El ocaso del siglo XX ha
proclamado un cambio en la izquierda; toda forma de militancia carente
de capacidad autocrítica, estructurada con mando vertical o basada en
una ética relativa pierde poder de convocatoria y se convierte en cosa
del pasado.
Empero, la naturaleza humana no ha
cambiado. Los intentos por crear un “hombre nuevo” fracasaron de la
manera más contundente. Al cabo de 40 ó 75 años de socialismo
leninista, al colapsar los regímenes en Europa Oriental y la URSS
rebrotaron de inmediato el chauvinismo, el racismo y el fascismo. La
tendencia a la formación de camarillas de poder, de grupos de
privilegio, control, manipulación y exclusión, abiertos o solapados,
sigue presente en todo el mundo, en toda institución, en todo organismo
social.
Tampoco ha cambiado la naturaleza del
sistema. Ante el dominio hoy incontestado del capitalismo tardío, que
demuestra su total incapacidad de resolver los mayores problemas de la
humanidad, las antiguas tendencias mencionadas se potencian.
El desafío de la izquierda en el siglo
XXI consistirá en saber enfrentar problemas sociales, culturales y
políticos en condiciones rápida e impredeciblemente cambiantes. Urge
redefinir el concepto de “izquierda” para liberarlo de visiones
dogmáticas, sectarias y autoritarias enterradas por la historia. Si ayer
“ser de izquierda” era cuestionar el dominio de los poderosos, en un
mundo en que las certezas se derrumban “ser de izquierda” significa
cuestionarlo todo, incluidas las propias convicciones, las propias
obsesiones, las propias tribalidades.
EL OCASO DE LA DISCIPLINA PARTIDARIA
La disciplina partidaria nació como
consecuencia de una convicción: la uniformidad de pensamiento y de
acción de la izquierda eran necesarias para cambiar el mundo. Esta
regimentación de las orgánicas izquierdistas llegó a su cumbre trágica e
irracional con el terror del estalinismo, con la dificultad adicional
de que la izquierda nunca pudo convivir plenamente con los grandes
iconoclastas. Russell, Sartre, Trotsky, Gramsci, Lukacs, Koestler, Djilas, Marcuse, Dubcek, Althusser, Garaudy
y tantos otros debieron, durante una parte o la totalidad de su vida
pública, vivir en los márgenes de la izquierda institucional, apenas
tolerados o en abierta confrontación con ella. El mejor pensamiento
progresista se vio así separado de los grandes movimientos partidistas y
sindicales.
Un golpeante resultado del siglo XX es
la creciente prescindibilidad que las mayorías demuestran hoy ante la
disciplina partidaria. Hasta los partidos comunistas sobrevivientes
deben aceptar un grado creciente de autonomía de sus bases. El
centralismo democrático agoniza; las viejas y férreas estructuras se han
ido transformando lenta y casi imperceptiblemente en redes de
comunicación; las comunidades obreras, mineras, campesinas,
poblacionales e intelectuales que por decenios se identificaron con la
tradición orgánico-ideológica del izquierdismo, se mueven hoy
aparentemente al azar, explorando caminos de esperanza al margen del
bien hollado sendero de las fidelidades partidarias. La rapidez del
cambio ha sido sorprendente e impredecible. Aunque en un marco adverso,
las posibilidades abiertas al progresismo de hoy son inmensas y aún
impredecibles.
Al desaparecer o perder importancia los
aparatos orgánicos regimentados, con su tendencia al protagonismo
público, al autoritarismo y al secretismo, el mundo contestatario se
transforma en un ente deslocalizado pero ubicuo; incontenible e
inconspicuo, pero multisensible y multicomunicado; desuniforme en
ideología pero, hoy más que ayer, poderosamente diferenciado ante las
estructuras y mecanismos de dominación.
Como contraparte pragmática a la
disgregación de las orgánicas, aparecen partidos progresistas de
naturaleza cupular, que aspiran a formar parte permanente de coaliciones
gobernantes, procurando entenderse con el electorado a través de los
medios de comunicación. Pero el poderoso y rígido molde
político-económico global en que actúan tiende a hacerlos acríticos de
una buena parte de las reglas del juego político y social, abandonando
aspiraciones tradicionales del izquierdismo. Un programa de gobierno de
izquierda, en Chile y otros países, parece cada vez más irrealizable por
los canales electorales abiertos a la ciudadanía.
Por su parte, la globalización de las
comunicaciones y de numerosas formas culturales tiende a generar una
abundancia de información que, a pesar de ser fragmentada, falsificada y
mañosamente interpretada, entrega datos para un proceso continuo de
integración de percepciones, conocimientos, intuiciones y subculturas.
