“Llegó una carta”, le dijo su madre una
noche después del trabajo. Cuando revisó el sobre, el periodista de
Valle del Mezquital, en Hidalgo, se enteró que estaba invitado a una
fiesta privada en el rancho Santa Inez de Tepeji del Río, el 14 de
febrero, Día de los Enamorados. “Habría alcohol, mujeres y regalos para
todos los asistentes, sin costo alguno”, contó el reportero, que pidió
no ser identificado. Al día siguiente, se enteró que los sobres
misteriosos les habían llegado a varios colegas de otros medios.
El periodista no asistió al convite, pero al lunes siguiente dos
colegas le contaron lo que pasó en la bella finca. Le dijeron que los
recibió un grupo de personas que los llevó a una estancia preparada para
la fiesta, donde se sumó más gente, y luego, mujeres a bordo de autos
de lujo. “Una voz paró la música y dijo que esto era para todos los
asistentes, que lo disfrutaran: las mujeres, el alcohol y los regalos”,
le narraron. “La condición era que no se metieran en los negocios”.
Los Zetas habían llegado a Hidalgo y así informaban a la prensa local de la nueva ley vigente.
El poder del narco se esparció en los últimos años como un cáncer a
regiones que antes no tocaba, hasta alcanzar hoy más de la mitad del
país. En su avance de ciudad en ciudad, los cárteles fueron creando
agujeros negros de información en el mapa, al obligar al silencio a los
periodistas de cada plaza.
De Matamoros a Pachuca, de Ciudad Juárez a Sinaloa, la información
que se publica sobre la guerra de la droga no suele depender del editor a
cargo. Muchas veces, se define en un pacto –verbal o tácito– logrado a
punta de pistola entre los medios de algunos estados y las
organizaciones de narcotraficantes que dominan el área. Esos apagones
informativos son lo que ha impedido a México ver las señales de alerta,
tan obvias como la fiesta del 14 de febrero, que marcan el avance de la
epidemia.
La Fundación MEPI realizó durante seis meses un estudio estadístico y
entrevistas con periodistas de las diversas ciudades para poder trazar
ese mapa, para saber dónde están los agujeros negros. Los periodistas
regionales admiten que no escriben sobre todo lo que pasa en sus
regiones, pero confiesan que se enfrentan a una elección difícil entre
la ética de la profesión y su seguridad personal.
Hace treinta años, los síntomas de esta epidemia se veían sólo en lugares como Matamoros.
En julio de 1986, Norma Moreno Figueroa tenía sólo 24 años, pero ya era una columnista influyente del diario El Popular
de esa ciudad norteña. Sus artículos divulgaban rumores e insinuaciones
–no siempre bien fundamentados– que la habían vuelto una enemiga
pública de muchos poderosos. Pero la gota que derramó el vaso, dicen sus
colegas, fue una columna sobre el alcalde Jesús Roberto Guerra Velasco,
pariente de Juan Nepomuceno Guerra, uno de los fundadores del Cártel
del Golfo. Poco después de las 7 de la mañana del 7 de julio de ese año,
Moreno Figueroa murió acribillada por armas automáticas frente a las
oficinas del diario, junto con el director, Ernesto Flores Torrijos.
El crimen nunca se solucionó pero, para la prensa de la ciudad, su
significado sigue claro hasta hoy. “Ese asesinato”, dijo este año un
veterano reportero local, “definió los parámetros del trabajo para todos
los periodistas en Matamoros”. La primera regla es nunca publicar los
nombres de los capos. La investigación de la Fundación MEPI en que se
basa este artículo halló que Matamoros y otras zonas de Tamaulipas bajo
el control del Cártel del Golfo son un agujero negro informativo, donde
la prensa local reporta prácticamente 0% de los incidentes de
narcoviolencia. Las únicas excepciones, en Nuevo Laredo, son noticias
sobre incidentes que suceden al otro lado de la frontera, en Texas. Con
la muerte de Ezequiel Cardenas Guillén, “Tony Tormenta”, líder del Cartel del Golfo, la situación se puede volver crítica.
