(apro).- El mundo produce los suficientes alimentos como para
satisfacer las necesidades de los 6 mil millones de personas que lo
habitan (incluso alcanzaría para el doble). Sin embargo, hay 925
millones de personas que sufren de hambre crónica.
De acuerdo con la Organización para la Agricultura y la Alimentación
(FAO, por sus siglas en inglés), entre otros organismos, el problema del
hambre reside en el crecimiento económico sin inclusión social. Otras
organizaciones, como el Instituto para la Alimentación y Políticas del
Desarrollo (Food First), afirman que el problema es la estructura misma del sistema alimentario.
“Es una falacia considerar que sólo producir más alimentos es la
salida al hambre. Hay que producir más, sin duda, pero esa no es la
única salida. El problema es de acceso a los alimentos. Tiene que ver
con ingresos, con la pobreza, el desempleo”, dice a Apro Fernando Soto, funcionario de políticas agrícolas de la oficina de América Latina de la FAO.
Estos problemas adquirieron notoriedad internacional por la crisis de
2008. Durante ese año y el siguiente, el hambre aumentó como nunca
antes en la historia de la humanidad y llegó a la cifra de mil 20
millones de personas.
Actualmente India tiene 237 millones de subnutridos (personas que
consumen menos de 2 mil 200 kilocalorías al día), China 130 millones y
la República Democrática del Congo 41 millones (69% de su población).
Con estas cifras el planeta celebra, este sábado 16, el Día Mundial de la Alimentación.
Los factores coyunturales de la crisis, como la entrada de
especuladores a los mercados internacionales o la fabricación de
biocombustibles, pueden agravar el problema.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que entre 20 y 30% de
la subida de los alimentos en 2008 tuvo que ver con la producción de
biocombustibles. Además, agentes externos al sector alimentario obtienen
cerca de 31% de los contratos de mercados a futuro de Chicago, la bolsa
de comercio más importante del planeta.
Si bien la FAO reporta que las cosechas de cereales de este año
(2,239 millones de toneladas) han permitido recuperar el nivel de
reservas de cereales y ayudará a cubrir la demanda del mundo en 2010 y
2011, el peligro de la crisis alimentaria no ha pasado.
Entre diciembre de 2007 y abril de 2008, el precio del arroz subió
76%, el trigo 130% y la soya 87%, de acuerdo con datos de la agencia
Bloomberg. Los precios cayeron en este 2010, pero mantuvieron un nivel
más alto que el de 2006.
“Hay una enorme volatilidad de los precios, alzas y bajas; son las
características de esa crisis (…) La elevación de los precios de la
canasta básica hacen que buena parte de la gente se quede en la línea de
la pobreza. Existe una inestabilidad muy grande en la reducción de la
pobreza con personas que entran y salen de la línea” explica Soto.
A pesar de que los cambios no son tan significativos, dice, hay una
enorme proporción de la población que se mantiene siempre y no sale de
los límites de la pobreza.
Además, el funcionario de la FAO explica que, a pesar de que hay
recuperación económica y crecimiento, los beneficios no son para todos
los que integran el sector de la producción de alimentos.
Explica: “Por un lado hay una enorme concentración de la producción agrícola y de comodities
(los productos que se venden en los mercados de futuros) en pocos
empresarios, pocos productos y pocos territorios enfocados al mercado
internacional; por otro lado, hay una pequeña y mediana agricultura a la
que no se le ha dado su papel en aporte económico ni su lugar en la
solución.
“Estamos en un momento en el cuál la crisis está haciendo reflexionar
temas que antes no estaban colocados, como los de la pequeña
agricultura o familiar, los alimentos básicos, el apoyo a pequeños
agricultores y la importancia de respetar la honorabilidad del
autoconsumo”.
Dios o demonio
Eric Holt-Gimenez, director general del Instituto para la Alimentación y Políticas del Desarrollo, dice a Apro que
para entender los problemas globales del hambre es necesario darse
cuenta de que el actual modelo de producción de alimentos se basa en un
régimen corporativo, dominado por grandes empresas transnacionales.
Este modelo, explica, fue implantado en tres etapas que desde hace 50 años causaron el despojo del campesinado y su marginación.
“La primera fase ha sido la Revolución Verde durante la postguerra, que sustituyó y desplazó los sistemas alimentarios endógenos por el modelo industrial.”
En esta etapa, explica Holt-Gimenez, las compañías de los países
desarrollados monopolizaron las semillas y los insumos agrícolas.
Fundaciones como la Rockefeller y la Ford crearon centros corporativos y
de investigación para industrializar el campo. Por supuesto, los
campesinos no pudieron comprar estos insumos.
