Es cuestión de tiempo. A nivel subjetivo, alguien
puede (o no) dejarse tocar por el tiempo. Pero a nivel real del cuerpo,
los años no vienen solos. La turgencia y la elasticidad de la piel
comenzarán a perderse al compás de la ganancia de arrugas, cabellos
blancos y muchas otras manifestaciones corporales.
Detendremos nuestra atención sobre la piel y ciertas sugerencias de
tratamiento y manipulación de ese envoltorio que es frontera y
superficie de contacto para intentar comprender algunas solicitudes
culturales hacia las mujeres en torno al envejecimiento. Lo queramos o
no, la piel mostrará de manera inexorable y evidente las marcas del
lento e insidioso paso del tiempo. Inclusive (mejor dicho, más aún)
cuando se intente impostar aquello que no se es. La particular parodia
de esos cuerpos que fingen es, entre otras cosas, una respuesta
imaginaria a un pedido de simulación de una juventud dilatada, pasada de
tiempo, vencida. A como dé lugar.
Una vez más, la publicidad nos ofrece la posibilidad de pensar la
cultura al hacer inteligible sugerencias de detención, retraso u
ocultación de un proceso corporal tan ineluctable como es el
envejecimiento. Esas imágenes cotidianas que son parte de nuestra
cultura visual suelen exhibir mujeres de porcelana, estatuas rozagantes
de poros cerrados y sin fisuras; seres (des)figurados por la omisión de
las huellas y marcas del vivir. Inclusive así dejan entrever a las
mujeres “entradas en años”. Lo que es colocado en lugar de lo ominoso en
un cuerpo de mujer, no es la vejez, sino el proceso mismo de
envejecimiento. La vejez, en cambio, es un hecho consumado,
irreversible. Sólo sobre ese lento proceso –valorado como terrorífico en
ciertas propuestas visuales– es posible crear la ficción verosímil de
una batalla pasible de ser ganada.
La industria de productos “antiage” merece, por lo menos, una
reflexión. Las publicidades de esos productos para mujeres permiten
reconocer la construcción cada vez más anticipada de un cuerpo de mujer
obsoleto, presentado como una amenaza que aterroriza desde las sombras.
Las publicidades de cremas para las arrugas solían ser (y, algunas de
ellas, aún lo son) acuñadas por la idea de una simulación de tiempo
recobrado: revitalizantes, reafirmantes, rejuvenecedoras. Producían su
interpelación fundadas por la ilusión de poder reparar un efecto de
pérdida ya acontecida por obra del paso del tiempo. Por el contrario,
las actuales aportan un nuevo sentido asociado a una acción
contrainsurgente, “antiage”. Su traducción nos permite hablar con
fundamento de su extraña labor: ir a contra-tiempo. Dos palabras
enemistadas y unidas por un tenso guión que es hilo en común: eternizar
el presente y/o negar un porvenir connotado como indeseable o aun
monstruoso. Sólo tras haber aclarado su sentido, podemos quitarle el
encomillado a esa mezcla de palabras foráneas para desnudar eso que
entendemos sin decirlo, sin siquiera poder nombrarlo en criollo.
Elevaremos ese significante al estatus de oximoron de características
semejantes a ese neologismo que resuena en el uso corriente de nuestra
lengua: pendevieja.
Una publicidad reeditada de Cremas Hinds Anti-Age constituye un
analizador epocal de las solicitudes dirigidas a las mujeres en lo
relativo a las huellas del paso del tiempo en sus cuerpos. A pesar de la
inexorabilidad del movimiento prospectivo del reloj, la interpelación
de la potencial consumidora se articula en clave bélica bajo la forma de
una lucha contra esos trazos inevitables que se presentan como grietas
de la piel, flaccidez y achicharramiento de un tejido. ¿Cuál es el
logrado anzuelo de interpelación para que esta ficcionalización de lo
imposible hecho posible sea verosímil y no produzca como reacción
promedio el fenómeno del escándalo, el humor o lo absurdo? ¿Para qué y
por qué otra cosa que no son arrugas esas mujeres son llamadas a hacer
esta guerra? ¿Cómo se arma el cuerpo de lucha?, ¿en nombre de qué ideal
ésta se declara la batalla? y, por último, ¿quién encarna al enemigo?
