Ante las nuevas medidas sociales de recorte que los
estados han iniciado de forma global y unilateral, y sobre la
compresión que ejercen en la soga que sujeta al pueblo por el cuello,
los sindicatos mayoritarios, aquellos que dominan la pantomima laboral,
han informado que la única salida pasa por convocar una huelga general.
Yo, sin embargo, discrepo con esta opinión parcial, ya que conozco una
serie de soluciones optativas, las cuales ni conciernen, ni consuelan,
ni complacen a la oligarquía.
En primer lugar es
preciso señalar que el enemigo del trabajador no se compone únicamente
por los gobiernos satélites que dan forma terrena a la sociedad
capitalista. Este desacreditado enemigo resulta algo más complejo y
difícil de identificar. Entre las partes corporales de este execrable
engendro sí hallaríamos a los gobiernos, mas también a los estamentos,
estados y representantes, la mal nombrada justicia, la banca, la
iglesia, las multinacionales, petroleras, farmacéuticas, los partidos
políticos, las empresas, los caciques y todos y cada uno de aquellos que
se beneficien económicamente del esfuerzo laboral y la vida de un
hombre.
Por otro lado nos encontramos con las
herramientas de acondicionamiento y represión, cuyo cometido es
inculcar, propagar, reprimir, somatizar y acondicionar al oprimido.
Cabría destacar a los medios de comunicación, televisión, radio,
diarios; los centros educativos que anulan la facultad de pensar de la
masa; los sindicatos y políticos que ambicionan reducir la capacidad de
reacción del pueblo; la disgregación social que impide la reacción de la
masa, los cuerpos de seguridad del estado y los ejércitos que
amortiguan cualquier pronunciamiento; la propagación de un sentimiento
de miedo y desesperanza, que rociado sobre la población, procura
adormecer, mediante un vulgar efecto Morfeo, cualquier brizna de
sedición; la mentira capaz de excusar un sistema caduco e injusto; y un
falso bienestar pestilente que desprende una sociedad de consumo, de
créditos e hipotecas, que subyuga aún más al ciudadano.
A sí mismo también resulta imprescindible valorar el
esfuerzo de los obreros adecuadamente. Un trabajador que dedique sólo
ocho horas diarias a una empresa, tras un cálculo rápido, ofrecerá
alrededor de diez años completos de su vida a su explotador. Ese tiempo,
simple y efímero, supera los límites del altruismo. A esta dedicación
tan generosa, debemos añadirle el esfuerzo empleado, el cual
obstaculizará el disfrute del tiempo restante y gracias al cual
seguramente extraviemos también algunos años de vida. ¿Existe algo en
este mundo más preciado que la vida? Pues comprendan que cuando se
discute sobre trabajo, se alude a la vida, y que los explotadores
decretan ejercer de dioses al disponer sobre la existencia ajena,
especulando con los sueldos, el esfuerzo, las condiciones y la felicidad
de los hombres.
Consideremos, a partir de este punto, la imagen de la
sociedad capitalista como una red compacta y estrecha que rodea el
mundo, una malla ceñida, una telaraña que cubre el planeta y cuyo
sustento se basa en la explotación de la gran mayoría de habitantes, los
oprimidos, los únicos con la fuerza capaz de tensarla desde su esfuerzo
y su sudor. El arduo trabajo que tensa la red exprime cada vez más la
Tierra, y asfixia a los propios tensores.
Es el
momento de regresar a las medidas promulgadas por los sindicatos como
únicas ante los recortes promocionados por la oligarquía, para
desenmascarar tal falacia, puesto que al hablar de huelga o de protesta,
obraremos desde el interior de la misma red, sin posibilidad de
romperla, vigilados, permitidos y obviados, malgastando rabia de forma
ornamental, pero carente de efecto alguno. El hecho de no hablar el
mismo lenguaje con el que el enemigo pretende imponer su diálogo, nos
facultará para destruir la red esférica del capitalismo mundial, en una
nueva coordinación que prodigue pequeños cortes alrededor de todo el
globo, continuos e indiscriminados, que impidan tanto la tensión como la
posibilidad de regeneración o parche.
El poder
del pueblo debe abandonar la potencia de ser, y avanzar, desprendido de
miedo e indiferencia, enarbolando la única bandera de la libertad y la
esperanza, preservando la verdadera vida frente a la humillación. Para
ello corresponde al pueblo empuñar las armas de que dispone, las
auténticas medidas del subyugado, las que a continuación les enumero,
puesto que considero que componen la mezcla idónea para cimentar la
construcción de la libertad. Me refiero a la resistencia social; la
insumisión ante las medidas injustas; la desobediencia civil; la
anulación de las falsas diferencias entre colectivos que prioricen la
lucha y la difusión de este espíritu; la creación de múltiples focos de
educación libre y conocimientos alternativos; la coordinación
libertaria; la colectivización de la vida, desde los pequeños aspectos
hasta llegar a las empresas; el boicot masivo deslocalizado y el
sabotaje al opresor.
Quisiera concluir este
alegato a la vida, ya por último, afirmando que el pueblo, cuando todas
las medidas pasivas fracasan, ostenta el derecho inalienable a liberarse
de la opresión de quienes ejercen el poder.
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