Las maras dejaron de ser un fenómeno de pandillerismo juvenil. Son
ahora organizaciones criminales bien estructuradas que no sólo se
dedican al robo, la extorsión, el tráfico de drogas y los asesinatos,
sino que incursionaron ya en negocios como el transporte y el comercio
al menudeo. Su capacidad para incrustarse en la sociedad sorprende a
autoridades y especialistas: ya hay jóvenes mareros, familias y hasta
comunidades mareras, donde todos –jóvenes y viejos; padres, hermanos e
hijos– pertenecen a estas pandillas.
SAN SALVADOR, 6 de octubre (Proceso).- Domingo caluroso, atardecer
tranquilo y sin el desorden diario del tráfico en la atribulada ciudad
de Mejicanos, ubicada en la periferia norte de la capital. La gente
regresa a sus casas después de acudir a misa, de pasear o de realizar
visitas familiares. Un microbús de la Ruta 47 transporta a unas 25
personas, incluidos el cobrador y el chofer de la unidad.
En una parada dos o tres jóvenes abordan el microbús. Desenfundan
inmediatamente sus armas. Hay disparos. El cobrador cae muerto. Los
jóvenes ordenan al chofer seguir adelante y doblar a mano derecha. El
vehículo avanza 10 metros. El chofer es el siguiente en ser ejecutado.
Le disparan sin mediar palabra… El pánico cunde en fracciones de
segundo.
Abajo, en la calle, otros jóvenes rápidamente rocían de gasolina el
microbús. Uno de ellos, bidón en mano, sube a la unidad y esparce el
combustible por dentro. Moja los asientos y a los pasajeros, a quienes
atemoriza con su arma. Acto seguido, otro de los jóvenes enciende el
fuego... Gritos de espanto desde el interior del microbús...
Las sirenas de las patrullas policiales hacen huir a los victimarios.
Vecinos y policías acuden a socorrer a los que pueden: unos lanzan
cubos de agua, otros sacan y accionan extinguidotes o rompen los
cristales de las ventanas del microbús. Al final rescatan a 13 personas
vivas de entre las llamas. Otras 11 mueren incineradas. De los 13
sobrevivientes, cuatro fallecen después en hospitales.
Ello ocurrió a las siete y media de la noche del pasado 20 de junio.
Al mismo tiempo, pero en una esquina de la vecina colonia Jardín,
también en el suburbio de Mejicanos, otro microbús fue ametrallado. Un
pasajero murió debido a los impactos de bala. La policía sospecha que
fue una acción de distracción con el propósito de que sus agentes se
concentraran momentáneamente en este evento, mientras a unos cuantos
metros ocurre el atentado contra el microbús que dejó estupefacta a la
sociedad salvadoreña.
Esta acción criminal protagonizada por pandilleros ha sido en El
Salvador la de mayor envergadura y salvajismo que haya ocurrido desde la
aparición de las llamadas maras en los ochenta. Sólo hay un antecedente
tenebroso: la matanza del 11 de diciembre de 1981 en el poblado
campesino de El Mozote, provincia de Morazán, ocurrida durante la guerra
civil (1980-1992). Tropas especiales del ejército, comandadas por el
fallecido coronel Domingo Monterrosa, encerraron en un salón de un
convento a decenas de menores de edad y los quemaron con el fuego de
lanzallamas.
El origen
El inspector Juan Bautista Rodríguez Godínez es uno de los fundadores
de la Policía Nacional Civil (PNC) de El Salvador y quizás uno de los
hombres que más conoce de las interioridades, desarrollo e historia de
las dos pandillas principales: la Mara Salvatrucha o MS-13 y la Pandilla
18.
“Es curioso que la MS-13 no reconozca que es una pandilla y a los de
la Pandilla 18 no les gusta que les digan mareros, pero tienen una
historia parecida y sus formas de organización son casi las mismas”,
asegura el jefe policial, quien se ha convertido en el principal
conferencista internacional de El Salvador en el tema de pandillerismo.