Pero el problema no es exclusivo de Matamoros. Hoy, en casi todas las
regiones del país, el número de artículos periodísticos que mencionan
la violencia de los cárteles es sólo una pequeña fracción de la cifra de
ejecuciones que ocurren por mes en cada entidad. No es posible saber
cuántos actos adicionales de violencia, como secuestros y asesinatos,
suceden en forma paralela para los ajustes de cuenta después de una
ejecución, pero se estima que el número es considerable. Gran parte de
esta violencia no aparece en los medios.
MEPI monitoreó durante los primeros seis meses del año los siguientes
diarios: El Noroeste (Culiacán), Norte (Ciudad Juárez), El Norte
(Monterrey), El Dictamen (Veracruz), Mural (Guadalajara), Pulso (San
Luis Potosí), El Mañana (Nuevo Laredo), El Diario de Morelos y Milenio
(edición nacional e Hidalgo). El análisis compiló todos los artículos
que mencionaban palabras clave para hablar de la violencia de la droga:
“narcotráfico”, “comando armado”, “cuerno de chivo”, etc. No fue posible
comparar estos resultados con estadísticas oficiales de criminalidad,
ya que las pocas que existen se contradicen entre sí, pero MEPI
contrastó el total de artículos publicados con el número de ejecutados
en cada ciudad. Esta comparación permite ver cuánto calla la prensa en
cada una de las ciudades que más sufren la violencia de la droga en
México.
Los
resultados son reveladores: en la mayoría de las ciudades estudiadas,
la población se entera de sólo uno de cada diez sucesos relacionados con
el narcotráfico.
No es que las páginas de noticias policiales estén vacías, sino que
los periódicos se enfocan en delitos menores o hechos que no tengan que
ver con el mundo de la droga.
En Ciudad Juárez, por ejemplo, los sicarios de los cárteles de Juárez
y de Sinaloa que se disputan la plaza asesinaron un promedio de 300
personas por mes en la primera mitad de 2010. Pero un monitoreo del
influyente periódico local Norte mostró que los cárteles aparecían en sólo 30 artículos por mes, según el análisis de MEPI.
“No sacamos 80 por ciento de la información,” estima Alfredo
Quijano, editor de Norte–de hecho, no publican 90% de las historias,
según las cifras de esta investigación, ya que publican solo 30 de 300
incidentes.
“Nuestras notas son más simples ahora; ya no damos seguimiento”,
agrega. “Ahora el seguimiento es de un dia. Hace dos años estábamos
peor, hemos estado viendo la forma de cómo decir las cosas y hemos
encontrado formas”.
En Taumalipas, la situación es aún más crítica. En la primera mitad del año, el periódico El Mañana
publicó cada mes cinco o menos artículos que mencionaran al
narcotráfico y ninguno sobre ejecuciones. Sin embargo, en el estado hubo
un promedio de tres ejecuciones al dia en ese periodo.
En Veracruz, un diario que intentó tenazmente escribir acerca de
eventos relacionados con el narco sufrió el secuestro de uno de sus
reporteros, como amenaza, que fue posteriormente liberado. El periódico
hoy en dia reporta poco acerca de narco-violencia, según el análisis de
la MEPI.
En Monterrey, el legendario periódico El Norte –cuyo
director Alejandro Junco se exilió hace dos años en Austin tras recibir
amenazas– publica sólo de 5 a 10 por ciento de las ejecuciones que
ocurren en el estado. Un alto ejecutivo del periódico se sorprendió de
que el número fuera tan bajo, ya que “muchas veces parece que el
periódico esta lleno de historias de narcotráfico”.
Con la bendición del Pueblo
“Los cárteles tienen formas diferentes de controlar a la prensa”,
explicó un veterano periodista de Sinaloa. Pero el método que se está
imponiendo hoy en muchas partes del país es el que comenzó a asomar con
la muerte de Moreno Figueroa. Son las tácticas que el Cártel del Golfo
creó y sus ex aliados, los Zetas, difundieron por el resto del país.
En Hidalgo, se podría decir que la fiesta de los presuntos Zetas cumplió su cometido de mantener a la prensa en silencio. Recién en octubre de 2010, México se enteró a través de un diario capitalino de la existencia en Pachuca de una capilla financiada por el jefe de los Zetas, Heriberto Lazcano Lazcano, casi un año antes.
En Hidalgo, se podría decir que la fiesta de los presuntos Zetas cumplió su cometido de mantener a la prensa en silencio. Recién en octubre de 2010, México se enteró a través de un diario capitalino de la existencia en Pachuca de una capilla financiada por el jefe de los Zetas, Heriberto Lazcano Lazcano, casi un año antes.
