Traducido para Rebelión por Ricardo García Pérez
Introducción
¿Por
qué el ataque lanzado desde la derecha contra el «Papá Estado» se deja
oír cada vez más entre la clase trabajadora? Los liberales afirman que
la población asalariada actúa «contra su propio interés» aludiendo a
programas sociales como la seguridad social o las prestaciones por
desempleo. Los progresistas sostienen que los trabajadores hostiles al
Estado son «racistas», «fundamentalistas» y/o actúan de forma irracional
o ciega a causa del miedo injustificado a las amenazas a las libertades
individuales. Expondré aquí que hay muchas razones sensatas,
racionales y materiales para que la clase trabajadora se rebele contra
el Estado.
Veintidós razones por las que la clase trabajadora
estadounidense odia al Estado
1.) La mayoría de las personas
asalariadas pagan una suma desproporcionadamente más elevada de
impuestos que los empresarios ricos y, por consiguiente, millones de
estadounidenses trabajan en la «economía sumergida» para llegar a fin de
mes, con lo que se exponen a ser detenidos y a que el Estado los
procese por tratar de ganarse la vida eludiendo impuestos onerosos.
2.)
El Estado concede exenciones generosas durante varios años a las
empresas, con lo que elevan la carga fiscal de las personas asalariadas o
eliminan servicios esenciales. Las políticas no equitativas de
recaudación fiscal del Estado suscitan resentimiento.
3.) Los
impuestos altos, unidos a la reducción y encarecimiento de los servicios
públicos, incluidos el aumento de los costes de la educación superior y
de los gastos sanitarios, alimentan el antagonismo popular y la
frustración ante el hecho de que se les está negando a ellos y a sus
hijos las oportunidades de progresar y vivir sanos.
4.) A muchos
trabajadores y trabajadoras les sienta mal que el Estado gaste el dinero
de sus impuestos en guerras remotas e interminables y en financiar
rescates en Wall Street, en lugar de invertirlo en reindustrializar
Estados Unidos para crear puestos de trabajo bien remunerados o ayudar a
quienes no tienen empleo o están subempleados y son incapaces de
afrontar el pago de sus hipotecas y se exponen a un desahucio o a vivir
sin techo. Casi todos los trabajadores rechazan los gastos
presupuestarios injustos que privilegian a los ricos y niegan a la clase
trabajadora.
5.) A los trabajadores les horrorizan la hipocresía
y los dobles raseros del Estado cuando denuncia a los «aprovechados»
que se llevan unos centenares de dólares y hace la vista gorda con los
estafadores de bancos y empresas, y los gastos militares del Pentágono
cuestan excesos presupuestarios de centenares de miles de millones de
dólares. Pocos trabajadores creen que exista la igualdad ante la ley,
con lo que implícitamente no aceptan sus exigencias de legitimidad.
6.)
Muchas familias trabajadoras se niegan a admitir el hecho de que el
Estado reclute a sus hijos e hijas para guerras que se traducen en
muerte y en lesiones atroces en lugar de para puestos de trabajo en el
sector público, mientras que los hijos de las personas ricas y
acomodadas se forjan una carrera en la vida civil.
7.) El Estado
subvenciona y mejora en los barrios acomodados las infraestructuras
públicas (carreteras, parques y servicios), mientras ignora las demandas
de mejora en las comunidades de rentas más bajas. Además, el Estado
sitúa las instalaciones contaminantes (incineradoras, industrias con
alto contenido de residuos, etc.) muy cerca de los hogares y las
escuelas de los trabajadores.
8.) El Estado mantiene el salario
mínimo por debajo de los incrementos del coste de la vida, pero fomenta y
promueve el aumento desmesurado de beneficios.
9.) En los
barrios ricos los desvelos para hacer cumplir la ley son rigurosos, y en
las comunidades con rentas bajas son laxos, lo que se traduce en una
tasa más elevada de homicidios y robos.
10.) El Estado impone
restricciones sobre las organizaciones sindicales que luchan por
garantizar los salarios y los beneficios, e ignora la intimidación y el
despido arbitrario de trabajadores que llevan a cabo las empresas. El
Estado favorece las fusiones y adquisiciones empresariales que
desembocan en monopolios, pero pone freno a la acción colectiva nacida
desde la base.
11.) Las instituciones económicas del Estado
buscan a las personas que ocuparán cargos públicos en los bancos e
instituciones financieras para que tomen decisiones que favorezcan a sus
antiguos jefes, mientras que los asalariados quedan excluidos y no
cuentan con representación en los cargos rectores de la política
económica.
12.) Cada vez más, el Estado quebranta las libertades
individuales de los activistas sociales mediante la Ley Patriótica y las
detenciones arbitrarias, y garantiza la impunidad de la violencia
policial y castiga a quienes denuncian irregularidades, con lo que
desdeña las críticas de los ciudadanos con su capacidad de castigar.
13.)
El Estado se muestra receptivo a la financiación del complejo
militar-industrial, la deslocalización de empresas multinacionales en el
extranjero y los elevados ingresos del lobby de Israel, y
aumenta las partidas presupuestarias que les destina, mientras recorta
la financiación de inversiones públicas en actividades productivas,
tecnología aplicada y formación ocupacional en alta tecnología de los
trabajadores y asalariados estadounidenses y de sus hijos.
14.)
Las políticas del Estado llevan décadas incrementando las desigualdades
existentes entre el 10 por ciento más rico y el 50 por ciento más pobre,
lo que convierte a Estados Unidos en el país industrializado con las
desigualdades más acusadas.
