viernes, 15 de enero de 2010

Haití: el coste de pretender ser libre

Esta pequeña isla caribeña es una de las más pobres del planeta. Su población vive bajo la miseria, la violencia y el desamparo. Un país ocupado militarmente por Estados Unidos y con una ayuda humanitaria (ONU) que ha provocado tantas muertes como los dictadores que han pasado por su historia política. ¿Sólo hoy preocupa Haití?

Todos los periódicos digitales abren con la noticia: “Haití devastado”. Un fuerte terremoto ha hundido todavía más al país caribeño y la comunidad internacional se muestra azorada. Los países se pelean por contar quién ha mandado antes la ayuda humanitaria. Mandatarios mundiales expresan su tristeza y su solidaridad con los haitianos. El cinismo vuelve a formar parte de la historia de este pequeña isla que sólo tiene cabida en los medios gracias a un terremoto o a un tsunami con nombre femenino.

Más allá de la terrible cifra de muertos que se lleve esta inclemencia climática. Más allá de las edificaciones derrumbadas (ya tenía pocas) y más allá de la previsible hambruna (todavía más) que provocará el seísmo. Es necesario mirar un poco atrás para entender por qué Haití es el país más pobre de América Latina. Por qué Haití está poblado de miseria y violencia que sólo nos viene a la memoria cuando nos encontramos delante catástrofes inevitables. Ante las evitables preferimos quedarnos de brazos cruzados.

Esta isla ubicada frente a República Dominicana, tiene una superficie de 27 mil kilómetros cuadrados en la que viven alrededor de diez millones de personas. Sus records de miseria se pueden encontrar cuando se echa un vistazo al Indicador de Desarrollo Humano, donde Haití se ubica en el número 150 (de 177) al lado de los más postergados países africanos.

El 80% de los haitianos viven en condiciones de extrema pobreza. La mortalidad infantil es de 80 por cada mil nacidos. La esperanza de vida ha bajado a los 49 años. El analfabetismo supera el 70% en las zonas rurales. Agua potable o electricidad son productos de lujo y la oscuridad es una situación habitual por las calles de la isla.

La economía es una crisis permanente. El 70% del presupuesto procede de las remesas de los inmigrantes que se reparten fundamentalmente entre Estados Unidos y su vecina República Dominicana y que ofrecen al país alrededor de 700 millones de dólares. El resto de los recursos llegan mayoritariamente de la ayuda internacional, cada año más escasa. El 98% de su bosque está desforestado. Sus tierras estériles, una buena metáfora del país, sólo ofrecen miseria. La superpoblación y su demanda de leña y madera, así como la explotación del carbón, han provocado la erosión del suelo y la tremenda escasez de agua potable. El 4% de su población, controla el 64% de su riqueza.

El fracaso estructural del país lo explica con precisión José Luis Rodríguez, brasileño y profesor de historia que trabaja en proyectos de cooperación en Haití. El historiador señala que este país vive al menos tres graves crisis estructurales: económica, ambiental y política. A pesar de ser un país con una mayoría de habitantes en el sector rural, ésta apenas posee tierras. Los incentivos o posibilidades de explotarlas con eficacia son escasos. Las políticas neoliberales de las últimas décadas han destruido la capacidad productiva nacional. Según el profesor, en 1970 Haití producía prácticamente el 90% de su demanda alimentaria y, actualmente, se importa cerca del 55% de todos los géneros alimentarios que se consumen. El ambiente está devastado por el uso intensivo de tecnologías nocivas, el consumo masivo de carbón y la deforestación, señala Rodríguez en el blog Viva Paraguay .

Para entender la estructura política del país nuevamente hay que mirar al pasado para descubrir por qué Haití hoy es un país controlado por Estados Unidos, ocupado militarmente y uno de los focos de corrupción y narcotráfico más importantes de América Latina.

LOS COSTES DE LA INDEPENDENCIA

No todo ha sido miseria en Haití. Esta pequeña isla puede presumir de haber sido el primer país latinoamericano en proclamar su independencia de las colonias (de Francia en este caso) y el primer país del mundo en abolir la esclavitud. Fue en 1804 cuando los haitianos entusiasmados por las ideas libertarias de la Revolución Francesa (igualdad, fraternidad, libertad) lucharon por su emancipación. Para los sometidos la revolución haitiana era un ejemplo, pero las oligarquías coloniales veían en Haití a su peor enemigo.

Muchos historiadores hablan hoy del alto coste que ha tenido que pagar esta pequeña isla por su enfrentamiento a la colonia. Con su independencia, Francia perdía cifras millonarias (en el s.XVIII el 75% de la producción mundial de azúcar salía de este país). Pero el país galo no se marchó con las manos vacías ya que exigió una elevada suma a modo de indemnización por haber perdido esa próspera colonia.

El pago de esa deuda dejó a Haití en una nueva situación de dependencia que empeoraba con un bloqueo total que le hicieron a la isla, también promovido por Francia.

En pocos años Haití volvía a ser un país dominado. El relevo lo tomó Estados Unidos en 1849 cuando comenzó a enviar a la isla barcos de guerra para presionar a las costas haitianas. Ante la negativa de los haitianos a firmar una Constitución dictada por Estados Unidos, los norteamericanos decidieron ejercer la política que mejor conocen: invadir militarmente al país caribeño. Allí se quedaron 20 años bajo un dominio absoluto y con decenas de masacres y una represión campesina continuada que se cobró la vida de más de 15.000 haitianos.