La bonita capilla, de líneas modernas y paredes naranja fuerte, con
una cruz tubular metálica de unos diez metros de altura, se impone sobre
las casas chatas y el pavimento desparejo de la colonia Tezontle. Está a
una hora del Distrito Federal y a 200 metros de un cuartel militar,
pero hasta hace poco casi nadie afuera del barrio sabía de ella.
Irónicamente, el jefe de los Zetas, nacido en Hidalgo, no ocultó su
donación generosa, a pesar de ser uno de los sospechosos más buscados de
México. Su nombre quedó estampado en una placa de inauguración de
noviembre de 2009: “Centro de Evangelización Catequecis (sic) ‘Juan
Pablo II’. Donado por Heriberto Lazcano Lazcano”.
Los Zetas, ex operativos del Ejército mexicano que se iniciaron en el
negocio del narco con el Cártel del Golfo, manejan su negocio en base a
una estrategia militar y, como consecuencia, han influido en la manera
en que los traficantes se relacionan con los periodistas. Para ellos,
los medios son herramientas en una guerra psicológica.
Los periodistas les sirven a los criminales para muchas cosas, según explicó el experto en seguridad y violencia Eduardo Guerrero, de Consultores Lantia. “Multiplican la fuerza de un mensaje”, dijo. También sirven para recabar información, porque con su credencial pueden entrar a muchos lugares.
Los periodistas les sirven a los criminales para muchas cosas, según explicó el experto en seguridad y violencia Eduardo Guerrero, de Consultores Lantia. “Multiplican la fuerza de un mensaje”, dijo. También sirven para recabar información, porque con su credencial pueden entrar a muchos lugares.
“Para los narcos, es muy importante comunicarse con los enemigos y con la sociedad”
Dijo Guerrero. “Primero, lo hacen a través de cómo dejan a sus muertos. Luego, con las cartulinas y las ‘narcomantas’. Algunos usan YouTube y blogs. (Pero) los medios y la televisión son los más eficaces”.
Dijo Guerrero. “Primero, lo hacen a través de cómo dejan a sus muertos. Luego, con las cartulinas y las ‘narcomantas’. Algunos usan YouTube y blogs. (Pero) los medios y la televisión son los más eficaces”.
La fiesta en el rancho pudo haber servido para silenciar a los
periodistas, pero también para verles la cara a figuras clave de un
territorio nuevo para los Zetas. Un periodista que hace años cubre el
narcotráfico en Ciudad Juárez, territorio del cártel homónimo, relató
que allí solía haber “como veinte periodistas de radio, TV, prensa
escrita, trabajando para los narcos”. Ahora que la plaza está en disputa
y concentra el 20% de las ejecuciones del país, agregó, “es muy
peligroso recibir dinero de ellos”.
Así
como Tamaulipas estuvo entre los primeros estados en vivir la violencia
contra periodistas, también es uno de los lugares donde el sistema de
control a la prensa se ha profundizado más. Ocho periodistas de la
entidad nororiental relataron a MEPI que los Zetas y el Cartel del Golfo
los citan en forma periódica a reuniones en que les dan directivas
sobre qué deben cubrir y qué no.
Algo similar sucedía en Coahuila. Poco después de que los Zetas
tomaron el control de una localidad de ese estado hace unos años, el
nuevo jefe de la plaza comenzó a exigir al director de un periódico que
le acercara a su carro la portada que planeaba para el día siguiente.
Allí, le indicaba qué artículo podía publicarse y cuál no, según relató
un editor capitalino informado de la situación.
Hoy, los territorios que controlan los Zetas y el Cártel del Golfo
son donde más aturde el silencio de la prensa. Según el análisis de
MEPI, los medios de esas regiones difunden apenas entre 0% y 5% de los
incidentes de narcoviolencia.
En julio, unos sicarios secuestraron en Torreón a tres periodistas locales y uno de la televisión nacional.
La prensa mexicana e internacional se paralizó, temerosa de que
fueran asesinados. Pero un periodista sinaloense contó a MEPI que,
cuando se enteró que los secuestradores eran hombres del Cártel de
Sinaloa, supo que los comunicadores no iban a morir. No es que haya
cárteles buenos o malos, sólo hay diferentes maneras de controlar a la
prensa. Asesinar a periodistas no es el estilo de esa organización, dijo
el reportero.
