domingo, 31 de octubre de 2010

Bolivia: Karl Popper, los periodistas y el racismo Juan Carlos Pinto Quintanilla*

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIuNdhOmiIXU6C4mBFvvXNjommkKu0oeJiq3qwHt2sgMP-hwPJ3YGMNQmkw4S8oLzebZ92O3Z1mYagkSI6GMqi2uLHUlXnkLshgHgSIqFfgChS4m3O65AKn15wE_UCdAapxhkpHauC2zw/s400/bolivia_bandera_detalle.gifEs ilustrativo reflexionar desde la obra de Karl Popper (1902-1994) sobre el racismo en los medios de comunicación en Bolivia y la normativa para combatirlo, que busca construir la equidad en la convivencia, en una sociedad dañada social y emocionalmente por los prejuicios que arrastra.
Popper propone borrar la distinción entre informar y educar, argumento con el que alguna prensa pretende avalar su neutralidad en la información, siendo que toda transmisión de información es también un proceso educativo. La forma en la que se organiza la información son expresión ideológica de quienes tienen el privilegio de hacer uso de los medios de comunicación. Los medios de comunicación ejercen un poder cotidiano, disfrazado de información. Lo hacen, usualmente, en función del mercado, donde lo importante es generar audiencia, aún a costa de escenificar un show de violencia, escarnio y atropello a la dignidad humana.
Los medios de comunicación y sus comentaristas no han inventado la violencia y la discriminación existente en la sociedad, sin embargo, las amplifican y recrean para presentarlas como algo natural. El insulto y la diatriba, que han hecho de la discriminación algo natural, son expresión histórica y afectiva de la forma en la que hemos convivido desde la colonia. Se asume que existen inferiores a los que se puede atropellar porque no tienen ninguna defensa.
En una mirada muy liberal, Popper dice que la civilización es la lucha contra la violencia, pues sólo existe progreso civil cuando se combate contra la violencia para instaurar la paz entre las naciones, dentro las naciones y especialmente en cada casa. De esta manera, se debe poner freno a la violencia que nos destruye como sociedad y realizar el más importante de los ideales liberales que es el de que todo poder debe estar limitado por otros poderes. Es falso, nos dice, que el liberalismo haya defendido la libertad incontrolada de hacer lo que se quiera, pues si hago algo pone en peligro a los demás, entonces debo ser privado del derecho de hacerlo. De esta manera por ejemplo, no puedo conducir un auto a la velocidad que quiera por el lado que prefiera pues esa actitud representa un peligro para los otros y para mí mismo. Por ello es necesaria una ley precisa que estipule que se debe conducir por la izquierda, como en algunos países, o por la derecha, como en otros.
Toda libertad debe ser limitada. No existe libertad que no tenga necesidad de ser limitada, dice este liberal defensor de la libertad de expresión como principio de la democracia. Aún más, se pregunta ¿cuál es la diferencia entre la forma en que el ciudadano común puede expresar su libertad y la que tienen los artistas o profesionales de los medios de comunicación? ¿Existe diferencia? Es necesario ver si con su modo de expresarse ponen o no, a otros en peligro. Se trata siempre del mismo principio: nuestra libertad, cualquiera que sea, está limitada por la nariz de nuestro vecino. Es el principio más simple que podamos imaginar y es hipócrita invocar la libertad, la independencia o el liberalismo para decir que no se pueden introducir limitaciones frente a poderes peligrosos como los medios de comunicación.
La ley contra el racismo y la discriminación boliviana nos interpela como memoria y como reto de transformación, para reflexionar precisamente sobre los grandes temas que nos han construido hasta ahora como sociedad enfrentada, racista y discriminadora. Hoy, la reacción rechaza la ley y enarbola la libertad de expresión como terreno de lucha política, silenciando que sólo algunos de ellos han sido dueños de la palabra y la escritura, para hacer una justificación de las diferencias y una denigración de la mayoría plurinacional de este país.
No existe en la legislación la pretensión de acallar a los medios y sus periodistas, sino de poner en ejecución lo que la propia Constitución estipula: entrar en un proceso de autorregulación. En este tema, Popper va mucho más allá de lo que propone el proyecto de ley, cuando escribe que en el caso de la autorregulación, debería crearse un instituto donde estén registrados todos los periodistas, que serían partícipes de una serie de cursos de sensibilización sobre el poder que tienen y el peligro que pueden representar. De esta manera algunos de ellos descubrirían aspectos ignorados de su profesión y podrían empezar a considerar de manera distinta la sociedad y su rol. Añadiría que en un momento posterior, deberían pasar un examen para ver si son conscientes de las ideas fundamentales. Superado el examen deberían prestar juramento y prometer tener siempre presente estos peligros y actuar en consecuencia de modo responsable.
En definitiva, con Popper concluimos que en Bolivia debemos ir adelante contra las trabas señoriales que no sólo se han inscrito institucionalmente en la forma de ser Estado del país, sino también en los hábitos e ideologías de los ciudadanos, y que ejercen el poder de la discriminación cotidianamente, haciendo que la posibilidad de ser una sociedad más de encuentro que de enfrentamiento sea una tarea más difícil. Quienes piensan que una ley como ésta nos enfrenta, ignoran que en Bolivia se ha escondido y hecho natural la discriminación y el racismo por demasiado tiempo, y que es hora de enfrentarlo como un mal social.
*Coordinador general de la Enciclopedia Memoria Constituyente de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2010/10/30/index.php?section=opinion&article=018a1mun

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