(APe).- La vida es, muchas veces, una sucesión incansable de imágenes
inasibles. Recuerdos, fotografías de la propia historia y pinceladas de
un pasado que fue poblando nuestros días. Nunca voy a olvidar aquellas
tardes en que con la barra de amigos adolescentes nos íbamos en Campana,
mi ciudad natal, al borde de la Panamericana y jugábamos a tirarnos
como en un tobogán por la parte de abajo de un puente hasta chocar con
el cuerpo contra los guard rail. Pensado ahora, varias décadas más
tarde, uno mismo se asusta de aquello que podría haber sido y nunca fue.
Ni para mí ni para ninguno de mis amigos. Era una especie de juego
seductor con la muerte, propio de la adolescencia, ese territorio
indestructible en donde siempre el dolor y la tragedia son de los otros,
nunca los nuestros. Y también, de alguna manera, apostar torpemente a
una estúpida valentía.
Pero los tiempos del país eran otros. Y,
en medio de la más profunda oscuridad, podía aún existir una noción de
futuro que hoy los pibes parecen no encontrar. Por más indicadores macro
que hablen de una república en reconstrucción.
Las estadísticas
provinciales sobre las muertes entre los 15 y los 19 años por causas
externas son una señal clara y tajante de un sistema a contravida. De
una sociedad que se va jugando las semillas de su mañana en un bingo
fatal que sólo promete derrotas inexorables. La pérdida de la ilusión
parece ser el estandarte en el que se ven reflejados miles y miles de
cachorros que juegan el juego peligroso del presente eterno. Sin una
utopía entre sus dedos magros para acariciar y regar a diario hasta que
florezca en un estallido imparable de colores.
Seguir esas tasas en determinados territorios regionales abre aún más preguntas que nadie parece estar dispuesto a responder.
Estudios
del Observatorio Social Legislativo de la Cámara de Diputados de la
Provincia, centrados en 2008 y hechos públicos en estos días, revelan
que el 59.6 por ciento de las muertes adolescentes en el territorio
bonaerense se debió a causas externas. Es decir, a suicidios, homicidios
o accidentes de tránsito. Y ahí los suicidios alcanzan el 15.5 por
ciento; los homicidios, el 18 por ciento y los accidentes viales, el
18.4 por ciento.
Pero en la Séptima Sección Electoral, que abarca
Olavarría, Tapalqué, Roque Pérez, General Alvear, Bolívar, Saladillo,
Veinticinco de Mayo y Azul ese porcentaje trepa al 72.2 por ciento. Y de
ese total, los suicidios llegan al 30.8 por ciento; los homicidios, al
15.4 por ciento y los accidentes de tránsito el 23. Del resto, no se
sabe con exactitud.
Los pibes se nos están escurriendo entre los
dedos para hundirse en una nada definitiva y no hay grito que detenga
esa fuga feroz. Una huida a la que los adultos, la sociedad, el sistema
como enjambre dispuesto al ataque y los programas específicos suelen
dejar como tema tabú. De hecho, muchas veces los suicidios siguen siendo
cargados en las estadísticas como “accidentes”. Y, por lo tanto, no
existe proyecto alguno para hacerles frente.
La violencia
sistémica es una compañera cada vez más indisimulada de estos días. La
exclusión socioeconómica que atravesó al país y que aguijoneó a los
jóvenes en una crónica anunciada de no futuro fortaleció las murallas
que los separan de la dignidad y les propinó una estocada mortal. Muerte
por agresión. Muerte por autodestrucción. Muerte por manejar un auto
locamente embebidos con un elixir que narcotiza los sentidos. ¿Qué
importa, después de todo? ¿Cuál es la diferencia si la meta es
exactamente la misma? Esfumarse de este mundo antes de que este mundo
decida hacerlo definitivamente. Desaparecer por propia decisión antes de
que el sistema termine de empujar a todo abismo.
Como una suerte
de parias urbanos -en conceptos de Loïc Wacquant- muchos son los pibes
que terminan brutalmente sus días sin siquiera tener una definición
positiva que los englobe y los seduzca, ya desencantados de la vida. Se
hermanan -dice Wacquant- con “los sin techo”, “los extranjeros
ilegales”, “los sin trabajo”. A contramarcha de aquellas históricas
categorías de la pura utopía en que había una clase obrera y, aún más,
desde la que era posible delirar con que detrás de todos los muros a
derribar existía el paraíso.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=4601:parias-urbanos&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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