“El mismo mercado y el Estado hacían alianza con las grandes
productoras. Eso desplazó al campesinado a nivel mundial hacia las
laderas, la frontera agrícola con tierras pésimas. Así, los campesinos
que habían perdido sus tierras en aras de la industrialización del campo
fueron marginados”.
Por ejemplo, México tenía anteriormente un sistema ejidal que fue
eliminado a la vez que se creaba el Programa Mexicano de Agricultura,
con profesionales que acapararon el material genético del campesinado y
produjeron innovaciones tecnológicas. Pero estas innovaciones
tecnológicas sólo fueron aprovechadas por las grandes granjas que tenían
la capacidad para comprarlas, explica.
La segunda etapa tiene que ver con el mito de que no se produce el
suficiente alimento en el mundo. La ironía, dice Holt-Gimenez, es que el
hambre no fue causada por la falta de producción de comida, sino por la
sobreproducción que después de la guerra generaron los países del norte
y que después colocaron mediante el libre comercio en el sur.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial extendieron
créditos a los países pobres para que siguieran pagando su deuda externa
a los bancos. Estos créditos estaban condicionados con los programas de
ajuste estructural, lo cual implicaba privatizar, revalorizar la moneda
y abrir los mercados nacionales.
Expone: “Quitaron toda la seguridad alimentaria nacional porque
desmantelaron sus reservas. No pudieron proteger con aranceles su propia
producción. La sobreproducción del norte reventó los mercados del sur,
que se volvió más dependiente. En los setenta, el sur producía 4 mil
millones en productos alimentarios. Hoy debe importar 11 mil millones.
“Ese era el objetivo de los mercados globales, controlados por un manojo de monopolios que se hacen más fuertes”, apunta.
Entre esas corporaciones están Bunge, ADM, Monsanto, DuPont, Cargill y
Walmart. Datos recopilados en el libro de Eric Holt-Gimenez, Rebeliones Alimentarias, muestran que Monsanto y DuPont controlan 65% del mercado global de semillas de maíz y 44% del mercado de soya.
De acuerdo con datos de la Red por una América Latina Libre de
Transgénicos, Monsanto controla 90% de los cultivos de soya y 80% del
maíz en Estados Unidos.
Holt-Gimenez explica que estas empresas lograron entrar a los países
en desarrollo mediante la tercera etapa, en la que los Tratados de
Libre Comercio volvieron permanentes y estructurales los ajustes del
libre mercado. Así, cuando subieron los precios en 2007 y 2008, las
causas coyunturales como la especulación y el aumento de la venta de
biocombustibles se montaron en las causas estructurales.
Desde entonces, la población de campo se ha reducido dramáticamente y se seguirá reduciendo. De acuerdo con el artículo El mundo se hace urbano, publicado por el periódico español El País
en abril pasado, la población total campesina de Europa se acerca a los
199 millones, pero se reducirá a la mitad para el 2050. En Asia, la
población rural bajará de 2 mil 400 millones a mil 800 millones en el
mismo periodo de tiempo.
Durante una visita a México en septiembre pasado, el lingüista Noam
Chomsky dijo que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) era culpable del éxodo crónico de los habitantes del campo en el
país. Ya en 2007, en el marco de la entrada en vigor del capítulo
agropecuario del TLCAN, notas informativas preveían el despoblamiento
del campo mexicano en los próximos años.
“Tienen que destruir el campo, es lo que ha hecho el TLCAN, ha
destruido el campo mexicano, despoblado a los campesinos para invertir
en agroindustria, y para justificarlo dicen: ‘nos morimos de hambre,
necesitamos gran producción’”, denuncia Holt-Gimenez.
“Si no los hubieran corrido de su lugar de vida no tendrían hambre”, remata con ironía.
El libro Hambre en el mundo: 12 mitos, de la activista
estadounidense Frances Moore Lappé, identifica como uno de los mayores
problemas del hambre el creer que el libre comercio reducirá los niveles
de pobreza.
Pero el funcionario de la FAO explica a Apro que las
economías del mundo están muy abiertas, por lo que la agricultura
depende mucho de su relación con la exportación e importación de
alimentos.
“Están tan abiertos que ponerse como objetivo la autosuficiencia es
una utopía. No todos producen lo que necesitan. Si ponen trabas en maíz
de tortilla, frijoles o leche se agrava la situación”, dice. “Habría que
ver la cuestión de comercio desde esta perspectiva, no es ni dios ni
demonio”.
El punto de la discusión, opina, es la pérdida de la capacidad de regulación del Estado.
“El tema que deja la crisis en la agenda es, a partir de
economías sumamente abiertas: ¿cuál es el papel de la institucionalidad
del Estado?, ¿qué prácticas condenan a los países? Temas como la gestión
de los mercados y que el Estado vea que los mercados funcionen de una
manera más eficiente y equitativa”.
