“Estas son nuestras únicas armas”, gritó Reuven Moskovitz a los
soldados israelíes que abordaban el catamarán “Irene”el pasado 28 de
septiembre, mientras alzaba su armónica. Antes había empleado el
instrumento para entretener a sus compañeros de viaje, todos ellos
judíos, durante la travesía que debía concluir en la Franja de Gaza,
pero que fue interrumpida por el ejército hebreo.
Moskovitz, superviviente de un gueto nazi en Rumanía, pionero judío
en Palestina y ciudadano israelí, se siente un exiliado en su propia
tierra. Una tierra a la que ama y en la que cree que hay sitio para
todos, también para la paz. Hablamos con él a su regreso a Jerusalén,
con los recuerdos del viaje aún muy vivos.
Señor Moskovitz, usted tiene 82 años y problemas de corazón.
¿Dudó a la hora de decidir si participaba en este intento de romper el
cerco de Gaza?
No tuve ninguna duda para decir que sí. En el judaísmo un héroe no es
alguien que mata a su enemigo, sino aquel que convierte al enemigo en
amigo. Los escépticos dicen que quien piensa así es un niño con arrugas.
Puede ser que yo lo sea porque creo que nuestra responsabilidad es
enfrentarnos al odio, al racismo a los abusos de derechos humanos. No
duermo bien pensando que tengo una buena cama y que en Gaza hay 800.000
niños bajo el bloqueo. En Israel celebramos una festividad detrás de
otra, yo mientras tanto pienso en esos niños, quizás porque yo sentí lo
mismo en mi infancia. Fuimos expulsados de nuestro pueblo, nos privaron
de nuestras casas y de todo lo que teníamos, viví cinco años en un
gueto.
No pudo llegar a ver a esos niños, porque el “Irene” fue
interceptado a pocas millas del puerto de Gaza y ustedes fueron
trasladados por la marina a la ciudad israelí de Ashdod. Ustedes han
denunciado la “brutalidad innecesaria” empleada por los soldados, que
golpearon a los compañeros más jóvenes y emplearon electrochoques contra
uno de ellos. ¿Esperaba otra reacción?
Nos trataron como si fuésemos enemigos, a pesar de que habíamos
subrayado una y otra vez que no queríamos violencia, que si el ejército
israelí insistía en desviar nuestro rumbo, lo haríamos bajo protesta,
pero no nos rebelaríamos violentamente.
Pero no nos preguntaron apenas, nos obligaron a detenernos
inmediatamente a pesar de que les recordamos que estábamos en aguas
internacionales, bajo bandera británica en el barco.
Cuando la marina israelí inició su operación, decidimos sentarnos en
la cubierta, abrazarnos y cantar una canción hebrea cuya letra dice ´os
traemos la paz´. Pero nos trataron como a piratas.
Esperaba que nos nos dejaran continuar, pero no el nivel de
brutalidad que mostraron. Empezaron a tirar los teléfonos, sacar los
cables, aislarnos del mundo. Y eso a pesar de que ocurrió en un tiempo
muy especial para nosotros, después del año nuevo judío y el Yom Kipur,
la época de la reflexión y del arrepentimiento.
En Israel se emplea mucho el concepto de “disparar y luego llorar” y
eso fue precisamente lo que hicieron. Nos abordaron violentamente,
arrojaron cosas al agua, pero, de pronto, cuando ya nos conducían a
Ashdod, empezaron a ofrecernos comida, bebida, me preguntaron si
necesitaba un médico. Yo les pedí que me dejaran en paz, no quería nada
de ellos.
Y ¿qué habría pasado si les hubiesen dejado continuar?
Habría sido algo muy sanador. Representantes de Hamas ya había dicho
que estaban dispuestos a dejarnos entrar en Gaza. Y eso es lo que quería
evitar nuestro gobierno, las imágenes de la llegada, mostrar que
incluso los miembros de Hamas son personas, que no tiene sentido seguir
siendo enemigos para siempre. Para evitar las imágenes, también se
deshicieron de las fotos y testimonios grabados en el barco.
Cuando se anunció oficialmente la salida de un barco desde
Chipre con diez judíos a bordo para tratar de burlar el cerco de Gaza,
una de las cosas más destacadas por los medios fue la presencia de un
superviviente del Holocausto. Algunos oficiales del ejército dijeron que
usted no había aprendido de su propia historia. ¿Qué opina al respecto?
Es exactamente lo contrario, están tan borrachos de poder, tan
seguros de tener el control, que les cuesta entender que un judío
israelí, que es libre y tiene todo lo que necesita para vivir y comer,
se ponga del lado de los palestinos. Pero eso es exactamente lo que
pasa, si alguien no tiene ni idea de lo que es ser tratado como un
esclavo no me puede entender.
Sí, yo comparo, aunque no sean situaciones exactas. Está claro que
Israel no es un Estado Hitleriano, no es una dictadura. Pero, en todo
caso, es un proceso continuado. Hace diez años era imposible creer que
seríamos capaces de estar tan preparados para disparar y matar como lo
hacemos ahora. El nacionalsocialismo no empezó con Auschwitz, si no
diciendo que los judíos son el enemigo, los representantes del mal. Hoy
ese enemigo es Hamas. No acepto la forma de resistencia de Hamas, pero
hay que ser conscientes de que eso no viene de la nada. Perdieron su
tierra, perdieron su dignidad, perdieron sus propiedades. No acepto
todas las formas de resistencia, pero tengo que intentar comprenderlos y
buscar siempre un camino para dejar de ser enemigos y compartir esta
tierra.
