La
mayor parte de las migraciones son desde siempre producto de la
miseria, agravada en nuestros días por el acoso del hambre, de la falta
de fuentes de trabajo y de mínimas perspectivas de supervivencia que
impulsan a individuos, familias y hasta comunidades enteras a buscar la
subsistencia lejos de la propia tierra. Pero nadie se esfuerza por
encontrar respuestas humanamente aceptables a una situación cuyas causas
de ser coherentes con sus principios nuestra civilización
judeo-cristiana debería condenar severamente y tratar de revertir.
Por
el contrario antes de buscar los medios para solucionar los problemas
en su origen, antes que en remediar las causas de las que son
principalmente responsables, los políticos y los gobiernos se centran en
atacar las consecuencias que les son incómodas y para ello sí no
escatiman esfuerzos. Tal el caso la creación en 2004 en Europa de una
sofisticada fuerza policial denominada Frontex, cuyo objetivo es vigilar
con sus 115 barcos, sus 27 helicópteros, 21 aviones. 400 radares y sus
instrumentos de visión nocturna, vigilancia y comunicaciones toda
tentativa de “inmigración ilegal” como si los seres humanos pudieran ser
considerados como productos de contrabando, en lugar de dirigir esos
esfuerzos económicos a resolver sus bien conocidas causas y no sus no
deseados efectos.
Esa políticas junto a la
Directiva retorno no hace mucho aprobada por el Parlamento europeo
condena a la expulsión a los inmigrantes que sorteando los más duros
escollos logran ingresar al continente europeo y que más que castigos
merecerían lauros como los deportistas que con menores riesgos para sus
vidas triunfan en las carreras de obstáculos.
Con
un cinismo mayúsculo los países del hemisferio norte eluden la
responsabilidad que les cabe en la expoliación de las riquezas de los
países que se convierten así en expulsores de población, en las
políticas de ajustes estructurales, en los tratados de libre comercio
cuyas condiciones es harto sabido son por lo general simplemente
expropiatorias.
La experiencia europea de los
años 60 y 70 puede ser un ejemplo, sin embargo, de cómo la voluntad
política puede revertir esa afluencia inmigratoria. La oleada hacia la
Europa industrializada fue en el caso de España de dos millones y medio
de españoles que se vieron forzados a cruzar los Pirineos en busca de un
bienestar que no podían encontrar en su tierra. Sin embargo este
proceso pudo ser revertido cuando la CE resolvió crear un Fondo de ayuda
que permitiera equilibrar las diferencias económicas entre los países
miembros. Esta decisión permitió que los españoles pudieran regresar con
gran beneplácito a su solar nativo.
Nunca o
casi nunca el tema de las migraciones ha sido analizado desde el punto
de vista del ser humano persona o de los grupos humanos impulsados a
migrar, cuyo alejamiento forzoso de la tierra natal, de los afectos
cotidianos, de su cultura tradicional agrega un componente
dramáticamente doloroso e injusto.
En nuestro
país y en América Latina las tendencias migratorias tienen
fundamentalmente su origen en la falta de políticas, espontáneas o
inducidas, que estimulen la permanencia de los habitantes en sus
regiones de origen, ya sea mediante apoyos estatales a la producción
agrícola, a su diversificación o a la generación de fuentes de empleo
locales orientados a la industrialización de dicha producción y a su
consiguiente inserción comercial en los circuitos de distribución
internos e internacionales.
Por el contrario
los actuales procesos agroindustriales tendientes a la concentración de
la tierra y de la producción en pocas manos ha acrecentado la tendencia
migratoria hacia los centros urbanos y es la principal causa de
formación de los cordones periurbanos de indigencia extrema en los que
la mayoría de sus habitantes pasan a integrar la economía sumergida
olvidando su dignidad y sus derechos.
Los
migrantes han sido siempre, y siguen siendo producto de duras e injustas
condiciones de vida pero en las que también ocupaban un lugar, el medio
natural que les vio nacer y al que estuvieron ligadas sus primeras
vivencias, los lazos de amistad anudados durante la juventud, los
afectos familiares, el ambiente en que se fue modelando su vida moral,
intelectual, espiritual, sus raíces en definitiva, que nada ni nadie
puede reemplazar.
Migrar no solo es renunciar a
esas vitales bases espirituales sino imponer a los que se quedan
castigo similar privando a los hijos del fecundo aliento de los mayores y
a los mayores del renovado impulso de los más pequeños. Emigrar debe
ser fundamentalmente una elección individual, personal, meditada y nunca
una huida desesperada hacia un futuro incierto, aleatorio y en la mayor
parte de los casos seguramente no deseado.
En
la mayor parte de los foros y reuniones internacionales en que se debate
el problema de las migraciones se suelen tratar los problemas que se le
presentan al inmigrante en el país de acogida. Su masiva presencia
genera en las poblaciones locales intolerancia, recelo, desprecio,
desconfianza y hostilidad ya sea de carácter cultural o laboral que
suelen convertir al inmigrante en una especie de “chivo expiatorio” de
todas las calamidades que pudieran manifestarse en el seno de la
comunidad pero en casi ninguno o creo que ninguno se destaca lo
inadmisible de tener que aceptar pasiva y compulsivamente entre dos
únicas opciones, emigrar o perecer o lo que es aún peor perecer
emigrando como sucede en los cayucos que frecuentemente naufragan en las
peninsulares costas del Mediterráneo o en las proximidades de las islas
Canarias.
Crecen el racismo y la xenofobia.
Las mayorías se sienten amenazadas pero las minorías reclaman vivir en
esa sociedad en que también se sienten amenazadas y para lograrlo suelen
tejer redes de reciprocidad que reemplazan a cualquier, existente o
potencial, política de acogida. No otra cosa son los centros de
residentes, que por país de origen, región y hasta ciudad o pueblo,
proliferan en muchas aglomeraciones urbanas.
En
la Federación Argentina de colectividades (FAC) existen 62
colectividades registradas, de las cuales un 20% tienen publicaciones
propias. Algunas como la bolivianas representan a los más de 2 millones
de inmigrantes de esa procedencia.
Los
paraguayos una publicación mensual que según su director “apunta a todo
lo que interesa, afecta y conmueve a la comunidad paraguaya residente en
la Argentina”
Los croatas y los eslovenos,
los coreanos, los árabes, los lituanos también las tienen, sin omitir
las más antiguas como el “Buenos Aires Herald” y el “Argentinisches
Tageblatt, nacidos en 1876 y 1889 respectivamente
Esta
fuerza centrífuga, impulsada por la ilusoria atracción de mejores
niveles de vida, ha venido concentrando en las últimas décadas, ingentes
masas de población en la periferia de los centros urbanos
latinoamericanos. Hombres y mujeres procedentes de los más recónditos
lugares de cada país y de los países vecinos se han desplazado en
esperanzada peregrinación hacia las ciudades en las que las promisorias
perspectivas terminan en dolorosas e irreversibles frustraciones.
Quienes
sufren el amargo síndrome del desarraigo han perdido así uno de los
derechos humanos fundamentales: el derecho a nacer, crecer, vivir,
multiplicarse y envejecer en el propio terruño, valorando el legado de
sus antepasados, prestándole continuidad
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/09/el-derecho-al-arraigo.html
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