(APe).- Sus días solían ser otros. Aunque hoy le resulte inasible como
huella de vida, hubo un tiempo en que hacía tortitas de barro con esa
tierra profundamente roja de su pueblo y se reía a borbotones. Una
lluvia dulzona y cálida se transformaba en el pasaporte seguro y su
mamá, cada tanto, la sustraía de ese juego cautivador y solitario para
ir a comprar el pan.
Después, el rumbo fue otro. Y la risa se fue
deshaciendo como las hilachas de un recuerdo al que nunca más pudo
aferrarse. Pobre por origen; sin derechos por un destino que le fue
reservado cuidadosamente por los digitadores, ya no puede concebir la
palabra futuro que resulta tan ajena a su vida magra de derechos.
Aquel
día, ya con 15 años de no existir en la historia de su país, salió de
su barrio de casitas chatas en las afueras de Asunción y se plantó
cerquita nomás de la entrada al Registro de Personas de su Paraguay.
Le
habían dicho que tenía que tener esa libreta que deletrea su nombre,
que dice que nació un 17 de noviembre de un año del viejo siglo y que
vivía en ese chaperío de una calle del barrio San Lorenzo. Le habían
contado que era importante. Que no podía seguir de esa manera aunque
ella supiese que sí, que podía vivir, porque así había sido durante cada
uno de esos 15 años.
El hombre fue amable con ella. Hasta le
sonrió. Y ella pensó por un ratito que no era tan hostil la ciudad como
le habían advertido. Que había gente buena como la buena gente de su
barriada. Si el hombre no tenía por qué hacerlo y le dijo que la
ayudaría, que le facilitaría eso que las burocracias siempre expulsivas y
ausentes de comprensión no hacen; que él mismo le escribiría esos
garabatos que ella nunca había aprendido. Que se quedara tranquila. Todo
estaría bien.
Un fiscal federal está reconstruyendo esa parte de
su historia y la que vendría después. Durante un año y medio en que los
perfectos engranajes de la perversidad la devoraron, la esclavizaron,
le borraron las huellas de su risa y la empujaron a una oscuridad de la
que en un descuido escapó. Ya no fue Carolina y sus ropas tampoco fueron
las mismas. El hombre cumplió, como le había dicho, y le entregó una
libreta. Ahí decía que tenía 18 años, que vivía en Argentina -ese suelo
desconocido para su historia- y que se llamaba Leonor.
En su
nombre allanaron un prostíbulo del centro bonaerense en donde ya no
había huellas ni señales de las tantas leonores. Esas que, a diferencia
de Carolina, no escaparon ni escaparán. La mayoría entre 16 y 18 años,
según los números de la estadística.
Como en Misiones. En esa
tierra tan colorada como la de Carolina, desde agosto de 2008 hasta
ahora, un programa ministerial de asistencia a las víctimas rescató 130
chicas devoradas por las organizaciones de la trata de personas. Que
cayeron en las redes por una promesa de trabajo como niñeras, empleadas
domésticas, camareras de un bar o modelos. Que el salario sería alto.
Que podrían arrancar a su familia de la indigencia. Que algún día
tendrían una casita propia. Que las llevarían lejos, donde pagan más.
Que el futuro existe y que habrá un día en que se liberarán de esa
pesada carga de no derechos que acompañó sus días.
Muchas de las
chicas rescatadas fueron llevadas hasta Río Gallegos, a las “Casitas de
la Tolerancia” que durante más de 20 años digitaron las vidas de sus
víctimas.
Teresita Martínez, fiscal paraguaya, reconoció que el
75 por ciento de las víctimas de trata en su país tiene como destino la
Argentina. “Muchas jóvenes paraguayas de 15 años cruzan a la Argentina
con documentos de 20”, reveló.
El sistema le pone precio a los
cuerpos de niños y niñas. Trafica con ellos y les usurpa identidad,
sueños, mañana, amores. Les rompe la vida en mil pedazos cuando los
transforma en mercancía que se compra y se vende. La atrocidad deshace
su historia. Les deposita delante de sus ojos espejitos de colores en
los que creen porque ya llevan la marca eterna de la vulnerabilidad. Y
después, poco tiempo después, se los destruye y se los arroja como
basura.
Tal vez ya nunca nadie pregunte por ellos. Por las
Carolinas hechas leonores de prepo y con violencia. Después de todo,
perturban por mera presencia la conciencia de la sociedad bien. Y por eso mismo la luna les hace un lugarcito en su pecho.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=4627:en-el-pecho-de-la-luna&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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