(apro).- Europa sigue desgarrándose. Sus economías y sus poblaciones
no hallan reposo. Cuando algunos países atisban apenas la salida,
incierta aún, otros se enfilan al despeñadero. El turno es de Irlanda.
Con una población de 4.5 millones de habitantes –apenas
mayor que la del estado mexicano de Michoacán-- y un Producto Interno
Bruto de 172 mil 500 millones de dólares –el 11.5% del producto de
México-- a Irlanda le tocó ahora prácticamente inmolarse para hacerse
acreedor a un rescate de la Unión Europea (UE) por casi 113 mil millones
de dólares (poco más de 85 mil millones de euros) y poder salir de la
asfixia que le produce un dramático déficit público de 32% de su
producto.
De “entre severo y despiadado” calificó la prensa europea el
brutal plan de austeridad que deberá emprender el gobierno irlandés,
que encabeza Brian Cowen: eliminar 25 mil empleos en el sector público;
recortar sin piedad el gasto social en unos 13 mil 250 millones de
dólares (10 mil millones de euros); reducir pensiones y el salario
mínimo y –para completar la socorrida fórmula-- aumentar casi todos los
impuestos, crear otros y eliminar deducciones.
Y lo que vendrá después del rescate es lo que ya vimos en
los demás países europeos que han debido someterse a ajustes drásticos, y
que en México lo vivimos también hace años: la secuela de perdedores y
ganadores. Millones aquellos, muy pocos, pero poderosos, éstos.
Entre los primeros: los que fueron echados de sus empleos y no han
podido colocarse de nuevo, los que tuvieron que dejarle sus casas a los
bancos, los jóvenes que buscan trabajo y no lo encuentran.
Entre los ganadores: los que nunca pierden, porque cuando ocurre que
sus empresas pierden los gobiernos les rescatan. La historia de siempre.
Todo apunta a que el gobierno irlandés concluirá su mandato antes de
término, porque ha perdido el apoyo de los grupos aliados y porque la
población entera está irritada ante el anuncio del ajuste. El gobierno
pagará el costo de haber actuado tarde. Otros gobiernos han privilegiado
sus intereses electorales a los requerimientos de países enteros.
Pero la de Irlanda es sólo un capítulo nuevo de una historia
que no empezó en agosto de 2007 con el famoso estallido de la burbuja
inmobiliaria. En realidad empezó mucho antes. El capítulo uno de la
historia inició cuando los bancos dejaron de otorgar créditos y hacerse
cargo de que se pagaran. En la última década del siglo pasado ocurrió un
fenómeno de gran importancia: los bancos tan pronto formalizaban el
registro de un crédito y entregaban el dinero, lo vendían. Un crédito
era vendido a un vehículo financiero –una filial del mismo banco creada
específicamente para comprarle créditos, cortarlos, rebanarlos y
venderlos en paquetes-- que emitía títulos representativos de los
créditos que empaquetaba y los vendía en el mundo entero.
A este fenómeno financiero los magos bancarios le han
denominado titulización, que indica que cualquier crédito, sin importar
su tiempo de conclusión, 15, 20 ó 30 años para uno hipotecario, puede
venderse; es decir, hacerse líquido, convertirse en dinero, a través de
su atomización en paquetes que estructuran muchos créditos. En la década
de los noventa y la primera de este siglo, el mercado financiero creció
extraordinariamente ya que había una gran cantidad de dinero a la
búsqueda de altos rendimientos y muchos vehículos financieros ofreciendo
esas titulizaciones que otorgaban rendimientos atractivos. El problema
era que también contenían un riesgo: que los acreditados originales no
pagaran.
Los bancos se volvieron originadores de créditos que
inmediatamente distribuían. Al hacerlo recuperaban el dinero que habían
destinado para ese crédito y podían volver a prestarlo. La fuente
principal de ingresos de los bancos dejó de ser el margen financiero,
que es la diferencia entre la tasa de interés que cobran a quien tiene
un crédito y la tasa de interés que le pagan a sus depositantes, pasando
a ser las comisiones y honorarios por dar créditos y luego por
venderlos. El negocio estaba en el volumen y para conseguirlo había que
dar muchísimos créditos, incluso a quienes era probable que tuvieran
grandes dificultades para pagarlo. Al banco ya no le importaba ese
riesgo, porque lo vendería, lo que los llevo a actuar
irresponsablemente.
El centro de la operación bancaria estaba ahora en conseguir
los recursos que pudieran ser prestadas múltiples veces. Los depósitos
de las personas eran completamente insuficientes: había que ir al
mercado de mayoreo de dinero. La operación era la siguiente: los bancos
emitían obligaciones a mediano y largo plazo que pagaban cierta tasa;
los inversionistas las compraban si la tasa era atractiva. El riesgo de
la operación estaba medido por la calificación que le otorgaban agencias
financieras especializadas (Moody’s, Fitsch, Standard & Poor’s).
Así, para prestar los bancos pedían dinero prestado. ¿Quién le prestaba?
Inversionistas institucionales, bancos internacionales, fondos de
inversión libres, fondos de pensión y otros).
Los bancos irlandeses, por ejemplo el Anglo Irish Bank, el
Bank of Ireland o el Allied Irish Banks, dieron créditos hipotecarios a
los habitantes de ese país para que compraran casas y todo lo que
quisieran. Los recursos que esos bancos podían conseguir en Irlanda eran
insuficientes para cubrir la exorbitante demanda de crédito, de modo
que colocaron obligaciones en el mercado mundial. Sus acreedores son
bancos ingleses, alemanes, franceses, fondos de inversión libre, que
fueron los que se quedaron con las obligaciones de esos bancos privados.
Este funcionamiento constituye el primer capítulo de la historia. (Continúa)
o_selley2001@yahoo.com
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