Sólo las circunstancias menores del relato cambian: unas gotas de
lluvia, día sábado y un viento por momentos helado entre dos rayos de
sol. La trama central fue la misma que hace cuatro días: una multitud
ocurrente y chispeante llenó por octava vez las calles de decenas y
decenas de ciudades francesas en contra del proyecto de reforma del
sistema de jubilaciones.
El martes pasado hubo cerca de tres millones y medio de personas
–fuentes sindicales–, este sábado la cifra se repitió como una melodía.
Las centrales sindicales hablan de poco más de tres millones, la policía
bajó la cifra a menos de 900 mil. Ni con la mejor intención de
neutralidad se podría creer en semejante cálculo oficial. Además de la
presión de la calle, Nicolas Sarkozy enfrenta la eventualidad de la
falta de combustible debido a que las 12 refinerías de Francia están en
huelga. Ante el temor del desabastecimiento, las colas en las estaciones
se servicio se alargan. La gente grita en la calle y Sarkozy mantiene
el camino trazado: las cotizaciones para jubilarse se extenderán de los
60 a los 62 años y de 65 a 67 para cobrar un sueldo pleno.
Una de las pancartas que abrieron la marcha parisiense bajo una
lluvia copiosa decía: “Por una vida después del trabajo”. Ningún cartel o
pegatina resume mejor la persistente voluntad que, dos veces por
semana, mueve a la gente a salir a la calle. En los últimos siete días
cerca de 10 millones de personas manifestaron en 200 localidades del
país. Ayer, en París, empezó a escucharse esa célebre frase que dice
“hasta la victoria”. No se intuye ningún desgaste entre los
manifestantes.
Un sindicalista de la CGT explicaba en medio del griterío: “No
tenemos que parar nosotros, sino parar el país. Rutas cortadas por los
transportistas, aeropuertos cerrados por falta de combustible, trenes en
el andén, universidades cerradas, funcionarios y sector privado de
manos caídas. Sólo así entenderán que no queremos cotizar más, sólo así
aplazarán la ley”.
Un profesor que marchaba a su lado con un megáfono repetía: “Huelga
general, hasta la victoria”. A la manifestación de ayer se sumaron
trabajadores del sector privado, jubilados y una masa consistente de
jóvenes, entre 16 y 23 años. Una chica llevaba un cartel que rezaba:
“Papá, mamá, les voy a obtener la jubilación a los 60 años”. El
secretario general de la CGT, Bernard Thibault, dijo: “Los trabajadores
están determinados a que se los escuche”, y reiteró el pedido de que se
retire el proyecto de ley. Ese gesto es improbable.
El carácter emblemático de la reforma conduce a Nicolas Sarkozy a
llevarla hasta el final, incluso si tiene a la mayoría de la población
en contra, incluso si su promotor, el ministro de Trabajo Eric Woerth,
está cercado por las sospechas y las acusaciones de colusión con la gran
burguesía (el escándalo L’Oréal). El Partido Socialista reclamó que se
suspenda la discusión en el Senado. El PS inscribe su posición en la
fisura sindical: por un lado están los que exigen el retiro de la ley,
por el otro la suspensión de los debates para negociar con el gobierno.
El Ejecutivo hará pasar la ley cueste lo que cueste. La situación es
rocambolesca. El pueblo está en la calle, al igual que la mayoría de
los miembros del gobierno. Una buena parte de los ministros tiene las
valijas hechas esperando que se apruebe la ley y que Nicolas Sarkozy
nombre un nuevo Ejecutivo para pasar a otra cosa y desplegar la
estrategia para su reelección (2012).
Las manifestaciones perturban los planes, pero el programa está
trazado. El próximo martes 19 habrá otra jornada de huelgas y
manifestaciones y el miércoles 20, el Senado aprobará la ley. Nicolas
Sarkozy habrá llevado a la población a niveles de exasperación, de odio y
de decepción pocas veces vistos en la historia. Muchos de los que ayer
manifestaban contra él creyeron en el sueño que les propuso en 2007:
“Trabajar más para ganar más”.
“Ha sido una estafa, una burla demasiado tajante”, dice Jean Paul,
un empleado del sector privado que votó a Sarkozy con los ojos cerrados.
“Trabajo más, gano menos, todo cuesta más caro y encima quieren que
siga aportando para jubilarme. ¡Un disparate!”, dice enojado. A falta de
frenar la ley, la confrontación le dio cuerpo a una decepción que,
semana tras semana, los sondeos reflejan con una persistencia
inamovible. Los sindicatos saben que no torcerán el brazo del poder y ya
buscan una forma de elaborar una salida honrosa y seguir el combate por
otros canales. Es improbable que haya desabastecimiento. La policía
controla los accesos a los depósitos.
Ayer, la ministra de Economía, Christine Lagarde, aseguró que había
reservas para varios días. Sólo el aeropuerto de Roissy sufre una
penuria de abastecimiento seria. Apenas le queda combustible hasta el
martes. El presidente francés apuesta por rearmar su artillería
electoral una vez que la ley sea ley. Tal vez, sus consejeros piensen
que tienen una receta mágica y ya sepan de antemano cómo harán para que,
dentro de menos de dos años, las apretadas y rencorosas multitudes que
hicieron de Sarkozy el objeto de todos los odios den vuelta su posición y
voten por él. Si así ocurre será un acto de magia inédita en la
historia de las democracias occidentales. Por ahora, el pueblo está en
la calle, sólidamente aunado en contra de quien busca que lo elijan una
vez más.
Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-155168-2010-10-17.html
Foto:
EFE
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