De acuerdo con la literatura y los testimonios existentes, la
Pandilla 18 fue la primera en crearse. Fueron mexicanos o chicanos
residentes en Los Ángeles quienes la fundaron. Retomaron el nombre de
una famosa calle de esa ciudad, la 18, que dominaban. En un principio se
dedicaban a organizar bailes y a la venta al menudeo y consumo de
drogas. No eran marcadamente violentas, pero se enfrentaban con otros
pandilleros latinos y negros.
“Fue entre 1992 y 1994 que comenzó a escucharse el término maras en
referencia a la Mara Salvatrucha (MS-13), llamada así porque fue fundada
por salvadoreños en la calle 13 de Los Ángeles, donde tenían su
dominio. La Salvatrucha nació violenta y también se dedicaba a cometer
delitos: robos, asaltos, tráfico de drogas y riñas callejeras”, explica
Rodríguez Godínez.
El flujo migratorio de salvadoreños, guatemaltecos y hondureños hizo
que estas dos pandillas crecieran y que el fenómeno se
trasnacionalizara. Actualmente la Mara Salvatrucha y la Pandilla 18
están presentes en casi todas las ciudades de Estados Unidos, así como
en algunas de Canadá, de México y de Europa, especialmente en España e
Italia. También sus dominios se han extendido en forma de “corredores”
por la región centroamericana: desde Guatemala hasta Panamá.
La palabra mara es un apócope del vocablo marabunta, nombre que se le
da a unas hormigas de la selva sudamericana que arrasan todo a su paso.
Marabunta fue también una famosa película filmada en 1953 e
interpretada por Charlton Heston y Eleanor Parker.
Tras la proyección de aquella película, entre la juventud salvadoreña
se comenzó a usar el término “mara” para identificar a un grupo de
amigos, ya sea del barrio, de la escuela, de la Universidad e, incluso,
del movimiento organizado que luchó contra las dictaduras en este país.
Durante la guerra civil salvadoreña casi un millón de salvadoreños
emigraron a Estados Unidos, la mayoría a Los Ángeles, Washington,
Chicago o Nueva York. Se asentaron en las zonas pobres de esas ciudades.
Entre Estados Unidos y El Salvador se creó un puente de doble sentido:
los indocumentados que llegan a diario después de atravesar México, y
los deportados que son regresados de Estados Unidos, con un puñado de
frustraciones.
“Los deportados que eran pandilleros en Estados Unidos regresaron al
país con una subcultura, con códigos particulares de lenguajes y señas,
así como con tatuajes con letras góticas. Cada vez más indocumentados,
cada vez más deportados, cada vez más fueron creciendo las pandillas
hasta llegar a lo que ahora son”, dice Rodríguez Godínez.
Algo definía a las maras en sus inicios: “la vida loca”. Una manera
de asumir la vida sin rumbo ni límites. En las calles de las barriadas
populares las riñas entre mareros de la Salvatrucha y la 18 eran
comunes. Pronto se propagó el miedo que provocaban con sus cuerpos y
rostros tatuados, así como sus gestos con las manos para identificarse
como miembros de una misma clica o tribu.
Pertenecer a una pandilla representaba para los jóvenes tener una
identidad que no tenían en sus hogares desintegrados. Ser marero era
tener sentido de pertenencia. Habría que jurar lealtad al grupo que al
mismo tiempo brindaba protección y poder.
“Antes, en la Mara Salvatrucha el rito de la iniciación era violento:
13 segundos de golpiza en el suelo. La Pandilla 18 tenía algo
parecido... En la actualidad es diferente: el que ingresa a la pandilla
es enviado a asaltar, a robar o a matar. Asesinar a un policía es como
un ‘gran trofeo’. Las jóvenes mujeres que ingresas o ‘brincan’ a las
maras son violadas por el grupo”, cuenta Rodríguez Godínez.
