“Dios condena a la mafia”, dijo Benedicto XVI el domingo 3 durante su
visita a Sicilia, bastión de la Cosa Nostra. Sin embargo, los capos de
la mafia no sólo profesan la religión católica y participan de sus
ritos, sino que la utilizan para limpiar su imagen y ganar consenso
social. Lo hacen con la anuencia y a veces con la complicidad de
clérigos y jerarcas de la Iglesia.
PALERMO, 11 de octubre (Proceso).- “La mafia es incompatible con el
Evangelio y sépanlo bien: Dios condena a la mafia”, advirtió el Papa
Benedicto XVI el pasado domingo 3 ante miles de personas que lo
recibieron en la capital siciliana a la que fue por primera vez en
visita pastoral.
Joseph Ratzinger condenó las actividades del crimen organizado:
“Quien hace el mal se debe avergonzar”. Y pidió a los jóvenes sicilianos
no ceder “a la sugestión de la mafia, que ofrece una vía de muerte,
incompatible con el evangelio”.
El sacerdote Antonio Dell’Olio, responsable del área internacional de
Libera –asociación civil de más de mil 500 agrupaciones italianas que
luchan contra las mafias–, dice a Proceso que celebra la posición de
Benedicto XVI pero le criticó que tardara tanto en hacerla pública y que
dicha posición careciera de fuerza, pues en el sur de Italia los capos
exhiben desde hace décadas su religiosidad y se sirven de ella para
llevar a cabo sus actividades.
Un caso emblemático es el de Bernardo Provenzano, “capo de capos” de
la Cosa Nostra, quien utilizaba frases de la Biblia escritas en
pequeños papelitos –llamados pizzini– para enviar órdenes y mensajes.
Los papelitos circulaban de mano en mano y eran recibidos como si
fueran sagrados.
Cuando la policía detuvo a Provenzano la mañana del 11 de abril de
2006, éste escribía uno de sus pizzini. Junto a él tenía una Biblia en
la que aparecían subrayadas frases que utilizaba en sus mensajes.
A través de los pizzini llenos de frases bíblicas y números cifrados,
Provenzano enviaba órdenes para extorsionar un comercio o cometer un
asesinato, se comunicaba con los jefes de cada barrio y también
transmitía saludos y mensajes a su esposa e hijos.
La policía buscaba a Provenzano desde 1963 por asociación mafiosa,
tráfico de estupefacientes, delitos contra el patrimonio, homicidio,
portación ilegal de armas, tentativa de homicidio, robo y extorsión. Por
todo ello la justicia italiana lo condenó a cinco cadenas perpetuas.
Pero ante la Iglesia era un buen hombre y un buen padre de familia.
Así lo afirmaban en las misas dominicales los párrocos de Corleone, su
pueblo natal, y de Brancaccio, barrio donde se escondió durante años.
“El pacificador”
Como Provenzano, todos los dirigentes de organizaciones criminales se
dicen creyentes, acuden a misa, bautizan a sus hijos, hacen votos
religiosos…
Alessandra Dino, profesora de sociología jurídica de la Universidad
de Palermo y autora del libro La mafia devota (2008), dice a Proceso que
los miembros del crimen organizado se han acercado a la Iglesia
católica para tener “consenso social”.
“La religiosidad otorga identidad y fortaleza a las organizaciones criminales”, sostiene.
Recuerda que la imagen y la credibilidad de la Cosa Nostra sufrieron
un gran deterioro en los ochenta y principios de los noventa, periodo
de matanzas y asesinatos. Encabezaba la organización Salvatore Riina,
Totó. Fue cuando asesinaron a los magistrados de Palermo Giovanni
Falcone (23 de mayo de 1992), y Paolo Borsellino (19 de julio de 1992)
por lo que llevaron a la cárcel a los capos de la organización y su
estructura y operaciones quedaron afectadas.
