MÉXICO, D.F., 21 de junio (apro).- La despedida de los amigos del
periodista y escritor Carlos Monsiváis, en el Teatro de la Ciudad
Esperanza Iris, se convirtió en una reunión íntima, donde más allá de la
tristeza predominó el humor y la ironía que lo caracterizaron. Fue como
un diálogo entre cuates.
Se distendió tanto la nostalgia avasalladora del homenaje de ayer en
Bellas Artes, que cuando al salir del recinto le preguntaron a la
escritora Elena Poniatowska cómo se iba del lugar, respondió con
sarcasmo: “¿Que cómo me voy? ¿A dónde? ¿A la muerte?”.
En el centro del foro estaba la urna con las cenizas de Monsiváis,
elaborada por su amigo, el artista oaxaqueño Francisco Toledo.
Fue un encuentro de gran diversidad que duró cuatro horas. Ahí
estaban Beatriz Sánchez, la prima; Omar García, el compañero entrañable;
José Luis Ibáñez, el dramaturgo; Alejandro Brito, el periodista; Martha
Lamas, la feminista; Jesús Ramírez, el activista; Rafael Barajas, El
Fisgón, el monero; Horacio Franco, el flautista; Eugenia León, la
cantante; Jesusa Rodríguez, la comediante, y Elena Poniatowska, la
escritora. Y de manera inesperada, la intérprete Susana Harp, recién
llegada de Veracruz.
En primera fila, a un lado de Poniatowska, estaba el jefe de Gobierno
capitalino, Marcelo Ebrard, y su secretaria de Cultura, Elena Cepeda; y
del otro, la presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes (Conaculta), Consuelo Sáizar, dos mundos políticos distintos
unidos en torno a una figura de primer nivel.
Los dos primeros iniciaron el acto: Ebrard, en una breve
intervención, para decir que “la ciudad está de luto. No será la misma
sin Carlos”. Cepeda consideró que “los mexicanos perdemos a un escritor
extraordinario, a un orientador social”:
“Con su muerte hemos
perdido sus palabras cotidianas, pero nos ha dejado la ciudad de México
que construyó en sus libros”, agregó, rememorando lo que el escritor le
contó sobre su vida en la colonia Portales, al sur de la ciudad.
Alrededor de la mesa central con la urna y rodeado de flores, se
coloco una muy casera sala, donde los participantes iban a sentarse
después de su intervención. Arriba estaba una gran pantalla, donde se
proyectó un breve documental de TV UNAM sobre la vida de Monsiváis.
Luego, la prima del escritor, Beatriz Sánchez, agradeció las muestras
de afecto a nombre de la familia.
Alrededor de 700 personas (que llenaron la luneta y dos de los cuatro
niveles de palcos del Esperanza Iris) escucharon un breve discurso de
su amigo Omar García, quien habló de las luchas sociales apoyadas por
Monsiváis, en el mismo tono que Alejandro Brito. Pero donde el acto
comenzó a cobrar calidez fue cuando el dramaturgo José Luis Ibáñez leyó,
con voz entrecortada y profunda, cuatro poemas preferidos del escritor:
“Las causas perdidas”, de Luis Cernuda; “El perro de San Roque”, de
Ramón López Velarde; “Elegía”, de Salvador Novo, y “Nocturno”, del
cubano Emilio Valladares, cuyo final recitó llorando.
“El poema de López Velarde que yo no conocía, me lo leyó Carlos por
teléfono una mañana”, relató, y al referirse a las causas perdidas no al
poema, sino al concepto), comentó: “Pero las causas perdidas a las que
siempre se refirió Monsiváis, no siempre lo son, porque la historia
también vuelve vencedores a los vencidos.”
Brito había dicho:
“Carlos Monsiváis fue el activista de las causas justas que en el
país de la impunidad son causas perdidas.”
Luego vino la música. Eugenia León cantó “a capela” La Jaula de Oro,
de José Alfredo Jiménez, inmejorablemente, pero cuando el flautista
Horacio Campo la acompañó con La Paloma, y en seguida éste tocó una
pieza indígena de Chiapas al compás de la chirimía colocada en uno de
sus tobillos, el aire del recinto se cargó de energía.
