Si Tamaulipas tiene un dueño ese es, además del cártel del Golfo, el
gobernador Eugenio Hernández. ¿Y qué es Tamaulipas hoy sino la
humillante, dolorosa necesidad ciudadana de agachar la cabeza u
ocultarla, so pena de sucumbir entre la violencia del crimen organizado y
la autarquía implacable del mandatario priista? Estado-espejismo donde
la vida ya no se vive, donde la insólita comodidad de la autoridad
estatal sólo es equiparable a la inaudita libertad e impunidad con que
actúan los narcotraficantes en el estado, Tamaulipas se apresta a la
escenificación de una farsa electoral, favorecido el PRI por su mejor
aliado: el miedo que impone la narcoviolencia.
VALLE HERMOSO, TAMPS., 26 de junio (Proceso).- El
silencio es más hondo que una tumba. Cualquiera sabe lo que pasa, pero
nadie dice nada. Pueblos enteros tomados durante días por el cártel del
Golfo o por Los Zetas; casas y negocios quemados y saqueados;
ataques relámpago a instalaciones policiacas o casas de seguridad;
combates que duran toda la noche y masacres a plena luz del día que no
dejan otra huella que muros y vehículos acribillados, sangre en las
aceras, porque las víctimas más tardan en morir que en desaparecer sus
cadáveres; amenazas por doquier contra quienes no se conforman a la
primera; secuestros, asaltos y cobro de cuotas a quien se deje, y todos
se dejan para llegar a mañana como se pueda. La vida controlada en las
comunidades disputadas mediante retenes y volantas en las calles y
avenidas principales, lo mismo si rondan el medio millón de habitantes,
como Reynosa y Matamoros, que si no llegan a 5 mil, como Burgos.
Que no, que aquí no pasa nada, son hechos aislados, corean el
gobernador y la mayoría de los presidentes municipales, al costo de
sembrar sospechas sobre ellos mismos. La gente ejerce el derecho de
réplica en internet. Los llamados de auxilio se acumulan, se prodigan
los reproches. La impunidad indigna. Los testimonios saben a congoja. Es
el desamparo.
* * * * *
El convoy de más de 100 camionetas rotuladas CDG (Cártel del Golfo) y
X M3 (Metro 3) llegó temprano a Valle Hermoso el miércoles 24 de
febrero. El pueblo estuvo ocupado durante tres días de enfrentamientos a
toda hora. Nomás chillaban los coches por las corretizas que
pegaban. Nadie nos auxilió, ni el Ejército vino por más que lo llamaron.
Hubo como 60 muertos. La historia se repitió el 6 de junio. Se
fueron derecho a la Preventiva y otros a la Ministerial. Fue una
matazón. Se llevaron a varios policías. Las entradas y salidas
fueron bloqueadas, luego de varios días de rumores y tensión.
La violencia en el estado arreció a partir del primer asalto a Valle
Hermoso, el mismo día en que una juez en Houston, Texas, sentenció a
Osiel Cárdenas a un cuarto de siglo de prisión. Al día siguiente, en
Ciudad Victoria se vaciaron las escuelas y las calles por los rumores de
balaceras. El 11 de marzo lanzaron granadas y acribillaron las oficinas
de la Policía Ministerial del Estado y de la Policía Preventiva. Hace
apenas tres semanas, el 11 de junio, militares mataron a dos personas
frente a la casa del procurador de Justicia, aunque la primera versión
que se esparció por las calles es que el crimen ocurrió dentro.
Ni el gobierno se salva. Son varios los alcaldes abofeteados por los
narcos, los altos funcionarios estatales despojados de sus aparatosos
vehículos, los empleados federales impedidos de cumplir sus tareas. Ellos
cobran la luz, el predial, el agua; se convirtieron en proveedores de
servicios públicos. El gobierno del estado y los municipios sólo
administran el desastre y trabajan con lo que les dejan, mientras se
cuidan la espalda. ¿Ya notaron que el gobernador mandó pintar todas
las unidades? Ahora son blancas, con logos grandes del gobierno del
estado en el techo, para que no los confundan. Sólo así pueden salir a
carretera seguros sin que los tiroteen desde los helicópteros de La
Maña.
Extracto del reportaje publicado en la edición 1756 de la revista
Proceso, ya en circulación.
fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/80754
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