Uno de
los pilares del sistema social capitalista ha sido la relación humana
lograda a través del mercado. La “economía social de mercado” fue hasta
hace poco su credo actualizado, y su avanzada industria cultural vendió
la imagen de su crecimiento incesante.
A raíz de ello, la
idea en cuanto a que pudieran existir límites para ese crecimiento era
casi imposible de imaginar. Dichos límites fueron dejados de lado por
una sociedad que sentía profunda fe en el poder de la tecnología y en la
operatividad del libre mercado.
David Ricardo, como
ya se mencionó, señaló la importancia de la ley del valor afirmando que
únicamente se determinaba por la cantidad de trabajo empleada para
realizar un producto y que éste se podía definir como valor comparativo y
valor relativo; el valor comparativo, teniendo en cuenta el trabajo y
el esfuerzo para realizar los productos, mientras que el valor relativo
se efectuaba considerando la cantidad de bienes producidos en
determinado tiempo.
Estimaba Ricardo que
el capital se podía diferenciar entre capital fijo (inversión
perdurable) y el capital circulante (que era más perecedero y difícil de
recuperar). En cuanto a las utilidades planteaba que eran inversamente
proporcionales a los salarios, y por este motivo, la única razón por la
cual aumentaban las utilidades consistía en una reducción del monto de
los salarios reales de los trabajadores.
Como hemos
analizado en capítulos anteriores Marx expuso que el valor está
compuesto por el valor de uso y el valor de cambio. El primero es el que
posee cualquier objeto destinado a satisfacer la necesidad de las
personas, entre los cuales se encuentran la fuerza de trabajo, las
materias primas, los distintos medios de trabajo y los productos; y el
valor de cambio, que es ese objeto producido para el intercambio.
El precio de
producción es tomado como valor de uso, pues el valor de cambio es
variable de acuerdo a su utilidad. Marx decía que si a un producto se le
eliminaran todas sus propiedades naturales no quedarían en él sino las
modificaciones hechas por el hombre, es decir, la fuerza de trabajo
empleada y su realización.
Seguidamente Marx
afirmaba que el comercio no generaba ningún excedente. Sin embargo, con
el intercambio de distintos valores de uso surgía el capital en la forma
D-M-D, o sea comprar para vender. Esta venta se realizaba por un valor
superior al inicialmente invertido.
El poseedor del
dinero se convertía así en capitalista. Con el capital que resultaba del
comercio no había plusvalía, pues para conseguir ésta debía existir una
oferta de fuerza de trabajo dentro del mercado, o dicho de otra manera,
una acción humana para la existencia de valores de uso que luego
pudieran comercializarse. El precio que se establecía por tal servicio,
decía Marx, debería ser suficiente para satisfacer todas las necesidades
del trabajador y su familia.
Sin embargo, la
plusvalía se generaba si el trabajador dedicaba más tiempo del necesario
para producir un valor de uso, es decir, en una jornada de trabajo,
además del trabajo necesario existiera un trabajo excedente cuyas
ganancias o beneficios le perteneciesen al capitalista.
En esta instancia y
bajo estas circunstancias surgía la plusvalía como resultado del exceso
de trabajo gratuito o no pagado.Esta plusvalía se podría aumentar de
dos maneras, la plusvalía absoluta y la plusvalía relativa. La primera
establecía un incremento en la jornada laboral para no alterar el
trabajo necesario y sí aumentar el trabajo gratuito; y la segunda, que
proponía una reducción del tiempo de trabajo por aumento en la
productividad, reducción por debajo del socialmente necesario sin
alterar la jornada laboral.
Pero para conseguir
este objetivo sería preciso también reducir los precios de los bienes
que consumen los trabajadores, pues de otra manera el salario no
cubriría las necesidades básicas de estos y finalmente reduciría su
productividad.
Mediante la sucesiva
escalada de tecnología, la producción real podría seguir creciendo en
forma ilimitada, a no ser por la decreciente producción de capital
genuino, fenómeno éste que originaba y origina desocupación, paro
forzoso y exclusión social, unido al avance tecnológico y al crecimiento
de la población, e inclusive ligado al agotamiento de los recursos no
renovables.
