Frank Furedi, nacido en Hungría en 1947, es profesor de la
Universidad de Kent en Gran Bretaña y fundador del Revolutionary
Communist Party en ese país. Ha escrito, entre varios libros, uno que
viene al caso de lo que estamos viviendo en la actualidad: La política
del miedo (Politics of fear), que tomo para el título de esta entrega.
El tema no es, de ninguna manera, trivial o una frase hecha. Su
trascendencia es mayúscula y se trata de un propósito de los círculos de
poder de alcance planetario para los pueblos en el siglo XXI. Nunca
antes, ni siquiera en la guerra fría, se había vivido con tantos miedos,
que van desde el ataque terrorista en algunos países u otras formas de
peligros externos, hasta el pavor a envejecer o morir prematuramente por
culpa de hábitos y enfermedades que se han exagerado para desviar la
atención de problemas reales cuya solución sólo puede encontrarse en
otro modelo económico y en otras formas de gobierno verdaderamente
democráticas y representativas. El hambre, el desempleo, la devastación
ambiental, la discriminación racial y económica (y también religiosa),
las invasiones de unos países a otros, la obscena concentración de la
riqueza y la corrupción, entre otros de este tenor, son fenómenos que
vivimos como si fueran una fatalidad inmutable y no una consecuencia del
sistema que se nos ha impuesto tratándonos de convencer de que no hay
otra alternativa.
La política del miedo es deliberada. Es, como dice el autor que
comento, un proyecto manipulador que intenta inmovilizar la
inconformidad pública (p. 124). En otro de sus libros, Culture of fear:
risk taking and the morality of low expectation, el autor ha señalado
que el miedo ha llegado a ser una fuerza poderosa que domina la
imaginación pública, y así se inventan miedos tales como una pandemia de
gripe, el calentamiento global como fatalidad que acabará con el
planeta, la obesidad o el tabaco como epidemias que matarán a millones
de personas, etcétera.
En México (país del que no habla Furedi), además del fiasco de la
gripe A-H1N1 y de amenazas para la salud y la vida sana (para vivir más
tiempo), como la obesidad y el tabaco, tenemos también el narco y la
necesidad de acabar con él, siempre y cuando esta guerra se convierta
(como ya está sucediendo) en un miedo generalizado por inseguridad y,
sobre todo, por impotencia social e individual frente a los narcos,
secuestradores, asaltantes y también frente a policías y militares que
intimidan y asustan sin que nadie pueda hacer nada. Lo que se quiere
lograr, al mismo tiempo que se toman medidas contra las pandemias de la
gripe, la obesidad y el tabaco (distracciones basadas en el miedo a
morir antes de tiempo y en la obsesión por una vida sana), es
acostumbrarnos al miedo y a las prohibiciones como forma de vida y a la
impotencia social e individual ante el uso arbitrario (sin respaldo
legal) de la fuerza del Estado, que en este caso ni siquiera es
legítima. Con base en el miedo nos quieren llevar a aceptar como algo
normal que las calles y las carreteras estén patrulladas constantemente
por fuerzas militares y policiacas sin haber declarado, junto con el
Congreso, un estado de excepción o de sitio.
Furedi nos recuerda (p. 133) que fue Thomas Hobbes el primero en
sistematizar los intentos de desarrollar una política de miedo para
reforzar la idea de que no hay alternativa; es decir, el conformismo.
Para Hobbes –señala–, uno de los principales objetivos del cultivo del
miedo era neutralizar cualquier impulso radical de experimentación
social a futuro. Para lograr este objetivo Hobbes argumentaba que la
gente debe ser persuadida de que entre menos desafía el estado de cosas y
el poder, mayores ventajas habrá para la comunidad y para los
individuos. Esto es, la aceptación y no la protesta. Mucho menos pensar
en una alternativa al capitalismo. Margaret Thatcher entendió muy bien
la enseñanza de Hobbes al convertir en su divisa la llamada doctrina
TINA (There is no alternative), queriendo decir que no había ni hay
alternativa al liberalismo económico, al mercado y al comercio libres, a
la globalización capitalista, y que cualquier otra opción o doctrina
llevaría al desastre. Lo grave del asunto es que muchos, incluidos
varios intelectuales que se dicen de izquierda, se lo creyeron y lo
aceptaron ante el temor a los cambios (otro miedo más común de lo que se
cree). Cuando no hay un propósito político y claridad acerca del
futuro, se alienta la sensibilidad cultural que nosotros describimos
como el conservadurismo del miedo, nos dice Furedi, para sugerir con su
libro que el peligro mayor en nuestra cultura es la tendencia a temer
los logros que representa el lado más constructivo de la humanidad, que
no está compuesto por conservadores.
El impacto acumulado –apunta Furedi– es transformar el miedo en una
perspectiva cultural a través de la cual la sociedad adquiera sentido de
sí misma, es decir, una sociedad que no acepte el miedo como una forma
de vida que permea la cotidianidad. Esta cultura del miedo es apuntalada
por un profundo sentimiento de impotencia y por la sensación de que no
existe entidad alguna, ni en la esfera del gobierno ni en la sociedad,
que guíe a la población de tal forma que sus miembros dejen de ser
sujetos pasivos. Son sujetos pasivos de la sociedad los que se quejan de
sus temores sin hacer nada o los que aceptan, sin más, los miedos
fabricados por el poder; y serán sujetos activos los que impulsen
proyectos propios de vida y que protesten contra los gobiernos que han
promovido el miedo a nuevos y exagerados riesgos para nuestra salud y
seguridad como una forma de distracción social de los verdaderos
peligros que han amenazado nuestras vidas desde siempre y a los que, por
cierto, hemos sobrevivido.
fuente, vìa :
http://www.apiavirtual.com/2010/06/18/la-politica-del-miedo/#more-33751
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