MEXICO, D.F., 3 de septiembre (apro).- A 10 años de iniciado el
tercer milenio, la Organización de Naciones Unidas (ONU) documenta una
veintena de conflictos en los que todavía se mezclan los quehaceres
terrenales con los designios divinos. En la mayoría, el meollo no es
propiamente la religión, sino intereses políticos y económicos muy
concretos, como el dominio territorial, el control de la población, el
usufructo de materias primas, las posiciones geoestratégicas, las
alianzas regionales, etc. En suma, la vieja disputa por el poder.
Enraizada sin embargo en la identidad nacional de muchos
grupos de población, que incluye territorio, pertenencia étnica y
valores culturales, la religión constituye un formidable combustible
para incendiar los ánimos y, sabedores de ello, los políticos no pocas
veces la utilizan para lograr sus propios objetivos. La radicalización
de ciertos sectores, empero, se vuelve un arma de dos filos, porque
desatado el fanatismo difícilmente se puede dar marcha atrás.
En esa lógica, casi todos los conflictos actuales con
ingredientes religiosos tienen decenios, cuando no siglos de
antecedentes, pero muestran un recrudecimiento desde que acabó el
sistema de bloques ideológicos que dominó el mundo el siglo pasado y que
buscó relegar la religión a un segundo plano o, por lo menos, al ámbito
de lo privado. Aun así, durante los últimos 50 años dos disputas
territoriales se significaron por su carga religiosa: la de católicos y
protestantes en Irlanda del Norte, y la de palestinos e israelíes en
Medio Oriente.
Si bien el núcleo del conflicto del Ulster es la permanencia
británica que impide la reunificación integral del territorio irlandés,
más allá de los grupos que tomaron las armas, la animadversión entre
católicos y anglicanos, que se acusaron durante generaciones de
traidores a su fe cristiana común, los llevó a enfrentarse no pocas
veces con desenlaces fatales.
En 1998, después de 30 años de choques, el Acuerdo de Paz
del Viernes Santo logró un cese del fuego que derivó en un gobierno
compartido, pero no la independencia total de la isla, lo que mantiene
viva la inconformidad de los más radicales. Las heridas tampoco han
sanado. Apenas en junio pasado, el gobierno de David Cameron pidió
perdón por la matanza de manifestantes católicos pacíficos en el llamado
“Domingo sangriento” (1972) a manos del ejército británico.
El conflicto del Medio Oriente, ya se sabe, se inició con la
partición arbitraria de la Palestina histórica en 1948 y la gradual
apropiación de más territorios por parte de los sucesivos gobiernos de
Israel, sin que hasta la fecha se haya logrado su devolución ni la
creación de un Estado palestino independiente.
Cuna de las tres grandes religiones monoteístas, musulmanes y
judíos fincan en esa tierra el origen de su identidad nacional. La
creación misma de Israel ahí, está ligada con la promesa que hace miles
de años hizo Yavé a Moisés, y toda la base legal del moderno Estado
judío descansa en esta premisa histórica. Tanto, que su sociedad sigue
debatiendo si vive bajo una virtual teocracia o una democracia
parlamentaria de corte occidental.
Y es que si bien un alto porcentaje de los israelíes se
declara laico, pacifista y democrático, son los sectores conservadores y
religiosos los que han bloqueado sistemáticamente una solución con los
palestinos y los que a la postre también determinan la política
nacional.
Antes los menos religiosos entre los árabes, los palestinos
por su parte se han ido replegando sobre su fe musulmana como una forma
de identidad nacional frente al conflicto. El surgimiento de grupos
extremistas que en nombre de Alá ataca a su enemigo histórico, da cuenta
de este giro. Pradójicamente, el grupo integrista Hamas, que hoy
gobierna Gaza, fue apoyado en sus inicios por Israel como un contrapeso
al movimiento Fatah de la OLP, secular y de izquierda, considerado
entonces su peor enemigo.
Los conflictos
En estos días se inició en Washington un nuevo intento por acercar a
las partes para que negocien. Nada indica, sin embargo, que los
atavismos religiosos hayan sido superados, aun en los círculos
oficiales, y la presencia de grupos radicales en países vecinos tampoco
ayuda.
