Por primera vez, un ex paramilitar se refiere al uso de este
mecanismo de desaparición forzada en el Valle de Aburrá. La Fiscalía
investiga con base en su testimonio y se espera que otros paramilitares
aporten más información.
La orden impartida a finales de la década
del noventa por los comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia
(AUC) de desaparecer a sus enemigos “de cualquier manera”, para no dejar
rastros y evitar que las cifras de homicidios crecieran de manera
desproporcionada en las zonas urbanas, tuvo en Medellín y el área
metropolitana una de las expresiones más crueles de la guerra
paramilitar: la utilización de hornos crematorios.
De este macabro
mecanismo se han tenido referencias de su existencia en Norte de
Santander. Paramilitares de las Auc que operaron en esa región del país,
entre ellos Iván Laverde Zapata, alias ‘el iguano’, han confesado ante
fiscales de la Unidad Nacional de Justicia y Paz que en áreas rurales
del corregimiento Juan Frío, de Villa del Rosario, y Puerto Santander,
se construyeron hornos crematorios para incinerar a sus víctimas.
En
Medellín el tema de los hornos crematorios de las Auc no pasaba de ser
un rumor desde hace varios años. En el mundo de la criminalidad se decía
con insistencia que los paramilitares se llevaban a la gente y “la
quemaban” para desaparecerla, pero nadie ofrecía información precisa que
permitiera afirmar o desmentir el asunto.
No obstante, la
realidad le viene ganando terreno al rumor gracias al empeño de varios
investigadores judiciales adscritos a Justicia y Paz que rastrean el
tema desde hace varios meses. Hoy ya tienen datos concretos, aunque
parciales, que los están llevando a constatar que sí se dio esa práctica
de desaparición forzada, pero, como ellos mismos admiten, aún falta más
información.
Los datos iniciales que develan esa realidad los
viene aportando desde hace varios meses un ex paramilitar que decidió
colaborar con la justicia. Verdadabierta. com tuvo acceso a varios
apartes de los testimonios entregados a los funcionarios judiciales, a
través de los cuales es posible dimensionar la extrema crueldad a la que
llegaron los grupos armados ilegales de extrema derecha en Medellín,
varios municipios del área metropolitana y en el Oriente antioqueño.
Verdadabierta.
com reserva la identidad del ex paramilitar que ha venido aportando su
testimonio para contribuir a la verdad de lo ocurrido en la capital
antioqueña y municipios vecinos durante la etapa de penetración y
consolidación de los bloques paramilitares de las Auc.
“Hay muchos
muertos que no se han encontrado porque aquí en Medellín, a las
afueras, a una hora, se encontraban unos hornos crematorios. Hubo mucha
gente quemada. Yo presencié esos hechos", le confesó el ex paramilitar a
los investigadores.
Según su narración, entre los años 1995 y
1997, los paramilitares retenían a sus víctimas, las mataban y muchas de
ellas fueron arrojadas al río Cauca, por los lados del suroeste
antioqueño. “Los cuerpos se abrían, se les echaban piedras y se
arrojaban al río. Botando muertos muchos de las Auc cayeron presos”.
A
ese problema se le sumó el incremento del índice de homicidios en buena
parte de los municipios del Valle de Aburrá y en otros más donde los
paramilitares estaban entrando a combatir con la subversión. Del Estado
Mayor de las Auc, liderado para esos años por Carlos Castaño Gil, vino
la orden de desaparecer a las víctimas. Fue así como surgió la idea de
construir un horno crematorio: “La idea del horno la dio ‘Doblecero’ y
la materializó Daniel Mejía”.
Para esos años, Mauricio García,
alias ‘Doblecero’, era el comandante del Bloque Metro y Daniel Alberto
Mejía Ángel, alias ‘Danielito’, se había integrado al bloques Cacique
Nutibara, facción de las Auc que estuvieron bajo el mando de Diego
Fernando Murillo Bejarano, alias ‘don Berna’.
“De la construcción
se encargó Daniel Mejía, era de las Auc y de la Oficina de Envigado”,
dijo el ex paramilitar. “Yo escuché que el horno costaba entre
doscientos y quinientos ‘palos’ (millones de pesos) y lo estrenaron con
un tipo de nombre Alberto, de la Oficina de Envigado. Lo echaron vivo
ahí porque se había robado una plata. El horno lo manejaba un señor que
le decían ‘funeraria’, creo que se llama Ricardo; dos señores le hacían
mantenimiento a las parrillas y a las chimeneas, porque se tapaban con
grasa humana”.
Sobre su ubicación, el paramilitar señaló que
estaba en una finca del municipio de Caldas, sur del Valle de Aburrá.
“Hay que pasar el casco urbano. Se sale de Caldas por ahí media hora en
vehículo. Está ubicado en una finca muy grande. La entrada, para esa
época, era una puerta blanca”.
Ya dentro de la propiedad, el ex
paramilitar describió con detalles el inmueble: “la primera casa en obra
negra y enseguida de la casa había como una especie de depósito, y más
atrás, como a 70 u 80 metros, funcionaba supuestamente una ladrillera.
Se veían dos chimeneas en el techo. En la entrada había un primer piso
con antejardín bien decorado y de ahí a mano derecha se bajaba por unas
escalas como de cinco metros, cuando se llegaba al final se observaba un
horno grande de panadería industrial”.
Sobre el horno como tal
detalló lo siguiente: “la puerta era hermética, de palanca, se cerraba y
quedaba incrustada en un marco de pared, tenía vidrios muy gruesos,
como blindados. En la parte de afuera contaba con tres botones, un botón
rojo para prender y los otros dos para graduar la temperatura. Por
dentro, el horno era metálico y tenía como una especie de mesón firme,
tenía resistencias, unas abajo del mesón, como una especie de parrillas.