Sabido es que las
reinversiones sucesivas en capital constante reducen, como ya hemos
analizado –en forma absoluta y relativa- la cuota e inclusive el monto
del capital social, creando así burbujas financieras con un excedente
que ya no resulta ser capital genuino sino dinero de humo, es decir, un
tragamonedas infernal.
Durante el gobierno
de Carlos Saúl Menem, a raíz del ingreso de divisas por la enajenación
de las empresas estatales y del endeudamiento internacional, aumentaba
el PBI pero disminuía la renta nacional, al producirse la liquidación de
empresas públicas y privadas y aumentar la desocupación hasta llegar a
un 20%. Como pudimos vivirlo, la engañifa terminó en un desbarajuste
fenomenal.
Esto reafirma lo que
sosteníamos en capítulos anteriores, en cuanto a la falacia de las
mediciones tomando como base el PBI, que engloba capital genuino,
capital comercial y dinero de humo. Proponíamos y proponemos medir de
acuerdo a las cifras de la renta nacional, es decir, a la creación de
capital basado en el trabajo vivo, industrial y agrario. Hasta hace poco
tiempo, y luego de la gran debacle del 1930, el capitalismo ofrecía una
elasticidad para adaptarse a las nuevas condiciones, a través de
sucesivas depresiones y overshootings, pero actualmente enfrenta una
situación inédita que algunos científicos ya venían pronosticando desde
mucho tiempo antes.
Aquellas
constataciones del Club de Roma
Por pedido del Club
de Roma, varios investigadores trabajaron sobre estos y otros temas e
inclusive desarrollaron hace más de veinte años un modelo informático
que denominaron World3, cuyos datos actualizaron en 1991.
Incorporaron -en
aquel último año- mejoras al modelo anterior, tales como las del control
de la natalidad, la sustitución de recursos, la Revolución Verde en la
agricultura. Probaron en los ensayos del modelo posibles saltos
tecnológicos e inclusive admitieron la posibilidad de que los materiales
fuesen reciclados en su casi totalidad, que la tierra multiplicase su
productividad, que los controles de contaminación se hiciesen cuatro o
diez veces más eficaces.
Pero aún en estos
casos, el modelo del mundo rebasaba sus límites. Como ellos mismos
concluían, aun con tecnologías más eficientes y con la mayor elasticidad
económica imaginable, el modelo generaba escenarios de colapso.
La tecnología se
puede definir como una cultura o una parte de ella, aplicada a la
industria, pero con la salvedad de que ha pasado a ser el elemento
dominante. Su avance se vincula con el desarrollo capitalista, aun
cuando su origen provenga de tiempos muy remotos y se proyecte hacia un
futuro no capitalista.
Muchos la piensan
como la panacea en tanto otros la creen fuente de todos los males. Y su
hermano inseparable y a la vez su mayor enemigo, el mercado ¿Cómo
definirlo? Se lo puede pensar como un sitio físico donde se vinculan
compradores con vendedores, o donde se realiza el valor de cambio de
cada mercancía, o el globo terráqueo donde se compra y se vende
absolutamente todo.
Pero el mercado es
el alma del sistema, pues en él se vende la fuerza de trabajo o el ocio a
cambio de los elementos necesarios para la subsistencia, se puede
acceder al capital o perderlo. A través de dicho mercado se produce una
constante reasignación de recursos y alguien puede adueñarse legalmente
de beneficios ajenos, o acceder al poder económico y político.
Precisamente, el
marketing político está de última moda, como hemos visto. Las relaciones
de producción se sostienen a través del intercambio de trabajo
abstracto materializado en la mercancía, desde luego. Pero, y ahora más
que nunca, también en la compra-venta de los elementos concretos de una
ideología producida por la industria cultural. Como ya hemos consignado,
no ocurre solamente la compraventa de ideas, modelos o conceptos, sino
de servicios, de la manera de pensar, consumir, vestir, moverse,
mostrarse. El modo de vida.
