Pasada la efervescencia popular que lo catapultó a la presidencia en
2008 y desplomadas las expectativas que su triunfo electoral generó, el
presidente Barack Obama concluye dos años de administración
vilipendiado por la derecha, castigado por la izquierda y abandonado
por el centro. “En una democracia grande y compleja todas las cosas
toman su tiempo, y nuestra cultura no se basa precisamente en la
paciencia”, declaró el mandatario a Peter Baker, reportero de The New
York Times, quien en vísperas de las elecciones legislativas de este 2
de noviembre describe el ambiente en la Casa Blanca y recoge las
reflexiones críticas de colaboradores cercanos a Obama. Con
autorización del diario neoyorquino, Proceso reproduce el texto de
Baker.
WASHINGTON, 1 de noviembre (Proceso).- Aunque esa tarde de finales de
septiembre había mucha actividad en el ala oeste de la Casa Blanca,
Barack Obama se veía relajado y sin prisas cuando se sentó en un sillón
de cuero café recién retapizado en la Oficina Oval. Acababa de
regresar del Salón Este, donde había firmado la Ley de Empleo de los
Pequeños Negocios de 2010. Esta ley será la última pieza de la
significativa legislación económica de su administración, antes de que
los votantes den su veredicto sobre sus primeros dos años en el cargo.
Sin embargo, para efectos prácticos, el primer capítulo de la
presidencia de Obama ha terminado. El segundo empezará el próximo 2 de
noviembre, día de los comicios intermedios.
El presidente que impulsó en el Congreso la agenda interna tal vez
más ambiciosa en una generación está vilipendiado por la derecha,
castigado por la izquierda y abandonado por el centro. Entra a la recta
final de la campaña de las elecciones intermedias con visos de repudio,
en tanto que los votantes se preparan para entregarle un Congreso que,
aun en el caso de que los demócratas mantengan el control, será con
seguridad mucho menos amistoso con el presidente que el anterior, con el
que ha pasado dos años librando luchas de lodo.
Aunque orgulloso de sus logros, Obama ha empezado a reflexionar sobre
qué salió mal y lo que debe hacer para modificar el rumbo durante los
próximos dos años. Uno de sus asistentes asegura que ha pasado “mucho
tiempo hablando sobre Obama 2.0” con su nuevo jefe interino de gabinete,
Pete Rouse, y su jefe de gabinete adjunto, Jim Messina.
“Lecciones tácticas”
Durante la hora que pasamos juntos Obama insiste en que no se
arrepiente de la orientación general de su presidencia, pero identifica
lo que llama “lecciones tácticas”: permitió que se le viera como “el
mismo demócrata liberal de siempre con su vieja política de impuestos y
gastos” y reconoce que tal vez no debió proponer moratorias fiscales
como parte de su programa de estímulos, “sino dejar que los republicanos
insistieran en su recorte de impuestos” para que pudiera aparecer como
un acuerdo bipartidista.
Sobre todo, asegura, aprendió que pese a su retórica anti-Washington
debe jugar con las reglas de Washington si quiere ganar en la capital y
que no basta su gran convicción de que está en lo correcto si nadie
más está de acuerdo con él. “En vista de lo que se nos venía encima
–dice Obama–, probablemente pasamos mucho más tiempo tratando de
enderezar las políticas que de enderezar la política. Probablemente hay
un orgullo perverso en mi administración y asumo la responsabilidad
por ello, pero estaba claro que haríamos lo correcto aun si en el corto
plazo era impopular”.
Lo impactante del autodiagnóstico de Obama es que, de acuerdo con su
propia interpretación, descuidó la “inspiración” una vez que fue
electo. Para empezar, acepta, no se mantuvo conectado con la gente que
lo colocó en el cargo. En vez de ello decepcionó a quienes lo
consideraban encarnación de un nuevo movimiento progresista, así como a
los que esperaban que cruzara la brecha para marcar el comienzo de una
época pospartidista.
