(APe).- Hasta hace pocos años era sólo el fantasma del panóptico de
Jeremy Betham. O el delirio de George Orwell en “1984”. Hoy el control
generalizado y oculto de ojos que todo lo vigilan y que todo lo
atraviesan está en la calle y en la plaza y las ciudades se han
convertido en enormes cárceles-panóptico, elevadas en rejas y paredones,
sonoras en alarmas y luces que se encienden cuando el vigilado pasa por
la vereda.
Más de 40 municipios de la Provincia instalaron
cámaras de vigilancia en sus calles. Ojos atentos controlan la conducta
de los ciudadanos. Ojos que vigilan cada paso y cada movimiento. Que
giran 180 grados. Que miran aquí y allá y hurgan atentamente en las
vidas. Ojos que tranquilizan -por sólo estar- las conciencias del que
teme. Que hoy por hoy es mayoría. La sensación de inseguridad es, según
el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica
Argentina , del 77.4 por ciento de la población. Sin embargo, ese número
según la misma encuesta casi triplica a quienes sufrieron un hecho
delictivo y alcanza el 27.3 por ciento. La explicación, para el
Observatorio es que “la percepción de inseguridad es la sensación de una
amenaza que puede ocurrir de manera azarosa, es decir, es la
convivencia con el sentimiento de que en algún momento el individuo
termina perjudicado”. Hay más miedo que delito. Y el miedo es más
violencia latente.
Cuando la Legislatura bonaerense sancionó hace
apenas unos días la ley que permitirá utilizar como prueba judicial las
filmaciones de las cámaras en las calles siguió avanzando en la idea de
que es el control desde el ojo atento y anónimo lo que resolverá un
problema con raíces ancladas en la inequidad.
¿Acaso sorprende
que del trabajo de la UCA se desprenda que el 43.9 por ciento de los
agresores hayan tenido entre 18 y 29 años o que el 30.6 por ciento tenga
menos de 17? ¿Es tal vez una generación maldita y contaminada por un
extraño virus que lleva a delinquir? ¿Es acaso raro que el 28.8 por
ciento haya sido definido como perteneciente a un sector social “muy
bajo” y el 36.5 por ciento “bajo”?
Los dirigentes suelen buscar
causas estratégicas del aumento de la violencia delictiva. Niegan que
nazca en la inequidad. Y lo hacen con gesto y tono generoso: “no es la
gente pobre la que sale a robar”. Se quitan entonces de las espaldas su
responsabilidad histórica en la marginación -también estratégica- de
amplios sectores de la población y la consecuente fractura de las redes
de convivencia. La inseguridad, entonces, nace de factores
extra-terrestres a los que hay que enfrentar con más uniformes, más
armas, más encierro, más vigilancia, más marginación, más basurales
sociales con sello del servicio penitenciario.
Ahí están las
cámaras. Cerca del banco. En el ingreso al parque. En la esquina
céntrica. En el punto exacto en que los pibes se congregan en las
tardes. Observar para controlar el cuerpo y las conductas. Foucault
diría para adiestrar al hombre en sus comportamientos e incluiría luego
el concepto de castigo para corregir las conductas contrarias a las
normas establecidas por el poder.
Controlar para evitar y
castigar para corregir, dicen. Ya lo planteó sabiamente Hilda “Chiche”
Duhalde: “Estos chicos no nacieron de un repollo, nacieron de una
sociedad que se olvidó de ellos”. El pequeño detalle es que Chiche
Duhalde es fiel representante de esa “casta” paridora de olvidos y de
repartos desiguales. Y por eso insiste: (como la sociedad se olvidó de
ellos) “primero hay que construir cárceles, ya que por ejemplo en la
provincia de Buenos Aires faltan 10 mil plazas” y hay que usar “los
espacios ociosos que tienen las Fuerzas Armadas para los menores que
delinquen”. Para rehabilitar, agrega.
El miedo es, en definitiva, uno
de los negocios más enriquecedores de la sociedad capitalista. El miedo
rinde y da frutos. El miedo controla. El miedo nos hace prisioneros,
diría Galeano y “nos vamos volviendo vigilantes del prójimo” porque “la
demanda crece tanto o más que los delitos que la generan”.
El
miedo disemina los ojos. Los perfecciona. Permite usarlos como pruebas
contundentes en causas judiciales. El miedo multiplica las ganancias de
los que viven del miedo. El miedo derrama millones en los negociados de
la seguridad. El miedo proclama el control pero no permite que se lo
entierre corrigiendo sus orígenes. Buscando en las raíces de una tierra
nacida para otro destino. Uno de grandezas y equidades. Un destino en el
que no debieron haber nacido parias de dignidades. Y en que muchos
pibes no tenían que quedar fatalmente hermanados con la violencia. Ni
engrosar las estadísticas más oscuras para su inexorable condena.
Fuente, vìa :
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/index.php?option=com_content&view=article&id=4506:ojos-que-vigilan&catid=35:noticia-del-dia&Itemid=106
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