MÉXICO, D.F., 8 de mayo (Proceso).- Inmersas en sordas disputas
burocráticas, las agencias de seguridad e inteligencia de Estados Unidos
se negaron a compartir la información que advertía lo que desde 1999
preparaba Al Qaeda: espectaculares atentados con aviones en territorio
estadunidense. La historia detallada de estas pugnas, así como de los
errores y omisiones que derivaron en los ataques terroristas del 11 de
septiembre de 2001, es contada por el escritor y periodista Lawrence
Wrigth en el libro La torre elevada. Ganadora del premio Pulitzer
(2007), la versión en español de esta obra será publicada próximamente
en México por Random House Mondadori, con cuya autorización Proceso
adelanta algunos fragmentos reveladores.
En los tres años transcurridos desde que (en 1996) Jaled Sheij
Muhammad (autor intelectual de los atentados al World Trade Center en
1993 y quien vivió en Estados Unidos) le había propuesto a Bin Laden su
“operación de los aviones” en una cueva en Tora Bora (Afganistán), Al
Qaeda se había dedicado a elaborar un plan para atentar en territorio
estadunidense.
La idea de Muhammad consistía en realizar dos tandas de secuestros
aéreos: cinco aviones procedentes de la Costa Este y cinco de Asia.
Nueve aviones se estrellarían contra objetivos bien seleccionados, como
la CIA, el FBI y centrales nucleares. El propio Muhammad pilotaría el
último avión. Después de matar a todos los hombres que hubiera a bordo,
haría una declaración de condena de la política de Estados Unidos en
Medio Oriente; finalmente aterrizaría y dejaría libres a las mujeres y
los niños.
Bin Laden rechazó esta última idea, pero en la primavera de 1999
convocó a Muhammad en Kandahar y le dio su visto bueno para poner en
práctica el plan.
Unos pocos meses después, Bin Laden, Jaled Sheij Muhammad y Abu Hafs
al Masri (comandante militar de Al Qaeda) se reunieron en Kandahar para
seleccionar posibles objetivos. Aquellos tres hombres eran los únicos
implicados. Su propósito no era sólo infligir un daño simbólico. Bin
Laden creía que Estados Unidos, en tanto que entidad política, podía ser
destruido (…) Era natural, por tanto, que Bin Laden deseara atentar
contra la Casa Blanca y el Capitolio. El Pentágono también figuraba en
su lista. Si lograba destruir la sede del gobierno de Estados Unidos y
el cuartel general de su ejército, el desmantelamiento real del país
dejaría de parecer una fantasía.
Muhammad propuso el World Trade Center, que su sobrino Ramzi Yusef no
había logrado derribar con el atentado perpetrado seis años antes.
También barajaron atentar contra la torre Sears en Chicago y la torre
Library (ahora llamada la torre del U.S. Bank) en Los Ángeles. Bin Laden
decidió que el ataque contra las ciudades estadunidenses de la Costa
Oeste podía esperar.
Disponían de poco dinero, pero contaban con mártires voluntarios de
sobra. Cuando el plan consistía únicamente en hacer explotar los aviones
en pleno vuelo, no eran necesarios pilotos calificados, pero una vez
que la idea evolucionó hasta adoptar su brillante forma definitiva, se
vio claro que para la operación de los aviones hacía falta un grupo
disciplinado y con unas capacidades que se tardan años en adquirir.
Bin Laden seleccionó a cuatro de sus hombres de más confianza para
que participasen en la operación, pero ninguno de ellos sabía cómo
pilotar un avión ni hablaba inglés, un requisito obligatorio para
obtener una licencia de piloto. Además, ninguno de ellos había vivido en
Occidente. Muhammad intentó darles clases. Les enseñó frases en inglés y
recopiló folletos de escuelas de vuelo estadunidenses.
Extracto del adelanto del libro La torre elevada, que se publica en
la edición 1749 de la revista Proceso, ya en circulación.
fuente, vìa:
http://www.proceso.com.mx/rv/modHome/detalleExclusiva/79185
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