El grupo de Sinaloa domina hace treinta años la región de producción
de cocaína y marihuana en esa entidad. Su líder, Joaquín “El Chapo”
Guzmán, es uno de los mexicanos más ricos, según el ránking de la
revista Forbes. La prensa en su tierra entiende que la mejor manera de
funcionar es una détente, un pacto de no agresión, en que no se
publican nombres ni detalles del funcionamiento de los cárteles a
cambio de poder trabajar en paz, dijo un ex funcionario de la
Procuraduría General de la República.
Aunque los periodistas de la región también tienen límites a lo que pueden publicar, dijo el reportero, “El Chapo aún no ha cruzado la línea de matar a periodistas”.
Dentro de esos límites, el estudio de MEPI mostró que El Noroeste de Culiacán es uno de los diarios que publica uno de los porcentajes más altos de noticias sobre incidentes de narcoviolencia, alrededor del 30%.
Aunque los periodistas de la región también tienen límites a lo que pueden publicar, dijo el reportero, “El Chapo aún no ha cruzado la línea de matar a periodistas”.
Dentro de esos límites, el estudio de MEPI mostró que El Noroeste de Culiacán es uno de los diarios que publica uno de los porcentajes más altos de noticias sobre incidentes de narcoviolencia, alrededor del 30%.
Este año, una ola de muertes y desapariciones de periodistas en los
estados más calientes de la guerra de la droga por fin llamó la atención
de la sociedad nacional, incluidos los medios capitalinos. Pero hacía
más de 20 años que algunos sectores advertían del peligro. En 1986, el
Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa publicó en diarios
capitalinos una lista de 26 periodistas asesinados desde 1971 y pidió al
gobierno que protegiera a los comunicadores de los criminales y de la
gente poderosa. (Hoy esa cifra queda chica al lado de los 30
desaparecidos y muertos desde diciembre del 2006).
Una pregunta salta a la vista: ¿por qué la prensa de la capital y
otras instituciones nacionales no prestaron atención antes a la
situación de los periodistas en riesgo?
Hay una arrogancia del D.F. hacia aquí”, dijo Quijano, director del juarense Norte,
quien lamentó que no se hagan esfuerzos para crear redes de
colaboración entre la capital y los estados. El secuestro de los
periodistas de Torreón causó que la prensa nacional dijera “basta”, pero
los periodistas provinciales subrayaron que uno de los plagiados era
empleado de la televisora más grande del país. Quijano afirmó: “A Juárez
han venido más corresponsales extranjeros que periodistas del D.F.”.
A esto se suma la crisis económica que intentan capear los medios,
grandes y chicos, de todo el país. Algunos medios nacionales redujeron
el número de corresponsales en los estados y su cobertura sufrió las
consecuencias, también muchos medios locales dependen de la publicidad
oficial de gobiernos que no quieren ver una mala imagen de su estado en
los periódicos.
“Nosotros perdimos 70% de la publicidad”, contó Quijano. “Tuvimos que
cortar la sección policiaca de dos páginas a una. Recortamos personal,
pero sobrevivimos”.
Esas debilidades sistémicas impidieron ver cómo, mientras tanto, el
poder del narco avanzaba de estado en estado y los periodistas de cada
región sufrían diferentes métodos de presión para mantenerse en
silencio. Los agujeros negros informativos se esparcían por el mapa
mexicano y la sociedad nacional no prestaba atención a las señales,
hasta este año.
“Se dejó crecer el problema”, dijo un periodista experimentado de Veracruz. “Nadie del centro vino a reportear sobre los temas en las provincias”.
“Se dejó crecer el problema”, dijo un periodista experimentado de Veracruz. “Nadie del centro vino a reportear sobre los temas en las provincias”.
“Existen reproches desde el centro porque los medios en provincia se
han silenciado”, agregó, “pero, ¿cómo nos pueden culpar, si ellos no
conocen la realidad?”.
*Para ver este reportaje en el sitio de la Fundación MEPI, haga clic acáFuente, vìa :
http://ciperchile.cl/2010/11/19/mexico-la-nueva-espiral-del-silencio/
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