Uno de los guerrilleros más buscados de Colombia, El Mono Jojoy (jefe
militar de las FARC), fue abatido el pasado 22 de septiembre en un
bombardeo de la fuerza aérea a su campamento. La acción no fue obra del
azar sino resultado de meses de trabajo de inteligencia de militares y
policías colombianos. Algunos testigos narran a Proceso los pormenores
de la cacería desatada por el presidente Santos.
BOGOTÁ, 6 de octubre (Proceso).- La segunda semana de septiembre de
2007 Víctor Julio Suárez, El Mono Jojoy, jefe militar de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), escribió un correo
electrónico que resultó premonitorio.
En el mensaje enviado a los siete integrantes del secretariado de la
guerrilla, El Mono Jojoy se refería a la muerte de Tomás Medina Caracas,
Negro Acacio, comandante del Frente 16, en un bombardeo de la Fuerza
Aérea colombiana.
Luego de lamentar la desaparición del Negro Acacio, El Mono Jojoy
sentenció: “Voy a utilizar el radio solamente para recibir y transmitir
mensajes cortos de ahora en adelante, para evitar una matada”.
Se refería a su temor a los ataques de los aviones Super Tucano de
fabricación brasileña, adquiridos por Colombia para localizar desde el
aire los campamentos guerrilleros en la selva.
El Mono Jojoy no se equivocó: la muerte del Negro Acacio marcó el
inicio de una racha de golpes contra varios jefes de las FARC como Édgar
Devia, alias Raúl Reyes, y Sixto Cabaña, alias Domingo Biojó, quienes
murieron el 1 de marzo de 2008 y el pasado 19 de septiembre en
bombardeos aéreos. Por aquellos días también murieron en combates en la
selva Milton Sierra, alias JJ y Gustavo Rueda, alias Martín Sombra,
jefes de la guerrilla en el norte del país.
Al Mono Jojoy no le faltaban razones para estar preocupado y esperar
ataques de las fuerzas armadas colombianas que lo tenían en la mira por
su extenso prontuario y por la sangre fría con la que ordenaba ataques
contra policías y soldados. Al líder rebelde se le atribuía el invento
de las “pescas milagrosas”, es decir, el secuestro como forma de
financiamiento.
El jefe militar de las FARC era uno de los colombianos con más
procesos judiciales en su contra (105) y tres solicitudes de extradición
a Estados Unidos, donde lo acusan de narcotráfico.
Además entre el 7 de agosto –cuando Juan Manuel Santos asumió la
Presidencia de Colombia– y el 13 de septiembre de este año, hombres bajo
su mando mataron en emboscadas a 30 uniformados y comprometieron la
política de seguridad del nuevo gobierno.
Santos parecía estar en jaque por los golpes recibidos y por la
oleada de críticas de columnistas y expertos, quienes lo acusaban de
bajar la guardia frente a los guerrilleros.
No obstante, a muchos les pareció inapropiado el mensaje que Santos
envió a las FARC el 10 de septiembre luego del ataque guerrillero a un
puesto de carabineros en San Miguel, en Putumayo, donde murieron ocho
uniformados. Ante los ataúdes el jefe de Estado dijo: “Si esa es la
bienvenida, van a ver cuál es la respuesta”.
El 23 de septiembre Colombia anunció la muerte de El Mono Jojoy en un
bombardeo el día previo. Desde Nueva York –donde asistía a la Asamblea
de las Naciones Unidas– Santos declaró: “Esta es la operación de
bienvenida a las FARC”.
La cacería
Con base en testimonios de personas que pidieron el anonimato y que
participaron en la misión de localizar al Mono Jojoy, Proceso
reconstruyó la búsqueda de un hombre que a los 14 años se enlistó en las
FARC y dirigió un aparato de guerra que durante décadas intentó tomar
el poder.
Aun cuando las fuerzas armadas arreciaron la búsqueda de Jojoy desde
febrero de 2002 –cuando el presidente Andrés Pastrana rompió el proceso
de paz iniciado en noviembre de 1999– su localización se hizo difícil
por la sagacidad con la que el jefe guerrillero se movía y ocultaba.
