El presente
año ha visto un florecimiento infrecuente de los movimientos populares
por el número, dimensiones, diversidad de sus integrantes y veloz
propagación geográfica transcontinental. Estos movimientos, casi siempre
con gran participación juvenil, no se sienten representados por las
instituciones y los partidos políticos del sistema ni creen que estos
puedan ofrecer solución a sus aspiraciones. Lo que expresa este
sentimiento es el agotamiento del capitalismo, en especial del
capitalismo neoliberal en su etapa agónica; no únicamente como modelo
económico sino como régimen político capaz de mantener con la democracia
representativa un mínimo de consenso social. Al igual que en la puerta
de El infierno de Dante, en la del modelo se anuncia:
abandonad toda esperanza. Es la horrible tragedia a la que son arrojados millones de seres humanos, ahora en los países ricos como en los pobres, entre ellos infinidad de jóvenes, grupo con frecuencia educado pero sin apenas perspectiva de lograr una vida digna.
¿Pero no era Chile el ejemplo del éxito económico y social
neoliberal, a seguir por América Latina? ¿El país más estable de la
región? ¿El que mejor había hecho la tarea? Pues a las protestas
sociales de los últimos años –la del pueblo mapuche destaca por no haber
cejado un día en la pelea– se añade un potente y prestigioso movimiento
estudiantil que ya dura cuatro meses. Demanda educación pública de
calidad, con cabida para todos los niños y jóvenes, independientemente
de su condición económica, sin fines de lucro, multicultural, bajo la
responsabilidad del Estado y reconocida como un derecho en la
Constitución.
La dictadura pinochetista asesinó a miles de luchadores sociales,
aplastó a las organizaciones populares y conculcó los derechos
alcanzados en siglos de brega por el pueblo y la clase obrera chilenos.
Pero no pudo asesinar las ideas, la memoria histórica, las tradiciones
de lucha. Para no ir más lejos, a este gigantesco movimiento lo
antecedió en 2006 el de los memorables pingüinos, estudiantes
secundarios que, además de las demandas económicas, también enarbolaron
la defensa de la educación pública. Una gran virtud de la actual
movilización es agrupar con la misma demanda fundamental a virtualmente
todo el estudiantado de secundaria, enseñanza técnica y universitaria,
tanto de centros estatales como privados, y llevar a cabo su lucha de la
mano con el reconocido Colegio de Profesores y el apoyo de varios de
los más importantes rectores. También haber ganado a los padres de
familia, sindicatos y organizaciones populares, de modo que cuenta con
80 por ciento de apoyo nacional según encuestas, ratificado por las cada
vez más nutridas marchas que han organizado. Más de 100 mil personas en
la última de ellas, el martes 9 en Santiago, acompañada de
movilizaciones en todo el país.
Los jóvenes han tenido un capaz liderazgo en Camila Vallejo,
presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, y
los dirigentes de otras instituciones de educación superior, y han
procesado sus demandas y respuestas a las propuestas del gobierno a
través de un sistema asambleario de consulta con las bases que asegura
su unidad y firme respaldo a los líderes. Por su parte, el presidente
Sebastián Piñera ostenta la más baja popularidad de un gobernante
posterior a la dictadura –26 por ciento– y más bajos aún andan su
partido y la oposición.
Bajo Pinochet y gobiernos posteriores, la educación se convirtió en un suculento negocio: un universitario debe 30 mil dólares en créditos cuando egresa. Ahora bien, la demanda estudiantil implica un cambio radical al neoliberalismo a rajatabla chileno no sólo en el campo educacional. Reconocer la educación como un derecho humano en la Constitución y no un
Bajo Pinochet y gobiernos posteriores, la educación se convirtió en un suculento negocio: un universitario debe 30 mil dólares en créditos cuando egresa. Ahora bien, la demanda estudiantil implica un cambio radical al neoliberalismo a rajatabla chileno no sólo en el campo educacional. Reconocer la educación como un derecho humano en la Constitución y no un
bien de consumo, como la califica Piñera, exige un vuelco conceptual en el Estado, que tendrá que financiarlo. Para lo que deberá elevar exponencialmente los impuestos a las empresas del cobre, o renacionalizarlo, como ya se reclama en pancartas levantadas en las manifestaciones. Los estudiantes han sido duramente reprimidos y amenazados ominosamente sus dirigentes. Visto que el gobierno no los escucha, ahora proponen un plebiscito sobre su demanda. Hay una amenaza no tan velada de recrudecer la represión pero los estudiantes no olvidan su historia, el luminoso gobierno de Salvador Allende, acervo con el que concurren a una cita decisiva con la historia latinoamericana.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/11/opinion/028a1mun
http://www.jornada.unam.mx/2011/08/11/opinion/028a1mun
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