“Como envidian al Sargento Cabral aquellos que no pueden morir contentos porque saben que no han batido a ningún enemigo”
(aforismo implicado)
En Mercedes los chicos juntan plata todo el año para festejar
la primavera. Jonathan Villalba (18) pudo hacerlo este año, pero al
terminar el jolgorio fue atacado, golpeado entre varios, y dejado en una
fábrica abandonada. Cuando recobró el conocimiento, ya era de día, un
albañil escuchó sus gemidos y reportó el caso a la Policía. En estado de
hipotermia y con golpes por todo el cuerpo, Jonathan fue ingresado al
hospital municipal y se murió a las pocas horas.
¿Qué pasó? ¿Por qué
lo mataron? Son algunas de las preguntas que se hacen los
investigadores. Lo que saben, por testigos, es que Jonathan había
mantenido entredichos los días previos con algunos de los atacantes,
entre los que se cuenta un pibe de 13 años, demorado -que podría ser
derivado a un instituto de La Plata-, que lo habría atacado con un
hierro, y un joven de 24 años, que está prófugo. Para el criminólogo
Roberto Lockles, “la violencia juvenil está llegando a un extremo
incalculable”. Lockles atribuyó esta situación al consumo de droga.
“Toda agresión violenta actual tiene que ver con las drogas. Está más
metida en la juventud de lo que mucha gente cree”, añadió. Un crimen
previo y la guerra de “bandas” en primavera El 10 de abril pasado, José
Darío Duarte, un joven que había ido a vivir a Mercedes para trabajar,
fue asesinado durante una pelea a la salida de un boliche por una
“patota” de “pibes bien” del colegio San Patricio, que salían de bailar.
Algunas bandas tienen componentes racistas, razón por la que se supuso
que el ataque a Duarte tuvo que ver con eso. (Mercedes Digital)
(APe).-
Hablar de genocidio es hablar de cantidad. O sea: cuando recordamos,
conmemoramos, repudiamos todos los genocidios que han sido, asociamos
inmediatamente con miles, cientos de miles, millones de personas. No me
gusta apelar a la etimología de las palabras, así que no lo haré.
Simplemente señalar que si aceptamos que el sujeto es núcleo de verdad
histórica, como señala el filósofo León Rozitchner, o que la
subjetividad es el decantado identificatorio de la lucha de clases, como
señala este humilde servidor, podremos aventurar la idea que matar a
una sola persona puede ser genocidio. En esto consiste mi propuesta de
una travesía institucional. Es una forma de asociar libremente, pero no
solamente con palabras. El genocidio pensado como un analizador de
aquellas matanzas que solamente tienen como único fundamento lo que la
persona “es”, aunque siempre la excusa sea lo que la persona “hace”. O
incluso “podría llegar a hacer”. Esto se conoce habitualmente como “portación de rostro”.
Las dictaduras y todas las formas de fascismo se especializan en
consumar genocidios en una escala muy amplificada, que termina en el
extremo límite de una guerra civil. Como en la española, hoy parece que
prolongada en la resistencia a los planes de ajuste del social demócrata
Zapatero, que con toda seguridad estará buscando a cualquiera para
ponerse en sus zapatos, guerra civil que en realidad fueron batallas de
ejércitos contra un pueblo. La patota de los “pibes bien” (en realidad como dice el tango “pibes mal de casas mal) del
colegio del santo Patricio, tiene componentes racistas. O sea: el
racismo está aceptado como un crimen contra la humanidad. La
discriminación racial es un delito. ¿Qué seria el “componente racista”?.
¿Una dosis homeopática de racismo? ¿Un racismo acotado, minimalista,
liliputiense, sub atómico, milimétrico? Jonathan Villalba y Jose Darío
Duarte son víctimas de una forma de genocidio que podría denominar de
escala vecinal. Pero que sobre el cual se puede montar la más cruel de
las serpientes. Pienso que la alucinación democrática nos hace una y
otra vez desconocer a los huevos, para luego retroceder espantados ante
la aparición inexplicable de Godzilla. Cuando podamos entender que se
asesinan personas por el solo hecho de serlo, y que ese pacto siniestro
incluso puede ser, y lo digo con dolor, transversal a todas las clases
sociales, quizá le demos la misma atención, preocupación y urgencia a la
matanza de millones, de miles, de cientos o de uno solo. Porque además,
en una sola persona hay cientos, miles de personas encerradas, porque
nadie puede decir ni decidir sobre el devenir azaroso de la subjetividad
que se encuentra con todas las formas posibles de vivir. En cada uno,
matamos a muchos, quizá por uno “es” muchos. Femicidio no es solamente
el asesinato sistemático de muchas mujeres. Matar a una sola mujer por
el solo hecho de serlo, ya es femicidio. La Trata no es solamente
secuestrar, esclavizar, torturar, degradar a muchas mujeres, niños y
niñas. Una solo mujer mutilada en esclava sexual, ya es Trata. Quizá
tengamos que dejar de pensar con la lógica de lo múltiple que determina
al Uno, para volver a sostener que en el Uno, está la multiplicidad que
debe ser protegida. De eso se trata la singularidad. En cada uno de
nosotros, todos los otros. Solo entonces podremos combatir a todos los
genocidios, incluso aquel genocidio pequeño, pequeño.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=4520:un-genocidio-pequeno-pequeno&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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