Desde entonces los militares realizaron decenas de operaciones en las
que apenas lograban golpear el último de los cuatro anillos de
seguridad del Mono Jojoy. Así ocurrió en mayo pasado cuando militares
abatieron a 16 integrantes del frente 43 de las FARC, encargado de
garantizar los desplazamientos de Jojoy.
Tras dar a conocer los resultados de la operación, el comandante de
las fuerzas militares, Freddy Padilla de León, le envió un mensaje al
jefe militar de las FARC: “Quiero hacerle una invitación al Mono Jojoy y
a todos sus hombres para que aprovechen la oportunidad que brinda el
gobierno de Colombia, en el Plan de Desmovilización, para que salve su
vida e, incluso, salve la vida de los hombres que tiene realizando estas
actividades criminales”.
El 16 de julio otros 13 farquistas encargados de la protección de
Jojoy cayeron en combate en una zona rural del municipio de Mesetas.
Lo que Jojoy nunca supo es que mientras él se escondía en medio de la
selva y cerca de 600 hombres lo protegían, la policía había infiltrado a
seis suboficiales en el cerrado círculo que lo rodeaba, estimado por
los investigadores en 150 efectivos armados.
Inteligencia e infiltración
Este intento de las autoridades por acercarse a Jojoy empezó a dar
frutos en marzo de este año, cuando el servicio de inteligencia de la
policía confirmó que sus infiltrados ya se habían ganado la confianza de
los guerrilleros y encontraron la manera de enviar información sobre
los desplazamientos y rutinas del jefe rebelde.
“La estrategia fue la misma que utilizamos en la operación contra
Raúl Reyes”, dice a Proceso un coronel de la policía. “Montamos
fachadas, identidades nuevas y sobre todo tuvimos mucha paciencia para
esperar los datos que nos enviaban”.
Con el paso de las semanas la policía empezó a contrastar la
información con los testimonios de al menos 10 guerrilleros que
desertaron este año de las filas de Jojoy. A mediados de año los
investigadores ya sabían que el guerrillero pasaba varias semanas en el
mismo campamento, el número de hombres que lo rodeaban y sus rutinas
diarias como, por ejemplo, levantarse todos los días a la una de la
mañana a recibir a otros comandantes o a visitantes del exterior, y
acostarse a las cuatro para dormir otras tres horas.
La información de los infiltrados incluyó datos sobre el campamento,
de 300 metros de extensión, al que le habían construido profundos
socavones y túneles para evadir los ataques aéreos.
Supieron también que Jojoy tenía una casa de unos 80 metros cuadrados
para él y su compañera; constaba de dos habitaciones y un espacio
grande que hacía las veces de sala-comedor. El techo era de paja y las
paredes, de madera muy gruesa y resistente.
El primer anillo de seguridad de Jojoy –compuesto por 15 hombres– se
alojaba en dos cabañas frente a la vivienda del jefe militar. Otros
grupos de reacción se apostaban a 150 y 200 metros de la construcción
principal.
Tras elaborar un mapa con base en la información de los infiltrados,
los oficiales de la policía concluyeron que Jojoy debía ser atacado en
la madrugada, cuando era seguro que estaba atendiendo visitas.
Los golpes recibidos luego de su llegada al poder forzaron a Santos a
pedirle a los altos mandos que agilizaran la operación final contra
Jojoy. Los infiltrados recibieron el mensaje y precisaron el dato más
importante: hasta cuándo estaría en ese campamento el guerrillero.
La respuesta fue que el jefe militar de las FARC se sentía cómodo en
ese lugar rodeado de árboles de más de 30 metros de altura, en la ladera
de una enorme montaña que los guerrilleros conocían a la perfección.
Además sabía que las fuerzas armadas no intentarían un asalto terrestre
porque sería detectado a tiempo y descartaba un bombardeo porque las
comunicaciones estaban restringidas. Lo que no previeron Jojoy y sus
hombres fue a los infiltrados.
La certeza de que se encontraba en un lugar inexpugnable fue la
perdición del jefe militar de las FARC. A mediados de septiembre el alto
mando de las fuerzas armadas ya tenía la certeza de que su objetivo era
alcanzable.
