cuidados paliativos
son las maniobras que se brindan para mejorar la calidad de vida de los
pacientes con una enfermedad potencialmente mortal, en fase avanzada.
De acuerdo con el documento, sólo 8 por ciento de los 100 millones de
enfermos que requieren ese tipo de cuidados cada año lo obtienen.
Incluso en los países ricos, continúa la investigación, no se
administran suficientes opiáceos o fármacos similares por el temor
(absurdo) a generar adicciones o por la falta de entrenamiento (o
desinterés) de la población médica para lidiar con esos enfermos.
Investigaciones en Estados Unidos y otros países han demostrado que
muchos pacientes hospitalizados sienten que sus reclamos acerca de sus
dolores no son atendidos. Incluso en medios hospitalarios de excelencia,
el desamparo como consecuencia de dolores no tratados es reclamo
frecuente. No hay razón para que una persona sufra por dolor. Son muy
raros los casos de
dolores intratables; en la actualidad, la variedad de fármacos es suficiente para mitigar (casi) cualquier dolor.
La calidad de la muerte… enfatiza la necesidad de
incrementar el número de médicos entrenados en cuidados paliativos o, en
algunos casos, como en Kerala, India, de familiares y amigos dispuestos
a suministrar todo tipo de analgésicos, incluyendo opiáceos, con tal de
mitigar el dolor. Al compromiso humano-médico de paliar el dolor agrego
que morir en hospitales resulta, tanto para el Estado como para los
familiares, muy oneroso. Los cuidados paliativos bien aplicados
disminuyen el tiempo de hospitalización y los ingresos a urgencias.
Cuando se suministran medidas paliativas adecuadas y se acompaña al
enfermo, se
humanizala muerte; al ejercer esos actos, más de 75 por ciento de los enfermos mueren, de acuerdo a sus deseos: en casa, en su ambiente, acompañados por los suyos.
La investigación La calidad de la muerte… se llevó a cabo
aplicando una serie de preguntas. Entre otros puntos, se valoraba la
información que tenía la sociedad acerca de los cuidados hacia el final
de la vida, la transparencia en la relación entre médicos y enfermos, la
información de la población sobre las órdenes hospitalarias de no
resucitar a enfermos graves, la comprensión y el ejercicio de los
cuidados paliativos, las actitudes gubernamentales acerca de los
cuidados hacia el final de la vida, etcétera. La investigación se
efectuó en 40 países. Los cinco primeros lugares, es decir, las naciones
donde se brindaba la mejor atención hacia el final de la vida fueron:
Inglaterra, Australia, Nueva Zelanda, Irlanda y Bélgica. Los últimos
sitios fueron ocupados por México, China, Brasil, Uganda e India. En los
primeros destaca la labor de los hospicios, casas diseñadas para cuidar
y atender a enfermos terminales o crónicos. En los segundos destacan la
corrupción y el desaseo gubernamental como obstáculos para el
desarrollo de una
buena medicina.
La cohesión familiar en torno al paciente moribundo es fundamental;
ésta se logra cuando se escucha al enfermo y no los dictados del
duopolio medicina moderna y tecnología médica ilimitada. La escucha
permite dignificar al enfermo y a su vida y confrontar con otros medios
los estigmas en torno a la muerte.
Poco se escribe y se cavila acerca de la calidad de la muerte. Entre
las grandes palabras y las grandes investigaciones sobre la calidad de
la vida y el enjuto desarrollo de la calidad de la muerte la brecha es
inmensa. Esa brecha debe zanjarse. Desde la ciencia, y desde la moral,
es incorrecto mejorar la salud y la calidad de vida y descuidar los
grandes temas hacia el final de la vida. La muerte carecerá de calidad
mientras no se bregue en la dignidad, el dolor, el sufrimiento y la
soledad de las personas enfermas.
Fuente, vìa :
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