domingo, 11 de diciembre de 2011

Chile : Piñera y la muerte....Por Hugo Guzmán R.

La muerte, encapuchada, se metió en la primera parte del ciclo presidencial del financista conservador Sebastián Piñera. Con guadaña en mano, marcó trágicamente hitos que deben estar escritos con letras rojas en la agenda del Mandatario. La señora de negro, calaca cubierta de sobria y tétrica túnica, cobró dramáticamente muchas vidas. Y también amenazó con muerte política, muerte de impronta. Ambas, la muerte orgánica y la muerte política, rodearon a Piñera.
Asumió en medio de las secuelas del terremoto 27/F que dejó más de 500 muertos. En agosto de 2011, la imagen mortal se extendió como una sombría nube sobre la mina San José, amenazando a 33 mineros atrapados. Cuando terminaba el primer año de la administración piñerista, la muerte cobró 81 vidas de chilenos encarcelados en el penal de San Miguel. En septiembre pasado, la tragedia volvió a marcar al país y la pauta gubernamental: Cayó un avión de la Fach y perecieron 21 personas en Juan Fernández.
Es dura la vida, donde nada es gratis, según palabras del propio Mandatario. De tal forma que esos sucesos telúricos y accidentes infaustos, guste o no, incidieron en la supervivencia de la gestión presidencial, reconocido por análisis de moros y cristianos. Básicamente, respecto a la aprobación o desaprobación del trabajo de Piñera.
El desastre del 27/F hizo subir o bajar los niveles de apoyo. Los 33 mineros fueron el cilindro de oxígeno que elevó al morador de La Moneda, colocándolo en la mejor evaluación de su tiempo y, de paso, dejando como sucesor al entonces Ministro de Minería, ahora de Obras Públicas. Lo mismo ocurrió con la tragedia de la isla que, según diversidad de notas periodísticas, ayudó a Piñera a subir unos puntitos y también dejó otro presidenciable instalado: Al Ministro de Defensa. La muerte hizo lo suyo, tan dura como contradictoriamente. Lo de los 81 presos, quizá porque eran muertos ya muertos, pasó más rápido y con poco efecto.
En medio de todo, la sombra mortuoria comenzó a aparecerse en el ámbito político. Porque hay fallecimientos orgánicos, clínicos, celulares y también políticos.
La fina cuchilla de la guadaña mostró inscritas palabras como movimiento estudiantil, manifestaciones medioambientalistas, Adimark, CEP, Latinobarómetro, represión, abuso, lucro, ingobernabilidad, falta de liderazgo, payaso, autoritarismo, encapuchados, crisis, división en la derecha, ausencia de agenda y números terribles: 22, 26 o 28 por ciento de aprobación, la más baja de un Presidente chileno en los últimos 20 años.
Sobre la muerte hay infinidad de conceptos, definiciones y miradas. Una de ellas la señala como “la pérdida de la capacidad de autorregulación”. Quizá aplicable a este Mandatario que parece sin timón para regular su gestión, atender conflictos, superar crisis, instalar su impronta. Parece un gobierno no regulado. Quizá porque la derecha y el ADN financiero y especulativo no dejan nunca de optar por la desregulación.
Ocurre que de ahí al suicidio político hay una tenue línea divisoria. La autoinmolación, en este caso, involuntaria. Porque hay balazos que ya no se disparan al propio pie, sino al corazón, destruyendo el motor que bombea vida.
Es loable pensar que Sebastián Piñera optó por la represión y el autoritarismo para encarar problemas sociales; por descalificaciones y criminalización para atender demandas ciudadanas y movilizaciones estudiantiles; y por efectos mediáticos y de impacto efímero por sobre la consistencia de un ideario estadista y una impronta de gobierno.
Todo apunta a que esas opciones lo llevan al sepulcro político y obstruyen las venas para que puedan fluir elementos oxigenadores y revitalizadores.
Hace rato que, en lo político, el Mandatario parece llevar a sus espaldas el espectro de la señora de túnica y guadaña. Como si, parafraseando a Antonio Machado, Piñera Presidente dejara ya de ser lo que es o quiso ser, para entrar en el rango de la muerte política, del suicidio político, a lo que se llega cuando ya no se es.
La muerte es un proceso terminal, es la extinción. ¿No lo estará viviendo Piñera y su proyecto propio? ¿No lo auguró Büchi cuando dijo que no se podía gobernar con las ideas de otros, o el diputado díscolo que condicionó la lealtad a que el jefe fuera coherente? ¿No lo indican las máquinas de los sondeos conectados al cuerpo político presidencial? ¿No lo reflejó la portada de Qué Pasa con la imagen de un país explosionado? ¿No lo indican arterias invadidas por cientos de miles de indignados?
Claro, en política también hay Unidades de Tratamiento Intensivo y se suele hablar de políticos resucitados como un fenómeno no descartable. Quizá encuentre el remedio necesario, ayudado por un sistema orgánico-institucional-inmunológico que lo protege. De improviso, quien sabe, la calaca se arranca o deja las cosas para otro momento.
Pero si la UTI falla, el cuerpo político no responde y no hay resucitado, todo mal. En ese caso, quizá el último hito de Sebastián Piñera sea otro hito de muerte: Su muerte política.

Periodista, editor general de radio Universidad de Chile
Sección Tlachiquero
El Ciudadano Nº113, primera quincena noviembre 2011


 http://www.elciudadano.cl/2011/12/08/45188/pinera-y-la-muerte/

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