La huelga de hambre iniciada por un grupo de 31 presos políticos
mapuches en diversas cárceles de Chile ya completó los 40 días y las
autoridades chilenas todavía no han dado ninguna respuesta a un conjunto
de reivindicaciones que han levantado los huelguistas y las
organizaciones del pueblo Mapuche. Las demandas que ellos plantean a la
autoridad son justas y legitimas.
Fernando de la Cuadra es Sociólogo chileno, Miembro de la Red Universitaria de Investigadores sobre América Latina (RUPAL).
1. Por
el derecho a un debido proceso o juicio justo sin los montajes
político- judiciales actuales y el uso de violencia
institucionalizadaque incluye la tortura;
2. Por
el fin de la ley Antiterrorista, hecha durante la dictadura, y cuya
aplicación a la causa Mapuche permite todo tipo de acciones ilegítimas
condenadas por las Naciones Unidas. Su uso es facilitado por la
criminalización de las luchas legítimas del pueblo Mapuche;
3.
Por el fin de la Justicia Militar que promueve la impunidad a los
crímenes del Estado desde los tiempos de la dictadura y que ahora
acentúa su guerra contra el pueblo Mapuche. Fin del uso de procesos
civiles y militares a un mismo preso;
4. Por la libertad de todos los presos políticos Mapuche encarcelados; y
5. Por la desmilitarización de las zonas Mapuche donde las comunidades reivindican sus derechos políticos y territoriales.
Esta
Ley Antiterrorista prevé la aplicación preventiva por hasta dos años de
un sospechoso, así como impide a los abogados de defensa acceder a la
investigación o interrogar a testigos cuya identidad es mantenida en
secreto. Es decir, con la criminalización de la causa Mapuche, el Estado
chileno ha transformado la solución institucional y democrática del
conflicto, en una cuestión estrictamente judicial, cuya consecuencia más
directa ha sido la estigmatización de los mapuches como un pueblo
violento.
Por su parte, la prensa escrita y
audiovisual ha ignorado esta huelga de hambre, centrando las
informaciones en el drama que afecta a 33 mineros sepultados hace más de
dos semanas en la mina San José, al Norte del país. Excepto por unos
pocos medios de comunicación, se ha impuesto un vergonzoso manto de
silencio e indiferencia sobre esta otra tragedia que asola a Chile.
Según las últimas informaciones difundidas por los familiares de los
huelguistas, la salud de la mayoría de ellos se encuentra resentida
después de casi mes y medio sin ingerir alimentos. Frente a la
perseverante lucha de los mapuches por conquistar sus derechos, el
mutismo del gobierno torna aún mas ilegitima la aplicación de una Ley
Antiterrorista que ha sido condenada por Naciones Unidas y por
organismos internacionales de Derechos Humanos.
El estallido contemporáneo del “conflicto Mapuche”
La
expresión contemporánea del conflicto entre los Mapuche y el gobierno,
las empresas forestales y de energía (embalses), se instaló a fines de
1997 (1 de diciembre), fecha en la cual fueron incendiados tres camiones
cargados con madera que salían de un terreno en litigio entre una
empresa forestal (Forestal Arauco) y las comunidades de la zona de
Lumaco, Novena Región. La población Mapuche de ese sector argumentaba su
pretensión de recuperar los terrenos en manos de la forestal apelando a
sus derechos ancestrales. Desde esa ocasión y hasta la fecha, la
Intendencia de la Región de la Araucanía ha interpuesto diversos
recursos en la Corte de Apelaciones de Temuco para que se aplicara la
Ley de Seguridad Interior del Estado y actualmente la Ley
Antiterrorista, una de las más nefastas herencias del régimen
dictatorial. Desde ese periodo, el gobierno viene advirtiendo que
sancionará “con el mayor rigor de la ley” a aquellos grupos que insistan
en desacatar el Estado de derecho y algunos de sus representantes
vienen realizando, desde hace ya un tiempo, fuertes denuncias contra las
acciones “perpetradas” por los comuneros.
A
partir de esa fecha son innumerables las ocupaciones, los actos de
protesta y acciones de descontento que se han producido en diversas
localidades del Sur del país, algunas de las cuales adquirieron
inusitada violencia por parte de los grupos en conflicto: por un lado,
las comunidades Mapuches, organizaciones ecologistas e indigenistas, y
por el otro, las fuerzas policiales “del orden” y guardias de seguridad
contratados por las empresas. En la Región de la Araucanía se
desarrolla, por lo tanto, desde hace varios años este conflicto entre
las comunidades Mapuche que reclaman tierras “ancestrales” y las
empresas agrícolas y forestales que actualmente poseen los derechos de
propiedad sobre dichas tierras.
Algunos de estos
enfrentamientos han cobrado la vida de jóvenes integrantes del
movimiento Mapuche. Los hechos han demostrado que quienes han perdido la
vida o los que han sido agredidos en su gran mayoría son integrantes de
esta etnia. La tensión generada por estos asesinatos y por otros gestos
de violencia policial, llevó al gobierno a declarar la Ley
Antiterrorista para juzgar las acciones emprendidas por las
organizaciones Mapuches responsabilizadas por los ataques a empresas y
explotaciones aledaños a sus comunidades. La aplicación de dicha Ley ha
sido criticada por diversos abogados y especialistas, que la consideran
una aberración jurídica en la medida que atribuye como causal de un acto
terrorista a cualquier persona que proceda a “colocar, lanzar o
disparar bombas o artefactos explosivos o incendiarios de cualquier
tipo, que afecten o puedan afectar la integridad física de personas o
causar daño.” Con esta definición ambigua y sumamente vaga puede ser
encausado como acto terrorista cualquier actividad promovida por grupos
anti-sistémicos o movimientos sociales que, por ejemplo, puedan hacer
uso de barricadas o lanzar bombas molotov en una manifestación.
