Filosofía y literatura
Sólo pensamos en imágenes, si quieres ser filósofo escribe novelas.
A. Camus: Carnets I
El pensamiento
filosófico y la creación literaria han venido de la mano a lo largo de
la historia de las civilizaciones. Esa hermandad se ha convertido en
una simbiosis que es difícil disociar. Durante el pasado siglo, algunos
pensadores reunieron una producción literaria que iba más allá del
ensayo y se adentraba en terrenos de la narrativa. Esos escritores,
sobrevivientes de guerras y crisis, tuvieron que replantearse
cuestiones fundamentales sobre el sentido de las relaciones sociales y
su influencia en el proceso histórico de la humanidad.
Con el siglo XX
surgieron en Europa grupos de intelectuales y artistas, como los
dadaístas y los surrealistas, que expusieron sus enfoques a través de
manifiestos públicos; otros mantuvieron posiciones nihilistas,
psicoanalíticas o existencialistas, casi siempre comprometidas
políticamente. Filósofos y escritores forjaron sus textos entre las
ruinas de imperios caídos, masacres bélicas o regímenes totalitarios, y
marcaron a la generación que provocó el estallido del ʼ68. Entre ellos
aparece la figura de Albert Camus, un escritor formado en la
periferia, que irrumpió con fuerza en los centros intelectuales
europeos y marcó una huella que, a cien años de su nacimiento y más de
cincuenta de su muerte, permanece fresca.
A pesar de que el propio Camus declaró: “Yo no soy
filósofo; no creo suficientemente en la razón como para creer en un
sistema”, en el conjunto de su obra encontramos teorías y conceptos
desarrollados con tal profundidad que reconocemos en él a un filósofo
que divulga su pensamiento a través de diversos géneros literarios.
Novelas, ensayos, artículos periodísticos y obras de teatro son el
vehículo para trasmitir respuestas a las preguntas básicas que la
filosofía ha intentado contestar a lo largo de la historia del
pensamiento humano.
Camus es un filósofo de escuela personal, un
escritor de género propio que murió a los cuarenta y seis años y dejó
una obra que pone en evidencia a esos intelectuales que se entregan al
hermetismo académico y se aíslan del mundo en palacios de cristal,
opacados por la oscuridad del colaboracionismo. Un pensador que concibe
a través de la palabra escrita –“pienso de acuerdo con las palabras y
no con las ideas”– y de las imágenes que de ellas se desprenden –”en
una buena novela, toda la filosofía está en las imágenes”–; en
definitiva, un artista filósofo –”quien filosofa es el artista que
tengo dentro”. (Carnets II)
Origen y educación: El primer hombre
¿Cómo hacer entender que un niño pobre pueda a veces
sentir vergüenza sin tener nada que envidiar?
A. Camus: El primer hombre
Albert Camus nació en noviembre de 1913 en Mondovi,
un pueblo de Argelia, en el seno de una familia de migrantes. Su
madre, una mujer humilde de origen español, se casó con un trabajador de
ascendencia francesa que fue movilizado para combatir en la primera
gran guerra y murió cuando Camus tenía pocos meses de edad. La familia
se trasladó al barrio obrero de Belcourt, en la ciudad de Argel, a casa
de la abuela materna; ese fue su hogar hasta los diecisiete años.
En su novela póstuma, El primer hombre
(1994) –cuyo manuscrito apareció en una cartera dentro del coche donde
perdió la vida en enero de 1960–, Camus reconoce su realidad familiar y
la asume con satisfacción: “Junto a ellos, no he sentido la pobreza ni
la necesidad, ni la humillación. ¿Por qué no decirlo? He sentido, y
todavía siento, mi nobleza. Ante mi madre, siento que pertenezco a una
raza noble: la que no envidia nada.” De este entorno –una familia
“desnuda como la muerte, donde no se leía ni escribía”– era difícil
presagiar que surgiera uno de los pensadores más originales de su
época. El desarrollo de su educación fue un camino arduo, recorrido a
base de voluntades unidas con el objetivo de conseguir una formación
completa que sería el cimiento de toda su obra.
La figura de su maestro, Louis Germain, nos
proporciona elementos de reflexión sobre las verdaderas funciones
pedagógicas de la escuela. Cuando de niño se adquiere la disposición al
saber, ya no se pierde nunca; entonces las barreras sociales, que
vinculan origen y destino, disminuyen su influjo determinante y el
conocimiento abre puertas que pueden conducir a espacios sin límites.
