- Anastasio Hernández Rojas tenía 20 años radicando en Estados Unidos
cuando la migra de ese país lo detuvo y lo mató a garrotazos y choques
eléctricos.
La versión oficial es que 20 policías lo golpearon porque
supuestamente se opuso a su deportación. Tal vez el mexicano era tan
fuerte y poderoso que puso en peligro su vida y por eso de los agentes
decidieron masacrarlo sin piedad.
Padre de cinco hijos nacidos del otro lado de la frontera
Anastasio tenia 42 años y se ganaba la vida limpiando albercas, una
tarea que, como dijo Vicente Fox uno de esos días de iluminación, ni los
negros quieren hacer.
La noche del viernes pasado, el indocumentado potosino fue
detenido en el condado de San Diego, donde precisamente ofrecía su mano
de obra barata en la zona residencial. Como no traía sus papeles de
legalización, los agentes migratorios lo detuvieron junto con su hermano
Pedro Pablo. De inmediato ambos fueron puestos para la deportación por
la puerta fronteriza de San Isidro y Tijuana.
Sin embargo, no alcanzó a traspasar las puertas giratorias
de la línea fronteriza, y según la versión de los migras, trató de
escapar y echarse a correr. Por eso lo agarraron los agentes, se le
echaron encima los policías y entre todos, 20 en total, lo golpearon con
toletes, patadas y golpes, y le aplicaron choques eléctricos hasta
dejarlo inconsciente.
A escasos metros del lugar, pero del lado mexicano, los
policías del grupo Beta se dieron cuenta de la agresión a Anastasio, lo
mismo que varios connacionales, quienes gritaron que lo dejaran. Pero
siguieron golpeándolo hasta dejarlo inconsciente.
“Actuaron en defensa propia”, explicaron horas después las
autoridades de migración y policiacas, mientras Anastasio estaba en el
hospital de Chula Vista, California, en estado de coma.
Dos días duró en este hospital Anastasio. El lunes falleció de un
paro cardiaco. Su cuerpo, maltratado de tantos golpes y los
electrochoques, no soportó más.
En la opinión pública norteamericana, el hecho paso desapercibido; es
más, nunca existió. Del lado mexicano fue una noticia más en esta
espiral de violencia que el país vive desde hace tiempo y que, al
parecer, no tiene final inmediato. Sin embargo, esto no justifica el
silencio de Felipe Calderón. En cualquier otro país, en un acto de esta
magnitud, el representante del pueblo hubiera lanzado más que una
protesta, pero el presidente mexicano sigue perdido en su propio
laberinto de errores y falsas percepciones.
La familia de Anastasio ha quedado en el desamparo y difícilmente
tendrá una protección de las autoridades norteamericanas y mexicanas. A
las primeras no les interesa y lo más seguro es que actuaran
administrativamente contra los agentes fronterizos y los policías,
cambiándolos de adscripción para que no sean enjuiciados. Mientras, las
mexicanas se quedarán en el plano de la denuncia y pronto se olvidarán
del caso.
La indolencia social con que se toman estas noticias es otro aspecto
preocupante. Estamos sometidos a una violencia tan fuerte y constante
que pocas cosas nos conmueven, sólo aquellos casos como la muerte de 49
niños en la guardería ABC de Hermosillo; el asesinato de la niña
Paulete, o los casos de pederastia del padre Marcial Maciel tocan las
fibras sociales y nos hacen reaccionar. Pero ese es precisamente el
problema: que reaccionamos y no pensamos cómo enfrentar y resolver los
conflictos o los hechos que nos lastiman como sociedad.
La muerte de Anastasio por los policías norteamericanos no es más que
una expresión de la xenofobia, racismo y clasismo que sufrimos la
mayoría de los mexicanos en ese país que, a pesar de su riqueza y poder,
no ha evolucionado socialmente.
La reciente Ley de Arizona SB 1070 no es diferente a las que la
Alemania nazi aplicaba en su momento contra los judíos como parte de su
creencia en la superioridad de la raza aria y la inferioridad de todas
las demás razas y pueblos del planeta.
Paradójicamente, ahora que Estados Unidos es gobernado por un
presidente de raza negra es cuando empiezan a surgir las expresiones más
racistas en Estados Unidos desde hace medio siglo, cuando atacaban a
los negros en las calles y la campiña de todo el país.
La violencia con que murió Anastasio es un indicador del ánimo que
hay contra los mexicanos en varios estados de la Unión Americana. No
basta con una condena diplomática ni con una carta de protesta de la
Secretaría de Relaciones Exteriores.
Aunque quizá no haya una acción punitiva contra los agresores, están
los tribunales internacionales para llevar el caso y, por lo menos,
levantar la voz a fin de que el asesinato a un trabajador migrante no
pase al olvido y a los archivos de la impunidad.
Comentarios: gil@proceso.com.mx
fuente, vía :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/79945
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