El proceso,
de Franz Kafka, es una novela inacabada, traducida a múltiples idiomas,
muy leída y comentada, publicada póstumamente y una de las fuentes del
término kafkiano. En El proceso, el personaje principal, José
K, es arrestado por causas desconocidas. A partir de entonces vive una
pesadilla: intenta defenderse de algo que nunca se esclarece ni se sabe
qué es. En La metamorfosis, otra de sus grandes obras, la primera oración marca el ritmo de la novela:
Cuando una mañana se despertó Gregorio Samsa después de un sueño intranquilo se encontró en su cama transformado en un espantoso insecto.
Ignoro quién inventó el término kafkiano, si bien viejo, cada vez más
joven. En muchas circunstancias, y en infinidad de lugares, el ser
humano vive, y enaltece, ad nauseam, lo kafkiano: inventa y
reinventa lo absurdo y convierte en realidad la irrealidad. Las
modificaciones que sufre el mundo las registran, por necesidad, algunos
diccionarios.
A partir de la vigésima segunda edición (2001) el Diccionario de la lengua española
agregó a la k, la menos popular de sus letras, el término “kafkiano,
na: 1. Perteneciente o relativo a Franz Kafka o a su obra. Las novelas kafkianas. 2. Característico de este escritor checo o de su obra. Visión kafkiana del mundo.
3. Dicho de una situación: Absurda, angustiosa”. De las tres
acepciones, la última es la más usada y la más socorrida. El mundo se
retrata, in crescendo, en la mirada del escritor de origen
judío. Lo que durante un tiempo parece inverosímil, con el tiempo,
gracias a lo kafkiano, se convierte en verosímil, tesis central de
Kafka.
A pesar de la inverosimilitud del escritor, la muy rápida
adjetivación de su apellido, aunque no tan veloz como la beatificación
de Juan Pablo II, retrata la imperiosa necesidad de disecar el nuevo
mundo tal y como es hoy. Kafka murió en 1924 y su apellido se convirtió,
oficialmente, en adjetivo, en 2001. Años atrás, la palabra kafkiano(a)
se usaba con la misma finalidad. Aunque el término no se hubiese
incorporado al oficialismo de los diccionarios ni a los genes de los
políticos, sobre todo al cromosoma político mexicano, lo kafkiano
siempre ha sido una realidad.
A Kafka no le hubiese gustado, después de haber solicitado la
destrucción de sus libros y la incineración de su cuerpo, que su
apellido lo inmortalizara. Así tuvo que ser; las necesidades de los
tiempos y del mundo decidieron por él. Kafka requería del ser humano
para escribir y el mundo requiere de él para describir un sinfín de
situaciones indescriptibles. Kafka es universal: kafkiano, Kafkaesque
(inglés), Kafkaïen (francés), Kafkai (hebreo).
Lo kafkiano es universal: Strauss-Kahn en Estados Unidos y Francia, Jorge Hank, el PRD y la película Presunto culpable
en México, Kadafi en Libia y Ortega en Nicaragua reivindican la
necesidad de Kafka. De no ser por el término kafkiano muchas palabras y
mucho tiempo se dilapidarían en explicar esos sucesos.
Kafka retrató su mundo de acuerdo con sus fuerzas. Era poco su músculo. Inmenso su cerebro. La falta de vigor físico quizás contribuyó a que la tuberculosis fuese la causa de su muerte. En cambio, su tejido neuronal consumió la energía del cuerpo para apropiarse e interpretar la realidad de su tiempo. Kafka miró lo que otros no miraron. Uno de sus biógrafos, Frederik Karl, sugiere, con tino, que Kafka estaba siempre dividiéndose: en ocasiones era él el observador y en ocasiones el participante. Esa dicotomía expresa la esencia y el arquetipo de lo kafkiano.