Cuando Obama aseguró la nominación demócrata en 2008, dijo a una
multitud de seguidores: “Algún día seremos capaces de mirar hacia atrás y
contar a nuestros hijos que este fue el momento en que empezamos a dar
asistencia a los enfermos y buenos empleos a los desempleados; que fue
el momento en que la subida de los océanos empezó a detenerse y
nuestro planeta comenzó a sanar; que este fue el momento en que
terminamos una guerra, le dimos seguridad a nuestro país y restauramos
nuestra imagen como la última y mejor esperanza sobre la Tierra”.
Le leo estas líneas a Obama y le pregunto cómo suena esa retórica de
altos vueltos en estos días en que su gobierno está alicaído. “Suena
ambicioso. ¿Pero sabe qué? Avanzamos en cada uno de estos frentes”.
–¿Pero… salvar al planeta? Si usted promete salvar al planeta, ¿no podría la gente pensar realmente que usted lo va a salvar?
El presidente ríe antes de regresar al tema de la esperanza y la
inspiración. “No pido disculpas por haberme fijado altas expectativas
para mí mismo y para el país porque creo que podemos alcanzarlas”,
aclara. “Pero hay una cosa que quiero decir, que anticipé y que puede
ser difícil de entender: en una democracia grande y compleja como ésta,
todas las cosas toman su tiempo. Y nuestra cultura no se basa
precisamente en la paciencia”.
Durante mi recorrido por el ala oeste no sólo conversé con Obama sino
con casi dos docenas de sus asesores –algunos hablaron con
autorización y otros no– para entender cómo ven la situación. La
perspectiva desde dentro de la administración parte de un mantra
fundamental: Obama heredó los peores problemas para un presidente en
años. O en generaciones. O en la historia de Estados Unidos. Impidió
otra Gran Depresión al tiempo que colocaba los cimientos para un futuro
más estable. Pero esto le exigió tomar medidas impopulares que
inevitablemente tendrían un costo para él.
Sin embargo, a muchos funcionarios les preocupa que los mejores días
de la presidencia de Obama pudieran haber pasado ya. Se preguntan si no
sería el momento de dar el siguiente paso. En los sondeos realizados
por The New York Times y CBS News los niveles de aprobación de Obama
habían caído, de 62% que tenía cuando asumió el cargo, a 45% en
septiembre último; es decir, sólo un punto por encima de donde estaba
Clinton en 1994 antes de perder el Congreso, y tres por arriba de
Reagan antes de que los republicanos perdieran en 1982 dos docenas de
bancas en la Cámara de Representantes.
Pese a todo, el equipo de Obama está orgulloso de haber cumplido tres
de las cinco principales promesas que planteó en su discurso de abril
de 2009 en la Universidad de Georgetown como pilares de su “nueva
fundación”: las reformas a la salud y a la educación y la re-regulación
financiera. Y también destaca las decisiones de dar por terminada la
misión de combate en Irak e intensificar la guerra en Afganistán.
Pero es posible ganar el juego interno y perder el juego externo. En
sus momentos más oscuros los asesores de la Casa Blanca se han
preguntado en voz alta si para un presidente moderno existe siquiera la
posibilidad de tener éxito, sin importar cuántas iniciativas logre
firmar.
Todo parece conspirar contra esta idea: una oposición implacable, con
muy poco interés en colaborar, si es que tiene alguno; unos medios
noticiosos saturados de trivialidades y conflictos; una cultura que
exige soluciones para ayer y un cinismo social que mantiene muy baja
estima por el liderazgo.
En este contexto algunos colaboradores de Obama han llegado a la
conclusión de que ante estas condiciones cualquier presidente moderno,
en el mejor de los casos, sólo podrá tener un desempeño promedio.
“Problemas de comunicación”
El cálculo más errado entre la mayoría de los asesores de Obama fue
creer que éste sería capaz de tender un puente sobre una capital
polarizada y construir coaliciones auténticamente bipartidistas. “Si
creímos que los republicanos simplemente iban a transitar por él,
estábamos terriblemente equivocados”, me dice Tom Daschle, mentor y
asesor externo de Obama.