La lectura del texto de Martha Lamas comenzó con el tuteo, al referir
la “declarada misoginia” de Monsiváis, “de la que fui testigo”. Con
palabras entrecortadas, a momentos, pero con humor en otros, de todas
las causas que el escritor defendía no exaltó la de las feministas que
ella representa, sino la de la protección de los gatos, explicando cuál
será su futuro tras la muerte de su amo.
“Ni se preocupen por los gatos. Paren el rumor de que los dormiremos.
Al parecer, este rumor proviene de la Sociedad Protectora de Animales”,
explicó.
Recordó que los amados gatos de Monsiváis lo manipulaban e incluso se
orinaron en unas cartas que le escribió Xavier Villaurrutia, entre
otras. Pidió a la izquierda mexicana recuperar esta causa que ha
olvidado: la defensa de los animales.
El momento más climático del homenaje fue el reconocimiento del
monero Rafael Barajas, quien en camino hacia el teatro dijo no saber qué
escribir sobre Monsiváis:
“Se me apareció un beato cristero que está en proceso de ser
sacrificado por el Vaticano y me contó esta historia que trata de un
engendro del demonio.”
En su relato, Luzbel creó un engendro “más puro que la vida íntima
del Padre Maciel, más púdico que la declaración de impuestos de Roberto
Hernández; más cristiano que un narco absuelto por un nuncio papal; más
puro que un gramo de cocaína vendido por un judicial; más limpio que un
operativo antinarco; tenía tanto rating como una novela en horario
triple A y, por último, estaba imbuido en una fe religiosa tan ardiente
que era un ateo radical.”
El engendro se llamaba Sansimonsi.
Según Barajas, Monsiváis vivía en la calle San Simón, en la colonia
Portales, que pidió sea rebautizada con el nombre de Carlos Monsiváis,
petición celebrada unánimemente.
A Sansimonsi, siguió el monero, Luzbel “lo hizo Santo Patrono de las
causas perdidas en el país de las causas perdidas”:
“Luzbel le dio el
don de confundir a los incautos diciendo la verdad; lo dotó de una
memoria RAM de 6 millones de gigas; le puso internet inalámbrico
integrado y lo dotó de una inteligencia fuera de serie.”
Ante su horrible creación, Luzbel quedó sumido en la más profunda
confusión “y su alma se extravió en un complejo laberinto de
explicaciones: ¿había hecho mal al crear un personaje tan excéntrico?
¿Qué mal podría venir de la verdad?”.
El remate de El Fisgón hizo
reír al auditorio:
“Cuando vio que la gente quería y leía a Sansimonsi, Satanás acabó
abandonando su trono en el último círculo del infierno y entró a un
convento como el más humilde, el más meditabundo y confuso de los hijos
de Dios. Al triunfar, había fracasado. Su obra era tan perversa que lo
había vuelto a él mismo a la senda del bien.”
Después, la comediante Jesusa Rodríguez entró al escenario encarnando
a Borola Tacuche, el mítico personaje de La Familia Burrón. Y más allá
del homenaje al escritor, criticó el homenaje del día anterior en Bellas
Artes por la presencia del secretario de Educación Pública, Alonso
Lujambio y exclamó: “guácala los panistas”.
Para entonces ya se habían marchado Ebrard y Sáizar.
Fuera de programa, la intérprete oaxaqueña Susana Harp decidió
sumarse al homenaje con La Llorona y una pieza vernácula zapoteca, para
que finalmente se anunciara la presencia de la escritora Elena
Poniatowska, quien releyó el texto “¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?”,
donde también alternó la tristeza con la interlocución familiar:
“¿Por qué te fuiste así? Y si te ibas a ir ¿por qué no nos preparaste
mejor?”.
El gobierno de la ciudad había repartido una hoja con la letra de la
canción La Paloma, que todos los presentes cantaron.
Después de un largo, último aplauso a Monsiváis, los fotógrafos y
reporteros se avalanzaron hacia Elena Poniatowska. Fue cuando la autora
de La Noche de Tlatelolco dijo lo de la muerte. Y después, cuando se le
especificó, “cómo se va de este homenaje”, contestó:
“Bueno, estamos súper tristes. Pero creo que vamos a hacer miles de
cosas en torno a Monsi. Se puede pensar en hacer libros sobre él, entre
las cosas que él no hizo, claro, no cómo él las hizo. Porque, pues,
nadie tiene tanto coco como él”.
Fuente, vìa :
http://proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/80574
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