Entre 1970 y 1988, William
Hartmann, del Centro para Problemas Maritales y Sexuales, en California,
monitorizó el orgasmo de 469 mujeres y 289 hombres voluntarios. El
mayor número de orgasmos en una hora fue de 134 para la mujer y 16 para
el hombre.
El miedo de los hombres a la potencia
arrasadora de la sexualidad femenina ha sido uno de los grandes motivos
para encerrar a las mujeres en el ámbito doméstico, para cubrir sus
cuerpos (desde el velo hasta el burka), para mutilarlos (dos millones de
niñas al año son castradas -ablación de clítoris-
a manos de sus familiares) y para estigmatizarnos como seres más
próximos a la animalidad y la irracionalidad que a la cultura y la
civilización humana.
La mayor parte de los monstruos
femeninos de las culturas patriarcales son seres eróticos, voraces,
insaciables sexualmente, apasionados, crueles hasta el extremo. Las
Gorgonas, las Harpías, las Erinias, las Amazonas, las Sirenas, la
Esfinge, las Succubus, Medusa, las Lamias, las Centaurides, las Empusas,
Artemisa, Afrodita…
Otras diosas monstruosas fueron: Andras,
un Espectro Bisexual; Astartea, el Ángel del Infierno; Gomory, la
Maestra del Sexo; Is Dahut, la Amante Insaciable; Perséfone, la Reina
del Inframundo; Zalir, la Lesbiana, Zemunín, la Prostituta.
Lamia, el Mito de la Vagina Dentada. Es
un personaje femenino de la mitología grecolatina, caracterizado como
asustaniños y seductora terrible.
Otras mujeres malas (malas porque se
sienten libres y actúan como quieren) son Lilith (para la cultura
hebrea) y Eva (para la cristiana), porque con su curiosidad corrompen la
bondad del hombre.
Lilith es considerada la primera esposa
de Adán en la literatura rabínica. En las leyendas populares hebreas es
el espíritu del mal y la destrucción, el demonio animal con rostro de
mujer. Dios no la creó a partir de la costilla del primer hombre, sino
de “inmundicia y sedimento”. Según Erika Bornay (1998),
Lilith y Adán nunca encontraron la paz, principalmente porque Lilith,
no queriendo renunciar a su igualdad, discutía con su compañero sobre el
modo y la forma de realizar su unión carnal.
Lilith consideraba ofensiva la postura
recostada que él exigía. “¿Por qué he de acostarme debajo de ti?”,
preguntaba, “yo también fui hecha de polvo, y por consiguiente, soy tu
igual”. Como Adán trató de obligarla por la fuerza, Lilith, airada,
pronunció el nombre mágico de Dios, se elevó en el aire y lo abandonó.
La diablesa huyó del Edén para siempre y se fue a vivir a la región del
aire “donde se unió al mayor de los demonios y engendró con él toda una
estirpe de diablos”.
Las religiones monoteístas, en general,
se esfuerzan mucho en condenar el deseo de la mujer y en tratar de
constreñir el erotismo femenino a la tarea de la reproducción. Según
Erika Bornay, los penitenciales medievales revelan que el acto carnal
entre un hombre y una mujer no unidos en santo matrimonio era
considerado más grave que el asesinato:
“El continuo apelar a la abstinencia,
esta insistencia en la maldad intrínseca del goce sexual, este desprecio
sin paliativos por la carne necesitó de la figura de un ‘impulsor’, un
culpable, un ser proclive al pecado, que no fuera aquel hombre creado a
’semejanza de Dios’. Se necesitaba de ‘otro’ que por la lógica de estas
filosofías patrísticas, iba a ser otra: Eva, la Mujer. Es en ella en
quien los padres de la Iglesia encarnarán todas las tentaciones del
mundo terrenal, el sexo y el demonio. Y ello pese a que en el Antiguo
Testamento el hombre reconoce a la mujer como su igual”.
La moral patriarcal ha dividido a las
mujeres en dos grupos: las seductoras, que destacan por su erotismo y
sexualidad; sus artes sensuales sirven para desorientar y manipular a
los hombres, que tienen que huir de ellas para no sentirse dominados. Y
por otro lado están las discretas, que aparentan no sentir deseo alguno.
Las primeras son malas porque son promiscuas, y porque no son sumisas a
la autoridad masculina, ni se sienten objeto perteneciente a ningún
dueño. Las segundas son las madres y las esposas, esas mujeres
complacientes y bondadosas que tienen sexo solo por complacer a sus
maridos, no porque lo deseen por ellas mismas.
Esta idea implica que su cuerpo, de
algún modo, no es suyo, sino del hombre con el que se casa, del cura que
la confiesa, del médico que la explora, del gobernador que ejecuta las
leyes, de los parlamentarios que las aprueban. Su cuerpo reproductor es
un bien social, por eso la maternidad se contempla como algo
obligatorio, natural y necesario para las mujeres.
