De lo que se trata es que
tal vez la audacia que hizo del hombre un gigante, ha llegado a un punto
en el cual desata fuerzas que él mismo no logra controlar y que pueden
resultar letales para el conjunto de la especie humana. Al crear bombas
que pueden exterminar todo vestigio de vida, develar los misterios de la
creación y poner en manos de individuos un poder que les permita emular
tanto a Dios como a la naturaleza misma, así como perforar pozos de
petróleo a profundidades en las cuales es imposible trabajar, puede ser
el indicio de que se ha llegado a un límite.
Ya
se especula con la hipótesis de que la explosión combinada con
colosales presiones de agua y crudo, pueden haber fracturado el fondo
del océano y que el hidrocarburo mana no sólo por la tubería instalada
para la extracción controlada, sino por decenas de grietas; se sugiere
la realización de una explosión nuclear para provocar un gigantesco
derrumbe y, de ese modo tratar de detener el vertido, aunque se advierte
que, en caso de fallar, habría que esperar a que la veta se agote por
surgencia espontanea, lo cual pudiera demorar unos 30 años.
Para
cuando la solución natural llegue, el golfo de México y el Caribe con
todas sus riberas, sus peces y moluscos, sus playas, manglares y
marismas serán un inmenso y empobrecido erial sin vida y sin belleza.
Llevado año tras año por la corriente del golfo, dispersado por los
huracanes y transportado por la cálida corriente del golfo, el petróleo
llegará hasta el círculo polar ártico contaminando la mitad del
Atlántico hasta niveles que resulten incompatibles con la vida marina y
costera. Algunos van más lejos y sugieren que algunas criaturas de esos
hábitats pueden mutar y convertirse en monstruos.
Parece
una historia de horror y lo es.
Llegados a
ese punto, la humanidad no sería la misma, como tampoco lo habría sido
si la proliferación nuclear no hubiera sido detenida a tiempo y si
existieran ahora cincuenta o más estados con capacidad para utilizar
bombas atómicas contra sus vecinos o adversarios; tampoco habrá un
destino cierto de no encontrar la manera de regular las manipulaciones
genéticas asociadas a la clonación humana y la creación de vida
artificial.
La problemática no es simple
porque tal vez al poner límites a la inteligencia y a la audacia que
hizo al hombre lo que es, se corren riesgos inaceptables capaces de
conducir a un estancamiento que también haría peligrar a la especie
humana; esta vez no por exceso sino por defecto.
El
desastre del Golfo de México ocurre en el momento en que tiene lugar un
intenso debate en torno a qué hacer para paliar un cambio climático que
parece imposible de impedir y del que se culpa al hombre, a la
civilización e incluso por sus nombres a los países más desarrollados.
La paradoja de penalizar a los más avanzados y condenar a las formas de
organización social que permitieron el desarrollo de las fuerzas
productivas más que todas las formaciones sociales anteriores juntas,
también puede ser contradictorio.
Asociado al
debate ecológico se esgrimen argumentos que responsabilizan al hombre y a
la civilización por situaciones ambientales relacionadas con la
actividad económica y el desarrollo social, también por fenómenos
estrictamente naturales e incluso por desastres que, además de haber
ocurrido siempre, de alguna manera forman parte de la evolución de la
vida y del proceso de conformación de la tierra: Pretender un
conservacionismo a todo trance pudiera ser como decretar otro fin de la
historia.
En su día los acontecimientos que
dieron lugar a la desaparición de los dinosaurios, a la formación del
cañón del Colorado o del desierto del Sahara, fueron catástrofes
terribles. No hay otra manera de entender la evolución que no sea
asumiendo una dialéctica según la cual, por unas u otras razones, unas
especies, paisajes y entornos aparecen y otros perecen en un
interminable devenir; pensar que la temperatura del planetas será la
misma por toda la eternidad carece de realismo y tampoco es posible
encarar la actividad económica sino es interactuando con la naturaleza y
ejerciendo sobre ella un impacto considerable.
La
urbanización, la agricultura, la minería, la industria, la red vial y
la electrificación, el abasto de agua y el progreso de la civilización a
escala planetaria exigieron enormes cantidades de recursos, colosales
volúmenes de energía y agua dulce, grandes extensiones de tierra que fue
preciso desmontar, arar, horadar y asfaltar.
Mediante
esos procesos, no sólo los bosques y los páramos, sino el planeta en su
conjunto se han transformado de un modo que se hizo más extenso e
intenso en la medida en que aumentaban las necesidades y se creaban las
tecnologías y las herramientas para explotar todos los recursos
posibles.
Es falso que el hombre haya
destruido el paisaje sino que lo ha recreado y donde antes hubo estepas,
bosques y pantanos se levantan hoy magnificas urbes, palacios,
industrias, obras ingenieras y construcciones diversas que simbolizan el
progreso y llenan de orgullo a la humanidad. La transformación del
medio natural no es un baldón del cual el hombre deba avergonzarse sino
su huella sobre la tierra.
Ocurre sin embargo
que en los mil siglos anteriores, ante la inmensidad del planeta, las
transformaciones originadas por la actividad humana tenían un impacto
mínimo y sus efectos eran locales o regionales, afectaban a especies
concretas o impactaban sobre sustancias o materiales en particular, sin
poner en peligro a la humanidad en su conjunto; cosa que no ocurre
actualmente cuando la actividad humana ha comenzado a ser un peligro
para la propia humanidad.
Hay que hacer que BP
pague la indemnización que merecen los pobladores de la región y
contribuya a financiar la limpieza prácticamente de todo un océano, sin
perder de vista que hay daños irreparables e irreversibles.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/06/tragedia-en-el-golfo-el-fin-de-la-gran.html
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