El 17 de septiembre, durante un consejo de seguridad en la base
militar de Larandia, en Caquetá, para examinar los recientes ataques
rebeldes, Santos recibió la noticia de que Jojoy estaba en el
campamento; le presentaron un mapa de la zona donde sólo se veía un
espeso tapete verde. “Cuando el director de la policía mostró el mapa no
se veía nada”, dice a Proceso uno de los comandantes que asistió a la
cumbre en Larandia. “Todo era selva y más selva. Pensé que sería otra
operación más, pero los oficiales que elaboraron el mapa nos aseguraron
que las coordenadas eran esas y que con seguridad Jojoy estaba allí”.
Tras conocer todos los detalles de la localización de Jojoy Santos
dio vía libre a la operación, aunque insistió en que los infiltrados
confirmaran que el guerrillero seguía en ese lugar.
El ataque
Al anochecer del 20 de septiembre, antes de partir a Estados Unidos
Santos, se reunió en la residencia presidencial con la cúpula castrense
encabezada por el ministro de Defensa, Rodrigo Rivera; tras evaluar los
últimos datos dio el visto bueno a la operación, bautizada en ese
instante como Sodoma.
Una vez que el jefe de Estado partió a Nueva York los comandantes del
Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada y la Policía se concentraron en el
Comando de Operaciones Especiales en el Ministerio de Defensa y
planearon la movilización de las aeronaves y los hombres que serían
enterados del desarrollo de una operación “en algún lugar del suroriente
del país”. El objetivo final sólo sería conocido por un puñado de altos
oficiales, el ministro de Defensa y el Presidente. El secreto era clave
para el operativo.
A la 1:45 de la mañana del 22 de septiembre 30 aviones Super Tucano
despegaron de diferentes pistas rumbo al sitio de encuentro: el Parque
Natural Tinigua. A las 2:04 las aeronaves comenzaron el lanzamiento de
40 bombas de entre 150 y 250 libras que cayeron con precisión sobre el
campamento de Jojoy, quien a esa hora dialogaba con algunos subalternos.
Un video grabado desde una de las aeronaves muestra la dimensión del
ataque aéreo, que duró dos horas. El objetivo fue totalmente destruido.
A las cinco de la mañana, una vez terminado el bombardeo vino el
desembarco de tropas cerca del campamento para verificar los resultados
del ataque. De 27 helicópteros del Ejército, la Fuerza Aérea y la
Policía descendieron a rapel 100 efectivos de las Fuerzas Especiales del
Ejército, 40 de la Infantería de Marina y 80 de los Comandos Jungla,
los Comandos de Operaciones Especiales y el Grupo Táctico Antiterrorista
de la Policía, que de inmediato se enfrascaron en combates con los
hombres de Jojoy que no fueron alcanzados por el ataque aéreo.
Los combates duraron todo el miércoles 22 hasta que las tropas
aseguraron el área e hicieron huir a los guerrilleros, quienes
intentaron sin éxito recuperar el cuerpo de Jojoy, atrapado bajo un
pequeño derrumbe provocado por las explosiones y que le produjo la
muerte por asfixia.
A las 7:35 de la mañana del 23 de septiembre el comandante de las
fuerzas militares, Édgar Cely, recibió la llamada del general Javier
Flórez, comandante de la Fuerza de Tarea Omega –cuerpo de élite creado
para perseguir a los jefes de las FARC– quien le dijo desde el
campamento de Jojoy que acababan de confirmar que uno de los cuerpos
hallados era el del hombre que habían buscado tanto tiempo.
Las FARC recibieron uno de los más duros golpes de su existencia.
Ahora las fuerzas armadas vuelven los ojos nuevamente hacia Alfonso
Cano, comandante del grupo rebelde desde marzo de 2008.
Éste, como Jojoy, escribió un correo electrónico en el que manifestó
su temor por las bombas. Por lo menos así lo deja entrever un comunicado
que leyó el pasado 30 de julio –una semana antes de la sucesión
presidencial– y en el que invitó al gobierno a abrir espacios de diálogo
con la insurgencia.
En la parte final de su intervención dijo: “Hoy estamos, mañana no
estamos, pero otros muchachos, otras generaciones, otros integrantes del
ejército del pueblo tomarán nuestras posiciones (...)”
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/84142
No hay comentarios:
Publicar un comentario