Casi un año después, el 9 mayo de 1993, Juan Pablo II visitó Sicilia y
ante miles de fieles lanzó la crítica más dura contra esa mafia que
pontífice alguno haya hecho:
“Los culpables de perturbar la paz, esos que portan en su conciencia
tantas víctimas humanas, deben entender que no se permite matar
inocentes (…) Dios dijo una vez ‘no matarás’. Ningún hombre, ninguna
aglomeración humana, ninguna mafia, puede cambiar ni enterrar este
derecho santísimo de Dios.
“Este pueblo siciliano, este pueblo que ama la vida, que da la vida,
no puede vivir siempre bajo la presión de una civilización contraria,
civilización de la muerte; aquí se necesita la civilización de la vida”.
Y agregó: “En el nombre de este Cristo que es vida y verdad le digo a
los responsables: conviértanse, que vendrá el juicio de Dios”.
En respuesta, el 17 de julio de ese año la Cosa Nostra cometió tres
atentados con coches-bomba. Las explosiones fueron casi simultáneas: una
en Milán y dos en Roma. En la capital italiana los objetivos fueron
templos: la iglesia de San Jorge al Vélabro y la basílica de San Juan de
Letrán, donde hubo tres heridos, un cráter de cuatro metros de
profundidad y graves daños a la fachada del inmueble.
Provenzano sustituyó a Totó Riina como “capo di capi” de la Cosa
Nostra. Optó por cambiar la imagen de la organización. Alessandra Dino
recuerda que Provenzano se convirtió en “el pacificador” y se presentó
como un padre bueno que leía el Antiguo Testamento.
“¿Por qué lo hizo? Porque de este modo acreditó una imagen y dio a la
organización una identidad que había quedado muy lastimada después de
las tragedias del 92”, dice la investigadora en referencia a los
asesinatos de Falcone y Borsellino. “La gente ya no les creía (a los
mafiosos). También ellos estaban en crisis”, apunta.
Ambigüedad
De acuerdo con cientos de investigaciones llevadas a cabo por las
procuradurías de la región de Sicilia, así como por numerosas
confesiones de colaboradores de la justicia, capos de la mafia y
ministros religiosos han caminado por el mismo andén… a veces tomados de
la mano.
Dino sostiene que los miembros de las mafias creen realmente en Dios y
se encomiendan a Él, a los santos y a la virgen. Dice que la causa de
su religiosidad no es la culpa o el arrepentimiento por sus acciones
criminales. No hay conflicto moral alguno, pues desde su punto de vista
“ellos han sido llamados para llevar a cabo una ‘justicia’ social,
haciendo ver que el Estado no resuelve los problemas más inmediatos” de
las familias sicilianas, como el del desempleo.
El pasado septiembre, Sicilia alcanzó un índice de desempleo de 43% y
quedó entre las 10 regiones europeas más golpeadas por la
desocupación.
Pero el argumento de que la mafia crea empleos es tramposo: el
“trabajo” que ofrecen está ligado a la explotación laboral, la
extorsión, los asesinatos y otros delitos.
Dino sostiene que el hecho de que la Iglesia haya acogido a miembros
de esa organización ha contribuido a lo largo de los años a que la
sociedad se sienta confundida en este tema.
La investigadora pone un ejemplo de esa “confusión social”: la fiesta
de Santa Ágata en Catania. Se trata de la segunda fiesta religiosa más
importante de Europa por el número de devotos (1 millón) que asisten a
esta ciudad siciliana durante los primeros días de febrero para rendir
honores a la virgen.
De acuerdo con investigaciones de la Procuraduría de Catania, entre
1999 y 2005, la organización de esa fiesta estuvo a cargo del capo en
turno. Los negocios en torno a la celebración eran controlados por las
familias de las mafias locales.
Por ejemplo, los clanes de la Cosa Nostra monopolizaban, en
complicidad con la Iglesia, la venta de las velas y veladoras,
importantísimas para la procesión. Nadie que no perteneciera a estos
clanes familiares podía vender esos productos. Las ganancias fueron
millonarias.
