La
actividad minera surgida hace más dos millones de años está ligada a
los orígenes de la humanidad. Mucho después, hace unos 5000 años comenzó
la edad de los metales, originalmente dominada por el cobre y luego por
oro, todavía el producto líder de la minería mundial. Hace unos mil
años irrumpió el mineral de hierro.
Como mismo
lo hacían en eras arcaicas, los mineros de hoy descienden cada jornada a
las entrañas de la tierra para extraer mineral a sabiendas de que con
cada golpe y cada tonelada de material extraído disminuye la resistencia
de la estructura. Con cada metro ganado el minero pierde seguridad en
una rutina que recuerda la paradoja de quien corta la rama que lo
sostiene.
En todas partes y en todo tiempo, el
entorno laboral del minero es oscuro, pobre en oxigeno, contaminado y
de una precariedad en la cual nadie puede garantizar la seguridad. En
zonas sísmicas el riesgo aumenta exponencialmente. Las posibilidades de
esos trabajadores de sobrevivir a un terremoto son prácticamente nulas;
todos los saben y sin embargo bajan una y otra vez a los socavones para
arriesgar la vida y ser resarcidos con míseros salarios.
Los
riesgos de la minería, realizada a cientos de metros de profundidad,
bajo miles, a veces millones de toneladas de tierra que por un efecto
natural ejercen presión hacia abajo, sobre el vacío creado con la
extracción de mineral y roca y se prolonga por lo insalubre del
ambiente. Extraer carbón, uranio y casi todos los minerales significa
respirar, sentir sobre la piel, los ojos, los oídos y la boca decenas de
algunas de las sustancias más dañinas que se conocen. De todas las
actividades económicas la minería es la que ocasiona más enfermedades
profesionales y deja más secuelas en quienes la practican.
A
las enfermedades comunes, frecuentes entre los mineros como: asma,
bronquitis, sordera, trastornos respiratorios, alergias, afecciones de
la piel, la vista y las mucosas; dolencias renales, gastrointestinales,
anemias y afecciones neurológicas; se añaden los trastornos causados por
el ruido, las vibraciones, los cambios de temperatura y presión y el
enclaustramiento. El cuadro se completa con enfermedades profesionales
como la Silicosis, Pulmón Negro, Asbestosis, Neumoconiosis y decenas de
otras afecciones que ocasionan incapacidad laboral transitoria y
permanente y deterioran la calidad de la vida de los mineros y sus
familiares.
Por otra parte, en la medida en
que los minerales se hacen más escasos, aumenta la profundidad de las
minas de donde se extraen; la más profunda es East Rand en África del
Sur con 3600 metros de profundidad, nivel en el cual las rocas se
mantienen a una temperatura constante de 50˚C. En las minas de sal de
Wieliczka, en Polonia, explotadas desde el siglo XIII la sal de cocina
se extrae desde 327 metros de profundidad.
Antes
de ser estructuras, autos y sostén de la civilización, los minerales
fueron parte de las rocas y la tierra y antes que parte de las coronas
de los reyes, los báculos de los obispos, la mitra de los papas, los
collares, anillos, diademas, tiaras, pendientes, brazaletes, dijes,
botones, gargantillas que lucen hermosas mujeres y elegantes caballeros,
el oro y las gemas formaron parte de toscos pedruscos desprendidos de
la roca por exhaustos mineros que no ganan en toda una vida lo que
cuesta uno de aquellos abalorios.
No obstante
su apasionante historia y su perfil, nada como una tragedia minera para
revelar las esencias humanas más profundas. Ante el derrumbe en una mina
todos, incluyendo a los ricos, descubren que los pobres son el prójimo.
Para la gran prensa un suceso así es como un Jordán y para los
políticos una orgia publicitaria. Chile no es el único ejemplo, sino
sólo el más reciente.
Desde luego no es leal ni
inteligente dar a alguien palos porque boga y porque no lo hace, sino
que es preciso reconocer el gesto y agradecer la caridad cuando se
presenta; olvidar y perdonar son otras cosas. Las compañías mineras y el
Estado chileno no pueden pasar la página y volver a la rutina hasta que
en otro socavón aparezca una tragedia con un potencial mediático que la
haga inocultable.
La imagen del presidente
Piñera (y sus ministros) tocados con cascos de minero, no es convincente
precisamente porque recuerda un paréntesis, después del cual todo
retornará a la rutina que para los mineros significa el riesgo y el
olvido. Ahora mismo, mientras escribo, no puedo pasar por alto que hay
en el Tercer Mundo más de medio millón de niños mineros, de los cuales
pocos se acuerdan.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/10/el-encanto-de-ser-minero-atrapado.html
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