La práctica de hábitos intelectuales, como la
lectura, darán a Camus una cultura sólida que le permitirá desarrollar
ideas propias surgidas del conocimiento asimilado. Fue visitante asiduo
de la biblioteca municipal y en su formación intelectual intervino un
familiar de ideología anarquista que le proporcionó una biblioteca
variada y ecléctica. En sus lecturas filosóficas se nota la influencia
de su joven profesor, Jean Grenier. El joven Camus termina el
bachillerato y, posteriormente, se diploma en letras, pero una
tuberculosis le impide culminar sus estudios.
El primer hombre es un texto
autobiográfico en el que Camus, en su madurez literaria, deja un
testimonio vivo e intenso que contrasta con la habitual afectación de
intelectuales menos comprometidos. Al asumir sus propias raíces –”soy un
becario, pero no un desclasado”–, marca la diferencia de origen con
muchos pensadores de la época: “casi todos los escritores franceses que
pretenden hablar hoy en nombre del proletariado han nacido de padres
acomodados o ricos”. (Prólogo a La maison du peuple, de Louis Guilloux).
De Argel a París: El hombre rebelde
La rebelión nace del espectáculo de la sinrazón
ante una condición injusta e incomprensible.
A. Camus: El hombre rebelde
A partir de 1935, Camus se dedica al teatro y participa en la fundación de grupos como Théâtre du Travail, y Théâtre de l’Équipe. En esa primera etapa de actividad teatral desarrolla un trabajo sobre la revolución anarquista de 1934 en Asturias, Revolte dans les Asturies (1936), donde trata por primera vez la lucha de clases. También adapta El secreto, de Ramón J. Sender, y en 1937 estrena un montaje sobre La Celestina, de Francisco de Rojas.
El escolar Camus.
Foto: rentabilizatublog.com
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Estas referencias, así como sus traducciones y
adaptaciones de clásicos españoles –Lope de Vega y Calderón de la
Barca, entre otros–, señalan una influencia hispana en la obra de
Albert Camus. Consciente de esa herencia llegó a afirmar: “Tuve allá,
en Argelia, todas las ocasiones de desarrollar una ‘castellanería’ que
me ha dejado secuelas [...] que he tratado en vano de corregir hasta que
he comprendido que eran también una fatalidad de naturaleza.” Su amigo
Emmanuel Roblès afirma que: “España estaba viva en su sangre y tenía
el tipo ibérico que describe Madariaga: cuerpo duro y elegante, cara
delgada y sobre todo una mirada grave e irónica siempre penetrante.” (Hommage a Albert Camus, Nouvelle Revue Française, 1960).
Además, Camus mantuvo un apoyo constante a los
republicanos españoles a través de numerosas acciones y diversas
colaboraciones periodísticas, donde mostró sus afinidades ideológicas
con los anarquistas (Solidaridad Obrera, Monde Libertaire y Révolution Prolétarienne). Años después escribe El estado de sitio,
una alegoría crítica sobre las dictaduras que sitúa en Cádiz. Toda
esta influencia está señalada por él mismo en un texto titulado Ce que je dois à l’Espagne (1958).
En 1937 Camus publica su primer libro, El revés y el derecho,
que contiene textos sobre su barrio e impresiones de sus primeros
viajes. A partir de entonces realiza una intensa actividad periodística
en Alger Républicain y Soir-Républicain. En 1940 fue prácticamente expulsado de Argelia a causa de un reportaje sobre la miseria en que vivían los árabes (Misère de la Kabylie, 1939). También publicó Noces
(1939), un volumen que recoge cuatro ensayos autobiográficos en los
que exalta su visión de la naturaleza bajo el sol y ante la mar.
Con todo este bagaje formativo, Camus llega a París
en 1940 y se incorpora a la vida cultural e intelectual de la capital
francesa. Trabaja en publicaciones de carácter político durante la
Resistencia, y entre sus artículos destacan las editoriales que escribe
para el periódico Combat.
Jean-Paul Sartre, que había elogiado su novela El extranjero, se apoyó en Camus para introducirse en el CNE (Comité Nacional de Escritores), y en 1943 pidió su colaboración para interpretar y dirigir su obra A puerta cerrada.
