En 1930 existían, en efecto, dos Españas. Una formada por plutócratas,
clases medias tradicionalistas, militares y clérigos, que tenía todos
los privilegios del dinero, la alcurnia y el poder, y otra, inmensamente
mayoritaria, analfabeta, pobre, humillada, amedrentada, resignada y sin
apenas posibilidades de prosperar. Aunque sorprenda, las dos Españas
nos se relacionaban entre si más que obedeciendo a estructuras muy
jerarquizadas y era –como en La India- muy difícil pasar de la una a la
otra. Tan sólo algunos burgueses arrimados a las
gentes de bien,
traicionando a su clase, podían terminar matrimoniando con algún “pollo”
venido a menos y situarse, no sin recelos, entre los elegidos.
Fueron
burgueses ilustrados quienes formaron los primeros gobiernos
republicanos, burgueses con un programa de reformas moderadas ya
aplicadas en buena parte de nuestro entorno; burgueses que se verían
obligados a combatir a las masas populares hartas de siglos de
atropellos y abusos, pero decepcionadas por el lento avanzar de los
cambios liberadores alimentados por el sueño republicano. Los
proletarios creyeron que la República acabaría de un plumazo con todo el
entramado caciquil que los subyugaba y oprimía, lanzándose,
generalmente dirigidos por la CNT, a huelgas y conflictos que los
sucesivos gobiernos hubieron de reprimir con los medios a su alcance,
que no eran muchos, sobre todo si pensamos que una parte del Ejército
conspiraba contra el nuevo régimen desde el mismo día de su
instauración. La obra reformista de la República, desarrollada en tan
sólo dos años, quiso primero dar escuela a quienes carecían de ella,
esperando como fruto ciudadanos libres y conscientes; elevó los salarios
de los jornaleros; admitió el divorcio, el voto de la mujer, emprendió
obras públicas para mitigar el paro, puso en marcha una tímida reforma
agraria y quiso la separación –condición sin ecua non para avanzar en el
progreso social- de la Iglesia y del Estado. La pobreza impulsó a
muchos jornaleros y obreros a luchar por mejorar su situación,
enfrentándose abiertamente con los gobiernos republicanos y cometiendo,
en ocasiones, desmanes sólo justificables por su terrible situación; la
defensa del privilegio, animó a la minoría que todo lo tenía a empuñar
las armas del Estado contra el Gobierno y
contra los pobres,
provocando una de las etapas más desdichadas y trágicas de nuestra
historia. Sí, había entonces varias Españas -puede que tres, o que
cuatro-, pero fundamentalmente dos: La de los que dieron rienda suelta a
los cuatro jinetes del Apocalipsis movidos por un egoísmo brutal; y la
que, desde el analfabetismo y la opresión secular, quiso romper la
armadura obscena que les oprimía.
Hoy no hay dos Españas, en
ningún caso. El franquismo, mediante el terror, creó, al calor del
turismo y de las remesas de los emigrantes, una clase media tirmorata e
indolente, generalmente poco ilustrada y ajena a la cosa pública, salvo
para maldecir a quienes en ella se involucraban, fuesen honrados o lo
contrario. Esa clase social, que hoy abarca desde obreros manuales en
precario a profesionales con alta remuneración, trabaja sin descanso,
paga sus impuestos, consume en la medida de sus posibilidades, es dócil y
comprende a la inmensa mayoría de habitantes de este país. De sus
entretelas salen dos apéndices minoritarios, uno reaccionario que tiene
la mirada puesta siempre en el pasado y en las “nuevas” políticas
ultraconservadoras; otra, reformista que, desnutrida en sus filas por el
avance del descreimiento y “el desencanto” acomodaticio, pretende
solucionar, con mayor o menor destreza, los problemas que nos acucian
desde antiguo.
Sin embargo, pese a su implantación minoritaria,
la influencia social de los apéndices es grande y todavía son muchos
quienes siguen hablando de las dos Españas, de "guerravicilismo”, de
balcanización del país. Nada más falso. Lamentablemente, nuestra actual
democracia no quiso que de las escuelas saliesen ciudadanos conscientes y
libres, a los jóvenes se les ocultó el pasado como si no hubiese
existido y hoy, para algunos, aunque parezca mentira, resulta una
provocación que una persona quiera saber donde yacen los restos de su
padre fusilado y torturado; que se intenten fórmulas para que los
nacionalismos periféricos se integren placenteramente dentro del Estado;
que se llame genocidas a quienes cubrieron España de sangre y terror
una vez acabada la contienda civil.
No, hoy no existen dos
España, pero sí una minoría recalcitrante que hace mucho ruido y tiene
pocas nueces que vender, que está al acecho, que ha multiplicado su
hacienda por mil al calor de la especulación y de la destrucción,
hormigonera en mano, física de España, que sigue sin estar dispuesta a
perder ni uno solo de sus privilegios “innatos”. La inmensa mayoría,
como antaño, calla y contempla el panorama desde un puente, ajena a su
historia.
fuente, vía :
http://www.kaosenlared.net/noticia/las-dos-espanas-mitos-leyendas
http://www.kaosenlared.net/noticia/las-dos-espanas-mitos-leyendas
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