BERLÍN, 8 de julio (apro).- La exigencia de someter a un test de
inteligencia a quienes quieran emigrar hacia Alemania no partió esta vez
de ningún faro del pensamiento conservador. Tampoco fue una Schnapsidee
--tal como se denomina en alemán a alguna idea propia de la efusividad
rumbosa de una noche de aguardiente-- surgida en la cabeza de algún
joven neonazi.
Peter Trapp, quién lanzó la idea, no es una figura notoria dentro de
la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Las discretas estaciones de su
carrera consignan una formación como agente comercial en el consorcio
Siemens, su ingreso a la policía de investigaciones de Berlín en 1968,
estudios de criminología y una especialización en desarrollo de
estrategias de lucha contra la delincuencia callejera.
Trapp se jubiló de la policía con 52 años, en 1999. Ese mismo año fue
elegido diputado por las filas conservadoras para el parlamento de
Berlín. En la actualidad preside la Comisión de Política Interior,
Seguridad y Orden.
El expolicía saltó al gran ruedo de los medios el último 28 de junio.
En entrevista con el Bild Zeitung, periódico recelado por la
intelectualidad alemana debido a su carácter sensacionalista, pero
temido por la clase política por ser el de mayor tirada e influencia,
Trapp se refirió a los criterios que de acuerdo a su opinión tendrían
que guiar la inmigración en el futuro.
"Además de tener una carrera y una calificación técnica, los
inmigrantes deberían pasar por un test de inteligencia", dijo. "No
debemos hacer un tabú del tema; el Estado debe fijar para la inmigración
criterios que le sean útiles".
La idea de Trapp encontró apoyo en un encumbrado colega de la Unión
Socialcristiana (CSU), el partido aliado de la CDU en el estado de
Baviera. Markus Ferber es en la actualidad el presidente de la fracción
de su partido dentro del Parlamento Europeo.
El eurodiputado, quien en su juventud, curiosamente, también fue
empleado de la empresa Siemens, abogó por una reformulación de la
política migratoria a nivel de la Unión Europea.
"En Canadá se exige a los hijos de futuros inmigrantes un
coeficiente intelectual mayor al de los niños nativos", argumentó
Ferber. "Los motivos humanos como el reagrupamiento familiar no pueden
ser a largo plazo el único criterio de la migración", agregó.
La embajada canadiense en Berlín le salió rápidamente al paso, a
través de un comunicado, en el que negó de manera tajante que Canadá
exija un test de inteligencia a sus inmigrantes.
El sinceramiento de Trapp y Ferber no encontró eco en el gobierno
alemán. El portavoz del gobierno de la canciller federal Angela Merkel,
Christoph Stegmanns, se permitió una ironía con su colega, al señalar
que la propuesta "es descabellada y no se destaca precisamente por su
inteligencia".
La oposición pudo regodearse. El alcalde de Berlín, el
socialdemócrata Klaus Wowereit, tachó la propuesta de "discriminatoria e
inhumana".
"Estúpida y funcional al racismo", opinó Ali Al Dailami, miembro de
la conducción nacional de La Izquierda. Los Verdes propusieron a los
conservadores que utilicen el test de inteligencia a la hora de nominar a
sus candidatos.
Liberales, prósperos y buenos
Bajo el término "inmigrante", tal como lo usan Peter Trapp y Markus
Ferber, subyace la idea de que quien emigra es de por sí un sujeto
deficitario frente a los habitantes "naturales" del país adonde llega.
Esta forma de racismo, ciertamente muy entendida, presupone que un
ciudadano crecido en una próspera democracia liberal es en principio
intelectual y moralmente superior a los ciudadanos de los países que no
son ni liberales ni ricos.
La lista de declaraciones políticas que recalcan esta asociación ha
sido extensa en los últimos años. Y no se restringe a las filas de los
partidos tradicionalmente conservadores. Uno de los animadores
habituales de este funesto ranking es el socialdemócrata Thilo Sarrazin,
exdirector de finanzas de la ciudad de Berlín y actual miembro del
directorio del Banco Central Alemán.
Sarrazin es un personaje desgarbado, huesudo, de gruesos anteojos.
Cuando habla, sus ojos más bien se entrecierran. Su tono es tranquilo y
monótono. Su estilo, algo descuidado, es quizá un resabio de su paso por
la generación del '68, cuando llevaba el pelo largo y expresaba ideas
bastante diferentes a las que el año pasado pudieron leerse en la
entrevista que le hizo la revista Lettre International:
"La gran mayoría de los inmigrantes turcos y árabes ni quieren ni
pueden integrarse; no tienen ninguna función productiva más allá de
vender frutas y verduras". O: "No tengo por qué reconocer a alguien que
nada hace por integrarse; no tengo por que aceptar a alguien que vive
del Estado pero lo rechaza, que no se preocupa de la educación de sus
hijos y que produce continuamente nuevas niñas que cubren con pañuelos
su cabeza."
Muy pocos miembros del Partido Socialdemócrata han pedido la
exclusión de Sarrazin de sus filas. Tampoco se lo expulsó del Banco
Central Alemán tras su declaración vertida en una reunión con
empresarios en la ciudad de Darmstadt, en octubre del año pasado, y a
la que Joseph Goebbels no hubiera negado su firma: "Los inmigrantes
tienen más hijos que los alemanes, con lo cual hay una diferencia entre
el crecimiento de distintos grupos de la población con diferente
inteligencia. De esta manera, a través de un proceso puramente natural,
nos volvemos en promedio más estúpidos."
