Había guardado silencio, una especie de
reclusión auto impuesta, pero con medidas cautelares para estar en la
línea de la nueva forma de gobernar. Consideraba que mi pesimismo
antropológico me estaba dominando por completo y que mi visión crítica
de este país podría ser una exageración. Tenía algún grado de esperanza
que la centro izquierda asumiría sus responsabilidades en gran parte de
las problemáticas sociales que históricamente permanecen en Chile. Pero
no, el afán de poder es mayor y lo peor de todo, es que el ser humano ha
quedado definitivamente en el último lugar de las prioridades y que el
lucro empresarial no tiene límites.
No es una discusión reciente, es algo que ya para la celebración del centenario chileno Enrique Mac-Iver
dejó entrever, y cuyas reflexiones le permitieron dar cuenta de las
diferencias sociales que peligrosamente se estaban produciendo. Además,
se preguntó en un momento si lograríamos progresar ¿Qué ironía no? Han
pasado más de cien años desde que muchos otros pensadores, políticos e
intelectuales presentaron una cartografía del Chile de verdad,
invisibilizado por muchos y que curiosamente no se ve o simplemente, no
queremos ver. Un Chile marcado por las injusticias sociales, por la
fácil palabrería política y por la utilización de la demagogia por parte
de los distintos sectores políticos. Con una democracia digna de
cuentos de fábulas, que no ha logrado curar heridas, menos reducir las
diferencias sociales y que en el fondo ha sido debilitada por una
dirigencia política pragmática, antidemocrática y traicionera.
El episodio de la mina San José en el
norte chileno se suma a la larga lista de accidentes y atropellos
laborales que marcan la historia de Chile, dominadas por la miseria, la
carencia material y la necesidad del hombre de poder sobrevivir
sacrificando su vida por un trozo de pan. Basta con dar una mirada al
desarrollo historiográfico que abordan esos temas, encontrándose las
protestas populares y la represión policial de fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, por reivindicaciones sociales que aún permanecen
ancladas en este Chile clasista. Por ejemplo, los lancheros de Iquique,
cuyas prerrogativas eran lógicas y simples: pago mensual en dinero y no
en fichas y beneficios sociales. De ahí en adelante los tranviarios en
Santiago, los mineros de Lota, las mancomunales de Tocopilla, los
obreros del carbón y los estibadores de Valparaíso (con varios muertos y
heridos), la huelga de la carne y como no recordar, la masacre de Santa
María de Iquique.
Lamentablemente este Chile
post-dictadura ha olvidado lo que fuimos y lo que somos, pero lo más
preocupante es que no le interesa lo que seremos. La Concertación y la
Alianza le han borrado la memoria histórica a este pueblo sufrido y
morocho, con una educación tercermundista, con bases valóricas
inexistentes, con un profesorado esclavizado y sometido a la máxima
perversión de sus directivos, aniquilando la más bella profesión de que
se conozca: la de ser profesor. Se acumulan y se entregan falsas
esperanzas por erradicar los males sociales que nos circundan, pero que
en el fondo a muy pocos les interesa. Está llegando la hora por enmendar
el rumbo, aunque los poderes fácticos se incomoden y se organicen, pero
vale el esfuerzo; sobre todo cuando la cuestión social pierde sentido
ante un sistema económico depredador e insustentable para nuestro Chile.
No hay un modelo de desarrollo que se ajuste a nuestra idiosincrasia,
por el contrario, lo que se percibe son experiencias foráneas que sólo
han socavado profundamente el tejido social, como el nuevo sistema de
justicia o la reforma educacional chilena. Esto es Chile, con una
población esterilizada ante el dolor ajeno y adormecida por el consumo y
el exceso de trabajo, que tolera lo intolerable y que pronto deberá
despertar ante sus propios temores y placeres.
Investigador Inte-Unap
fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/08/25/este-chile-ya-no-da-para-mas/
http://www.elciudadano.cl/2010/08/25/este-chile-ya-no-da-para-mas/
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