En la
ciudad de Cafsa, en Berbería, hubo hace tiempo un hombre riquísimo que,
entre otros hijos, tenía una hijita hermosa y donosa cuyo nombre era
Alibech; la cual, no siendo cristiana y oyendo a muchos cristianos que
en la ciudad había alabar mucho la fe cristiana y el servicio de Dios,
un día preguntó a uno de ellos en qué materia y con menos impedimentos
pudiese servir a Dios. El cual le repuso que servían mejor a Dios
aquellos que más huían de las cosas del mundo, como hacían quienes en
las soledades de los desiertos de la Tebaida se habían retirado. La
joven, que simplicísima era, no por consciente deseo sino por un impulso
pueril, sin decir nada a nadie, a la mañana siguiente hacia el desierto
de Tebaida, ocultamente, sola, se encaminó; y con gran trabajo suyo,
continuando sus deseos, después de algunos días a aquellas soledades
llegó, y vista desde lejos una casita, se fue a ella, donde a un santo
varón encontró en la puerta, el cual, maravillándose de verla allí, le
preguntó qué es lo que andaba buscando. La cual repuso que, inspirada
por Dios, estaba buscando ponerse a su servicio, y también quién le
enseñara cómo se le debía servir. El honrado varón, viéndola joven y muy
hermosa, temiendo que el demonio, si la retenía, lo engañara, le alabó
su buena disposición y, dándole de comer algunas raíces de hierbas y
frutas silvestres y dátiles, y agua a beber, le dijo:
-Hija mía, no muy
lejos de aquí hay un santo varón que en lo que vas buscando es mucho
mejor maestro de lo que soy yo: irás a él.
Y le enseñó el
camino; y ella, llegada a él y oídas de éste estas mismas palabras,
yendo más adelante, llegó a la celda de un ermitaño joven, muy devota
persona y bueno, cuyo nombre era Rústico, y la petición le hizo que a
los otros les había hecho. El cual, por querer poner su firmeza a una
fuerte prueba, no como los demás la mandó irse, o seguir más adelante,
sino que la retuvo en su celda; y llegada la noche, una yacija de hojas
de palmera le hizo en un lugar, y sobre ella le dijo que se acostase.
Hecho esto, no tardaron nada las tentaciones en luchar contra las
fuerzas de éste, el cual, encontrándose muy engañado sobre ellas, sin
demasiados asaltos volvió las espaldas y se entregó como vencido; y
dejando a un lado los pensamientos santos y las oraciones y las
disciplinas, a traerse a la memoria la juventud y la hermosura de ésta
comenzó, y además de esto, a pensar en qué vía y en qué modo debiese
comportarse con ella, para que no se apercibiese que él, como hombre
disoluto, quería llegar a aquello que deseaba de ella.
Y probando primero
con ciertas preguntas que no había nunca conocido a hombre averiguó, y
que tan simple era como parecía, por lo que pensó cómo, bajo especie de
servir a Dios, debía traerla a su voluntad. Y primeramente con muchas
palabras le mostró cuán enemigo de Nuestro Señor era el diablo, y luego
le dio a entender que el servicio que más grato podía ser a Dios era
meter al demonio en el infierno, adonde Nuestro Señor lo había
condenado. La jovencita le preguntó cómo se hacía aquello; Rústico le
dijo:
-Pronto lo sabrás, y para ello harás lo que a
mí me veas hacer. Y empezó a desnudarse de los pocos vestidos que
tenía, y se quedó completamente desnudo, y lo mismo hizo la muchacha; y
se puso de rodillas a guisa de quien rezar quisiese y contra él la hizo
ponerse a ella. Y estando así, sintiéndose Rústico más que nunca
inflamado en su deseo al verla tan hermosa, sucedió la resurrección de
la carne; y mirándola Alibech, y maravillándose, dijo:
-Rústico, ¿qué es
esa cosa que te veo que así se te sale hacia afuera y yo no la tengo?
-Oh, hija mía -dijo
Rústico-, es el diablo de que te he hablado; ya ves, me causa
grandísima molestia, tanto que apenas puedo soportarlo.
Entonces dijo la
joven:
-Oh, alabado sea Dios, que veo que estoy
mejor que tú, que no tengo yo ese diablo.
Dijo Rústico:
-Dices bien, pero
tienes otra cosa que yo no tengo, y la tienes en lugar de esto.
Dijo Alibech:
-¿El qué?
Rústico le dijo:
-Tienes el
infierno, y te digo que creo que Dios te haya mandado aquí para la
salvación de mi alma, porque si ese diablo me va a dar este tormento, si
tú quieres tener de mí tanta piedad y sufrir que lo meta en el
infierno, me darás a mí grandísimo consuelo y darás a Dios gran placer y
servicio, si para ello has venido a estos lugares, como dices.
La joven, de buena
fe, repuso:
-Oh, padre mío,
puesto que yo tengo el infierno, sea como queréis.
Dijo entonces
Rústico:
-Hija mía, bendita
seas. Vamos y metámoslo, que luego me deje estar tranquilo.