Según Dino, en 2004, esa fiesta tuvo una particularidad: para
festejar al capo Giuseppe Mangion, mejor conocido como zu Pippo, la
procesión cambió su tradicional ruta para que la virgen hiciera una
parada frente a la casa del mafioso. El arzobispo pro témpore de
Catania, Salvatore Gristina, encabezó la procesión.
“Hay otros lugares donde las procesiones se hacen en las residencias
de los capos”, dice Dino. Y subraya que muchos de ellos aprovechan las
fiestas religiosas para pasar la estafeta del mando a alguno de sus
hijos. Así, dice, ante toda la población, los capos transmiten el poder a
sus herederos.
Recuerda que ello ocurrió con Giuseppe di Cristina, capo de la
localidad de Riese. “Cuando decidió que su hijo Salvatore sería el jefe
transmitió el poder delante de todos”. A juicio de la investigadora eso
ejemplifica el poder que los capos atribuyen a esos ritos.
“Si yo, mafioso, en la importantísima fiesta de Santa Ágata, hago
desviar a la virgen para que pase por mi casa, ¿qué tipo de mensaje doy a
la población? Pues que soy superpoderoso, que soy una persona de bien y
que tengo el apoyo de la Iglesia católica”, explica Dino.
La investigadora dice que las mafias representan un problema social
que la Iglesia católica no ha estado interesada en enfrentar. A ésta le
ha interesado más salvar las almas. El fenómeno de las mafias ha sido
algo que considera fuera de su ámbito. Los clérigos no se han sentido
obligados a fijar una posición contra esas organizaciones. Ello terminó
por acentuar la confusión en la sociedad.
Recuerda un hecho de 1998: el funeral de Salvatore Greco, El Senador,
hermano del capo Michele Greco, El Papa. El sacerdote que celebró las
exequias dijo: “Sólo la justicia divina no falla nunca, sólo la humana
es la que puede fallar. Este hombre será juzgado por Dios”.
“¿Qué significan esas palabras?”, pregunta la investigadora. “Pues
que para los clérigos no importa lo que haya hecho El Senador
(encarcelado por el delito de asociación mafiosa) y (…) no les interesan
las víctimas” de las acciones criminales.
Señala: “Esa es la ambigüedad que la Iglesia católica ha tenido a lo
largo de la historia sin darse cuenta del impacto tan grave que ha
tenido en la sociedad”.
Agrega que ese aspecto es independiente de otro igualmente
inquietante: el lavado de enormes cantidades de dinero que las mafias
hacen por medio de donaciones a la Iglesia.
Fue el caso, dice, de la operación de lavado de dinero que en los
cincuenta hizo la Cosa Nostra entre América y Europa: integrantes de la
organización que radicaban en Estados Unidos enviaban dinero a Sicilia
en forma de donaciones. Y “el clero fingía demencia”.
El pasado 26 de septiembre, Paolo Romeo, arzobispo de Palermo,
reconoció que la mafia daña el tejido social. En entrevista con el
Giornale di Sicilia dijo: “La mafia está impregnada como una mancha de
aceite que perjudica fuertemente el tejido social, a pesar de que con el
paso de los años ha cambiado su estrategia.
“Algunos decenios atrás desafiaba prepotentemente a las instituciones
del Estado. Los grandes delitos eran contra los representantes de la
justicia. Pero hoy parece que ha elegido bajar el perfil para hacerse
menos visible. En un mundo que se dirige cada vez más hacia los
intereses, también la mafia se ha lanzado hacia la economía. Por eso es
justo que se ataque el capital de los mafiosos y el patrimonio
adquirido ilegalmente”.
Y concluyó: “Se debe decir que la mafia es antirreligiosa y anticatólica”.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/84259
No hay comentarios:
Publicar un comentario