No era
difícil prever el estallido. El hambre, la tensión, la invisibilidad. En
el barrio Eva Perón, norte empobrecido de la ciudad de San Luis, el
incendio de siete casas por una muchedumbre enceguecida no fue
inesperado. La desgraciada suerte de María Soledad Castro, la chiquita
de 7 años arrollada por un VW Gol cuyo conductor corría picadas el
domingo por la tarde, actuó como disparador. El lunes, después de
despedir sus restos, después de que sus padres fueran recibidos en la
comisaría de la zona para escuchar las promesas del compromiso en la
investigación, una multitud se desató e incendió la casa de dos
familias, los Arce y los Barrientos, a la que aseguran que pertenece el
joven responsable de la muerte de la chiquita. Sin espacio, sin aire
para otra cosa que para oxigenar el fuego, la multitud se lanzó a quemar
por propia mano otras seis viviendas, supuestamente de la misma
familia, supuestamente responsable por lazo sanguíneo del supuestamente
responsable de la muerte de la chiquita, condenado y prófugo de
antemano, y lo hacía al curioso grito de ¡Justicia! ¡Justicia!. A todo
esto, Berta Arenas, ministra de Seguridad de otra familia, Rodríguez
Saá, confundiendo intervención social con penal, y salud y trabajo con
palos, redujo la presencia estatal a la policía, que “estuvo presente,
pero si hubiera intervenido hubiera sido peor”.
El domingo pasado por la tarde, un VW Gol blanco con vidrios
polarizados que corría una picada con un Fiat 128 en el boulevard La
Bandera, cerca del Anexo 4 del barrio Eva Perón, atropelló a María
Soledad Castro, de 7 años. “Cuando quiero ver, va un auto a alta
velocidad –dijo José Aguilera, el padre de la nena–. El auto venía de
contramano a altísima velocidad. Ella va poniendo el pie en el cordón
cuando ahí la atrapa y la llevó”, relató a los medios.Poco después, la jueza de Instrucción 3, Virginia Palacios, comentó que había ordenado la detención de un adolescente, de 16 años, hermano del conductor y que viajaba como acompañante. La jueza había ordenado peritajes para determinar si el vehículo mostraba efectos del golpe.
Ayer, durante el día, se realizó el sepelio. Después la familia, acompañada por alrededor de 250 personas, fue recibida por el comisario Darío Neira, jefe de la seccional 7ª, de la jurisdicción. Allí les explicaron a los padres sobre la detención del adolescente y les dieron algunos detalles sobre la investigación.
Al salir de la comisaría, la cantidad de gente se había engrosado. La marcha de regreso avanzó lenta, como una procesión para cubrir las siete cuadras que separaban la comisaría de la casa de los padres de María Soledad. Pero al pasar por una de las casas de alguno de los familiares de los Arce-Barrientos alguien arrojó un palo encendido y se desató la furia. Al rato, la multitud se había engrosado y corría en busca de más culpables. Piedras en mano, rompían los vidrios de puertas y ventanas. Incluso con un tronco como ariete ingresaron en una de las casas y comenzaron a vaciarla y prenderle fuego.
Siete casas fueron reducidas a cenizas. A los bomberos, la multitud les cortó el paso, enceguecida. La guardia de infantería, ese grupo de uniformados destinados a intervenir cuando ya es tarde, se mantuvo expectante, escudos y bastones en mano, aguardando órdenes que no llegaron. Sólo al final, algunas escaramuzas para disolver a los más fragorosos, cuando todo ya se apagaba. Es cierto, con los ánimos colapsados de ambos lados, si hubiera intervenido podría haber sido una masacre.
Mientras, Jerónimo Barrientos, padre de los acusados por la multitud, reclamó más tarde que sus hijos “no tienen nada que ver. Dos hijos míos se han puesto a disposición de la Justicia para que los investiguen. Ellos no tienen nada que ver”, decía y repetía con una extraña mezcla de lágrimas y sangre en el ojo. “¿Qué justicia vienen a hacer, a robarse las cosas? ¿Por qué no fueron y le quemaron la casa de..., que vive en la Rawson y es el que mató a la nenita?”, preguntó virando rápidamente de víctima a victimario. “Hay un menor que está detenido, que es Arce”, dijo en alusión a otra familia cuestionada por los pobladores. “No hubo Barrientos corriendo picadas. Acá hubo zona liberada. Que vayan a la casa del chico que la mató”, bramaba la hermana de uno de los Barrientos, esa extraña mezcla de noción de justicia y práctica del mano propia.
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Fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-155793-2010-10-27.htm
imagen : DyN
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