¿Homosexual yo?
Por: Julio Muñoz Rubio*
En 1975 el director de cine norteamericano Sydney Lumet filmó una película que se convertiría en una de las más célebres de aquellos años, ganadora de un Oscar y con otras 5 nominaciones: Tarde de Perros, protagonizada por Al Pacino. En ella, un par de maleantes perpetran un asalto bancario y al fracasar éste y verse rodeados por la policía, toman como rehenes a varios clientes y empleados de la sucursal. Durante varias horas tienen lugar negociaciones entre la policía y los asaltantes, para acordar los términos de la rendición y la entrega de los rehenes. Cuando parece que va a haber un arreglo incruento entre las partes involucradas, la situación toma un giro completamente inesperado al divulgarse, por parte de un noticiero de televisión que cubre el acontecimiento, que uno de los asaltantes (interpretado por John Cazal) es homosexual. A partir de ese momento, éste personaje pierde completamente el sentido de la realidad. Importándole nada la situación por la que atraviesa, olvidándose de en dónde está, y qué está haciendo allí, se transforma en un individuo obsesionado por aclarar a cualquier precio que la aseveración de esa cadena televisiva es totalmente falsa. El asunto del asalto bancario, los rehenes, la policía, su compañero de asalto, etcétera, todo desaparece de su mente. A partir de ese momento sólo le queda una misión en la vida: Aclarar ante el mundo que no es homosexual. Su homofobia lo consume.
¿Mera fantasía? Ciertamente no. La actitud del personaje de esta película está generalizada en nuestra sociedad. Todos los días, al hacer referencia a la homosexualidad o trabar una conversación sobre ella la vida cotidiana, los participantes, independientemente de su sexo, condición social, ideología o nivel de estudios, eluden sutil, pero lacónicamente, el parecer o ser tomados como homosexuales. Antes de que las circunstancias obliguen a lanzar el “¡NOOOOO!” histérico que afirma innecesariamente la heterosexualidad, se prefiere usar el lenguaje de la tercera persona: “El” homosexual, “la” lesbiana. En fin, otros seres que no se encuentran en el lugar en el que la conversación tiene lugar. Otros u otras que en realidad son irreales, parte de un imaginario colectivo, una entelquia. Otros u otras que parece ser que existen pero que nadie los debe conocer. Otros, nunca personas que cercanas a uno, muchísimo menos uno mismo.
Homofobia suave, nada de violencia, nada de epítitos, hasta podría llegar a emitirse un juicio favorable a sus derechos para que no digan que no se es homofóbico, pero por favor que no se metan aquí, a donde estamos los “normales”. Es la concepción de la homosexualidad como alteridad absoluta y definitiva. Al ubicar a la homosexualidad siempre en tercera persona (o ya muy excepcionalmente en segunda), ésta se constituye como reconocimiento y reafirmación propios a través de la negación de la misma en el yo. Ya no es solamente el decir: “yo no soy homosexual”, sino ir más allá y exclamar “yo soy no-homosexual”. Es el reconocerse y reencontrarse a sí mismo a partir de aquello que la burguesía ha legitimado como “normal”, hacerlo a través de la afirmación del estado de salud mental aceptado. Es la rectitud, y el sentido de pertenencia a los cánones de esa moral burguesa-patriarcal, es decir: la pertenencia a y la aceptación de este aspecto central de la hegemonía de la clase dominante.