El mercado empuja
el precio de un producto monopolizable o escaso, o el agente
contaminante comienza a elevar costos que a su vez elevan precios de
productos y servicios. En estos casos, el mercado mismo produce
respuestas. Paga la prospección de nuevos recursos, obliga a los
productores a la sustitución del recurso oneroso por otro más barato.
Pero hete aquí que esta función implica siempre la ampliación de capital
constante (tecnología, etc.) y la reducción de capital variable (mano
de obra).
En los Estados
Unidos, en la década del sesenta cada millón de dólares de inversión
industrial generaba entre cuarenta y cincuenta puestos de trabajo. La
misma inversión en 1994 produjo la creación de ¼ puestos de trabajo,
vale decir, que se requerían cuatro millones de dólares para generar un
puesto de trabajo. En treinta y cinco años el sistema exigía una
inversión doscientas veces mayor para demandar la misma cantidad de
trabajadores. Estas cifras de empleo van en constante declive, con una
nueva característica; el capital industrial es colocado en inferioridad
de condiciones, retrocede frente a la modalidad financiera.
El desempleo en la
crisis actual
La Organización
Internacional del Trabajo (OIT) informó que la crisis económica global
actual destruyó 34 millones de puestos de trabajo en los países miembros
del G-20 entre 2009 y lo que va de 2010. Las pérdidas estuvieron
concentradas fundamentalmente en el sector manufacturero y la
construcción, según se destaca en un informe presentado en la primera
Cumbre de Ministros de Trabajo del G-20. En lo que respecta al caso
argentino, la pérdida de empleos el año pasado (2009) fue de 64 mil,
mientras que 144 mil se lograron mantener con el Programa de
Recuperación Productiva.
La OIT ubica a la
Argentina entre los países que registraron una desaceleración en la tasa
de crecimiento del producto y un moderado incremento en el desempleo
(entre 0 y 1,5 punto porcentual) durante 2009. En esa misma situación se
encuentran Australia, Arabia Saudita, Brasil, China, Corea del Sur. Los
más golpeados en materia de crecimiento y empleo fueron Estados Unidos,
España, Turquía. En el país ibérico el desempleo creció 10,1 puntos
porcentuales entre la segunda mitad de 2007 y el mismo período el año
pasado.
El organismo
internacional advierte que, a pesar de la estabilización en el nivel de
actividad, la tasa de empleo continúa descendiendo. La subsecretaria de
Programación Técnica y Estudios Laborales, Marta Novick, apuntó a
Página/12 que la tendencia positiva de la dinámica del empleo formal
registrada por la Encuesta de Indicadores Laborales (EIL) durante el
primer trimestre continuó observándose en abril. “El empleo formal
claramente se está recuperando desde fines de 2009. Argentina, junto con
Brasil y Australia, figuran entre los países cuyas políticas laborales
tuvieron más éxito durante la crisis”, señaló la funcionaria. El
desempleo en Argentina alcanza al 8,3 por ciento y la informalidad
asciende hasta el 36 por ciento.
El titular de la
cartera laboral argentina mantuvo un encuentro con la secretaria de
Trabajo estadounidense, Hilda Solís. Si bien esta cumbre del G-20
comenzaba el 20/4/2010, el ministro participó de una reunión
preparatoria con sindicalistas y empresarios. Los presentes coincidieron
en señalar que la “recuperación real” se alcanzará recién cuando se
recuperen todos los puestos de trabajo perdidos durante la crisis.
“Algunos sectores empresarios europeos todavía insisten con la
flexibilización laboral. Volver a plantear la flexibilidad del mercado
de trabajo es anacrónico”, comentó Novick. La presentación que realizara
el ministro argentino ante sus pares del G-20 recordaba las políticas
desplegadas por el Estado para enfrentar la crisis y resaltaba la
constitución de un piso de protección social a partir del incremento en
la cobertura en mayores (jubilaciones) y niños (asignación universal).