El gobernador de Pennsylvania, Ed Rendall, está entre los demócratas
que critican con dureza al presidente por no haber sido lo
suficientemente hábil frente a la oposición. Él opina que la legislación
de salud constituye “un logro increíble” y que el programa de
estímulos fue exitoso en grado extremo, pero considera que Obama
permitió que estas victorias se vieran empañadas por las críticas.
“Perdieron las batallas de la comunicación en las dos principales
iniciativas y las perdieron muy pronto”, considera Rendall, ferviente
partidario de Hillary Clinton y que después apoyó a Obama.
Este estribillo también se escucha con frecuencia dentro de la Casa
Blanca: “Es un problema de comunicación”. Cuando algún político está en
dificultades argumenta que los problemas son de comunicación y no de
otra índole.
Las críticas hacia Obama pueden ser confusas y muy contradictorias:
mientras la derecha lo considera un fanático liberal, la izquierda lo ve
como un pusilánime acomodaticio. Hay quienes creen que es un
socialista anticapitalista que tiene relaciones demasiado estrechas con
Wall Street; asimismo se le ve como un apologista de la defensa no
violenta de Estados Unidos que ha adoptado las implacables tácticas
antiterroristas de Bush, a expensas de las libertades civiles.
“Cuando hablaba de ser un presidente transformador, se refería a su
idea de restaurar la fe del pueblo estadunidense en sus instituciones de
gobierno”, dice Ken Duberstein, exjefe de gabinete de Ronald Reagan
que en 2008 votó por Obama. “Lo que ahora sabemos es que esto no
funcionó. Por el contrario, ahora la gente duda todavía más de nuestras
instituciones, en especial del gobierno… Francamente yo dejaría atrás
aquellos días. Olvidaría al presidente transformador y mejor intentaría
ser un presidente negociador, alguien con quien se pudiera acordar. Me
parece que hay una rigidez ideológica que el pueblo estadunidense no
había percibido antes”.
Otros, por el contrario, desearían mayor rigidez ideológica. Norman
Salomon, activista del campo progresista y presidente del Institute for
Public Accuracy, dice que “Obama ha desperdiciado totalmente esta gran
oportunidad” de reinventar a Estados Unidos al no ser suficientemente
agresivo en temas como la opción de la salud pública. “Se ha mostrado
tan reflexivo desde que fue elegido que sólo ha cedido y cedido
terreno”, sostiene Salomon.
Aporreado por ambas partes Obama se ve claramente frustrado y, en
ocasiones, a la defensiva. “Congénitamente los demócratas tienden a ver
el vaso medio vacío”, declaró Obama hace un mes, en un acto para reunir
fondos en Greenwich, Connecticut.
Y añadió: “Si sacamos adelante una histórica Ley de Salud, bueno,
está bien, pero no incluye la opción de la asistencia pública. Si
logramos que pase una inciativa de reforma financiera, entonces, bueno,
yo no entiendo de estas normas derivativas y no estoy seguro de si me
satisfacen. Y, ¡válgame Dios!, no hemos logrado aún la paz mundial. Yo
pensé que eso iba a ser más rápido”.
Rahm Emanuel, primer jefe de gabinete de la Casa Blanca de Obama,
quien renunció en septiembre, dice que las crisis en cascada que afectó
los días iniciales del gobierno cobró una cuota permanente. “Las
semillas de sus actuales dificultades políticas fueron plantadas cuando
dio sus primeros pasos”, comenta.
Funcionarios de la Casa Blanca coincidieron en que no debieron dejar
que el proceso de la reforma de salud se alargara tanto tiempo
esperando un apoyo republicano que nunca llegaría. “La gente siente que
no envió a Obama a Washington para ser legislador en jefe”, comenta
uno de sus principales asesores. Y precisa: “Esto se prestó a que
surgiera la percepción de que no estaba haciendo nada en favor de la
economía”.
Escenarios
Melody Barnes, asesora presidencial en política interna, asegura que
el mayor problema fue que después de ocho años de gobierno de Bush los
partidarios de Obama estaban muy ansiosos de cambiar todo cuanto antes.
