Cinco mil metros de altura y
treinta mil pobladores, unas doscientas jovencitas bolivianas
comerciadas como prostitutas y por lo menos unos cinco grados bajo cero
cuando el tiempo está bueno. Esas condiciones encuentran los mineros que
suben hasta el yacimiento informal de oro de La Rinconada, un lugar con
olor a mierda donde, en la práctica, el Estado no existe.
Es una excavación constante, un asentamiento apenas, donde fluye lo peor de la sociedad de clases, el ejemplo vivo de la precaria realidad de la explotación latinoamericana en el poblado más alto de la Tierra.
El Perú es un país que atesora minerales que históricamente fueron y son presa de la rapiña empresarial. De hecho, miles de campesinos, empujados por la pobreza extrema, se trasladan hasta los lugares donde suponen una vida mejor, procesando artesanalmente la amalgama del venenoso mercurio -como informó el diario El Comercio en mayo de 2009-, que les dará el oro de mejor valía.
Es una excavación constante, un asentamiento apenas, donde fluye lo peor de la sociedad de clases, el ejemplo vivo de la precaria realidad de la explotación latinoamericana en el poblado más alto de la Tierra.
El Perú es un país que atesora minerales que históricamente fueron y son presa de la rapiña empresarial. De hecho, miles de campesinos, empujados por la pobreza extrema, se trasladan hasta los lugares donde suponen una vida mejor, procesando artesanalmente la amalgama del venenoso mercurio -como informó el diario El Comercio en mayo de 2009-, que les dará el oro de mejor valía.
Este tipo de minería expone, a quien la
practica, a riesgos para su salud, por el contacto directo con este
metal pesado, y también atenta contra el medio ambiente: El año 2009, un
estudio patrocinado por el Ministerio de Salud peruano, alertó sobre la
presencia de mercurio en peces de las transparentes aguas del famoso
Lago Titicaca.
Quienes buscan un mejor destino suben,
desde las zonas bajas del altiplano, dejando atrás su sistema de vida y
ancestrales costumbres. Allá en la altura, donde un chileno común,
acostumbrado al nivel del mar, debería vencer la desagradable puna de
los eternos bajo cero para lograr caminar con normalidad.
A unos 250 kilómetros de Puno -ciudad de
atractivo turístico por ubicarse a los pies del inmenso Titicaca-, está
La Rinconada, un poblado donde no hay agua ni alcantarillas, donde no
existe ni puesto policial ni representatividad del Ejecutivo.
Existe, sí, un alcalde que pasa muchas
mañanas dentro de una construcción que exhibe afuera un letrero:
“Municipalidad”. Claro que este municipio, así como el pequeño puesto de
salud, no cuentan con presupuesto estatal. Ni siquiera con elementos
mínimos para funcionar plenamente y prestar un servicio digno.
La Rinconada es un asentamiento minero
forjado al azar, con el gélido viento andino como único testigo del
diseño precario de las viviendas donde conviven prófugos, niños,
borrachos, trabajadores, violadores, padres, madres y ancianos.
En apenas diez hectáreas, los socavones
que persiguen los filones de oro se dibujan zigzagueando en el nevado de
Ananea. Allí, los mineros artesanales trabajan bajo el sistema acuñado
popularmente como “cachorreo”, que implica trabajar un par de meses
cierta cantidad de horas y por turnos para contratistas que, a cambio,
dejan un tiempo de goce de la producción para el trabajador, después de
su jornada.
Eso, en la práctica, no entrega grandes
réditos al minero: “Hay veces que no sacamos nada”, ejemplifica Rodolfo,
quien llegó hasta el lugar por la cesantía, y teme que se publique su
nombre completo: “A la gente no le gusta que hablemos de lo que pasa
porque acá todo es ilegal”, explica.
Trabajan sin la más mínima protección
laboral para algunos de los 70 contratistas que mantienen acuerdo con la
concesionaria, Corporación Minera Ananea S.A.,
sociedad anónima a la que deben, por exigencia legal, pagar derechos por
extracción y comprarles insumos, como la dinamita, a un precio
altísimo.
En todo el Departamento -división
geográfica similar a lo que es una región en Chile- el 60% de los
mineros trabajan de esta forma, según señala el informe Conflicto en el
Altiplano, de la Asociación puneña SER, emitido en
julio del año pasado.
No hay ley. Los mineros no reciben un
sueldo y a los más beneficiados, según ellos, se les paga en especies.
Este sistema de esclavitud sobrevive gracias a las miserables
condiciones de vida que tienen muchos peruanos y a la negligencia de los
aparatos encargados de proteger el trabajo y el medio ambiente, pues la
contaminación también alcanza los afluentes que se alimentan de la
cordillera y riegan tierras cultivables.
FRÍO DE LOS GOBIERNOS
En la altura de La Rinconada no se exige
más currículo que tener un cuerpo con vida. No respeta abuelas, no
respeta niñas, no respeta al minero y no respeta siquiera a la muerte.
Muchas mujeres trabajan como
“pallaqueras”, personas que usan sus manos para -irguiendo y agachando
el cuerpo una y otra vez- encontrar entre los desperdicios de las
piedras algo del oro dejado por otros, cotizado a unos 10 mil pesos
chilenos el gramo.
Jovencitas viajan horas y horas desde
diferentes lugares, principalmente desde poblados bolivianos que
colindan con la zona. Suben para hacer lucrar sus cuerpos sin ningún
tipo de seguridad y así se ganan los soles, la moneda peruana que
financia también el arder de cantinas, el descontrol de la borrachera,
el dolor de los abusos y las riñas que suelen dejar heridos y hasta
muertos.
“Existen menores de edad que trabajan
como damas de compañía, pero no podemos hacer nada en este momento,
solamente darles consejería para prevenir enfermedades”, declara el
doctor Hernán Ventura a un periódico puneño. El jefe
del puesto de salud asegura que con el mínimo recurso que manejan sólo
les alcanza para entregar condones y medicamentos básicos que no hacen
nada contra enfermedades de transmisión sexual. Y eso, “es un drama” de
este frío poblado.
Según las cifras de la Dirección de
Salud Departamental, Diresa -organismo dependiente del Ministerio de
Salud peruano-, sobre el 80% de las jovencitas sufre de enfermedades
asociadas a la práctica sexual desprotegida y la insalubridad de un
pueblo sin baños ni agua potable.
La Policía de Lima hace sus apariciones
cada semana y no como parte de alguna planificación sino que
generalmente son llamados para retirar cuerpos de muertos producto de la
violencia cotidiana.
Pareciera que Oro y riqueza no
significaran igual. En el hielo de las mañanas que acompañan al minero
artesanal y sobre el hielo de la pobreza, en La Rinconada, no da para
vivir, literalmente. Encima de una mina de oro, 30 mil peruanos pelean
la sobrevivencia.
fuente, vìa :
http://www.elciudadano.cl/2010/07/20/extrema-pobreza-sobre-una-mina-de-oro/
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