Y dicho esto,
llevada la joven encima de una de sus yacijas, le enseñó cómo debía
ponerse para poder encarcelar a aquel maldito de Dios. La joven, que
nunca había puesto en el infierno a ningún diablo, la primera vez sintió
un poco de dolor, por lo que dijo a Rústico:
-Por cierto, padre
mío, mala cosa debe ser este diablo, y verdaderamente enemigo de Dios,
que aun en el infierno, y no en otra parte, duele cuando se mete dentro.
Dijo Rústico:
-Hija, no sucederá
siempre así.
Y para hacer que
aquello no sucediese, seis veces antes de que se moviesen de la yacija
lo metieron allí, tanto que por aquella vez le arrancaron tan bien la
soberbia de la cabeza que de buena gana se quedó tranquilo. Pero
volviéndole luego muchas veces en el tiempo que siguió, y disponiéndose
la joven siempre obediente a quitársela, sucedió que el juego comenzó a
gustarle, y comenzó a decir a Rústico:
-Bien veo que la
verdad decían aquellos sabios hombres de Cafsa, que el servir a Dios era
cosa tan dulce; y en verdad no recuerdo que nunca cosa alguna hiciera
yo que tanto deleite y placer me diese como es el meter al diablo en el
infierno; y por ello me parece que cualquier persona que en otra cosa
que en servir a Dios se ocupa es un animal.
Por la cual cosa,
muchas veces iba a Rústico y le decía:
-Padre mío, yo he
venido aquí para servir a Dios, y no para estar ociosa; vamos a meter el
diablo en el infierno.
Haciendo lo cual,
decía alguna vez:
-Rústico, no sé por
qué el diablo se escapa del infierno; que si estuviera allí de tan buena
gana como el infierno lo recibe y lo tiene, no se saldría nunca.
Así, tan
frecuentemente invitando la joven a Rústico y consolándolo al servicio
de Dios, tanto le había quitado la lana del jubón que en tales ocasiones
sentía frío en que otro hubiera sudado; y por ello comenzó a decir a la
joven que al diablo no había que castigarlo y meterlo en el infierno
más que cuando él, por soberbia, levantase la cabeza:
-Y nosotros, por la
gracia de Dios, tanto lo hemos desganado, que ruega a Dios quedarse en
paz.
Y así impuso algún silencio a la joven, la
cual, después de que vio que Rústico no le pedía más meter el diablo en
el infierno, le dijo un día:
-Rústico, si tu
diablo está castigado y ya no te molesta, a mí mi infierno no me deja
tranquila; por lo que bien harás si con tu diablo me ayudas a calmar la
rabia de mi infierno, como yo con mi infierno te he ayudado a quitarle
la soberbia a tu diablo.
Rústico, que de
raíces de hierbas y agua vivía, mal podía responder a los envites; y le
dijo que muchos diablos querrían poder tranquilizar al infierno, pero
que él haría lo que pudiese; y así alguna vez la satisfacía, pero era
tan raramente que no era sino arrojar un haba en la boca de un león; de
lo que la joven, no pareciéndole servir a Dios cuanto quería, mucho
rezongaba. Pero mientras que entre el diablo de Rústico y el infierno de
Alibech había, por el demasiado deseo y por el menor poder, esta
cuestión, sucedió que hubo un fuego en Cafsa en el que en la propia casa
ardió el padre de Alibech con cuantos hijos y demás familia tenía; por
la cual cosa Alibech de todos sus bienes quedó heredera. Por lo que un
joven llamado Neerbale, habiendo en magnificencias gastado todos sus
haberes, oyendo que ésta estaba viva, poniéndose a buscarla y
encontrándola antes de que el fisco se apropiase de los bienes que
habían sido del padre, como de hombre muerto sin herederos, con gran
placer de Rústico y contra la voluntad de ella, la volvió a llevar a
Cafsa y la tomó por mujer, y con ella de su gran patrimonio fue
heredero. Pero preguntándole las mujeres que en qué servía a Dios en el
desierto, no habiéndose todavía Neerbale acostado con ella, repuso que
le servía metiendo al diablo en el infierno y que Neerbale había
cometido un gran pecado con haberla arrancado a tal servicio. Las
mujeres preguntaron:
-¿Cómo se mete al
diablo en el infierno?
La joven, entre
palabras y gestos, se los mostró; de lo que tanto se rieron que todavía
se ríen, y dijeron:
-No estés triste,
hija, no, que eso también se hace bien aquí, Neerbale bien servirá
contigo a Dios Nuestro Señor en eso.
Luego, diciéndoselo
una a otra por toda la ciudad, hicieron famoso el dicho de que el más
agradable servicio que a Dios pudiera hacerse era meter al diablo en el
infierno; el cual dicho, pasado a este lado del mar, todavía se oye. Y
por ello vosotras, jóvenes damas, que necesitáis la gracia de Dios,
aprended a meter al diablo en el infierno, porque ello es cosa muy grata
a Dios y agradable para las partes, y mucho bien puede nacer de ello y
seguirse.
Giovanni Boccaccio
(1313-1375). Célebre escritor y humanista italiano, padre de la lengua
italiana. Fue uno de los primeros en escribir en ese idioma. Su obra más
célebre es el Decamerón.
fuente, vìa :
http://cultural.argenpress.info/2010/06/meter-el-diablo-en-el-infierno.html
http://cultural.argenpress.info/2010/06/meter-el-diablo-en-el-infierno.html
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