La violencia que rodea al tema del pandillerismo no tiene precedente
en El Salvador, pese a que esta nación siempre ha tenido altos niveles
de delincuencia y de confrontaciones sociales y políticas.
Pero a causa de la violencia El Salvador es actualmente el país más
peligroso de Latinoamérica, con una tasa de homicidios en 2009 de más de
75 por cada 100 mil habitantes. La Organización Mundial de la Salud
(OMS) indica que una tasa de más de 10 por cada 100 mil habitantes
representa una epidemia.
Metamorfosis
El pandillerismo tiene un origen social: el abandono, la exclusión,
la pobreza y la falta de esperanzas en la juventud, señala Rodríguez
Godínez. Con él coincide la experta en violencia Jeannette Aguilar.
Ambos advierten que el fenómeno ha sufrido una metamorfosis radical:
las pandillas juveniles se convirtieron en bandas del crimen organizado.
“El problema es muy complejo. Y se lo grafico de la siguiente manera
para que haya comprensión de la magnitud del caso: hace pocos años había
jóvenes mareros. Eran rebeldes y estaban en contradicción con sus
familiares y la comunidad. Pero en la actualidad hay familias mareras,
en las que abuelos, padres e hijos pertenecen a las pandillas. ¡Existen
comunidades mareras, donde la mayoría de las familias pertenecen a las
pandillas y se ha creado una red social peligrosa!”, dice Rodríguez
Godínez.
Agrega: “Antes, por ejemplo, había clicas o tribus en comunidades y
barrios, pero en la actualidad existe la unificación y coordinación de
las clicas en lo que ellos llaman ‘programas’. Se forman así especies de
pelotones en los que cada cual juega un papel: vigilancia, venta de
drogas, robos y sicariato”.
Precisa: “El Programa de Tecla, en el centro del país, es de la Mara
Salvatrucha y abarca desde la norteña provincia de Chalatenango hasta
Cuscatlán, así como San Salvador y La Libertad. Ahí hemos contabilizado
cerca de 60 clicas”.
Las investigaciones realizadas en El Salvador revelan que la Mara
Salvatrucha 13 y la Pandilla 18 absorbieron al resto de las pandillas
históricas: Mau-Mau, Chancleta y Latin King. Además, este ya no es sólo
un fenómeno urbano sino también rural.
“Es una gran cadena social: existen los ‘palabreros’, que son los
reales jefes de las maras. Éstos son los que controlan a los jefes de
los ‘programas’ y éstos a los jefes de clicas. En las clicas hay hombres
y mujeres, viejos, jóvenes y hasta menores de edad. Es como un
enjambre, como una metástasis expandida… algo complejo”, expresa el jefe
policial.
Jeannette Aguilar, directora del Instituto Universitario de Opinión
Pública (Iudop) de la jesuita Universidad Centroamericana (UCA), reitera
que es un fenómeno social extendido pero también abandonado largo
tiempo y al que sólo se ha querido frenar por medio de la represión a
través de las políticas de “mano dura” y “leyes antimaras” que lejos de
resolver el problema lo hicieron más complejo.
Esas políticas represivas –iniciadas con el gobierno de Francisco
Flores (1999-2004) pero que continúan hasta la fecha– mantienen a cerca
de 7 mil líderes de maras en las cárceles. Sin embargo, el fenómeno no
ha disminuido.
“En la actualidad, uno de los delitos más extendido de las maras es
la extorsión. Ellos antes extorsionaban o pedían la cora (25 centavos de
dólar); ahora no, ahora cobran entre 20 y 25 dólares por los pequeños
negocios (tiendas y restaurantes) y la misma cantidad por autobús y
microbús”, asegura el jefe policial.
Empresarios del transporte colectivo indican que por este fenómeno
anualmente tienen una pérdida de unos 9 millones de dólares, lo que ha
sido corroborado por el director general de la PNC de El Salvador,
Carlos Ascencio. También lo confirma un estudio elaborado por el general
retirado de Estados Unidos, Richard B. Goetze Jr., y el médico, también
estadunidense, Thomas Bruneau. Tal documento fue publicado en el diario
de mayor circulación de Honduras, La Prensa.