En Líbano, por ejemplo, donde la llegada masiva de
refugiados palestinos rompió en los 70 el precario equilibrio entre
maronitas cristianos y musulmanes, y desató una nueva guerra civil
(1975-1990), las tensiones nunca se han extinguido del todo. Los
asesinatos selectivos intergrupales dan cuenta de ello, pero además la
presencia de la guerrilla chiita Hezbollah, apoyada por Irán y que ataca
a Israel desde territorio libanés, ha derivado en episodios de
violencia mayores como la ofensiva israelí de 2006.
Otra guerra que a fines del siglo pasado sacó a relucir los
enconos religiosos fue la de los Balcanes. Unida sólo por el férreo puño
del mariscal Josip Broz Tito, la otrora Yugoslavia se desmemebró a su
muerte. Si bien la separación se dio bajo criterios de nacionalidad, que
incluyeron el terrible concepto de “limpieza étnica”, el factor
religioso estaba implícito, ya que los serbios son cristianos ortodoxos,
los crotas católicos y los bosnios musulmanes.
El último capítulo de este conflicto todavía vive en Kosovo,
cuya independencia unilateral fue ratificada hace poco como válida por
la Corte Internacional de Justicia, pero sólo es reconocida por un
tercio de los países de la ONU. Ahí, los llamados “albaneses étnicos”
detentan la fe musulmana y, correspondientemente, han sido apoyados por
guerrilleros mujaidines que combatieron en las guerras de Afganistán y
Chechenia.
Exacerbado el fervor islámico con el triunfo de la
revolución chiita de Irán en 1979, aunque la mayoría de los musulmanes
son sunitas se generó un espíritu reivindicativo en todo el amplio arco
del Islam, que va desde el noroeste de Africa hasta el sudeste asiático.
A partir de él se formó una serie de grupos extremistas violentos, que
encontró su cúspide en la red de Al Qaeda y los atentados de 2001 contra
Estados Unidos.
Desde entonces, el mundo vive una especie de reedición de las
Cruzadas de la Edad Media, aunque esto no significa que los únicos
enfrentamientos con connotaciones religiosas sean entre cristianos y
musulmanes, ya que los hay entre diversas denominaciones y aun entre
ramas antagónicas del propio Islam.
En Irán, que se declara como República Islámica y donde rige
una teocracia, ya que aunque hay un presidente seglar el que manda
realmente es el Consejo de Clérigos, las minorías sunita, cristiana,
judía y zoroastriana han denunciado actos de discriminación y
hostigamiento, y la propia población civil se queja de los rígidos
controles ejercidos por los “guardianes de la fe”. Últimamente Irán ha
dado la nota con la persistencia de la lapidación para las personas que
cometen adulterio.
No hay que olvidar tampoco que, a pesar de sus motivos
foráneos, la guerra de los 80 entre Irán e Irak acabó por enfrentar a
dos ramas musulmanas. Sadam Hussein, quien procuró mantener un gobierno
laico, en sus últimos años recurrió también a la utilización política
del Islam y, a su caída, el enfrentamiento entre la minoría sunita, que
tenía el poder, y la mayoría chiita marginada y perseguida, fue
inevitable. Los yihadistas, llegados de fuera, le dieron además una connotación de “guerra santa”.
Afganistán, en su lucha contra la invasión soviética de los
ochenta, fue la cuna de los mujaidines de los que surgió Bin Laden y su
red, y a los que paradójicamente Estados Unidos apoyó en contra de la
URSS. Este ambiente prohijó al régimen talibán, que se caracterizó por
su violenta aplicación del purismo islámico, particularmente contra las
mujeres. Pero también hubo discriminación contra las minorías hinduistas
y budistas, a las que se obligó a usar un distintivo similar al de los
judíos durante el nazismo. La destrucción de los budas gigantes de
Bagram evidenció el grado de fanatismo y causó indignación
internacional.
En la vecina Pakistán, donde se refugiaron varios dirigentes
talibanes a partir de la ofensiva estadunidense de 2003, el
fundamentalismo islámico ha sido alimentado por innumerable madrasas donde se imparte una visión dogmática del Corán y de las que han salido numerosos yihadistas
como los que cometieron los atentados de Londres en 2007. Organismos de
derechos humanos denuncian además discriminación y actos violentos por
parte del gobierno y jefes tribales contra las minorías cristianas,
hinduistas y paganas.