Al igual que el socialismo soviético, el bárbaro liberalismo mercantil
contemporáneo genera sus propias formas de lo que el teórico alemán Rudolf Bahro, en su fase marxista, llamó Mehrbewusstsein
(plusconciencia). Tal como es más difícil alinear a la gente, también
es más difícil engañarla. Tal como es más difícil sacarla a la calle a
desfilar, también es más difícil venderle sumisión y acriticismo. Crece
el grado de diversidad de las respuestas civiles a los problemas del
presente.
A mayor desarrollo de la productividad
en la sociedad moderna, mayor el grado de deshumanización, sobre todo en
las grandes ciudades; como consecuencia de este hecho y de la
disgregación de las identidades masivas crece el aislamiento y soledad
de muchos individuos, así como la conciencia de la enorme desigualdad e
injusticia que se agiganta en el mundo de los “tigres” y “jaguares” y
de las magras posibilidades de superarlas en el corto o mediano plazo.
Acaso una frontera definitoria del izquierdismo en el siglo XXI será la
decisión de resistir las tendencias autodestructivas generadas por el
capitalismo tardío.
LA UTOPÍA COMO IMAGINARIO COLECTIVO
En estas circunstancias, cuando las
ideologías revolucionarias parecen impotentes y la diversidad en el
pensamiento y en la acción comienzan a abrirse paso, en mi opinión, lo
más factible y convocante es un llamado a generar nuevas utopías.
¿Qué es una utopía? Esencialmente, una
visión deseable del futuro, una convocatoria a desatar el imaginario
colectivo, un llamado a los sueños y una búsqueda de caminos para su
realización. A diferencia de la ideología, la utopía no tiene
por qué incluir una visión compartida del pasado ni tampoco una noción
de inevitabilidad de un futuro predefinido. La ideología es una
estructura de certezas adoptadas, mientras la utopía está hecha de
aspiraciones. La búsqueda utópica es abierta, fundamentada sobre la
diversidad y la complejidad del presente; no exige contenidos
consensuados; caben en ella todo el rango de aspiraciones de comunidades
e individuos, todas ellas, igualmente legítimas.
Cabe la pregunta ¿es contradictoria la
construcción de utopías con la generación de ideología? A mi juicio, no.
La producción de elementos ideológicos es un resultado inevitable de un
llamado a los sueños y de la acción política, sin embargo, pienso que
la convocatoria a reflexionar críticamente, a conjurar el imaginario
colectivo y a generar movimiento social es un camino más fructífero que
el intento por elaborar verdades históricas absolutas. Un movimiento
capaz de convocar a discutir el mundo que queremos gatillaría,
indudablemente, una explosión de críticas al mundo actual y una
avalancha de coincidencias.
Obviamente, en este terreno no habrá
respuestas homogéneas, sino una amplísima diversidad. Cada camino
concebido podría ser puesto en práctica por diversos destacamentos del
mundo alternativo. Sería un error esperar consecuencias políticas
tangibles inmediatas, pero tal búsqueda iría generando afinidades y
experiencias, sembrando las semillas del mundo del futuro, cuya
construcción estaría condicionada por las aspiraciones de cientos o
miles de millones de personas, la casi totalidad de las cuales es
gravemente vulnerada tanto por el capitalismo como por el
neoliberalismo.
Dado que las nuevas utopías aún no existen, quisiera proponer algunos ingredientes que pueden ayudar a su construcción:
1) Continuidad doctrinaria.
El izquierdismo de hoy es la puesta al día de la antigua posición
contestataria, iconoclasta o anticonformista. Esta cuestiona las
estructuras y mecanismos del poder; se opone a los privilegios de
minoría; se niega a inclinarse ante “principios de autoridad”; rechaza
moldes impuestos de pensamiento o comportamiento; impulsa el debate
igualitario, libre y plural; condena la discriminación, dominación y
marginación; exige procedimientos transparentes de gestión y convoca a
la participación de todos en el proceso político. La posición en pro de
la diversidad cultural – en todos sus aspectos – y la defensa del medio
ambiente son una consecuencia lógica de esa tradición.
2) Prescindencia de paradigmas universales.
Ya no es necesario adherir a una ideología particular, a un sistema
social ni a un tipo definido de orgánica partidaria para ser
izquierdista. El izquierdismo es hoy un compromiso que permite o exige
asociación con personas de convicciones similares, pero esta asociación
debe existir en la diversidad.
3) Acción basal. Los mecanismos del poder están fuertemente sobredeterminados por poderosos intereses globales. Por los canales existentes, parte de la izquierda puede llegar al gobierno, pero no a un gobierno de izquierda.
La alternativa es la movilización, fortalecimiento y catalización de la
sociedad civil con un intenso trabajo a nivel de base, que genere
nuevos canales y abra nuevas grietas en la estructura del sistema
dominante.
4) Diversidad y libertad.
