Ya
sea que se parta del Génesis o de la teoría de la evolución de las
especies, existe un inicio y un lugar desde donde el hombre comenzó su
andadura: el Jardín de Edén, ubicable en el entorno de Mesopotamia o la
garganta de Olduvai en el Serengueti africano, según las evidencias
arqueológica descubiertas por el doctor Louis Leakey. En cualquier caso
desde esos sitios originales comenzó el poblamiento del planeta.
Asumiendo
las colosales distancias recorridas, los obstáculos naturales, los
diferentes climas y los enormes peligros afrontados por aquellas
criaturas débiles y vulnerables que protagonizaron los eventos
demográficos originales, mediante los cuales se formaron las culturas,
las civilizaciones y más recientemente las naciones y los estados,
habría que rendir homenaje al valor y la audacia de nuestros remotos
antepasados que dotados de libre albedrio iniciaron el camino que
condujo a hoy.
Lo cierto es que mediante los
ininteligibles mecanismos por los cuales se instala y se trasmite la
herencia cultural, la audacia y el valor, la disposición para tomar
riesgos y asumir enormes sacrificios, venciendo incluso el poderoso
instinto de conservación, las diferentes dimensiones de la
espiritualidad, se integraron al DNA cultural e ideológico de la especie
humana que, entre el cielo y la tierra, no reconoce límites ni
imposibles.
Para no ir demasiado atrás, baste
recordar el martirologio de los primeros cristianos, a Cristobal Colón
que en rusticas embarcaciones desafió el Atlántico en una travesía que
pudo ser sin retorno, la entereza de María Curie que entregó su vida a
la ciencia durante la investigación de la radioactividad, la valentía de
Yuri Gagarin que sonriente, encerrado e inmóvil en una capsula de
metal, en “la punta de una llama” abrió la era de la conquista del
espacio y los astronautas de la nave Apolo 11 que con más dudas que
certezas viajaron a la luna y regresaron para contarlo.
De
la audacia y la determinación del genero humano da fe la historia
económica que ha llevado a empresarios y obreros a correr riesgos
enormes para extraer, trasladar y procesar las riqueza naturales,
extrayéndolas de las entrañas de la tierra, los fondos oceánicos, la
profundidad de los desiertos y lo ignoto de los polos.
Sin
embargo, el progreso parece llegar a un punto en que determinadas
acciones humanas comportan riesgos para toda la humanidad. Así ocurre
con las pruebas nucleares que totalizan más de 20 000, razón por la cual
se trabaja para alcanzar un acuerdo de prohibición total, extender la
desnuclearización y hacer efectiva la no proliferación, caminos que en
algún momento deberán conducir al desarme nuclear que con toda razón
figurará entre las grandes conquistas de la humanidad.
Sin
aquel dramatismo aunque con no menos urgencia se trabaja por alcanzar
acuerdos para disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero y
mitigar el cambio climático.
Lo más lamentable
es que la cultura humana no sólo conoce entidades positivas, sino que
también, mediante procesos extraordinariamente contradictorios que
recuerdan una noria enigmática e interminable, produce y reproduce
actitudes y anti valores que incluso bajo determinadas circunstancias,
predominan haciendo prevalecer la codicia y el afán de lucro, fenómeno
que algunos pensadores identifican erróneamente con determinados
sistemas sociales. El capitalismo no creó la codicia ni el egoísmo, en
todo caso puede haber sido a la inversa.
Del
mismo modo que los afanes hegemónicos, aun después de finalizada la
Guerra Fría hace que unos pocos países almacenen más de 40 000 armas
nucleares, la insaciable sed de ganancias de las transnacionales,
asociado a la incapacidad de los estados nacionales para cumplir sus
obligaciones, emprenden aventuras como son la perforación de pozos
petroleros en profundidades marinas a las que el hombre prácticamente no
tiene acceso y sin garantías que excluyan desastres como el que minuto a
minuto, desde hace dos meses, ocurre en las profundidades del Golfo de
México donde literalmente se ha abierto una Caja de Pandora .
Es
probable que, en el estado de la tecnología actual, sin apropiados
recursos de emergencia, ese tipo de explotación que de alguna vez se
asoció a la excepcional audacia del género humano, constituya una
irresponsabilidad que si bien durante cierto tiempo aporta enormes
ganancias, puede conducir a tragedias como las que ahora están en
marcha, para la cual se ha puesto sobre el tapete incluso una opción
nuclear.
Ojala los remedio no sean peores que
la enfermedad.
Ver también:
fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/06/tragedia-en-el-golfo-el-fin-de-la-gran_23.html
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