Entre ambos se desarrolló una amistad llena de desencuentros: Sartre
hablaba de Camus como “ese golfillo de Argel, tan divertido, tan truhán”
(Situations IV) y en las cartas dirigidas a Simone de Beauvoir (Cartas al Castor)
decía estar harto de ver cómo gustaba a todas las mujeres que se
cruzaban en su camino; y es que Camus, sin saberlo, había mantenido
relaciones con una de las mujeres del círculo íntimo de Sartre.
A pesar de su molestia, Sartre aceptó en 1944 una invitación de Camus para viajar a Estados Unidos como corresponsal de Combat, aunque luego enviaría los ensayos más elaborados al periódico conservador Le Figaro. A nivel político comenzaron a disentir por la defensa que hacía Sartre del estalinismo. Tiempo después, cuando Camus publicó El hombre rebelde
(1951), se produjo el enfrentamiento directo: Sartre publicó una serie
de sentencias descalificadoras a nivel personal, que rompieron su
relación definitivamente.
A lo largo de su vida, Camus desarrolló una forma
de “periodismo crítico”, de carácter filosófico, donde el periodista
ejercía de “historiador cotidiano” y tenía como “primera preocupación
defender la verdad” (Combat, septiembre de 1944). Camus
explica que los regímenes totalitarios y las democracias burguesas
separan el trabajo de la cultura: sobre el trabajo ejercen una opresión
económica y en la cultura, “la corrupción y el escarnio cumplen su
función. La sociedad mercantil cubre de oro y privilegios a los bufones
decorados con el nombre de artistas y los impulsa a todo tipo de
concesiones”. (Carta a Révolution Prolétarienne, 1953).
Albert Camus recibió el Nobel de Literatura en 1957
por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se
plantean en la conciencia de los hombres de hoy”, y siguió escribiendo
hasta el momento de su inesperada muerte. Entonces, Sartre nos dejó
sobre el ausente una aseveración donde quedaron reflejadas sus propias
carencias: “Su humanismo terco, estricto y puro, austero y sensual” (France-Observateur, núm. 505, 1960); posteriormente, al cumplir setenta años, reconocía: “Fue, probablemente, el último buen amigo que tuve” (Situations X).
Absurdo, rebelión e independencia
Yo he elegido la justicia para permanecer fiel a la tierra.
A. Camus:
A través de la novela –El extranjero (1942)–, el ensayo –El mito de Sísifo (1942)– y la obra de teatro –Calígula
(1944)–, Camus desarrolla una de sus ideas fundamentales, el absurdo:
“La existencia humana no tiene sentido alguno.” A pesar de esta
certeza, Camus decía que la vida tenía un valor inestimable y había que
vivirla con la pasión de la conciencia del instante.
Con la novela La peste (1947), la obra de teatro El estado de sitio (1948) y el ensayo El hombre rebelde
(1951), Camus enfrenta la certeza del absurdo con la rebeldía. El
absurdo es el punto de partida de una rebelión movida por el compromiso
de la acción solidaria ante la injusticia y el sufrimiento en el
mundo. Camus declara la necesidad de servir a la verdad y vincularse a
la lucha contra la opresión y el oscurantismo, enarbolando el
estandarte de una cultura rebelde que, al apostar por la claridad del
conocimiento, permita disipar las sombras de la cultura dominante.
La misión del arte, para Camus, es expresar lo que
nadie dice. La literatura es una forma lúcida de transgresión que se
afirma en la rebeldía. El artista libre se arriesga porque su labor
creadora exige una voluntad férrea en pos de la verdad, que le obliga a
rechazar los valores corruptos de lo establecido para implantar una
nueva realidad donde toda forma de opresión desaparezca. El artista
tiene ese deber consigo mismo, pero sobre todo con aquellos que han
sido marginados en el transcurso de la historia. Un compromiso con los
que luchan contra la injusticia y la explotación.
Albert Camus asumió la rebelión personal ante lo
absurdo de la existencia. Su compromiso se sustenta en dos premisas
fundamentales: independencia y honestidad; porque los mecanismos de
defensa de los que ejercen el poder han encontrado en el servilismo y
la corrupción el antídoto al veneno liberador que el hombre rebelde
inocula en la sociedad, con el objetivo de cambiar la dinámica funesta
de la historia.
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vía:
http://www.jornada.unam.mx/2013/12/15/sem-xabier.html