Para la OIT, las
medidas de estímulo fiscal de los países miembros permitieron crear o
salvar 8 millones de puestos de trabajo en 2009 y 6,7 millones este año.
A su vez, estiman que los estabilizadores automáticos, como los
difundidos seguros de desempleo europeos, evitaron la destrucción de 6,2
millones empleos. Pero el total preservado equivale a un 1 por ciento
de los empleos del G-20, una insignificancia.
Un bucle de
retroalimentación negativa
El mercado adopta
un bucle de retroalimentación negativa. En épocas de auge distributivo
es una cadena causal que actúa para revertir un proceso, corregir un
problema, restablecer el equilibrio. Pero en épocas de crisis
relacionadas con la acumulación de capital para producir el salto en las
fuerzas productivas, padece un creciente desorden. Como ya hemos
señalado, manifiesta una constante: a mayor acumulación o reinversión de
capital, menor tasa de ganancia, crisis de superproducción o de
capacidad ociosa, menores ventas, desocupación y exclusión.
Los ciclos de
ajuste constituyen su elemento indispensable, y de ellos se vale en
todos los órdenes. En el modelo World3 los investigadores antes
mencionados incluyeron los ajustes de tecnología-mercado. Fueron
contempladas las necesidades de atención sanitaria, control de
contaminación y de la natalidad, mejoras agrícolas, descubrimiento y
sustitución de recursos, y establecieron que los precios de mercado son
señales de intermediación en un mecanismo de ajuste que en tiempos de
bonanza funciona de manera instantánea y perfecta. Representaron al
mecanismo sin el intermediario, pues ese supuesto omite muchos retrasos e
inexactitudes que se presentan en los sistemas de mercado reales.
Dejando de lado lo
utópico de imaginar un mercado sin intermediarios, los investigadores se
hallaron con que en un mundo finito y complejo, si se elimina o eleva
un límite mientras se continúa creciendo, se encuentra un nuevo límite.
Especialmente si el crecimiento es exponencial, el límite siguiente se
presentará de inmediato y en forma conflictiva.
Se concluye que
existen capas de límites, de las cuales el modelo World3 contiene
algunas, en tanto que el mundo real contiene muchas más. Cientos de
ellas distintivas, específicas y variables localmente.
Algunos de esos
límites, como la creación de mayor valor, la capa de ozono o los gases
del efecto invernadero, son realmente globales. Y se hallaron con que el
tiempo es en realidad el límite último en el modelo World3 -y también
en el mundo real-. La razón por la que el crecimiento exponencial es tan
insidioso, es que acorta los plazos para la acción efectiva. Sobrecarga
de tensión al sistema a una velocidad creciente (esto es más evidente
en la relación financiera centro-periferia) hasta que los mecanismos que
podrían hacer frente a ritmos de cambio más lentos finalmente comienzan
a fallar.
Hay otras tres
razones para que los mecanismos tecnológicos y de mercado que funcionan
bien en una sociedad de cambios más lentos no puedan resolver los
problemas generados por una sociedad que se dirige hacia límites
interrelacionados a ritmo exponencial. Una es que estos mecanismos de
ajuste tienen en sí sus costes. La segunda es que ellos actúan en
función de bucles de retroalimentación, con distorsiones informativas y
retrasos. La tercera es que el mercado y la tecnología son meros
instrumentos al servicio de los objetivos, la ética y las perspectivas
de un tipo de sociedad. Si los objetivos se hallan orientados hacia el
crecimiento empresarial, la ética es injusta y los horizontes temporales
son cortos, la tecnología y los mercados pueden acelerar un colapso en
lugar de evitarlo. Por ejemplo, la industria automovilística vende cada
vez más automóviles pero el petróleo que los propulsa es cada vez más
escaso y la atmósfera se torna irrespirable.