Ya sabemos que a las mujeres que han
elegido un camino distinto haciendo ejercicio de su libertad les ha
tocado morir torturadas, asesinadas, y quemadas en la hoguera. La figura
de la bruja, la vampiresa, la loba, la hiena, ha sido común para
representar a las mujeres con deseo sexual, y forma parte de las
pesadillas del imaginario masculino la mujer a la que ningún hombre
sacia.
En nuestra cultura, las mujeres que han
disfrutado de su cuerpo y su sexualidad han sido siempre estigmatizadas
socialmente como malas mujeres, mujeres de vida alegre, mujeres de la
calle, putas o ninfómanas. En definitiva, las mujeres que se apartan de
sus estereotipos y roles de género, y su función reproductora, son
penalizadas socialmente por ello, y esto ha sido así durante muchos
siglos.
Por eso han tenido que recurrir siempre a
cómplices y ayudantes para poder vivir su sexualidad al margen de la
moral patriarcal. En el caso de las lesbianas, el ambiente doméstico
propició de alguna manera que las mujeres pudieran compartir placeres y
cariño sin la represión masculina, aunque siempre en la clandestinidad.
En el caso de las heterosexuales, son
las alcahuetas, celestinas, criadas… las que ayudaban a las mujeres
recluidas en su casa destinadas a un matrimonio de conveniencia. Ellas
facilitaban los acercamientos masculinos, el establecimiento de las
citas clandestinas, el reparamiento de virgos antes de las bodas, el
adulterio sostenido de las casadas. Y es que la hipocresía cristiana y
burguesa daba por sentado que las mujeres no tenían deseos propios y que
su deber era guardarse del deseo masculino, siempre potente y
desbocado.
El clítoris fue descubierto en el siglo
XVI y redescubierto por la sexología a finales del XIX. El orgasmo
múltiple en el XX. Cuando digo “fue descubierto” me refiero a que lo
descubrió la Ciencia, que hasta entonces había sido exclusivamente cosa
de hombres. Nosotras ya sabíamos lo del clítoris y también conocíamos
los orgasmos múltiples sin que ningún especialista nos tuviera que decir
nada. Pero para la opinión pública supuso un escándalo constatar no
sólo que la sexualidad femenina no es inferior ni más débil que la
masculina, sino probablemente más placentera que la masculina porque la
mujer no se descarga y muere, sino que es capaz de perderse en las cimas
del placer sin descender de ellas durante mucho tiempo.
En el caso de los hombres, el orgasmo es
esencial para la inseminación: las embestidas empujan los
espermatozoides dentro de la vagina. El óvulo de la mujer, sin embargo,
es expulsado naturalmente por el ovario una vez al mes,
independientemente de su respuesta sexual; esto es lo que hace
incomprensible la función del orgasmo múltiple para los científicos.
Según Helen Fisher
(2007), una de las causas del orgasmo femenino radica en el placer que
siente la mujer: “para la mujer el orgasmo es un viaje, un estado
alterado de conciencia, una realidad diferente que la eleva por una
espiral que llega hasta el caos, y que luego le proporciona sensaciones
de calma, ternura, y cariño que tienden a cimentar la relación con el
compañero”.
Otros autores inciden en la idea de que
el orgasmo sacia a la mujer, y eso la induce a permanecer acostada, lo
que impide que la esperma escape del canal vaginal. El antropólogo Donald Symons
piensa que, al no tener el orgasmo femenino una utilidad directa en la
concepción, es un fenómeno anatómico y fisiológico innecesario que ha
subsistido a la evolución femenina solo por su importancia para los
hombres. Como el orgasmo es señal de haber llegado a la máxima
satisfacción, a los hombres les gusta que la mujer lo experimente porque
es la prueba de la gratificación de su compañera, y tal vez porque
suponen que de ese modo tenderá menos a buscar aventuras sexuales.
Desde esta óptica (poco afortunada a mi
entender), el orgasmo femenino sirve o existe para alimentar el Ego del
macho y lo prueba el hecho de que muchas fingen tenerlo para no herir a
su compañero. Catharine MacKinnon, por ejemplo, ve en
la “simulación del orgasmo” una demostración ejemplar del poder
masculino de conformar la interacción entre los sexos de acuerdo con la
visión de los hombres, que esperan del orgasmo femenino una prueba de su
virilidad y el placer asegurado por esta forma suprema de sumisión.
