Durante décadas autoridades de salud de Estados Unidos experimentaron
con el contagio de la sífilis; los sujetos de estudio eran negros de
un condado de Alabama. Pero una investigadora del caso halló por
casualidad documentos que revelaban los antecedentes del experimento:
son reportes de los años cuarenta sobre la inoculación de la enfermedad
entre soldados, presos y hasta pacientes de un hospital psiquiátrico de
Guatemala, sin su conocimiento y en complicidad con las autoridades
locales. El caso ya cimbró a la diplomacia estadunidense, al grado de
que Barack Obama y Hillary Clinton han ofrecido disculpas al país
centroamericano mientras ordenan una investigación a fondo.
SAN DIEGO, California, 19 de octubre (Proceso).- En 1946 en una celda
de la Penitenciaria Nacional de Guatemala un médico estadunidense pica
con una aguja el pene de un prisionero. Cuando brota la sangre le
coloca un algodón impregnado de una sustancia incolora...
El reo no sabe qué le están haciendo ni por qué. Tampoco sabe que a
otros prisioneros los están sometiendo al mismo procedimiento. Ignora
que a ellos, a soldados y hasta a pacientes del Hospital Nacional de
Salud Mental les están inoculando la bacteria de la sífilis como parte
de un estudio que el gobierno de Estados Unidos lleva a cabo en
Guatemala exactamente el mismo año en el que en Nuremberg se condena a
médicos nazis por los experimentos a los que sometieron, sin su
consentimiento, a prisioneros de guerra.
Prácticamente nadie sabía de este experimento hasta el pasado enero
cuando en el Congreso de la Asociación Americana de Historia de la
Medicina, en Rochester, Minnesota, la doctora Susan Reverby,
historiadora médica del Wellesley Collage, dio a conocer los resultados
de una investigación que hizo en los archivos de la Universidad de
Pittsburgh.
Desde 2006 la doctora Reverby ya había revisado esos archivos para
documentar su libro Examining Tuskegee en el que puso al descubierto el
experimento que el Departamento de Servicios de Salud Pública de
Estados Unidos (PHS por sus siglas en inglés) llevó a cabo de 1932 a
1972 en esa ciudad de Alabama, inoculando sífilis a 600 hombres, todos
negros.
A Reverby –doctora en Estudios Americanos por la Universidad de
Boston y directora del Departamento de Estudios de la Mujer y Género del
Wellesley College– le llamó la atención el estudio Tuskegee: la
sífilis sin tratamiento médico entre los hombres negros, porque las
inoculaciones fueron hechas sin el conocimiento pleno de los pacientes.
“Los investigadores les dijeron que estaban siendo tratados con
medicamentos para ‘la mala sangre’, un eufemismo local para describir
algo que podría variar entre anemia, sífilis o fatiga”, dice Reverby en
entrevista con Proceso.
Descubrió que a los sujetos del estudio nunca se les medicó a pesar
de que a mediados de los cuarenta la penicilina ya había demostrado su
efectividad contra la sífilis.
“Cuando estaba haciendo la investigación encontré (…) varias cajas de
documentos del doctor John Cutler, quien había sido maestro en el
Wellesley College, así que anoté la información y seguí mi trabajo”,
dice Reverby.
Cuando terminó el libro volvió a revisar las cajas; Reverby esperaba
hallar información del doctor Thomas Parran Jr., cirujano general de
Estados Unidos en la época en que dio inicio el estudio Tuskegee, pero
lo que encontró la dejó sorprendida: descubrió que Cutler también había
participado en el proyecto Tuskegee.
“Me di cuenta de que Cutler no hablaba de Tuskegee sino de otro
experimento, también sobre la sífilis, en Guatemala”, dice Reverby.
“Conforme fui abriendo las cajas la sorpresa fue cada vez mayor porque
estaba frente a un estudio del que prácticamente no había rastro”.
Un resumen de los documentos aparecerá en la edición de enero de 2011 del Journal of Policy History.
Al finalizar su artículo sobre el experimento en Guatemala, Reverby
se puso en contacto con David Spencer, exdirector del Centro de
Prevención y Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
“Cuando revisó el documento me preguntó ‘¿te molestaría que se lo
muestre a otras personas antes de que sea publicado?’”.
Spencer mostró el documento a los funcionarios del CDC y éstos decidieron iniciar una investigación sobre el trabajo de Cutler.
El impacto de esa información cimbró al Departamento de Estado: el
viernes 1, cuando conoció los detalles del caso, la secretaria de Estado
Hillary Clinton se comunicó con el gobierno de Guatemala para ofrecer
una disculpa y prometer una investigación a fondo.