Los costes de la
tecnología y del mercado se hallan en los recursos, capital, energía,
dinero, información, trabajo. Estos costes tienden a crecer en forma no
lineal a medida que se acercan los límites, lo que es otra fuente de
sorpresas en el comportamiento de los sistemas. En el caso de la mano de
obra excedente, se requieren cada vez mayores costes sociales para
subsidiar la desocupación, la exclusión, las jubilaciones y otras
necesidades.
Y está comprobado
que los residuos y la energía necesaria para extraer recursos no
renovables se elevan en forma espectacular a medida en que el tenor de
los recursos se reduce. Hay otras curvas ascendentes de costes: el coste
por tonelada para hacer inocuos los contaminantes dióxido de azufre y
óxido de nitrógeno como una función de la cantidad total eliminada de
una chimenea industrial o de un caño de escape.
Los contaminantes
del aire SO2 y NOx pueden ser eliminados de los gases de chimeneas
industriales hasta un nivel significativo a bajo coste, pero a cierto
nivel de reducción los costes de una mayor eliminación se elevan
precipitadamente.
Los retrasos en la
respuesta del mercado y de la tecnología pueden ser mucho mayores de lo
que la teoría económica u otros modelos mentales puedan suponer. El
bucle de retroalimentación entre tecnología y mercado es una fuente de
overshooting, oscilación, inestabilidad y desorden. Por otra parte, las
señales del mercado llegan siempre tardíamente, son para el corto plazo,
amplificadas por la especulación y manipuladas por los grupos
económicos.
El mercado es ciego
para el largo plazo y no presta atención al posible agotamiento del
trabajo vivo, de las fuentes y yacimientos, hasta que ya se hallan
demasiado agotados, cuando es tarde para actuar. Las señales económicas y
las respuestas tecnológicas pueden evocar poderosas razones, como puso
de manifiesto la crisis del petróleo en los 70 o a la actual, pero no
están vinculadas con el sistema de la tierra en los sitios previstos
para dar información útil sobre los límites.
Debido a los
retrasos de retroalimentación, el sistema económico global está expuesto
a la posibilidad de desbordarse y erosionar los límites sostenibles.
Indudablemente, muchas reservas de importancia para la economía mundial
ya se hallan agotadas. La principal es la del ejército industrial de
reserva, que casi ha desaparecido, y lo que ahora existe es una multitud
marginal excluida del sistema.
Los investigadores
del Club de Roma sacaban conclusiones: una vez que la población y la
economía han sobrepasado los límites físicos de la tierra, hay sólo dos
formas de regresar: el colapso involuntario ocasionado por la escasez y
las crisis recientes, o una reducción controlada de los insumos globales
por elección social deliberada.
Nosotros podemos
agregar que el sistema puede controlarse dentro de determinados límites,
de determinada cantidad. Una vez sobrepasada esencialmente ésta, no hay
regreso.
Ésta es una crisis
que abarca no solamente el aspecto económico y financiero, sino que es
una crisis total como nunca la tuvo el hombre. Todos, absolutamente
todos los escenarios están colapsados y es evidente que el sistema
capitalista no puede con ellos.
Una nueva etapa de
la crisis a nivel global no está muy lejos, dentro de los serruchos y
rebotes, a mi modo de ver, y de ésta no escaparán ni los países
emergentes, al fin de cuentas partícipes del capitalismo mundial. Como
acaba de alertar el FMI, la conducta global de variada velocidad
representa desafíos para la estabilidad en los mercados emergentes. Las
perspectivas de un sólido crecimiento a base de los precios ventajosos
de sus materias primas, la apreciación de monedas y el aumento en los
precios de activos están impulsando los flujos de capital de cartera
hacia países de Asia Pacífico (excluyendo a Japón) y América Latina, a
la vez que los factores de presión, particularmente las bajas tasas de
interés en importantes economías avanzadas, también actúan. La marea de
dólares sin respaldo y sin colocación productiva sube constantemente en
los arrabales del mundo.
Fuente, vìa :
http://cultural.argenpress.info/2010/04/la-fe-en-la-tecnologia-y-en-la.html
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