Estados Unidos con una permanente ocupación militar, fue quien se encargó de promover las dictaduras bajo el mando de Papa Doc Duvalier, y luego su hijo, Baby Doc Duvalier, que entre los años 1957 y 1986 aniquilaron a millares de personas en nombre de la llamada “lucha contra el comunismo”.

La llegada de la democracia en 1991 tampoco aportó grandes cambios. Fue elegido presidente el sacerdote Jean Bertrand Aristide. El religioso se enmarcaba dentro de una ideología de ‘izquierdas’ con programas políticos orientados a corregir las injusticias sociales que se acumulaban en el país. Sus primeras ideas no gustaron a las oligarquías haitianas y mucho menos a Estados Unidos. Aristide fue derrocado a los ocho meses y enviado al exilio. En la isla se reanudaron las persecuciones y la desarticulación de toda organización política. En 1994 regresaba Aristide (ayudado por los norteamericanos) quien se perfilaba una vez más como el salvador.

Sin embargo en este mandato y en el posterior (2000) cuando ganó las elecciones ampliamente, sin ningún candidato opositor, su política fue bastante distinta. En esta etapa el sacerdote Aristide ya había olvidado las ideas por las que se dio a conocer. Sus ideales dieron un giro de 180 grados y se le acusó de enriquecerse indiscriminadamente gracias a sus negocios y concesiones como las que dio a las empresas telefónicas norteamericanas. La inestabilidad social y política era más fuerte que nunca y la bomba estalló en 2004 cuando Jean Bertrand Aristide, “abandonó el país” obligado por Estados Unidos.

En los dos años siguientes Haití volvió a estar bajo el mando de tropas internacionales. En 2006 se produjeron elecciones presidenciales para sustituir al presidente interino Boniface Alexandre. Su sucesor fue el actual presidente René Préval, en la línea de la segunda etapa de Aristide.

EL PAPEL DE LA ONU: UN ARMA DE DOBLE FILO

La creciente inestabilidad política ha sido la excusa perfecta para tener al país en manos ajenas. La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH) es un ejército multinacional compuesto por 9.080 uniformados, 487 funcionarios internacionales, 1.211 funcionarios haitianos y 207 voluntarios de la ONU, con un presupuesto de 611,75 millones de dólares anuales.

La mayoría de los países que conforman la MINUSTAH son latinoamericanos. Participa Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay entre otros. Después está el omnipresente Estados Unidos, junto con países más curiosos como Nepal, Sri Lanka y Jordania.

Si embargo el ‘trabajo humanitario’ de este ejército no se conoce en el país tanto por su ayuda como por su violencia. Los ejemplos se multiplican. Una de las fechas más señaladas fue el 22 de diciembre de 2006, cuando las fuerzas de MINUSTAH arrasaron contra la población haitiana por una manifestación que pedía el retorno de Aristide. Las fuerzas de la ONU acabaron con la vida de 30 personas incluyendo mujeres y niños.

En mayo de 2008, cuando el Congreso de Haití sancionó una ley de aumento del salario mínimo, de dos a cinco dólares diarios, la oligarquía del país presionó al presidente René Garcia Preval para no promulgar la ley ya aprobada por ambas cámaras legislativas, con amenazas de despedir a cerca de 25 mil trabajadores del sector manufacturero. Un grupo de estudiantes universitarios inició una serie de movilizaciones por el derecho de los trabajadores, que fue luego seguida por organizaciones sociales y la ciudadanía. La policía local intervino, con colaboración directa de la MINUSTAH, reprimiendo brutalmente las manifestaciones.

En el mismo año (2008) pero en el mes de junio, tras la muerte de un dirigente político local, centenares de personas acudieron a su entierro. “Inexplicablemente, militares de la MINUSTAH dispararon contra el cortejo, del que muchas personas salieron asesinadas y heridas”, comenta el historiador José Rodríguez.

Varios informes de Amnistía Internacional han denunciado casos similares de violencia, asesinatos, detenciones ilegales, censura mediática, cárceles abarrotadas de prisioneros sin garantías, entre otros casos.

El dirigente Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano, ha afirmado en diversas ocasiones como Haití se encuentra en una situación de dominio militar, a pesar de los esfuerzos por llamar a la MINUSTAH ‘ayuda humanitaria’: “Nosotros la rechazamos porque entendemos que es una violación de nuestra autodeterminación, de nuestra soberanía y dignidad como pueblo”, ha señalado Boisrolin.

Este miércoles los diarios se desviven por dar a conocer las cientos o quizás miles de víctimas del terremoto. Naciones Unidas muestra su mejor cara y denuncia la dura situación que sufre Haití. Pero el día a día de los haitianos es mucho menos mediático y no por ello menos terrible. Hay que mirar a su historia y su presente más cercano para darse cuenta que el futuro de este país está en manos de fuerzas ajenas que se han empeñado en someterlo y expropiarlo. Las mismas fuerzas que hoy claman por darle ayuda.
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