jueves, 21 de octubre de 2010

Chile : El encanto de ser minero (atrapado) Por: Jorge Gómez Barata

La tragedia en la mina chilena San José ha permitido a millones de personas familiarizarse con las condiciones de vida de los mineros y sus familias, participar de su tragedia y compartir la felicidad de su rescate. Sin embargo, los mineros estuvieron ahí desde el comienzo de los tiempos, como también estuvieron su angustia y su pobreza.

La actividad minera surgida hace más dos millones de años está ligada a los orígenes de la humanidad. Mucho después, hace unos 5000 años comenzó la edad de los metales, originalmente dominada por el cobre y luego por oro, todavía el producto líder de la minería mundial. Hace unos mil años irrumpió el mineral de hierro.

Como mismo lo hacían en eras arcaicas, los mineros de hoy descienden cada jornada a las entrañas de la tierra para extraer mineral a sabiendas de que con cada golpe y cada tonelada de material extraído disminuye la resistencia de la estructura. Con cada metro ganado el minero pierde seguridad en una rutina que recuerda la paradoja de quien corta la rama que lo sostiene.

En todas partes y en todo tiempo, el entorno laboral del minero es oscuro, pobre en oxigeno, contaminado y de una precariedad en la cual nadie puede garantizar la seguridad. En zonas sísmicas el riesgo aumenta exponencialmente. Las posibilidades de esos trabajadores de sobrevivir a un terremoto son prácticamente nulas; todos los saben y sin embargo bajan una y otra vez a los socavones para arriesgar la vida y ser resarcidos con míseros salarios.

Los riesgos de la minería, realizada a cientos de metros de profundidad, bajo miles, a veces millones de toneladas de tierra que por un efecto natural ejercen presión hacia abajo, sobre el vacío creado con la extracción de mineral y roca y se prolonga por lo insalubre del ambiente. Extraer carbón, uranio y casi todos los minerales significa respirar, sentir sobre la piel, los ojos, los oídos y la boca decenas de algunas de las sustancias más dañinas que se conocen. De todas las actividades económicas la minería es la que ocasiona más enfermedades profesionales y deja más secuelas en quienes la practican.

A las enfermedades comunes, frecuentes entre los mineros como: asma, bronquitis, sordera, trastornos respiratorios, alergias, afecciones de la piel, la vista y las mucosas; dolencias renales, gastrointestinales, anemias y afecciones neurológicas; se añaden los trastornos causados por el ruido, las vibraciones, los cambios de temperatura y presión y el enclaustramiento. El cuadro se completa con enfermedades profesionales como la Silicosis, Pulmón Negro, Asbestosis, Neumoconiosis y decenas de otras afecciones que ocasionan incapacidad laboral transitoria y permanente y deterioran la calidad de la vida de los mineros y sus familiares.

Por otra parte, en la medida en que los minerales se hacen más escasos, aumenta la profundidad de las minas de donde se extraen; la más profunda es East Rand en África del Sur con 3600 metros de profundidad, nivel en el cual las rocas se mantienen a una temperatura constante de 50˚C. En las minas de sal de Wieliczka, en Polonia, explotadas desde el siglo XIII la sal de cocina se extrae desde 327 metros de profundidad.

Antes de ser estructuras, autos y sostén de la civilización, los minerales fueron parte de las rocas y la tierra y antes que parte de las coronas de los reyes, los báculos de los obispos, la mitra de los papas, los collares, anillos, diademas, tiaras, pendientes, brazaletes, dijes, botones, gargantillas que lucen hermosas mujeres y elegantes caballeros, el oro y las gemas formaron parte de toscos pedruscos desprendidos de la roca por exhaustos mineros que no ganan en toda una vida lo que cuesta uno de aquellos abalorios.

No obstante su apasionante historia y su perfil, nada como una tragedia minera para revelar las esencias humanas más profundas. Ante el derrumbe en una mina todos, incluyendo a los ricos, descubren que los pobres son el prójimo. Para la gran prensa un suceso así es como un Jordán y para los políticos una orgia publicitaria. Chile no es el único ejemplo, sino sólo el más reciente.

Desde luego no es leal ni inteligente dar a alguien palos porque boga y porque no lo hace, sino que es preciso reconocer el gesto y agradecer la caridad cuando se presenta; olvidar y perdonar son otras cosas. Las compañías mineras y el Estado chileno no pueden pasar la página y volver a la rutina hasta que en otro socavón aparezca una tragedia con un potencial mediático que la haga inocultable.

La imagen del presidente Piñera (y sus ministros) tocados con cascos de minero, no es convincente precisamente porque recuerda un paréntesis, después del cual todo retornará a la rutina que para los mineros significa el riesgo y el olvido. Ahora mismo, mientras escribo, no puedo pasar por alto que hay en el Tercer Mundo más de medio millón de niños mineros, de los cuales pocos se acuerdan.

De todos modos, como otras veces, tragedia y oportunidad se dan las manos. Allá nos vemos.

Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/10/el-encanto-de-ser-minero-atrapado.html

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