Todos los noticieros de la televisión peruana responden a un mismo
formato. Pareciera que fueran un Parte hecho por la Agencia Central de
la Policía Nacional, distribuido luego a los medios para ser
retransmitidos con religiosa puntualidad, siguiendo un riguroso orden
correlativo.
Después de todo, la “seguridad” -o la inseguridad- es también una estrategia política.
La primera noticia
-anunciada casi siempre como “de último minuto” o “primicia”- es,
habitualmente, un crimen. Por lo general se trata de la muerte de
alguien asesinado por su conviviente o por un tercero. ¿El móvil? Los
celos, la violencia familiar, la incomprensión hogareña, los desarreglos
mentales de la gente.
La segunda noticia, es
un secuestro. Un empresario cualquiera, generalmente pequeño o mediano,
resulta interceptado por personas no identificadas que se lo llevan para
cobrar un rescate, o simplemente obligarlo a retirar dinero de un
cajero automático.
La tercera, una violación.
Una joven, atacada en la vía pública o en un vehículo de transporte, es
conducida a un despoblado y ultrajada. Ella, y sus parientes más
cercanos asoman rigurosamente ante Cámaras para exigir “justicia”, por
el delito.
La cuarta, un asalto. Por lo
general, ocurre en las grandes avenidas, o incluso en los corredores
viales. Casi siempre toma la forma de dos o tres vehículos que
interceptan a uno, y lo obligan a detenerse. Entonces, los delincuentes
bajan y disparan a matar contra quienes caigan. Y claro, así ocurre el
caso de una niña que queda cuadriplégica ante el estupor generalizado de
la ciudadanía.
Y por si eso no fuera
suficiente, la quinta noticia es un accidente. En una carretera del
interior, dos vehículos de transporte público han chocado dejando un
saldo de 20 personas muertas y numerosos heridos. O un ómnibus se ha
precipitado a un abismo, por lo que han dejado de existir 18 personas
entre hombres, mujeres y niños.
Después
vendrán otras del mismo corte: fueron capturados dos delincuentes
buscados por la policía, fue intervenido un centro de diversión donde se
encontró droga, un obrero de la construcción pareció en un “accidente”,
y otras similares.
Y será necesario también
“intercalar” algunas noticias de orden social: los trabajadores de una
azucarera en el norte toman por la fuerza las instalaciones del centro
laboral, la marcha de los obreros de la construcción bloquea el tránsito
en la ciudad, los maestros se resisten a ser evaluados.
Y
si se tuviese que dar cuenta de un asesinato cometido por un miembro de
la institución policial o militar, no se hablará de un crimen, sino de
un “confuso incidente”, de resultas del cual murió un civil…
Los
locutores -desde Claudia Cisneros hasta Mónica Delta, pasando por
Mávila Huertas, Raúl Tola y Aldo Mariátegui, y las presentadoras de los
Canales 2, 4, 7, 9 y 11 de la televisión peruana; pondrán en todos los
casos, cara de circunstancia. Y se indignarán, o se sublevarán, ante la
violencia de la que dan cuenta, en la medida que van ganando “rating”,
es decir teleaudiencia complaciente y morbosa que quiere saber cómo fue
el crimen más reciente.
¿Responde todo esto a
una casualidad? ¿Es producto de apenas un modo de informar y dar cuenta
de las noticias, o es más bien una estrategia orientada a colocar el
tema de la Seguridad Ciudadana en el centro de las preocupaciones
nacionales? Y esto ¿ocurre por gusto, o forma parte de un mensaje que se
busca entregar a la gente haciéndole ver la imperiosa necesidad de
tener “mano fuerte” para detener la “ola de violencia”?
Porque
lo real es que, luego de algunas semanas de atiborrar la mente de las
personas con crímenes cotidianos, se da paso a un titular que gana las
portadas de la prensa escrita: Keiko Fujimori exige la Pena de Muerte
para los delincuentes. Y claro, gracias al ambiente creado, el 77% de
los peruanos saluda la iniciativa, espera que se concrete e incluso se
pregunta si no sería bueno que la hija del chino -con este mensaje- gane
los próximos comicios presidenciales del 2011.
Hay
un antecedente para el manejo de esta política: el que se hizo a lo
largo de veinte años en el país -entre 1980 y el año 2000- vendiendo la
idea del “terrorismo” afincado entre los peruanos.
Una
patrulla del ejército entraba a un pueblo olvidado de la serranía y
mataba a campesinos indefensos. ¿La explicación del hecho? Muy simple.
Se trataba de una patrulla que, en busca de “terroristas” había sido
atacada en un poblado inhóspito, y se había visto forzada a repeler
fuego. Quedaba consentida, de ese modo, la existencia de “grupos
terroristas” que “atacaban a los soldados” y blanqueado el crimen: había
ocurrido en defensa de “la ley y el orden”. Multiplicada la estrategia,
el resultado fue espeluznante: centenares de “enfrentamientos” en la
serranía y 70 mil muertos como consecuencia del “conflicto armado”.
En
estos días, agosto del 2010, se cumplen 25 años de la matanza de
Accomarca. Allí -se recuerda- una patrulla militar al mando del Teniente
Hurtado, incursionó en la zona y mató a 69 personas entre niños,
mujeres y ancianos. ¿La versión? Repelió el ataque de una columna
senderista inexistente.
Y es que para hacer
entender la necesidad de acciones de esta naturaleza y magnitud,
resultada indispensable asegurar a todos que había un “conflicto
armado”, es decir, una guerra.
Eso pasaba por
hacer consentir a la población que la organización “alzada en armas” era
una fuerza incontenible que había logrado ya el “equilibrio
estratégico”, y que estaba a punto de “tomar las ciudades”, amagando el
Poder. La “Democracia”, entonces tenía que defenderse. No había otra.
Al
fin del camino -de ése camino- estaba un propósito político. Perpetuar
un régimen neo nazi que esterilizara mujeres e hiciera prácticas de
“limpieza étnica”; para -bajo el ala del “combate a terrorismo”- imponer
un “ajuste” neo liberal que protegiera los intereses de las grandes
empresas y beneficiara a los ricos, en detrimento -claro- de los más
necesitados.
Ahora la cosa conoce algunas
variantes. En Colombia, por ejemplo, cuando se descubrió la fosa común
más grande del mundo con más de dos mil cuerpos de personas asesinadas,
se aseguró que Venezuela cobijaba a destacamentos guerrilleros y se hizo
–a partir de Bogotá- la “campaña patriótica” contra la vecina Venezuela
y el gobierno de Chávez, confirmando entonces la “importancia
estratégica” de contar con 7 bases militares norteamericanas en el suelo
de Nariño.
Y en Costa Rica, la presidenta
Laura Chinchilla, permitió el desembarco de 46 barcos de guerra y 7,000
Infantes de Marina de los Estados Unidos en suelo “tico”, para “combatir
la inseguridad”.
¿No ocurrirá que aquí, para
asegurar que “el Cojo” Mame no huya de la prisión y no mate a más gente,
resulte necesario establecer también bases militares yanquis? ¿Y no
sería útil que para que gane puntos la candidatura de Keiko Fujimori el
tema de la Pena de Muerte esté situado en el centro del debate de los
peruanos?
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/08/peru-la-inseguridad-como-estrategia.html
http://www.argenpress.info/2010/08/peru-la-inseguridad-como-estrategia.html
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