El mismo día el presidente Barack Obama se disculpó con el mandatario guatemalteco Álvaro Colom.
Los objetivos
Peter Brown, médico de la Universidad Emory explica a Proceso que la
investigación en Guatemala tenía la finalidad de averiguar si la
penicilina podía prevenir –no sólo curar– la sífilis. “También se
esperaba que sus experimentos pudieran llevar a la realización de
mejores exámenes de sangre y conocer las dosis exactas en el suministro
de antibióticos”.
Los sujetos de estudio no supieron que estaban participando en una
investigación; a diferencia de los de Alabama a los de Guatemala se les
inoculó la bacteria con diversos métodos. El proyecto violaba los
procedimientos éticos vigentes en el mundo, los mismos que el gobierno
de Estados Unidos reconocía como válidos en materia de investigación
científica.
La investigación en Guatemala involucró a 696 sujetos de la
Penitenciaría Nacional de Guatemala, cuarteles del ejército y el
Hospital Nacional de Salud Mental.
Guatemala parecía ser un excelente sitio para el estudio por varias
razones, dice Reverby. “Juan Funes, director del Departamento de
Enfermedades Venéreas del Ministerio de Salud de Guatemala, había sido
entrenado en el CDC, lo que hizo más cercana y fácil la colaboración”.
A diferencia de Alabama, donde el PHS esperaba encontrar a un gran
número de sujetos en la última etapa de la enfermedad, Guatemala ofrecía
personas que aún no padecían ese mal.
Con recursos del Instituto Nacional de Salud de la Oficina
Panamericana de Sanidad, bajo la dirección del Laboratorio de
Investigaciones de Enfermedades Venéreas, el PHS se coordinó con
oficiales del Ministerio de Salud de Guatemala, del Ejército, del
Hospital Nacional de Salud Mental y del Ministerio de Justicia para
llevar a cabo “una serie de estudios experimentales de la sífilis en los
hombres”.
Con la cooperación del gobierno de Guatemala los investigadores
trabajaron con 438 niños de entre seis y 16 años del Orfanatorio
Nacional para que se les hicieran estudios de sangre. “A ninguno de
ellos se les infectó con sífilis”, aclara Reverby.
La mejor forma de ganar la cooperación institucional fue prometiendo
cosas. “En instituciones con problemas de presupuesto o sobrepobladas,
como el Hospital de Salud Mental, el PHS entregó anticonvulsivos para
gran parte de la población que padecía epilepsia. También llevaron un
refrigerador para los biólogos, un proyector de cine, tazas, platos y
tenedores”, afirma la investigadora.
Los procedimientos
En algunos casos la bacteria era impregnada en agujas y se inyectaba
en los brazos, cara o boca de las mujeres, informa la doctora Reverby.
Con los hombres la inoculación se hacía de manera más directa.
Los enviados del PHS escogían a los soldados que tenían el prepucio
más grande, de manera que pudiera cubrir el pene completamente y
mantenerlo húmedo. En el experimento el médico bajaba el prepucio hasta
dejar el glande al descubierto y con una aguja hipodérmica pinchaba
hasta que salía sangre. Con un aplicador de algodón colocaba varias
gotas de una emulsión de sífilis en el punto que había sangrado.
Otra forma era raspar el brazo con un inoculador o hacer beber agua
con un cultivo de sífilis. Hubo casos en los que se retiraba líquido de
la médula espinal, se infectaba y se reinyectaba.
En otros estudios la bacteria fue colocada en la cérvix de las
prostitutas antes de que tuvieran relaciones sexuales con los
prisioneros. Después se pedía a los hombres que orinaran y entonces se
les aplicaban diferentes sustancias para ver si lograban evitar la
transmisión de la enfermedad.
Los experimentos variaban en la fuente de inoculación, ya sea que la
bacteria viniera de una pústula simple o de una combinación de
“donantes”: conejos o prostitutas, reos o soldados infectados. Los
investigadores probaban diferentes tipos de mezclas químicas para tratar
de prevenir la enfermedad.
El estudio involucró a cientos de hombres y mujeres, a muchos de los
cuales se les tomaron fotografías que quedaron en el expediente.
Después de que la doctora Reverby difundió su estudio, investigadores
del CDC revisaron los archivos de Cutler. El 30 de septiembre
publicaron un reporte en el que señalan los siguientes resultados
correspondientes a aquella época: “71 de las personas a quienes se
inoculó la enfermedad han muerto, aunque los archivos no permiten
determinar si los decesos tienen alguna relación con los procedimientos a
los que se les sometió (…) 331 de los 479 pacientes a quienes se les
contagió sífilis recibieron tratamiento y sólo a 85 se les terminaron de
administrar las dosis de penicilina”.