Como el placer femenino no ha de ser
retenido, ni cae en picado como sucede en la eyaculación, la mujer que
disfruta está siempre en el cénit, navegando por las cumbres del
éxtasis. Es, en este sentido, un placer desordenado, sin principio ni
fin: “En su erupción voluptuosa, el cuerpo femenino es desobediencia
civil a la anatomía impuesta; induce metafóricamente una nueva
socialidad, un nuevo exceso; y demuestra lo siguiente, que lo genital y
sus placeres localizados son una limitación a la que un día, hace poco,
obligamos al cuerpo”. (Pascal Bruckner, 1977)
La sexualidad femenina confunde al
hombre, según este autor, porque constituye, aun hoy en día, un tipo de
sexualidad diferente a la suya, un mundo, pues desconocido y temible. El
hombre nunca puede estar seguro de si su aparato sexual va a funcionar
como es debido, si después de una erección podrá lograr otra. A veces se
encuentra atrapado en su propio falo mientras el placer de la mujer se
expande en el tiempo y el espacio: “En los orgasmos de las mujeres
habitan unos universos increíbles de los que nos enamoramos locamente a
pesar de su distancia insuperable. Aun cuando los gestos de la amada
parecen dirigidos y dedicados a nosotros, siguen expresando las oscuras
regiones que nos excluyen”. (Bruckner, 1977)
Las mujeres deben orientar y definir su
erotismo de acuerdo con las normas dominantes y simultáneamente, con las
específicas de su género. Las mujeres tienen así, según Marcela Lagarde,
una doble asignación erótica: tienen deberes, límites, y prohibiciones,
por ser miembros de una determinada cultura, y otros específicos por
ser mujeres.
Una de las razones por las que existen
entre 85 y 114 millones de niñas y mujeres mutiladas en el planeta es
porque se piensa que sin capacidad para tener orgasmo, serán mujeres
fieles a sus maridos. Si se mutilan masivamente es porque se sabe que
todas las mujeres tienen una sexualidad tan “fuerte” o mayor que la del
hombre, y por eso se trata de eliminarla. Porque se entiende el cuerpo
femenino como para ser usado por un hombre, no para ser disfrutado por
la propia mujer. Y también porque se entiende que la sexualidad femenina
ha de ser controlada, constreñida, arrancada, para que no se
desparrame.
Fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/10/01/el-miedo-masculino-a-la-potencia-sexual-femenina/
http://www.elciudadano.cl/2010/10/01/el-miedo-masculino-a-la-potencia-sexual-femenina/
Fuente: haikita.blogspot.com
Texto -de origen externo
Un artículo lamentable, lleno de resentimiento contra los hombres y contra la sociedad.
ResponderEliminarUna parte del artículo dice "Y ello pese a que en el Antiguo Testamento el hombre reconoce a la mujer como su igual”. ¿De verdad esta persona ha leído el Antiguo Testamento? En la Biblia la mujer tiene bastantes menos derechos que el hombre, aunque se le reconocen algunos, es una especie de "ciudadano de segunda". Incluso le tocaba menor porción de la herencia, o si era abusada la casaban con su violador. No entiendo porqué dice que en el Antiguo Testamento se reconoce como igual. Eso es una lectura sesgada. Además la idea de igualdad en el hombre y la mujer irrumpe con la Revolución Francesa, hecha por la civilización occidental que tanto desprecia, no habiendo ni una sola referencia anterior de la idea en el mundo.
"Las segundas son las madres y las esposas, esas mujeres complacientes y bondadosas que tienen sexo solo por complacer a sus maridos, no porque lo deseen por ellas mismas.
Esta idea implica que su cuerpo, de algún modo, no es suyo, sino del hombre con el que se casan ()"
Tampoco estoy de acuerdo con este texto, anclado en el pasado y con graves prejuicios contra le matrimonio y las mujeres casadas y con hijos. Yo soy casado y no me siento dueño del cuerpo de mi esposa, de hecho para tener relaciones procuro previamente ponerme de acuerdo con ella y excitarla, de forma que ella también lo desee. No le hago nada que ella no quiera.
Y esto es así en la mayoría de matrimonios occidentales de hoy en día, en los que la mujer conoce mejor su cuerpo y lo que quiere.
Por tanto no puedo estar de acuerdo con ese desprecio hacia el matrimonio, que parte del punto de que las esposas y madres no disfrutan su sexualidad.
"Su cuerpo reproductor es un bien social, por eso la maternidad se contempla como algo obligatorio, natural y necesario para las mujeres." Insinúa que las mujeres son obligadas a ser madres, y además ve este rol como una opresión. Esto ya parece propio del feminismo radical y del hembrismo, que desprecia incluso a sus compañeras de género por lograr no ya la "liberación" ni la igualdad, sino la superioridad de la mujer. Esta postura me resulta del todo inaceptable.
Además que esta idea es manifiestamente falsa. Todas las madres que conozco querían serlo desde antes incluso de casarse, mi esposa no es una excepción, de hecho en mi familia yo no estaba muy convencido de querer ser padre pero mi esposa sí, ella quería ser madre y para ella la opresión era que se lo impidiera.
En otra parte dice que el orgasmo femenino y masculino es una forma suprema de sumisión. De verdad que el resentimiento contra la vida y la sociedad de la autora del texto es enfermizo. NO ME GUSTA PARA NADA ESTE ARTÍCULO.
Lo peor que al final termina endilgándole a la sociedad occidental la ablación del clítoris practicada por los africanos. Lejos estén de mí "mujeres" semejantes a la autor¿a? de este artículo.