Quien de ese modo quiere dejar clara su heterosexualidad, más que afirmarse como heterosexual, se reconoce en el homosexual como la negación de esa condición, no como aceptación de la misma y mucho menos dentro de sí mismo; no como aceptación de la realidad de la diversidad sexual como mi propia diversidad y mis propias capacidades, no como convergencia o como compartición de una existencia social, con todas sus problemáticas; por el contrario se reconoce en la diversidad sexual como divergencia con respecto a ella, como escisión de las existencias sociales, como si éstas fueran infranqueables e imposibles de compartir entre distintos individuos, en especial en lo que se refiere a la sexualidad. Se reconoce en la diversidad sexual sólo para comprobar lo repugante y vergonzoso que le resultaría formar parte de ella. En este caso el “ellos/ellas” “él/ella” funcionarán como barreras o murallas que fragmentan y aíslan a los individuos y a sus experiencias, es el alejarse lo mas posible de lo que resulta escandaloso. El homosexual, la lesbiana, el o la bisexual, el travesti, el/la transexual, etc, son consideradas, en último termino, personas que han caído víctimas de una inestabilidad e inferioridad emocional que el heterosexual no tiene. Es afirmar que las problemáticas de los heterosexuales nada tienen que ver con la de la “atípica” comunidad LGBTT. Dado que ese “yo” pretendidamente heterosexual representa la normalidad, la salud y el equilibrio sexuales emocionales y sociales, se convierte en fuente de tranquilidad personal de todo sujeto que al final del día puede llegar a su casa satisfecho de haber cumplido con su deber en la escuela o el trabajo y con esa satisfacción que da ser una persona respetable, poder darse el lujo de tener su relación sexual con la (el) esposa (o) o novia (o) de acuerdo con los parámetros y reglas de la decencia y de lo políticamente correcto. El yo de quien así razona y actúa es el “yo sano” el “yo normal” de la moral sexual burguesa y deviene en elemento de coerción autosuficiente, deviene en privilegio social sobre el injustamente considerado como inferior, anormal, enfermo(a) o desviado(a).
33 años después de la aparición de Tarde de Perros, apareció publicado un artículo en Proceedings of the National Academy of Sciences y firmado por Ivanka Savic y Per Lindström, en el que se buscan encontrar las determinaciones biológicas de la homosexualidad. Los resultados encontrados muestran ciertas diferencias entre los cerebros de homosexuales y heterosexuales, contribuyendo a profundizar la idea de que las preferencias sexuales tienen una determinación genética.Llama la atención la redacción del resumen de este artículo. Allí se menciona que existe una diferencia encontrada entre sujetos homo y heterosexuales en relación a “los objetos de atracción sexual”, para concluirse que: “Este estudio muestra una asimetría cerebral y conexiones funcionales atípicas en los sujetos homosexuales. Los resultados no pueden adscribirse a los efectos aprendidos y en cambio sugieren una ligazón con las entidades neurobiológicas.” (negritas mías)
Las conclusiones de este tipo de investigaciones deben ser rechazadas por deficiencias metodológicas y conceptuales que ya mencioné en otro artículo (ver La Falsa Medida de le Homosexualidad, La Jornada, 26 de Julio de 2008). Aquí me interesa mencionar que este tipo de noticias pueden llegar a caer de plácemes entre mucha gente con muy diversos grados de homofobia, quienes se sentirán tranquilos por el hecho de que la ciencia haya encontrado una barrera infranqueable entre homo y heterosexuales: La determinación biológica. De esta manera, cualquiera que no muestre esos rasgos “atípicos” propios de la homosexualidad puede sentirse salvado de las tentaciones de la misma o de ser confundido con un miembro de la comunidad LGBTT.Pero las cosas en la realidad no son así. Todos los individuos de esta sociedad capitalista-patriarcal-judeocristiana hemos sido víctimas de la propaganda y la ideología de la “limpieza heterosexual” y de la “suciedad homosexual”, todos hemos sido obligados por uno u otro medio a practicar y dejar de practicar la sexualidad que practicamos. La falocracia se constituye en un verdadero campo de concentración, en un nuevo Auschwitz que se cierne constante e implacablemente sobre toda la civilización occidental, cuando menos. La obligación de ser heterosexual elimina, de un tajo, tanto para las y los propios “heterosexuales” como para la comunidad LGBTT, la posibilidad de una decisión libre y soberana sobre nuestros cuerpos; anula la posibilidad de diversificar experiencias, de ampliar el rango de las satisfacciones, de conocernos plena e íntegramente. Sume al individuo “heterosexual” en un mar de incertidumbres y paranoias en la perspectiva de ser confundido como LGBTT. Nuestra sexualidad no es asunto de genes ni de neuronas, es, o debe ser, decisión individual. El deseo humano no sujeto a represiones moralistas-religiosas-mercantiles no conoce límites, la sexualidad humana es pansexualidad. Todos somos pansexuales reprimidos.
*Investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM
fuente;
http://ciencias.jornada.com.mx/ciencias/investigacion/ciencias-quimicas-y-de-la-vida/investigacion/bfhomosexual-yo
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