El terror clavado hasta los huesos por la sanguinaria dictadura continúa siendo aprovechado por los neoliberales para aplicar sus políticas y los indecibles sufrimientos que infligen al pueblo chileno. En Chile se observa un grave retroceso en oportunidades de trabajo e ingreso familiar, educación, salud, libertades sindicales, vivienda, seguridad social, salarios, cuidado del medioambiente y también en la cultura puesto que el pensamiento único la banaliza y enajena la sensibilidad de los ciudadanos frente a los dramas sociales mientras los concentrados medios de difusión uniforman su mensaje y el sistema educativo se degrada y mercantiliza. Chile, paradigma de distribución justa con Allende es hoy uno de los países más desiguales entre pobres y ricos y la perspectiva después del terremoto es que empeore pues como se ha comprobado la reconstrucción no será una causa social sino un negocio de los allegados al nuevo gobierno y ello augura una sublevación popular. En suma, todo un paraíso de los derechos humanos.
Por eso no debe sorprender la condena del multimillonario presidente Sebastián Piñera y del senado chileno a la supuesta violación de esos derechos en Cuba, la solicitud de libertad para los inexistentes presos políticos en la isla y la exigencia de que el gobierno cubano abra un diálogo con la quinta columna del imperio. Piñera inició su fortuna al amparo de las privatizaciones de la dictadura militar y al igual que los senadores busca congraciarse con el imperio sumándose a la campaña contra Cuba. Conocido en Chile como Piraña por su voracidad para apoderarse de las antiguas empresas públicas y por hacer dinero apoyándose en sus relaciones con el pinochetismo irrumpió en la política a fuerza de demagogia, mentiras y falta de escrúpulos. Así, proclama como modelo a la Colombia de Uribe y su política de Seguridad Democrática pero ha llegado al descaro de citar también a Lula como referente.
Aunque su elección equivalga al regreso del pinochetismo varios de sus personeros al Palacio de La Moneda no debe leerse como un apoyo de los chilenos a esa corriente pues aparte de recibir el voto de la derecha y de todos los ricos –alrededor de un tercio- la imagen mediática prefabricada lo presentaba como un humanista cristiano que hizo fortuna con grandes sacrificios precisamente para cosechar el voto de los sectores populares descontentos con la Concertación. Por eso Piñera ganó en muchas comunas empobrecidas donde ha cundido la despolitización como resultado de la crisis de la izquierda chilena tradicional.
La Concertación eludió la discusión a fondo con la derecha por la sencilla razón de su larga y profunda complicidad con aquella. Más importante aún, sus dos décadas de gobierno, dedicada a administrar el modelo heredado de Pinochet defraudaron las esperanzas de millones y era evidente que la alta popularidad de Michelle Bachelet –una golondrina no hace verano- no sería trasladada a su desangelado candidato Eduardo Frei. La victoria electoral del magnate responde en gran medida al voto de castigo de un gran sector de la población hastiado de las políticas neoliberales fraguadas por la dictadura y profundizadas por el apareamiento de una Democracia Cristiana que apoyó el golpe de Estado y un Partido Socialista que aceptó una transición acotada por las exigencias de Pinochet y de Washington. Eso es la Concertación.
El imperio y la derecha no han cesado un minuto su actividad contra la gran rebelión latinoamericana, consiguieron montar y han desarrollado su contraofensiva hasta donde han podido y en Chile se les ofrecían las condiciones idóneas para instalar un caballo de Troya en La Moneda y lanzarlo contra el acuerdo de unidad alcanzado en Cancún. Piñera, sueña la derecha, viene a cercenar el rumbo independiente de la región apoyado en la IV Flota, las bases militares en Colombia y Panamá, el golpe en Honduras, la ocupación de Haití, la extensión del Plan Colombia y el terrorismo mediático. Otra cosa piensan los pueblos.
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