Cuando nosotros los judíos aún estábamos en Alemania, en Rumanía y en
otros países europeos, los líderes árabes aseguraban que aquí, en esta
tierra, no había sitio “ni para un gato más, que todo estaba tan lleno
que no cabía nadie más. Era en la década de los treinta, cuando no había
aquí más de 400.000 judíos y 800.000 palestinos quizás un millón. Ahora
hay siete millones de personas en Israel, tres millones de palestinos
en los Territorios Ocupados. Y seguro que caben tres millones más.
Usted fue un pionero judío en Palestina, ¿cómo pensaba entonces que se desarrollaría la historia?
Llegué aquí por primera vez hace 62 años y desde el comienzo hubo una
demonización de los otros. Es verdad que los palestinos no aceptaron la
inmigración de judíos, pero cualquier persona con corazón podría
entender que tenían miedo de perder su tierra. Y pasó eso exactamente.
Quizás no pudieron entender que eramos refugiados, oprimidos que salieron huyendo.
Pero en nuestro mundo no hay comprensión por el sufrimiento ajeno, sólo por el propio.
Y, ¿por qué se quedó?
¿A dónde ir? Sabe, no todo lo que nuestra Biblia nos cuenta es una
verdad histórica. Pero hay un mito, una muy antigua tradición, una
memoria de los antepasados que vivieron en esta tierra, una tierra que
perdimos cuando Dios nos castigó por no obedecerle.
De niño, en Rumanía, rezaba tres veces al día para pedir el regreso a
la tierra de nuestros antepasados. Aun así, amaba Rumanía, me sentía
parte de ese país, incluso llegué a cantar el himno nacional para el
rey. De no ser por la persecución nazi, los judíos habrían estado
contentos de quedarse donde estaban.
Pero ocurrió y llegamos a una tierra hacia la que sentíamos un
profundo sentimiento de pertenencia. No vimos el problema de que
vendríamos en lugar de los palestinos, yo y otros vinimos para vivir
junto a ellos.
La tragedia es que los humanos olvidan, cuando son débiles piensan
que nunca repetirán lo que les están haciendo, pero cuando se hacen
fuertes olvidan la generosidad.
He leído que, después de pasar una temporada en Europa,
regresó en 1949 al kibutz (granja colectiva) que había ayudado a crear.
Descubrió allí un sillón nuevo y cuando preguntó de quien era, le
explicaron que había pertenecido a sus ´vecinos´, los palestinos de un
pueblo cercano que quedó vacío tras la creación del Estado de Israel.
Usted empezó entonces a cuestionarlo todo y terminó siendo expulsado del
kibutz. ¿Desde entonces ha ido contracorriente?
Es verdad. Tengo sentimientos encontrados, amo realmente esta tierra, pero no puedo soportar la frialdad y la cortedad
de miras de mi gente hacia los palestinos.
Soy un exiliado en mi propia tierra. Pienso que Israel o Palestina es
mi país, pero frente a la política, me considero un disidente, no estoy
dispuesto a aceptar que somos los dueños y los palestinos los
sirvientes. Mire este hotel donde estamos ahora, todos los clientes son
judíos, los miembros del servicio son palestinos.
Usted fue uno de los fundadores de Neve Shalom, una
cooperativa situada entre Jerusalén y Tel Aviv en la que viven judíos y
palestinos con pasaporte israelí. Unas cuarenta familias que conviven
día a día. ¿Se trata de un proyecto esperanzador o sólo de una
iniciativa con buenas intenciones y poco efecto?
Neve Shalom no es algo perfecto, pero es un modelo de cómo deben vivir los seres humanos juntos, compartir la tierra, la vida.
Es verdad que no cambia mucho, ni siquiera hay siempre buenas
intenciones. Allí viven hoy mitad judíos y mitad palestinos. Pero en
cuanto tienen buenas casas y jardines, ya les faltan las ganas de
desafiar a la política, de intentar cambiar algo o abrirse a los demás.
Intento desde hace años desarrollar allí un proyecto que no todos
están dispuestos a apoyar. Un proyecto relativo a las narrativas
históricas de ambos lados, puesto que creo que ninguna cuenta toda la
verdad.
¿Ese modelo y otras iniciativas pueden realmente llegar a cambiar la situación desde dentro?
No creo que la solución pueda venir de dentro. En los dos lados hay
una necesidad de superar el miedo y se hace a través del nacionalismo,
del fundamentalismo. Es absurdo, todos piden al mismo Dios que acabe con
su enemigo. A fuerza de usar el ojo por ojo, vemos sin ver. Sufrimos la
enfermedad del “Elogio de la ceguera”, la novela de Saramago.
La diferencia es que no hay simetría, los palestinos son los que
sufren, nosotros somos los opresores. También nosotros tenemos derecho a
existir, pero no tenemos derecho a quitárselo a los palestinos.
Fuente, vìa :
http://periodismohumano.com/en-conflicto/%E2%80%9Cestas-son-nuestras-unicas-armas%E2%80%9D.html


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