LLAMADO A ALISTARSE
La historia oficial nos ha hecho saber que renombrados hombres
pelearon con valentía junto a sus ejércitos por territorios y en nombre
de un ideal declarado vinculado a la búsqueda de un bien común. Hoy las
mujeres también son llamadas a ponerle el cuerpo al combate, pero en
nombre de su feminidad y por otro tipo de territorio: el de su propio
cuerpo en una versión muy específica.
¡No te arrugues! Sumate a la lucha por no arrugar. Eso es lo que
exclama y afirma la publicidad de cremas Hinds Anti-Age que está
circulando por estos días en medios digitales, gráficos y aun en la vía
pública de este y otros países de América latina. Un imperativo y una
convocatoria belicosa son las formas que asume un texto reiterado para
anclar este conjunto de imágenes y ensalzar el arma de combate camuflado
como ungüento. Esta proclama expone un fin explícito tan concreto como
imposible: no permitir que avancen las arrugas en la piel de una mujer
femenina. La versión audiovisual de esta publicidad es parte de un set
de, por lo menos, tres piezas secuenciadas. Todas ellas unificadas no
sólo por este producto publicitado, esa exclamación y ese lema que
actualiza en imagen el refrán “La unión hace la fuerza”. También
hilvanan estas tres piezas la voz y la presencia de una celebridad con
nombre y apellido: Karina Mazzocco. Ella profiere esos dos enunciados
que ordenan el campo de sentidos de las variaciones de contenidos. Esa
mujer es La Mujer, la única de todas las mujeres exhibidas que tiene un
nombre, un apellido y un rostro reconocible. Ella asume el papel de
modelo instructivo-extorsivo, un ideal de mujer firme, valiente y sin
fisuras deslizándose de los treinta a los cuarenta años; una mujer “con
actitud”. Es la contracara de una víctima: una heroína que, por algún
motivo, lidera un séquito de mujeres dispuestas a seguir sus pasos en el
camino hacia ese ideal al que ella misma da cuerpo.
La espectadora es convocada a ser parte del bando de las que luchan
por mantener la tensión de ese tejido cutáneo que aquí vale como una
forma almidonada de vestido; la piel del cuerpo es elevada al valor de
mercancía. Ya lo era la piel del rostro de mujer, ahora lo es también la
piel del resto del cuerpo; un territorio de límites prefijados al que
denominan “cuerpo” y cuyas fronteras excluyen manos y cabeza. “La
primera antiage corporal”, así llaman a este producto novedoso para el
mercado en resonancia con otros discursos sociales que operan una
fragmentación fetichista del cuerpo de mujer. Vista a contraluz, esta
publicidad trasluce una propuesta sobre el modo de vivir el cuerpo
femenino a partir de los 30 años. Y al ofertar ese producto específico,
elípticamente, echan luz sobre la centralidad de esa versión de “cuerpo”
para referirse a una feminidad fundada en un esencialismo impúdico. Su
valor está dado desde una lectura literal por no arrugar ante las
arrugas, una misión tan inhumana como detener el devenir del tiempo
cronológico. La pista de aquello que anima ese valor lo da otro elemento
que también enlaza las tres piezas de esta serie de publicidades:
www.seduccionhinds.com.ar. El valor del cuerpo de mujer se concentra en
una acepción específica de su capacidad de seducción: el encanto a
través de la ilusión, la atracción de los hombres ante una forma visual
específica y sin importar si esa forma se logra a costa de simulación.
Un cuerpo a contra tiempo para ser acomodado como objeto visual para el
consumo de una mirada deseante masculina que abre las puertas al consumo
de las aspirantes femeninas. Y esa imagen-mosaico se articula bajo la
retórica de una lucha especular, lucha imaginaria que no puede ser otra
cosa más que encerrona cuando el llamado a no temerles a los efectos del
paso del tiempo no se dirige en la vía de aceptar la finitud sino
rechazar ese cuerpo que envejece. El cuerpo arrugado es connotado como
abyecto o muerto en vida al mostrarse animado por una crema. Su fórmula
contiene algo más que Panax Ginseng siendo que, esparcida sobre “el
cuerpo”, garantiza ese dócil alisado que atrae la mirada masculina.
Puesto en estos términos, la publicidad no sólo opera sobre el temor
ante la amenaza de obsolencia del cuerpo; más bien, a través suyo, sobre
una definición de la feminidad como cuerpoobjeto de deseo que para ser
tal debe pretender lo imposible por la vía del consumo: sumarse para
restarse.