Indiscutiblemente
la violencia represiva desplegada por el Estado chileno va de la mano
con la mencionada estigmatización del pueblo Mapuche, que en muchas
ocasiones es definido como violento y sin ninguna capacidad de dialogo,
demasiado obcecado por recuperar su patrimonio. Efectivamente, en muchas
oportunidades los Mapuches han reaccionado de manera violenta a la
instalación de empresas forestales o proyectos hidroeléctricos en su
territorio, pero ello ha sido provocado también porque no han sido
consultados previamente respecto a estos emprendimientos, excluyéndolos
de cualquier debate bajo el pretexto (y el prejuicio) de que estas
comunidades son por esencia contrarias al progreso económico. La
pregunta en este caso es precisamente de que tipo de progreso estamos
hablando o hasta donde dicho progreso afecta los ecosistemas naturales
dejando una “huella ecológica” de gran impacto, difícil de ser
contornada por simples medidas paliativas. Las comunidades Mapuches
también están concientes que muchos proyectos realizados en ecosistemas
naturales poseen externalidades ambientales negativas, las que
finalmente afectaran directamente la propia supervivencia y
sustentabilidad de esas comunidades. Como bien nos recuerda Gonzalo
Rovira en su artículo, “Patrimonio natural y políticas públicas”, el
llamado progreso con su uso creciente y dramático de recursos naturales,
tiende a expandir la frontera, aumentando la proporción de zonas
intervenidas, para satisfacer así una creciente demanda por bienes y
servicios.
A ello se suma una concepción más
generalizada del Estado, que se encuentra asociada a la criminalización
de la protesta social. Las manifestaciones de las organizaciones y las
comunidades muchas veces son tratadas como un tema policial y de
seguridad interior, lo cual termina justificando el uso excesivo de la
fuerza represiva y la aplicación de la ley antiterrorista a acciones de
propaganda que buscan llamar la atención de esas mismas instituciones.
Según un reciente informe del Relator Especial de Naciones Unidas sobre
los Derechos y Libertades Fundamentales de los Pueblos Originarios,
James Anaya, el Estado chileno debe terminar con el uso de la fuerza
para pasar a construir confianza y espacios de mayor participación en
las negociaciones para responder a las diversas demandas de este pueblo,
desde la restitución de tierras ancestrales hasta aspectos de
acercamiento intercultural, que incorpore la noción de diferencia a
partir de la educación básica: “El mayor desafío que tiene Chile es
transversal. Necesita construir confianza, necesita que los indígenas
recuperen la confianza perdida a causa de años de historia…”.
En
este sentido, la estrategia del gobierno socialista de Michelle
Bachelet también fue muy contradictoria. Por una parte, las autoridades
habían confirmado el Convenio 169 de la OIT (Organización Internacional
del Trabajo) que consagra los derechos de los pueblos originarios, y
que, por ejemplo, obliga a los Estados ratificantes a hacer una consulta
previa antes de desarrollar cualquier proyecto o emprendimiento en
territorio indígena. Por otra parte, el gobierno intentó focalizar e
incluso transferir el conflicto a determinadas comunidades, que
aparecían como el centro neurálgico de las disputas por tierra, siendo
que el problema tenía una magnitud bastante mayor y más compleja. Las
acciones represivas tópicas durante la administración de Bachelet
solamente escondieron la raíz del conflicto, que si bien posee un
componente tangible de demanda por la tierra, también supone construir
una política indígena global que pasa por cuestiones de identidad,
nacionalidad y autonomía.
Desde la asunción del
gobierno de Piñera la situación del pueblo Mapuche ha empeorado, visto
que su base de apoyo son precisamente los mismos empresarios agrícolas y
forestales que durante décadas han participado en las acciones de
represión y despojo de esta comunidad originaria. Con la evidente
oposición del gobierno y la apatía y falta de movilización de la
sociedad, existe un riesgo predecible que la atención a las demandas de
los huelguistas sólo comience a ser concedida después de algún desenlace
fatal. Eso seria un error dramático e inexcusable para cualquier país
que aspira a construir una convivencia democrática mínima.
Notas:
1)
Una cronología pormenorizada de estas ocupaciones y de otro tipo de
manifestaciones (huelgas de hambre, marchas, tomas de caminos, tala de
bosques, etc.) se encuentra en los diversos números de la revista del
Observatorio Social de América Latina, publicada por CLACSO o en los
diversos documentos del Observatorio de Conflictos Ambientales editados
por la Casa de la Paz.
2)
Existen tres sucesos de graves consecuencias que han acaparado la
atención de la opinión pública nacional e internacional. La primera fue
el asesinato del estudiante Mapuche Edmundo Lemus (de 17 años) que
recibió una bala disparada por las Fuerzas Especiales de Carabineros
mientras participaba en una movilización pacífica de recuperación de
tierras efectuada en el Fundo Santa Elisa de propiedad de la forestal
Mininco, en las proximidades de Angol. A comienzos del 2008, el 3 de
enero, murió a causa de una herida de bala disparada por la Policía, el
joven activista Matías Catrileo (22 años). Otro caso que provocó gran
consternación fue el asesinato del comunero Jaime Mendoza Collio (24
años), acontecido en agosto del año pasado, tras el desalojo policial de
un fundo agrícola en Angol.
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/08/chile-la-criminalizacion-del-conflicto.html
http://www.argenpress.info/2010/08/chile-la-criminalizacion-del-conflicto.html
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