Asumió
en medio de las secuelas del terremoto 27/F que dejó más de 500
muertos. En agosto de 2011, la imagen mortal se extendió como una
sombría nube sobre la mina San José, amenazando a 33
mineros atrapados. Cuando terminaba el primer año de la administración
piñerista, la muerte cobró 81 vidas de chilenos encarcelados en el penal
de San Miguel. En septiembre pasado, la tragedia volvió a marcar al país y la pauta gubernamental: Cayó un avión de la Fach y perecieron 21 personas en Juan Fernández.
Es
dura la vida, donde nada es gratis, según palabras del propio
Mandatario. De tal forma que esos sucesos telúricos y accidentes
infaustos, guste o no, incidieron en la supervivencia de la gestión
presidencial, reconocido por análisis de moros y cristianos.
Básicamente, respecto a la aprobación o desaprobación del trabajo de
Piñera.
El desastre del 27/F hizo
subir o bajar los niveles de apoyo. Los 33 mineros fueron el cilindro de
oxígeno que elevó al morador de La Moneda, colocándolo
en la mejor evaluación de su tiempo y, de paso, dejando como sucesor al
entonces Ministro de Minería, ahora de Obras Públicas. Lo mismo ocurrió
con la tragedia de la isla que, según diversidad de notas
periodísticas, ayudó a Piñera a subir unos puntitos y también dejó otro
presidenciable instalado: Al Ministro de Defensa. La muerte hizo lo
suyo, tan dura como contradictoriamente. Lo de los 81 presos, quizá
porque eran muertos ya muertos, pasó más rápido y con poco efecto.
En
medio de todo, la sombra mortuoria comenzó a aparecerse en el ámbito
político. Porque hay fallecimientos orgánicos, clínicos, celulares y
también políticos.
La fina cuchilla de la guadaña mostró inscritas palabras como movimiento estudiantil, manifestaciones medioambientalistas, Adimark, CEP, Latinobarómetro,
represión, abuso, lucro, ingobernabilidad, falta de liderazgo, payaso,
autoritarismo, encapuchados, crisis, división en la derecha, ausencia de
agenda y números terribles: 22, 26 o 28 por ciento de aprobación, la
más baja de un Presidente chileno en los últimos 20 años.
Sobre
la muerte hay infinidad de conceptos, definiciones y miradas. Una de
ellas la señala como “la pérdida de la capacidad de autorregulación”.
Quizá aplicable a este Mandatario que parece sin timón para regular su
gestión, atender conflictos, superar crisis, instalar su impronta.
Parece un gobierno no regulado. Quizá porque la derecha y el ADN
financiero y especulativo no dejan nunca de optar por la desregulación.
Ocurre
que de ahí al suicidio político hay una tenue línea divisoria. La
autoinmolación, en este caso, involuntaria. Porque hay balazos que ya no
se disparan al propio pie, sino al corazón, destruyendo el motor que
bombea vida.
Es loable pensar que
Sebastián Piñera optó por la represión y el autoritarismo para encarar
problemas sociales; por descalificaciones y criminalización para atender
demandas ciudadanas y movilizaciones estudiantiles; y por efectos
mediáticos y de impacto efímero por sobre la consistencia de un ideario
estadista y una impronta de gobierno.
Todo
apunta a que esas opciones lo llevan al sepulcro político y obstruyen
las venas para que puedan fluir elementos oxigenadores y
revitalizadores.
Hace rato que, en lo
político, el Mandatario parece llevar a sus espaldas el espectro de la
señora de túnica y guadaña. Como si, parafraseando a Antonio Machado,
Piñera Presidente dejara ya de ser lo que es o quiso ser, para entrar
en el rango de la muerte política, del suicidio político, a lo que se
llega cuando ya no se es.
La muerte es un proceso terminal, es la extinción. ¿No lo estará viviendo Piñera y su proyecto propio? ¿No lo auguró Büchi cuando
dijo que no se podía gobernar con las ideas de otros, o el diputado
díscolo que condicionó la lealtad a que el jefe fuera coherente? ¿No lo
indican las máquinas de los sondeos conectados al cuerpo político
presidencial? ¿No lo reflejó la portada de Qué Pasa con la imagen de un país explosionado? ¿No lo indican arterias invadidas por cientos de miles de indignados?
Claro,
en política también hay Unidades de Tratamiento Intensivo y se suele
hablar de políticos resucitados como un fenómeno no descartable. Quizá
encuentre el remedio necesario, ayudado por un sistema
orgánico-institucional-inmunológico que lo protege. De improviso, quien
sabe, la calaca se arranca o deja las cosas para otro momento.
Pero
si la UTI falla, el cuerpo político no responde y no hay resucitado,
todo mal. En ese caso, quizá el último hito de Sebastián Piñera sea otro
hito de muerte: Su muerte política.
Periodista, editor general de radio Universidad de Chile
Sección Tlachiquero
El Ciudadano Nº113, primera quincena noviembre 2011
http://www.elciudadano.cl/2011/12/08/45188/pinera-y-la-muerte/
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