Reconoce, empero, que el libre mercado no distribuye automáticamente
lo que genera: “Los dos planteamientos que dominaron las últimas dos
décadas eran, uno, que había que aumentar el pastel para después
distribuirlo. No se distribuyó. El segundo, que aumentando la riqueza,
ésta se iba a chorrear automáticamente por todas las capas sociales, eso
tampoco pasó”.
Los dos extremos
El hambre fue definida en 1990 por el Reporte de Nutrición del Life
Sicences Research Office (LSRO) en dos sentidos. El primero la
identifica como “la preocupante o dolorosa sensación causada por la
falta de comida”. El segundo tiene un nivel más social: “El hambre es la
recurrente e involuntaria falta de acceso a la comida de una comunidad
donde la malnutrición es potencial consecuencia de la inseguridad
alimentaria”.
“Es un fenómeno con varias aristas”, señala Soto. ”El hambre es
cuando el ser humano no tiene la cantidad de energía como para
desarrollarse físicamente de una forma normal y adecuada y poder cumplir
con sus funciones.
“El fenómeno global de la desnutrición crónica es la peor de las
caras del hambre (…) Esta fase más dura está en un lado, pero los
países que han bajado la desnutrición crónica infantil han elevado los
índices de obesidad, que trae otras enfermedades provenientes de ella”.
Además de los extremos de la desnutrición crónica infantil y la
obesidad, existen otras dos grandes paradojas sobre el campo: La primera
es que, de acuerdo con la FAO, a pesar de que los campesinos producen
cerca de 60% de la comida del mundo, uno de cada cuatro sufre hambre.
La segunda es la paradoja de las mujeres, quienes producen 70% de los
alimentos de los países en desarrollo, pero poseen una centésima parte
de la tierra y forman la mayor parte de las personas que sufren por
desnutrición, de acuerdo con datos de la campaña organizada por ONG
españolas, denominada “Derecho a la alimentación ¡urgente!”.
Eric Holt-Gimenez insiste: “La clase campesina produce más de la
mitad de la comida mundial, pero pierde el control de la comida al
tenerla que vender barato. Al rato, cuando lo tienen que volver a
comprar, no pueden porque son muy pobres y pasan hambre”.
Debido a ello, Food First insiste en el concepto de soberanía alimentaria en vez del de seguridad alimentaria.
La seguridad alimentaria se definió en la Cumbre Mundial de la
alimentación, en 1996, como “el acceso físico, social y económico a los
alimentos suficientes, nutritivos, que satisfagan las necesidades
energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida
sana y activa”.
Durante la misma cumbre, la organización Vía Campesina propuso el
concepto de soberanía alimentaria, que agrega el factor del control
democrático de los sistemas alimentarios (producción, procesamiento,
distribución y consumo) y la capacidad de los países para definir una
política agraria para su desarrollo sostenible. Cuando el Estado pierde
esta capacidad y los campesinos son desplazados, se pierde.
Pero en el mundo, aclara Holt-Gimenez, los campesinos son los que
menos poder político tienen. Dentro de esos pequeños productores, las
mujeres son las que sufren más, ya que no pueden retener el valor de lo
que producen y deben entregar barata su comida.
Abunda: “Las mujeres son víctimas de discriminación y sexismo. No
tienen poder frente a los hombres y menos pueden retener el poder de su
cosecha. La mayor parte son campesinos y la mayoría son mujeres que no
pueden competir.
“Primero fracasa su modo de vida y luego pasan hambre. No pueden ir a
otro lado porque no hay industria. Van al norte, pero ahí tampoco ya
hay trabajo. Si logramos que el campesino retenga el valor de su
producción saldrá de la pobreza”.
Fernando Soto lo explica así: “Es una paradoja que se debe al patrón
de crecimiento de la agricultura y cómo es vista la seguridad
alimentaría en los países”.
De acuerdo con el experto de la FAO, las condiciones laborales de
los trabajadores agrícolas y rurales han empeorado en vez de mejorar.
Muchos de estos lugares son liderados por mujeres, y estos hogares que
tienen a mujeres como cabeza son los más pobres y vulnerables.
Este trabajo, como el de las mujeres temporeras, no cumple con los
requisitos que establece la Organización Internacional del Trabajo. Los
gobiernos tienen mucha responsabilidad, ya que son los que hacen
cumplir las leyes del campo.
“Se necesita un crecimiento económico con inclusión social, que de
alguna manera mejore la distribución del ingreso y las oportunidades”,
dice. “Para ello, hay que revalorizar la agricultura. Que se deje de
considerar a esas personas minusválidos sujetos de programas sociales,
que sean realmente actores”.