La posición de La Mujer respecto a la mirada masculina es el fin
latente y órgano vertebrador velado por el discurso antiage que lo
recubre como una piel.
ARMAR UN CUERPO DE GUERRA
Ese llamado pretende armar un arco de defensa que permita acoplar
economía libinal y mercantil. Una de las piezas previas, la más breve,
muestra sin más el efecto buscado por el capitalista una vez que ese
ensamblado fue realizado con éxito: una joven tomando la crema de la
góndola de supermercado. Una aggiornada guerrillera tomando armas en
signo de disposición a poner el cuerpo en el frente de batalla.
Florencia ya se sumó a la lucha por no arrugar, ¿y vos?, le pregunta
Karina Mazzocco en off a las espectadoras-vouyers.
La segunda es la que se inicia figurando una mujer cualquiera en el
probador de un local de ropa, esas mismas mujeres que la jerga
publicitaria gusta en llamar “reales”. Da a ver las molestias que genera
el propio cuerpo visto a la luz de cierta mirada agujereadora que se
refleja en su semblante incómodo frente al espejo de un probador. Parece
un juego de palabras pero no lo es; el desdoblamiento de la mirada
contiene una de las claves del mensaje alienante de esta publicidad. De
ese angustioso instante, la rescata la líder al darle la solución a ella
y a todo el resto de mujeres que están en esta historia, todas ellas
pueden ser beneficiarias de su bálsamo si se alistan en el consumo
sugerido. De esta manera, la líder-heroína intenta interpelar una a una a
las mujeres al interior del cuadro, tras dirigirles palabras y miradas
exclusivas. Así, se dice en texto (y en imagen):
A vos que ya pasaste los 30 y estás empezando a cambiar, a vos te digo: ¡No te arrugues!
A vos que empezás a tener vergüenza de mostrarte (haciendo foco en
la vergüenza que siente una de tres amigas reunidas en la mesa de la
terraza de un bar, sentimiento connotado por la manera incómoda en que
cubre su torso con un saco tras haber visto su reflejo en la mirada
curiosa de dos hombres que pasan a su lado).
A vos que ahora te gusta más el invierno que el verano (ubicando en
primer plano una joven delgada que interrumpe su movimiento espontáneo
en medio de un solarium –aquel que descubriría su cuerpo entero en
bikini– tras calcular la mirada de ese hombre que la observa detrás
suyo).
Porque a partir de los 30 con humectante no alcanza, Hinds
desarrolló la primera “antiage” corporal. Porque la piel de tu cuerpo
envejece tanto como la de tu cara (figurando desde arriba una mirada
omnipresente que con sumo placer observa a Karina Mazzocco desnudarse
sensualmente para él bajo la ducha). En su pose no hay rastros de pudor
más que para cubrir ese punto de los senos de mujer donde parece
concentrarse lo estrictamente íntimo. La publicidad finaliza
describiendo los componentes de la crema, reiterando la convocatoria a
sumarse al frente de lucha y aclarando, rápidamente y en letra chica,
que ese ungüento sólo permitiría retrasar, demorar en cierta medida, la
permeabilidad del tiempo sobre la textura de la piel.
Nosotras, las mujeres que no arrugamos, nos declaramos en lucha,
arenga Karina Mazzocco y declara la guerra desde lo dicho pero sin la
estética clisé de un conflicto bélico armado. Prolijamente maquillada,
peinada y vestida con un solero acampanado y de escote generoso se da a
ver resaltando la pose de pecho abierto que traduce tamaño desafío. Así
se inicia la pieza publicitaria en circulación en estos días. Detrás de
ella, cierran filas dos columnas de mujeres figurando visualmente el
armado efectivo del cuerpo de guerra. La tonalidad afectiva que aglutina
no sólo es la valentía también es el horror ante lo abyecto, eso propio
que retorna desde afuera o desde un interior extranjerizado por su
localización radicalmente imprecisa.
MATAR(SE) O MORIR
En ese falso dilema entre activo y pasivo, interior y exterior se
plantea esta guerra; en cualquier caso, las opciones se condensan en lo
que fenece. Aunque no visto, el enemigo se pincela con rasgos cubistas
porque es uno pero con tres caras. Una de ellas es ese proceso corporal
tan implacable como el tiempo y que se registra en la piel como arrugas;
por extensión, un enemigo es el propio cuerpo. Para decirlo con todas
las letras: la guerra es contra el mismo agente de la acción. De allí
que, paradójicamente, ese acto que quita la vida se vuelva contra ellas
mismas en vistas de hacer pervivir la anacronía.