15.) Las políticas del Estado han
supuesto un descenso del nivel de vida, ya que los asalariados tienen
que trabajar más horas con menos seguridad laboral, durante más años
para recibir una pensión y disfrutar de la seguridad social y soportando
mayores riesgos medioambientales.
16.) Los cargos elegidos del
Estado incumplen la mayoría de las promesas electorales que formulan
durante sus campañas ante los trabajadores, y en cambio cumplen las
promesas que hacen a las élites bancarias, empresariales y de las clases
altas.
17.) Las autoridades del Estado prestan más atención y se
muestran más receptivos a unos cuantos grandes contribuyentes
económicos que a millones de votantes.
18.) Las autoridades del
Estado son más sensibles a los sobornos de los lobbies empresariales
que preservan los beneficios de las empresas que a las necesidades
sanitarias, educativas y de renta del electorado.
19.) Los
vínculos entre las empresas y el Estado se traducen en desregulación,
que desemboca en contaminación del medio ambiente y lleva a la quiebra
de los pequeños negocios y a la pérdida de muchos puestos de trabajo,
así como a la desaparición de zonas recreativas, lo que deteriora el
descanso y el recreo de la clase trabajadora.
20.) El Estado
eleva la edad de jubilación en lugar de aumentar las aportaciones de los
ricos a la seguridad social, lo que se traduce en que los trabajadores
de entornos no saludables disfrutarán de menos años de jubilación con
buena salud.
21.) Es más probable que el sistema judicial del
Estado dicte sentencias favorables a los demandantes ricos que disponen
de abogados con un salario alto y buenas relaciones políticas, y
contrarias a los trabajadores, a quienes defienden abogados de oficio y
sin experiencia.
22.) Es más fácil que los recaudadores del
Estado inspeccionen a los contribuyentes asalariados que a los
directivos empresariales de clase alta que contratan a contables
especializados en lagunas fiscales y en tomar medidas de protección
libres de impuestos.
Conclusión
En sus múltiples
actividades, ya sean las relacionadas con velar por el cumplimiento de
la ley, reclutar soldados, establecer políticas fiscales y de gasto, o
promulgar legislación y administrar el medio ambiente, las pensiones o
la jubilación, el Estado favorece sistemáticamente a las clases altas y
las élites empresariales en contra de los trabajadores y los pequeños
empresarios.
El estado es permisivo con los ricos y represivo
con la clase trabajadora y asalariada, y defiende los privilegios de las
grandes corporaciones y la impunidad del Estado policial cuando
quebranta las libertades individuales de los trabajadores.
Las
políticas del Estado extraen cada vez más de los trabajadores en
concepto de ingresos fiscales, y ofrecen cada vez menos en prestaciones
sociales, al tiempo que disminuyen la contribución fiscal de Wall Street
e hinchan las transferencias del Estado.
La percepción de la
población de a pie de que el Estado es hostil y explotador se
corresponde con su experiencia práctica cotidiana; su conducta
antiestatal es selectiva y racional; la mayor parte de los trabajadores
sustentan la seguridad social y las prestaciones de desempleo, y se
oponen a las subidas de impuestos porque saben o intuyen que son
injustas.
Los universitarios y expertos liberales que afirman
que los trabajadores son «irracionales» son a su vez profesionales de
una crítica muy selectiva: señalan los (menguantes) beneficios sociales
del Estado al tiempo que ignoran un sistema fiscal injusto y no
equitativo y la conducta parcial del sistema judicial, policial,
legislativo y normativo.
El personal del Estado, los
legisladores y las autoridades policiales son atentos, receptivos y
respetuosos con los ricos, y muestran hostilidad, indiferencia o
arrogancia hacia los trabajadores.
En resumen: lo que de verdad
pasa no es que la gente está contra el Estado, sino que el Estado está
contra la mayoría de la gente. Ante la crisis económica y las guerras
imperialistas prolongadas, el Estado se muestra descaradamente más
agresivo a la hora de recortar el nivel de vida para canalizar unos
fondos públicos que alcanzan cifras de récord hacia los especuladores de
Wall Street y el complejo militar-industrial.
Mientras los
«liberales-progresistas» siguen sumidos en la ideología estatista
«neokeynesiana», anticuada ante un Estado profundamente arraigado en las
redes empresariales, la retórica «antiestatista» de la Nueva Derecha se
hace eco de los sentimientos, experiencias y argumentaciones de
sectores importantes de las clases trabajadoras y los pequeños
empresarios.
El esfuerzo de los liberales y los progresistas
por desacreditar esta revuelta popular contra el Estado indicando que el
movimiento antiestatista está financiado por las grandes empresas y
manipulado por la derecha está condenado al fracaso, pues no logra
abordar las profundas injusticias que padecen hoy día las clases
trabajadoras en sus relaciones cotidianas con un Estado gestionado en
buena medida por militaristas y liberales defensores de la gran empresa.
La ausencia de una izquierda antiestatista ha abierto la puerta al
ascenso de una masa apoyada en la «Nueva Derecha».
En la
sociedad civil emergerá una «nueva izquierda» cuando logre reconocer el
pernicioso papel explotador del Estado y sea capaz de explicarlo
mediante los poderosos vínculos existentes entre el «bienestarismo» del
liberalismo, el militarismo y el corporativismo. La recuperación y la
expansión de los mermados programas sociales para las clases
trabajadoras sólo pueden tener lugar si se desmantela el aparato estatal
actual, y eso depende de que se produzca una ruptura absoluta con el
bando de la gran empresa y se establezca un calendario que «revolucione»
el funcionamiento de la política en Estados Unidos.
fuente, vìa :
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=108196
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