A los lados del mesón también había resistencias. Al fondo de la pieza
quedaban dos ventiladores. Nos decían que ahí no podíamos fumar. Olía
como a chicharrón quemado. En el horno solo cabía una persona. Los
cuerpos eran enganchados al mesón. Cuando subían la temperatura los
cuerpos se levantaban. Mucha gente se moría antes de entrar al horno".
Según
sus cálculos, en la semana eran conducidas allí entre 10 y 20 personas.
Y se tenía un procedimiento para ello: “cuando nosotros llegábamos con
las personas, vivas o muertas, tocábamos y nos decían ‘esos insumos
llévelos para el fondo’. Llegábamos hasta adentro, los llevábamos en
bolsas para que no botaran sangre. Los desangrábamos. Nos preguntaban
‘¿quién manda eso?’. Alías ‘J’ y Daniel mandaban mucho. Llevaban una
carpeta donde anotaban todo. El que anotaba era un señor como de 45
años, bajito, cejón. Nosotros entrábamos y teníamos que esperar las
cenizas. El procedimiento duraba como 20 minutos, pero cuando estaba
encendido eran como cinco minutos. Luego se las mostrábamos a ‘J’ o a
Daniel, y luego las botábamos al río o a donde ellos dijeran”.
Ante
los investigadores judiciales no negó su participación en la comisión
de varios crímenes bajo esa modalidad. “A unos los llevé muertos y a
otros los llevé vivos. Llevé más de cincuenta muertos y vivos más de
quince”.
Entre las víctimas que recuerda se encuentran dos
hermanos de apellido Vanegas, ganaderos de profesión, quienes fueron
retenidos en el sector de Belén, suroccidente de Medellín, por orden de
Daniel Mejía. Según los paramilitares, los hombres fueron asesinados
porque financiaban un frente de la guerrilla de las Farc. Con su muerte
en el horno crematorio, se puso a funcionar para toda clase de personas,
pues según el relato del ex paramilitar, hasta ese momento era usado
para “personalidades solamente”.
Otra de las personas que recuerda
que fue incinerado allí fue el narcotraficante Julio Cesar Correa
Valdés, conocido en el mundo de la mafia como Julio Fierro y esposo de
la modelo Natalia Paris. Su deceso se produjo, según el testimonio de
este ex paramilitar, a finales de agosto de 2001. Según relatos
periodísticos de ese año, este narcotraficante venía adelantando
conversaciones con la DEA para someterse a la justicia de Estados Unidos
y colaborar como informante para obtener beneficios jurídicos.
“De
ello se enteraron en Antioquia, entonces se reunieron Salvatore
Mancuso, Carlos Castaño y Daniel Mejía. Castaño ordenó que cogieran a
Julio Fierro. A él lo retuvieron en el municipio de Guarne varios
hombres de Daniel. La orden era que no lo mataran. De Guarne lo llevaron
en helicóptero hasta Córdoba, donde Carlos Castaño. Le querían quitar
unas propiedades. Natalia Paris viajó también hasta allá porque le iban a
quitar unas propiedades que estaban a nombre de ella. A Julio lo
regresaron a Medellín en helicóptero, para hacerle la extinción de
dominio, luego lo mataron y el cuerpo lo llevaron al horno”.
Lo
más paradójico de lo narrado por este ex paramilitar es que ofrece una
versión que podría aclarar lo ocurrido con alias ‘Danielito’,
desaparecido desde el 25 de noviembre de 2006, dos semanas después de
abandonar el centro de reclusión de La Ceja, Antioquia, donde
permanecían recluidos los jefes de las Auc. De allí salió porque contra
él no pesaba orden de captura de alguna.
“Él fue víctima de su
propio invento”, dijo el ex paramilitar entrevistado por los
funcionarios judiciales. “A Daniel lo desaparecieron junto con diez de
sus escoltas en ese horno”. Una noche me llamó un amigo y me dijo ‘se
tragaron a Daniel, el patrón’, y nunca más supe de él. Tampoco sé que
pasó después con ese horno”.
Investigadores sociales de la
Universidad de Antioquia que trabajan sobre este tipo de fenómenos
criminales y que solicitaron la reserva de la fuente, indicaron que la
existencia de hornos crematorios en Norte de Santander y en Antioquia
evidencia que se trata de una manera de “industrializar la criminalidad”
. Había una orden superior de “desaparecer las víctimas a toda costa” y
en ese sentido es que aparecen los desmembramientos, las fosas, los
ríos y los hornos como técnicas eficaces de acabar con el llamado
“enemigo”.
Lo que revela este tipo de criminalidad, agregan los
investigadores sociales, es su carácter sistemático y selectivo, “lo que
quiere decir que toda esa criminalidad fue planificada, tanto que no se
puede perder de vista que los paramilitares tuvieron escuelas en donde
preparaban a los combatientes en diversas actividades. Allí los
convertían en máquinas de guerra” a través de una división interna del
trabajo, especificada por técnicas criminales.
La Fiscalía espera que
otros ex paramilitares, ya sea que estén postulados a los beneficios de
Justicia y Paz, privados de la libertad por crímenes juzgados por la
justicia ordinaria o libres, sin requerimientos de la justicia,
contribuyan a precisar aún más los detalles sobre este tipo de
desaparición forzada, con el fin no solo de establecer la ubicación
exacta del horno crematorio, sino de identificar a las víctimas que
fueron conducidas a esa macabra máquina de la muerte.
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