"Este tipo de declaraciones no son meras expresiones de
resentimientos inconscientemente racistas", dice a Apro
el cientista político Gideon Botsch, del Centro sobre Estudios del
Racismo Moses Mendelssohn en Potsdam. "Sirven de manera intencional como
propuestas para la arena política, escenificadas como una ruptura de
tabúes, donde se movilizan prejuicios que sólo han sido proclamados con
esa radicalidad por partidos antidemocráticos de la extrema derecha."
Thilo Sarrazin es quizá el primer socialdemócrata que echa mano a
argumentos propios de los partidos neonazis, libertad que hasta entonces
sólo se habían permitido algunos políticos conservadores.
"A mucha gente le resulta difícil de aceptar, pero Alemania se ha
vuelto, irreversiblemente, una sociedad multiétnica", señala Gideon
Botsch. "Esto ya se ve muy claramente en la selección alemana de fútbol,
donde muchas de sus nuevas estrellas tienen un origen extranjero."
Exactamente 11 de los 23 jugadores de la selección alemana son hijos
de padres extranjeros. De hecho, la quinta parte de los 82 millones de
habitantes de Alemania tienen un así denominado "trasfondo migratorio".
Adustos porteros
La propuesta de los políticos conservadores activa resentimientos
contra los extranjeros, en un momento en que el gobierno de Alemania se
ha inclinado por un programa de austeridad fiscal que recorta los gastos
sociales, pero no compromete a los sectores de mayores ingresos.
No sólo sorprende la adopción de un modo bastante concreto de
racismo, sino también el motivo expuesto. Si bien desde la Reunificación
alemana hasta 2007 el número de inmigrantes superaba al de emigrantes,
el proceso se ha revertido.
Desde hace dos años, dejan Alemania más personas que las que llegan.
En 2009 hubo 721 mil inmigrantes y 739 mil emigrantes, según datos de la
Oficina Federal de Estadísticas.
Las autoridades parecen oficiar de adustos porteros, dispuestos a
exigir garantías de pedigree para admitir el acceso. Pero la situación
se parece más bien a una fiesta en la que el anfitrión reelabora
infructuosamente la lista de invitados, mientras sus propios familiares
se van por la puerta de atrás.
La población alemana ha extendido sus expectativas de vida
rápidamente en las últimas décadas, y la tasa de nacimientos ha
disminuido tanto, que muchos expertos ya han advertido que, de continuar
esta tendencia, en apenas 15 años la situación será insostenible.
El Instituto para el Estudio de los Mercados de Trabajo de Nuremberg
calcula que para el año 2025 la cantidad de personas laboralmente
activas se reducirá en 7 millones. El informe consigna que el mercado
laboral registró una caída de 100 mil personas entre 2007 y 2008.
Validez
La rusticidad del mecanismo que ahora proponen los políticos
conservadores para intentar moldear la inmigración a Alemania llama la
atención.
Desde hace algo más de 100 años, los expertos discuten sobre lo que
realmente es la inteligencia y si existe un modo de medirla. Aunque en
internet puede encontrarse infinidad de test de inteligencia, hasta hoy
no hay una definición única de lo que es la inteligencia.
La piedra fundamental del test moderno surgió con el francés Alfred
Binet, quien en 1904 comparó la capacidad de niños en edad escolar para
resolver tareas de grados superiores e inferiores.
Diez años más tarde el alemán Wilhelm Stern multiplicó los resultados
de esta "inteligencia cronológica" por la edad real del niño, surgiendo
así el primer coeficiente de inteligencia.
En la década del '30, el psicólogo estadunidense Howard Gardner habló
de una inteligencia múltiple: musical, lógico-matemática, del lenguaje,
personal, motriz. Los test de inteligencia, según sus críticos,
intentan medir el pensamiento lógico y racional, dejando de lado la
inteligencia emocional, que facilita de manera decisiva el
desenvolvimiento e intercambio humanos.
"El pensamiento independiente de la motivación y la emoción no
existe", dijo el psicólogo alemán Franzis Preckel en una entrevista
publicada el pasado 1 de junio al Sueddeutsche Zeitung.
Otros psicólogos creen que la validez de los resultados depende de la
relación del test con el ámbito de vida de cada persona.
La discusión en Alemania deja de lado totalmente la sangría que
significa para los países periféricos esta política dirigida a captar
sólo sus talentos. América Latina es la región del mundo que ha
experimentado el mayor incremento en el número de personas calificadas
que emigraron al mundo industrializado en los últimos años, según se
desprende de un informe elaborado en 2009 por el Sistema Económico
Latinoamericano y del Caribe (SELA).
Según este informe, México encabeza los valores absolutos de este
ranking, con 1 millón 400 mil emigrantes altamente calificados en el año
2007. Cada año, México pierde a 5 mil científicos y profesionales,
según datos de un estudio publicado en 2009 por la Universidad Nacional
Autónoma de México y la Secretaría de Educación Pública.
Se supone que el dinero invertido para la formación de los
profesionales no se recupera, ya que no es el inmigrante más calificado
el que envía más remesas. El propio Banco Mundial sostiene que la
emigración dificulta la capacidad de recuperación económica de los
países pobres cuando involucra a trabajadores calificados.
fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/80972
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