El estudio dice que “estos grupos delictivos (maras) tienen a su
merced al transporte en Honduras, Guatemala y El Salvador”. Incluso,
“compiten con empresarios del transporte colectivo”, por medio de
pequeños negocios y a través de las extorsiones.
Agregan los estadunidenses que información de inteligencia de la
policía de Honduras indica que la Mara Salvatrucha ha amasado tanta
fortuna, producto de las extorsiones y tráfico de drogas en
Centroamérica, que está invirtiendo en el transporte ejecutivo,
ordinario y de carga.
“Los mareros, después de ser utilizados como mulas del narcotráfico o
como sicarios, se cansaron de servir a los cárteles de la droga y
ahora, en forma exclusiva, distribuyen y transportan drogas y armas en
Centroamérica. Y actualmente tienen capacidad empresarial”, asientan los
especialistas estadunidenses.
Agregan: “Está de más decir que (los maras) compiten injustamente.
Emplean la violencia contra los competidores y se alquilan a otros
negocios, como las compañías de autobuses, para intimidar a la
competencia”.
En El Salvador la policía confirma que los mareros tienen negocios en
el transporte, pequeños comercios como panaderías, locales que venden
CD y DVD, talleres de reparación de vehículos o servicios de lavado de
autos. La mayoría de éstos son lícitos, aunque “hay otros que no lo
son”.
“También tienen negocios con los abogados que los defienden en los
tribunales. Tienen tanto poder que cuando cae preso un marero, los
líderes le pagan a un abogado para que lo defienda y mantienen a la
familia. Además de que se le envía dinero al presidio”, detalla
Rodríguez Godínez.
Las autoridades salvadoreñas, encabezadas por Mauricio Funes –el
primer presidente de izquierda que gobierna El Salvador en toda su
historia–, han desencadenado una lucha más profunda contra el
pandillerismo.
El pasado domingo 18 de septiembre entró en vigencia la llamada Ley
de Proscripción de Maras, Pandillas, Agrupaciones, Asociaciones y
Organizaciones de Naturaleza Criminal, con la que el gobierno cree que
pondrá un freno al poder de las bandas delincuenciales.
En adelante todo aquel a quien se le compruebe que es miembro de una
pandilla o mara podría ser sometido a juicio y ser condenado a entre
tres y seis años de prisión; igual pena podrían cumplir aquellos que
respalden, apoyen o financien a estos grupos delictivos.
La nueva ley incluirá la extinción de dominio de capitales y bienes
surgidos o fundados con dinero procedente de extorsiones o secuestros
realizados por los pandilleros, según explica el viceministro de
Justicia y Seguridad, Henry Campos.
Campos también explica que estas medidas para extinguir el dominio de
los mareros, así como controles más rigurosos en las cárceles, desde
donde salen muchas órdenes para cometer delitos, pueden ayudar a
combatir de manera eficaz el crimen y menguar la violencia.
Además informó que el gobierno elabora una Ley de Prevención y
Rehabilitación de los pandilleros con el propósito de apuntalar las
medidas sociales para el mejoramiento de la vida en las zonas marginales
que históricamente han estado excluidas de todos los planes de
desarrollo nacional. “Hoy la visión es de integración social”, ha
recalcado el presidente Funes.
“Es un gran problema al que nos enfrentamos. Es difícil la
rehabilitación porque aquel que se mete a una pandilla sabe que no hay
vuelta atrás... No se puede renunciar. El marero no tiene amor a la
vida; sabe que la suya será muy corta. Imagínense que el microbús que
fue incendiado con la gente adentro fue por un acto de venganza contra
la pandilla que reside en la zona. Fue un hecho inaudito, que no tiene
lógica”, finaliza el experto Rodríguez Godínez.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/84140
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