El experimento terminó abruptamente en 1948, cuando en Estados Unidos
hubo fuertes rumores de que algo ilegal e inmoral se estaba llevando a
cabo en Guatemala.
En la correspondencia que Cutler mantuvo en 1947 con R. C. Arnold,
integrante del PHS y experto en penicilina, el investigador dice que
“unas cuantas palabras a la persona equivocada aquí o incluso en Estados
Unidos pueden echar a perder todo o parte del estudio...”
El gobierno de Guatemala tenía sus propias demandas. Le pidieron a
Cutler que sometiera a los hombres en los cuarteles a pruebas y los
tratara, que realizara investigaciones sobre la enfermedad en zonas
específicas y que aumentara el suministro de penicilina que Estados
Unidos le daba como pago por su colaboración con el estudio. Intercambió
drogas para el tratamiento de la malaria en el orfanato por el derecho
de seguir realizando las pruebas de sangre.
Pero a sus jefes en el PHS les preocupaba la posibilidad de que
Cutler pudiera estar prometiéndoles a las autoridades guatemaltecas
muchos suministros y desarrollando un programa demasiado ambicioso.
Para entonces el PHS ya estaba librando una batalla en Estados Unidos
para continuar las investigaciones sobre las enfermedades venéreas
porque el tratamiento con penicilina parecía estar surtiendo efecto, por
lo que el proyecto en Guatemala se hizo difícil de justificar.
Ocho meses después de los juicios de Nuremberg, el 19 de abril de
1948, Arnold, supervisor del trabajo de Cutler en Estados Unidos, le
escribió manifestándole sus preocupaciones por el estudio en Guatemala.
“El experimento con los dementes me produce un poco, más que un poco,
de problemas morales. Ellos no pueden dar su consentimiento, no saben
lo que sucede, y si alguna organización benéfica llegara a enterarse,
armarían un gran problema. Creo que sería mejor realizar los
experimentos con soldados o reos, ya que ellos sí pueden dar su
consentimiento.”
Las preocupaciones continuaron. F. Mahoney, su supervisor directo, le
indicó a Cutler que había muchos “rumores” en las altas esferas sobre
lo que estaba sucediendo en Guatemala. “Espero que usted no dude en
cesar la realización del trabajo experimental en caso de que llegara a
haber un interés desmedido en esta fase del estudio”.
Mahoney parecía menos preocupado por los estudios en los que la
enfermedad se transmitía utilizando prostitutas que por la dimensión
política y moral de los que se realizaban en el psiquiátrico.
Había otro problema: ya que los estudios requerían un esfuerzo tan
grande para reducir la infección, no podían replicarse en ningún otro
lado. Cuando el proyecto llevaba un año y medio, Mahoney le dijo a
Cutler: “En el caso de la sífilis, a menos que podamos transmitir la
infección fácilmente y sin recurrir a la laceración o a la implantación
directa, no existen muchas posibilidades de seguir estudiando al
sujeto”.
Le hizo notar que los procedimientos eran “drásticos e iban más allá
de la gama natural de formas de transmisión y no servirían como base
para el estudio del agente profiláctico localmente aplicado”.
A pesar de que Cutler siguió haciendo muchos estudios diferentes, sus
supervisores en el PHS ya estaban conscientes de que el experimento
debía terminar. Los suministros comenzaron a escasear y el creciente uso
de la penicilina disminuyó el apoyo político que se le había dado a la
investigación.
En 1948 le ordenaron a Cutler que terminara su trabajo, que le dejara
los materiales de laboratorio a las autoridades guatemaltecas
encargadas del tratamiento de enfermedades venéreas y que regresara para
ser asignado a otro proyecto.
Después de Guatemala, Cutler fue enviado a participar en otro estudio
de inoculación de sífilis. Cinco años después estaba en la prisión de
Sing Sing, en Nueva York, trabajando con “62 humanos voluntarios”
usando los conocimientos adquiridos en Guatemala. En los sesenta Cutler
reapareció, esta vez en el caso Tuskegee.
“Toda la investigación en Guatemala muestra con claridad cuál es la
relación, por lo menos en materia de salud pública, entre la metrópoli y
las colonias”, concluye Reverby, quien al hacer su balance sobre
Cutler dice que no hay que verlo como un monstruo. “Libraba una guerra
contra la sífilis y los sujetos del estudio eran sus soldados”, dice la
investigadora. “Desgraciadamente, en las guerras los soldados mueren”.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/84535
FOTO: Center for Disease Control and Prevention
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