Otro conflicto dentro de este marco es el de Chechenia. Si
bien el independentismo checheno se remonta al siglo XVIII, en las dos
guerras recientes con Moscú el factor islámico ha jugado un papel
crucial y las guerrillas que aún persisten cuentan, al igual que los
“albaneses étnicos” de Kosovo, con el apoyo de los mujaidines de
Afganistán. Además se han documentado tensiones entre la mayoría
musulmana y la minoría cristiana ortodoxa de origen ruso.
En el sudeste asiático Tailandia, de mayoría budista, y
Filipinas, de mayoría católica, luchan contra sus respectivos
movimientos secesionistas islámicos, mientras que en Myanmar, los
militares birmanos han reprimido duramente a los musulmanes cham, aunque
tampoco dudaron en aplastar a los monjes budistas que encabezaron la
revuelta de 2007. Indonesia, el mayor país musulmán, ha vivido desde su
independencia feroces persecuciones de extremistas contra la minoría
china, budista y cristiana, y en la represión contra Timor Este también
exacerbó la violencia la condición católica de los independentistas.
En la península índica, con su multiplicidad de creencias,
los choques son ancestrales, pero crecieron con la arbitraria partición
postcolonial. Bangladesh esgrimió para independizarse de Pakistán su
identidad benaglí, pero conforme los partidos musulmanes se hicieron del
poder, empezaron los ataques contra hinduistas y budistas. En Sri
Lanka, los tamiles hindúes del norte han buscado separarse de los
budistas cingaleses del sur, en una guerra en la que ha intervenido
Nueva Delhi, por temor a que sus propios grupos tamiles quieran
independizarse.
En la India misma, aunque ahora gobierna el sij Manhoman
Singh, el principal conflicto ha sido con esta minoría que busca la
independencia del Punjab. Su brutal represión en los ochenta, que
incluyó el bombardeo de su sitio más sagrado, se saldó con el asesinato
de la premier Indira Gandhi y su hijo Rajiv. Pero sin duda, el principal
conflicto sigue siendo el de Cachemira. Desde que en 1947 un marajá
hindú decidió incorporar su territorio con 80% de población musulmana a
la India, los choques con Pakistán no han cesado. Hoy, Islamabad acusa a
Nueva Delhi de reprimir a los independentistas musulmanes, mientras que
ésta denuncia la infiltración de yihadistas, que han cometido sangrientos atentados contra el lado hindú.
En África los conflictos interreligiosos también son
múltiples, pero entre ellos ha sobresalido la guerra en Sudán, que
enfrenta a los árabes musulmanes del norte, con los cristianos y
animistas negros del sur. La imposición de la sharia por parte
del gobierno central, creó de facto un Estado islámico al que quedó
sometida toda la población, fuera o no musulmana. Presuntamente Bin
Laden planeó ahí a principios de los noventa los atentados de las
embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, motivo por el que Sudán
fue posteriormente bombardeado.
Otro sitio de tensión religiosa sigue siendo China. Si bien
en los últimos lustros se ha tolerado el resurgimiento de prácticas como
el confucionismo, el taoísmo y la religión china tradicional, todavía
hay denuncias de represión hacia minorías como los uigures musulmanes o
la secta Falun Gong. Pero, sin duda, el principal conflicto es con el
budismo tibetano y su cabeza visible, el Dalai Lama, acusados de
separatismo, a los que se ha reprimido en forma inclemente; la última
vez en 2008, poco antes de las Olimpíadas de Pekín.
Hay muchos otros focos que no están en guerra hoy, como el
de los griegos ortodoxos y los turcos musulmanes en Chipre, o los
cristianos coptos que se quejan de discriminación en Egipto. Pero la
proliferación de grupos fundamentalistas en Internet, sobre todo
cristianos, judíos y musulmanes, que se atacan unos a otros sin
misericordia, da cuenta de una virulenta intolerancia interreligiosa,
que francamente asusta.
fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/83040
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