La izquierda deberá desarrollar movimientos en torno a células de nuevo
tipo, autónomas, abiertas hacia la sociedad civil, de accionar
transparente, sin carácter conspiratorio ni verticalidad de mando,
multiconectadas por redes locales, nacionales y globales. Tal
reingeniería del izquierdismo alentaría la asociación libre y
deliberante a nivel de base, el debate sin precondiciones, que
permitiría tanto la acción común como la disidencia, fundamentado en la
más absoluta voluntariedad y pluralismo, sin lazos permanentes sino
periódicos y mutantes, generando hábitos sociales flexibles, permitiendo
espacios para una gama de formas de expresión y movilización y para el
desarrollo de variados proyectos de vida, tanto en lo individual como en
lo comunitario.
5) Cambio Cultural.
Para generar cambios sociales perdurables, será necesario un cambio en
las formas de convivencia y expresión. El cambio cultural pasa por
atrevernos a pensar con cabeza propia, atrevernos a cuestionar lo
establecido, atrevernos a vencer la autocensura para eliminar la
censura, atrevernos a expresar, de todas las formas imaginables,
nuestros sueños, ideales, amores, odios, temores, iras y pasiones. Pasa
por dar rienda suelta a nuestra afectividad y a nuestra imaginación
aprovechando todos los canales existentes de comunicación. Pasa por
crear instancias de participación y expresión ciudadana, formas masivas
de autocapacitación popular, redes locales, nacionales y globales de
contacto propositivo que conciban y elaboren visiones de una convivencia
libertaria, igualitaria, solidaria y creativa, posibilitando, así, su
advenimiento.
6) La cotidianeidad como criterio de consecuencia.
Ante la ausencia de disciplina impuesta, los izquierdistas deben ganar
ascendiente por el convencimiento y guiar con su ejemplo. Hablar contra
la discriminación y los prejuicios sólo tiene sentido si quien lo hace
practica tales principios en su vida diaria. Junto con exigir
transparencia en la gestión estatal, la izquierda debe hacer
transparente la gestión de sus propias orgánicas; junto con protestar
contra la dominación, la izquierda debe erradicarla de su propia
cotidianeidad. Esta profunda y radical transformación parte de la
armonía en el desarrollo personal de los individuos y en el
enriquecimiento de las relaciones interpersonales. Una pregunta que
crece en importancia es: ¿cómo está tu metro cuadrado?, es decir, ¿cómo
se manifiestan los principios que afirmas profesar en tu relación con tu
familia, tus amigos, tus vecinos, tus compañeros de ideales?
7) Las armas de la izquierda.
El capitalismo tardío es un sistema de inmenso poder militar, poder
corruptor y poder manipulativo; la izquierda no tiene posibilidad alguna
de derrotarlo en su propio terreno. Tal como hizo la burguesía siglos
antes de conquistar el poder, la izquierda debe apropiarse de las más
poderosas herramientas transformadoras del presente; estas son, a mi
modesto entender, el conocimiento, la ternura y la imaginación.
Utilizando estas armas, los iconoclastas continuaremos nuestra difícil y
onerosa carrera de relevos.
EL PODER DE LOS SUEÑOS
En un mundo donde todos los canales
oficiales llaman a la resignación y venden un modelo de sociedad que, se
afirma, carece de alternativa, los izquierdistas son aquellos que
cuestionan tales “realismos”, los que saben que el futuro depende de la
magnitud y trascendencia de los sueños de las mayorías. Y hay razones
para creer que eso es así. La vida de un destacado izquierdista, Nelson Mandela,
el último gran héroe del siglo XX, es un ejemplo aleccionador. Por 27
años permaneció en prisión aferrado a un gran sueño y con una demanda
inmutable; el mundo terminó por escucharlo. En su último año de prisión,
el Presidente de Estado de la poderosa Sudáfrica, país que controlaba
sin contrapeso el juego político y militar en el Africa meridional, se
vio obligado por la presión internacional a negociar con Mandela.
Empero, el líder africano jamás colocó entre sus demandas su propia
libertad; el tema fue más amplio: de manera casi inconcebible, un
estadista y un anciano presidiario, tratando de igual a igual,
decidieron el destino de su país. La lección de Mandela es tan profunda
como para causar una sensación de vértigo: después de él, nadie podrá
ignorar que todo -literalmente todo- es posible cuando los sueños se
afirman en la justicia, en una ética absoluta y en una consecuencia
inquebrantable y vitalicia.
No hay garantía alguna de que el futuro
previsible presencie históricos triunfos de la izquierda; no hay,
tampoco, certeza de que se cumplan los presagios apocalípticos, pero
estoy totalmente seguro de que seguirán naciendo las mujeres y hombres
dispuestos al sacrificio de la propia vida en defensa de los más altos
principios: la libertad, la igualdad, la solidaridad, los derechos
humanos y civiles, la justicia y la verdad.
El autor es académico de la Universidad de Chile
.
fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/08/29/ser-de-izquierda-en-el-siglo-xxi-2/
http://www.elciudadano.cl/2010/08/29/ser-de-izquierda-en-el-siglo-xxi-2/
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