Una segunda dimensión del rostro de ese enemigo multiforme son otras
mujeres que la frase que Mazzoco construye como grupo por oposición y,
casualmente, en subordinada: aquellas cobardes que por no atreverse se
arrugan y arrugan. Se trata de un elemento interesante para pensar un
modo de figuración de la misoginia de las mujeres al que compele esta
modalidad de interpelación subjetiva.
Pero la publicidad actual aún da más tela para cortar. La
protagonista dice que la lucha es contra las polleras largas, el miedo a
pasar por una obra y que los obreros no se exciten ante su apariencia,
la vergüenza y el miedo a mostrarse. Llama a no arrugar ante tacos
altos, escotes pronunciados, bikinis “que tienen tanto para dar”,
minifaldas “que están hechas para matar”. Toda esta última secuencia
lleva otro destiempo: su lógica alude al animismo propio de la infancia
por el que el objeto manifiesta vida propia. Finalmente, llama a no
acobardarse ante la conquista porque “tenés todo para conquistar”.
En este punto entrevemos el reverso de la valentía que compone en
positivo el folclore de la guerra; la tonalidad afectiva implícita
fundamental sobre la que trabaja la publicidad es el miedo, la vergüenza
ante la indiferencia o el rechazo de la mirada deseante masculina. A
diferencia de la segunda pieza, en ésta las mujeres temerosas,
acobardadas y avergonzadas están como sujetos tácitos o como espectros
de un tiempo pasado. En esta entrega publicitaria, todas las mujeres
figuradas son parte del grupo de La Mujer, esa líder que con todos los
atributos deseables convoca a esas otras mujeres que están dentro y
fuera de la imagen. Se esclarece aquí un sentido de la belleza que se
instaura como atributo de la mirada antes que como un mero conjunto de
rasgos físicos u ornamentales con vida propia.
Habiendo llegado hasta aquí, se abre un solo sentido más que nos
permitirá comenzar a abrochar este recorrido. La arenga convoca, en lo
no dicho, a una lucha de otro tenor: esas mujeres pelean contra lo
finito del tiempo (las mil y una imaginarizaciones de la muerte), pero
también contra y por los hombres en una determinada configuración de la
masculinidad. Todo el artilugio especular propuesto contiene como fin
último docilizar cuerpos de mujeres bajo una determinada feminidad para
hacer que esos hombres (animados por una masculinidad hegemónica) se
rindan ante sus pies. La retórica libertaria del posfeminismo es
confiscada bajo las mismas coordenadas del patriarcado. Que desde el
prisma de la historia de las mujeres no haya ningún valor revolucionario
en esa conquista, ésa es otra historia. Parafraseando con bemoles a
Karl von Clausewitz, podríamos arriesgarnos a decir que la guerra
(antiage) es la continuación de la política (falogocularcentrista) por
otros medios.
CONTRATIEMPOS
“Piensa en esto: cuando te regalan un reloj, te regalan un pequeño
infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire (...), tú
eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños de reloj”; así se
revela un objeto que marca el tiempo en Preámbulo a las instrucciones
para dar cuerda al reloj escrito por el maravilloso Julio Cortázar. En
un sentido, esa crema funciona con la densidad de ese reloj aunque a
contratiempo; un obsequio que las mismísimas mujeres podrían
autoregalarse. La lucha antiage se ha convertido en una causa que
interpela particularmente a las mujeres; esta publicidad es solo una
anécdota para el análisis de las tácticas y estrategias que impulsa. Y
como todo movimiento a contra pelo, implica una lucha, una afrenta que
es callejón sin salida, agresión y disolución. Con la literalidad de la
retórica de la guerra, la publicidad de Hinds se ofrece como punta de
iceberg por cuanto convoca las mujeres a identificarse con un ideal para
pertenecer a la comunidad de quienes parodien las huellas vistas de la
feminidad enfatizada. Las llama a formar filas en un ejército de lucha
junto a todas las que pelean por vivir a contratiempo (no arrugarse) con
el fin de ser objeto de deseo ante una mirada masculina que las anima y
aplasta. Todo al mismo tiempo.