“Había una exigencia multiplicada en todas las áreas temáticas
(ciencia, educación, asistencia médica, inmigración). Un enorme deseo
de que todas las cosas se hicieran finalmente. Cada segmento de la
población tenía algo que pedir y que consideraba de la mayor
importancia. En verdad quería que llegara a la meta.”, explica.
Los asistentes de Obama se mostraron más optimistas frente a las
elecciones de 2012 que ante las de 2010 porque creen que el Tea Party
hará que se reelija Obama al empujar al candidato republicano demasiado a
la derecha. Dudan que Sarah Palin se postule y piensan que Mitt Romney
no puede obtener la nominación republicana porque hizo aprobar su
propio programa de salud cuando fue gobernador de Massachusetts. Si
tuvieran que adivinar hoy, algunos en la Casa Blanca dirían que Obama
se verá contendiendo con Mike Huckabee, exgobernador de Arkansas.
Obama expresa su optimismo de que podría hacer causa común con los
republicanos después de las elecciones intermedias de noviembre. “Podría
ser que, independientemente de lo que ocurra en esta elección, se
sientan más responsables ya sea porque no obtengan tan buenos resultados
como esperaban –y eso quiere decir que la estrategia de sólo decir no a
todo y arrojar bombas desde la orilla no les funcionó– o porque tengan
resultados razonablemente buenos, en cuyo caso el pueblo estadunidense
esperará que ofrezcan propuestas serias y que trabajen conmigo de una
manera seria”.
Pero aun si una alianza de esta naturaleza llegara a emerger, los
siguientes dos años serán para cimentar lo que Obama hizo en los dos
primeros y defenderlo frente a los desafíos del Congreso y de las
cortes. En palabras de uno de los principales asesores, “habrá muy pocos
incentivos para plantear grandes cosas en los próximos dos años, a
menos que surja algún tipo de crisis”.
No obstante, los colaboradores de Obama aún miran con desdén la
limitada disposición a ejercer reformas que Bill Clinton asumió después
de las elecciones intermedias de 1994. Emanuel comenta: “No soy de la
opinón de no hacer nada. Creo que uno debe tener una agenda”.
¿Pero qué tipo de agenda? Ni tan amplia ni tan provocadora, sostienen
algunos de los asesores. “Ésta tendrá que limitarse y enfocarse a los
asuntos que son alcanzables y que constituyen una alta prioridad para
los estadunidenses”, afirma Dick Durbin, el demócrata número dos en el
Senado. Daschle considera que Obama tendría que extenderle la mano a sus
adversarios.
Rendall piensa de otro modo. “No preocuparse tanto por el
bipartidismo si los republicanos continúan negándose a cooperar. Haz lo
que tengas que hacer y defiéndete. Deja de estarte quejando de lo que
heredaste. Después de la elección, yo diría que ya no hay que estar
señalando hacia atrás, acusando de todo a la administración Bush. Está
bien hacerlo durante la campaña, pero luego hay que parar. Seguir
haciéndolo constantemente, como nosotros lo hacemos, suena a disco
rayado. Y después de dos años tienes que asumir tu propia
responsabilidad”, plantea.
Obama tendrá que asumir esa responsabilidad dos años más, o seis si
logra encontrar el camino para seguir adelante. Como escritor Obama sabe
apreciar los ritmos de una trama tumultuosa. Pero, ¿quién es realmente
el protagonista? En el fondo este presidente sigue siendo un enigma
para muchos estadunidenses. Durante la campaña hizo promoción de sí
mismo –o de la idea que tiene de sí mismo– más que de cualquier
política en particular. Los votantes se encargaron de completar la
historia al gusto de cada uno.
Ahora la historia se sigue escribiendo. Con cada decisión que toma el
presidente se sigue definiendo, para bien y para mal, en las mentes de
los estadunidenses. Dice que sabe a dónde va y que está incrementando
su velocidad, pese a los obstáculos. Así lo comentó ante un grupo de
visitantes la primavera pasada: “Empiezo despacio, pero cierro con
fuerza”.
Tendrá que hacerlo si quiere que la historia que está construyendo tenga el desenlace que desea. (Traducción: Lucía Luna).
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/84948
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