Rebeliones alimentarias
La campaña “Unidos Contra el Hambre 2010”, de la FAO, promueve que
los gobiernos, la sociedad civil y la iniciativa privada deben erradicar
el hambre. De igual manera, es necesaria una visión de género para
erradicar la pobreza e instruir a los campesinos para la mejora de sus
cultivos.
Soto explica que los gobiernos tienen mucho por hacer. Desde generar
empleos dignos, articular la salida de la pobreza y el desarrollo de los
mercados laborales, hasta la ocupación y el empleo digno, que aumenten
los ingresos de los trabajadores.
Además, debe existir un enfoque de derecho en programas sociales que
cubran las necesidades de los más pobres. El tema del campo debe verse
como una cuestión económica también. Y los Estados deben hacer reformas
fundamentales.
Advierte: “Los países tendrán que hacer reformas impositivas, ya que
los que más pagan son los pobres (…) Hay que preocuparse desde cómo
crecemos hasta dónde vamos. Un modelo excluyente no va solucionar el
problema”.
Para Eric Holt-Gimenez la solución debe ser radical, empezando por
sacar la industria de los alimentos de la Organización Mundial de
Comercio, además de mantener el derecho de los países a proteger su
agricultura y limitar a los monopolios.
De acuerdo con él, muchas de las soluciones que ofrecen Estados
Unidos y el Banco Mundial sólo miran las causas coyunturales, pero no
miran las estructurales, como la sobreproducción. “Para ellos hay que
producir más, y se necesita más innovación y más libre mercado”,
asevera.
El director de Food First recomienda una reforma agraria urgente para
dar seguridad al acceso y la tenencia de la tierra. Además, se necesita
dar a los campesinos acceso a crédito, mercados y reservas de granos
controladas localmente. También se necesita una inversión en el campo a
nivel mundial de 4 mil millones de dólares.
“Pero hay que ver cómo se invierte. Si es en transgénicos sólo se
refuerza a los monopolios, para no hablar de los problemas ecológicos.
No necesitamos transgénicos, no producen más ni son de alto
rendimiento”, asegura. “Lo que hay que apoyar es la pequeña producción y
sistemas agro ecológicos, donde el mismo productor controla la
fertilidad, las comunidades de insectos y la calidad”.
Como estas opciones están fuera del modelo corporativo, no son
convenientes para las transnacionales. Existen, además, las trabas
legales existentes desde la ratificación de los Tratados de Libre
Comercio. Debido a esto, la sociedad civil y los ciudadanos comunes y
corrientes tienen un papel preponderante para crear la voluntad política
y equilibrar la balanza, dice el experto.
“Las corporaciones, el capital, los políticos, no van a mover un
dedo ni implementarán una reforma, ni nacional ni internacional, a menos
que haya una mayor presión social”, advierte.
En las crisis de precios de 2007 y 2008 hubo “rebeliones
alimentarias” de personas que salían a las calles para reclamar contra
el sistema político su derecho a la comida. Los países más activos
fueron Haití, Egipto, Indonesia, Bangladesh, India, Pakistán, Tailandia,
Uzbekistán y México. En estas rebeliones, los consumidores tuvieron un
papel preponderante.
“Sin duda, se necesitan consumidores conscientes de lo que comen.
Comer es un acto político y tiene consecuencias políticas y materiales”,
sostiene Holt-Gimenez.
El problema no es de consumo individual, sino de ciudadanía, ya que
antes de ser un consumidor, la persona es un ciudadano que puede formar
parte de los movimientos de soberanía alimentaria y apoyar a los
pequeños productores, a la producción nacional, ya que el sólo hecho de
comer sano no implica que se estén cambiando las reglas del juego,
dice.
Además de los movimientos de soberanía alimentaria y las
organizaciones de comercio justo, las soluciones prácticas para los
campesinos van desde la agricultura de pequeña escala, hasta la
agrotecnología y la aplicación de conceptos y principios ecológicos para
diseñar y administrar agroecosistemas sostenibles.
Como anécdota, Holt-Gimenez recuerda que en la década de los setenta
trabajó como agrónomo en México. Al principio, los campesinos no lo
dejaron tocar sus tierras; entonces se dedicó a trabajar con los niños
en las escuelas. Los pequeños huertos que ahí formó tuvieron éxito con
los pequeños y las madres de casa. Al darse cuenta de los resultados,
los campesinos decidieron intentar tomar las técnicas que los niños ya
aplicaban.
Posteriormente, cuando se trasladó a Nicaragua para realizar
proyectos agrónomos durante la revolución sandinista, se encontró a una
de las niñas de aquel proyecto en México convertida en una técnica capaz
de dirigir proyectos alimentarios.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/84563
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