Morirse es inevitable pero durante mucho tiempo fue también muy doloroso. En países católicos como el nuestro había una cultura que favorecía la idea de que el dolor es beneficioso para la purificación espiritual del paciente, una especie de anticipo del purgatorio para penar por nuestros pecados y así enmendar nuestra conducta cara al Juicio final. El sufrimiento ha sido, para el catolicismo, el compañero inevitable de nuestro paso por “este valle de lagrimas” porque la verdadera vida, la vida de alegría y satisfacciones queda para el más allá.
Esta antropología cada vez tiene menos aceptación, incluso en España y nuestros jóvenes incluso parecen negar la cultura de sacrificio por lo que la vida les trata peor que a nosotros, con nuestra aprendida capacidad para la resignación. Precisamente una de las claves de la verdadera educación es aprender a conjugar el principio del placer con el principio del deber. No existe convivencia posible sin que sepamos tomar esa senda de la responsabilidad personal que se mueve entre ambos principios.
Pero, en todo caso, que la enfermedad y su final no sean un mal trago son opciones que se abren paso en la sociedad progresista y que solo tienen dos limitaciones, la primera es naturalmente, la clasista, los pobres tienen menos acceso a cuidados paliativos que hasta ahora eran principalmente de pago. La segunda tiene que ver con ciertas autoridades sanitarias que convirtieron en un infierno la vida del madrileño doctor Montes, empeñado en ayudar a bien morir a sus pacientes. Son restos de esa adherencia más católica que tiene nuestra derecha política cuyo dinero les permitía mandar a abortar a sus mujeres al extranjero mientras se oponían y aun se oponen a una ley nacional de interrupción del embarazo.
En cierto sentido, por debajo de esa concepción antropológica reside un principio básico y es que nuestra vida no es nuestra sino de Dios y en su nombre actúan el Estado y los médicos, que deciden cuando y como debemos nacer o no nacer, sufrir o no sufrir, morir o no morir.
fuente, vìa:
http://www.argenpress.info/2010/03/la-muerte-digna.html
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