Ser observador y participante a la vez es complejo. En Kafka, en lo kafkiano, la mitad que observa conoce lo que sucede pero no hace nada para detenerlo; el participante acepta el destino porque no hay alternativa. Quien realice acciones kafkianas es, al mismo tiempo, bajo una sola voz, y en un mismo cuerpo una persona dividida –observador y participante– que no consigue dialogar con la otra parte. De ahí lo absurdo y la angustia: el mundo es incapaz de funcionar bajo las reglas de la razón o la lógica del lenguaje.
Aunque se trate de situaciones desagradables, que atenten contra el ser humano y su integridad, que provoquen humillaciones o violenten principios éticos o morales, el observador no logra dialogar ni influir en el participante, y el participante no puede modificar la conducta de la mitad que lo observa. Ésa es la tragedia, eso es lo kafkiano: la misma persona es incapaz de cambiar su actitud a pesar de saber que lo observado es insano. Un juego, de acuerdo con Karl entre una mitad quizás masoquista y otra sádica; un juego muy frecuente en el medio político, entre dos mitades, una incompetente y otra amoral. Dentro de una verdadera miríada de ejemplos, los recientes tropiezos en los casos Strauss Kahn o Jorge Hank Rhon ilustran algunas facetas del Tiempo Kafka.
El Tiempo Kafka nunca fenecerá. Es joven y vigente. No se ha empolvado, no ha caducado, no se ha empobrecido. Al contrario. Lo kafkiano crece ilimitadamente. No tiene fronteras ni visos de fenecer. José K y Gregorio Samsa fueron invenciones del escritor checo. Ahora son necesidades del Tiempo Kafka, muy mexicano, por cierto.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/20/opinion/026a2pol
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Kafka retrató su mundo de acuerdo con sus fuerzas. Era poco su músculo. Inmenso su cerebro. La falta de vigor físico quizás contribuyó a que la tuberculosis fuese la causa de su muerte. En cambio, su tejido neuronal consumió la energía del cuerpo para apropiarse e interpretar la realidad de su tiempo. Kafka miró lo que otros no miraron. Uno de sus biógrafos, Frederik Karl, sugiere, con tino, que Kafka estaba siempre dividiéndose: en ocasiones era él el observador y en ocasiones el participante. Esa dicotomía expresa la esencia y el arquetipo de lo kafkiano.
Ser observador y participante a la vez es complejo. En Kafka, en lo kafkiano, la mitad que observa conoce lo que sucede pero no hace nada para detenerlo; el participante acepta el destino porque no hay alternativa. Quien realice acciones kafkianas es, al mismo tiempo, bajo una sola voz, y en un mismo cuerpo una persona dividida –observador y participante– que no consigue dialogar con la otra parte. De ahí lo absurdo y la angustia: el mundo es incapaz de funcionar bajo las reglas de la razón o la lógica del lenguaje.
Aunque se trate de situaciones desagradables, que atenten contra el ser humano y su integridad, que provoquen humillaciones o violenten principios éticos o morales, el observador no logra dialogar ni influir en el participante, y el participante no puede modificar la conducta de la mitad que lo observa. Ésa es la tragedia, eso es lo kafkiano: la misma persona es incapaz de cambiar su actitud a pesar de saber que lo observado es insano. Un juego, de acuerdo con Karl entre una mitad quizás masoquista y otra sádica; un juego muy frecuente en el medio político, entre dos mitades, una incompetente y otra amoral. Dentro de una verdadera miríada de ejemplos, los recientes tropiezos en los casos Strauss Kahn o Jorge Hank Rhon ilustran algunas facetas del Tiempo Kafka.
El Tiempo Kafka nunca fenecerá. Es joven y vigente. No se ha empolvado, no ha caducado, no se ha empobrecido. Al contrario. Lo kafkiano crece ilimitadamente. No tiene fronteras ni visos de fenecer. José K y Gregorio Samsa fueron invenciones del escritor checo. Ahora son necesidades del Tiempo Kafka, muy mexicano, por cierto.
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