En la búsqueda de est-éticas alternativas, me interesa retomar
algunos detalles que estimo como puntos de fuga en otras tres piezas
visuales de una cualidad diferente: dos imágenes cinematográficas y una
imagen creada con palabras por un eximio relato literario. La crudeza y
literalidad descarnada con que un ideal puede operar en el personaje de
She-hee en el film de Kim Ki Duk El Tiempo (Shi gan, Corea del
Sur-Japón/2006) es uno de esos detalles. Prisionera de una demanda de
amor articulada al campo de la mirada e insaciable por definición, tajea
su cuerpo con cirugías plásticas una y otra vez ante la imposibilidad
de hallar lo buscado: una mirada deseante masculina que la sostenga su
feminidad todo el tiempo. Su narrativa visual contiene una estética
semejante a la publicitaria, aunque se sostiene en una ética de la
mirada hacia las mujeres muy diferente. No sólo muestra el sufrimiento
que supone una batalla sin cuarteles por la feminidad entendida como
belleza estandarizada en un cuerpo visto, sino que avanza en la
definición de ese nosequé intangible que causa deseo cuando logra
mostrar el encuentro del otro en la temperatura de la piel de las manos,
la risa, la letra en tanto trazo singular.
Otra estética y otra ética es recuperada por Kris Niklinson
(Argentina/ 2008) en su opera prima, Diletante. Primeros planos de paseo
escópico sobre la piel de Bela, su madre –una bon vivant de 80 años–,
dan a ver la belleza en su textura rugosa por cuanto es superficie
habitada por un ser tejido como falta entre palabras y grietas.
Por último, podemos seguir restando esa lucha espuria por no arrugar
al sumar las palabras de Marguerite Duras, quien con notable prestancia
logró componer la imprecisión temporal del envejecimiento y su relación
incalculable con la belleza. Antes de contarnos su historia con El
amante, anota: “Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los
dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los
veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los
dieciocho años envejecí. No sé si a todo el mundo le ocurre lo mismo,
nunca lo he preguntado. Creo que me han hablado de ese empujón del
tiempo que a veces nos alcanza al trasponer los años más jóvenes, más
gloriosos de la vida. Ese envejecimiento fue brutal. Vi cómo se
apoderaba de mis rasgos uno a uno, cómo cambiaba la relación que existía
entre ellos (...) En lugar de horrorizarme seguí la evolución natural
de ese envejecimiento con el interés que me hubiera tomado, por ejemplo,
por el desarrollo de una lectura. Sabía, también, que no me equivocaba,
que un día aminoraría y emprendería su curso normal (...)”. Contra ese
proceso natural del cuerpo que frunce las arrugas, contra el implacable
avance sonoro del tictac y bajo una lectura pobre sobre la temporalidad
del Cronos, el envejecimiento, la feminidad y la belleza, las
publicidades operan solicitando a las mujeres lo imposible bajo una
estética hiperrealista, una estética más real que lo real. La publicidad
permite ubicar ese pedido hacia las mujeres que sólo puede hacerse a
una imagen: detener el paso del tiempo, morir capturado por el propio
reflejo. O ir contra el tiempo, es decir, retocar su “defecto” con
procedimientos digitales cuasi quirúrgicos. Operación que solamente
puede hacer la cirugía estética o programas informáticos de retoque de
imágenes como el renombrado photoshop.
“Seamos realistas, pidamos lo imposible” fue un lema surgido en el
marco del movimiento social del Mayo Francés. Una articulación
resultante de ese movimiento de lucha orientado por ideales referidos a
la cosa pública y que sólo puede retomarse aquí al igual que aparecen
estas imágenes espectaculares; es decir, con retoques que lo hagan
increíble. Puesto en estos términos se trata de un enunciado resonante
con eso mismo que se les solicita a las mujeres: ser una forma vaciada,
puro envoltorio de una belleza uniformada producida por cierta mirada
masculina y controlada por la amenaza tácita de ser excluidas del grupo
de las femeninas. Ese lema es literalizado hasta el punto de perder su
espíritu a través del tiempo. Pérdida simulada y disimulada para la
ganancia de Otro que tiende un anzuelo, una carnada y permite armar un
cuerpo que persiga ciegamente esa nada que esconde la consistencia del
Uno. Sumarse para restarse, matar(se) o morir. Una lucha sin cuarteles.
Cueste lo que cueste.
* Psicóloga, doctoranda en Ciencias Sociales (UBA Flacso Conicet).
.fuente, vìa :
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5872-2010-07-25.html
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-5872-2010-07-25.html
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